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Cinco mujeres que defienden los derechos del hombre
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ABOGADAS DE CUATRO CONTINENTES PELEAN POR EXTENDER LOS DERECHOS HUMANOS

Cinco mujeres que defienden los derechos del hombre

Cuando Valdenia anunció que consagraría su vida a las causas perdidas su familia la repudió. Primero por abrir los libros -"una mujer no estudia, se ocupa

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Cinco mujeres que defienden los derechos del hombre

Cuando Valdenia anunció que consagraría su vida a las causas perdidas su familia la repudió. Primero por abrir los libros -"una mujer no estudia, se ocupa de su casa"-. Después, por osar defender lo indefendible. Shirin sabe mucho de burlar imposibles. Ha subido muchas montañas, con el mazo de la fe manipulada intentando colocarle unas esposas en la boca. Karinna ha sorteado de momento el filo soviético de la guillotina, la que amenaza con amordazar su cruzada en defensa de la causa chechena. También malabarista de lo imposible, Cristina consagra sus jornadas a tratar de salvar del final a los desahuciados sin derecho al derecho, como también hace Alba en el país del feminicidio.

El derecho y la justicia no son palabras vacías en boca de estas cinco mujeres. Ellas han convertido lo que para muchos es una utopía o un privilegio de otros en una realidad. Trabajan en países donde ser mujer es un riesgo y tenderle la mano al indefenso, una insolencia que se paga con sangre o entre rejas. Estas cinco abogadas combaten desde el estrado por la defensa de los derechos humanos, una batalla de largo recorrido en la que, destacan unánimes, “no hay pausas ni descansos”.

Mazo firme en Irán 

Cuando tras la revolución islámica de 1979 los ayatolás decidieron que las mujeres debían ocultarse y no podrían ser abogadas, Shirin Ebadi (Irán, 1947) decidió que lo sería. “Desde entonces la vida de una iraní vale menos que la de un hombre. Si alguna osa pronunciar un discurso que menciona los derechos humanos estará atentando contra la seguridad del Estado y será perseguida”, asegura.

Su voz es firme y su gesto seguro. “Las leyes están para hacer justicia y yo busco la manera de que se cumplan”. Su tenacidad se premió en 2003 con el Premio Nobel de la Paz, el primero otorgado a una mujer musulmana. Su mazo firme no lo han aflojado ni las amenazas ni el frío carcelario. Cuando no estaba en Irán , su hermana y su marido han sufrido en su lugar la penitencia de las rejas. “Nunca voy a dejar de pelear porque creo en la justicia. Y porque me siento llena cuando consigo liberar a algún inocente”, declara.

Una luz en el corredor oscuro 

El desafío de Cristina Swarns es casi mayor. Porque las personas que ella defiende viven con la guillotina rozándoles el cuello. Su causa es el abolicionismo. “En EEUU a menudo me preguntan por qué he decidido consagrar mis días, mi vida, a acompañar a condenados a muerte, a entrar y salir de las prisiones, a estar con las familias de los desahuciados en barrios peligrosos, a pelearme con procuradores y periodistas… Y mi respuesta siempre es la misma: que para mí el honor es hacer mi trabajo”, señala la  abogada de la Asociación Nacional para del Fondo de Defensa de las Personas de Color.

Para ella la lucha contra la pena de muerte es un combate contra la pobreza y la exclusión. “La condena se usa en Estados Unidos para controlar a las comunidades más desfavorecidas. Si tienes dinero tendrás un abogado competente y casi con seguridad no serás condenado a la pena capital. A los pobres se las dan letrados sin experiencia, a quienes no se paga”, relata.

Denuncia que los afroamericanos sólo representan el 12% de la población americana y sin embargo, el 50% de los condenados son de color. Ahora Swarns representa a un desahuciado en Texas. Explica que la única prueba que le llevará a la silla eléctrica es el testimonio de un psicólogo que dice que ser negro representa un peligro para la sociedad americana. Ella tratará de impedirlo. “La manera en la que elegimos a los que van a morir nos a una idea de cómo tratamos a los que viven”.

Agente rusa de elite 

Karinna Moskalenko (Azerbayán, 1954) gesticula sin dejar de sonreír, aunque el fondo de discurso es mucho más siniestro. En su rostro se adivina su dinamismo y su coraje. Hace unas semanas celebró en su despacho de Estrasburgo el 35 aniversario del día que se colgó la toga y obtuvo el diploma ruso de abogada. “Trabajar en Francia me permite defender mejor y con más libertad los derechos humanos en mi país”, dice.

Como sus compañeras de oficio, no habla de feminismo pero sí reconoce que en su departamento de la Corte Europea de Derechos Humanos todas sus compañeras calzan tacón. “Los pocos hombres que había se han ido. ¡Será porque no aguantan el ritmo de trabajo, la presión!”, ríe.

Esta abogada es una especie de agente de élite que resuelve los casos más complejos. No teme los desafíos, ni los toques de atención que ha recibido desde la fría Moscú, desde siempre contra ella por su papel de portavoz de las víctimas chechenas. También ha defendido al magnate del petróleo Mikhail Khodorkovsky, a Garry Kasparov y a la familia de Anna Politkovskaya, la periodista rusa asesinada en 2006. “Creo en el sistema, en que la justicia existe y que las desigualdades se pueden combatir”, proclama.

Justicia en las Favelas 

Valdenia Paulina eligió estar al lado de los descastados, trabajar en el inframundo de un país “con una cara amable” pero un fondo ingrato. Esta brasileña pelea cada día en las favelas del país para dar una vida digna a los jóvenes, mujeres y niños que las habitan.

También abogada, forma parte del 8% de personas de origen humilde que ha conseguido ir a la universidad, del 0,1% de descendientes de negros con título en Brasil. “Es difícil vivir en un país con tantas desigualdades porque los pobres no saben que tienen derecho a la justicia, que existe la ley y que ésta también está hecha para ellos”, relata.

Cuando, aún adolescente, dijo que quería estudiar su familia la rechazó. Su carrera no fue fácil: sufrió violencia sexual y física. El silencio del destierro. “Lo peor es la soledad. Pero cuando veo que hay otras mujeres en otros puntos del mundo que luchan como yo eso me da fuerzas para seguir”.

La voz contra el feminicidio

Alba Cruz trabaja en México, uno de los países más peligrosos para todo aquel que ose hablar, escribir o rebelarse contra la mordaza del sistema. Ser mujer es un aspa más en el expediente, un estigma. Sobre todo si su voz se revela molesta. Esta abogada defiende a los indígenas, otra minoría marginada y maltratada. “Tengo la firme convicción de que se pueden cambiar las cosas. Eso fue lo que me motivó a empezar y es lo que hace seguir trabajando”, dice.

Decidió aplicarse con el Código Penal cuando vio cómo en Oaxaca se cambiaba a las mujeres por mulas o por dinero. El trueque, la tortura y las desapariciones son actos cotidianos contra los que se rebela. “Lo más difícil es todas las cosas a las que renuncias. A tu familia, a estar más tiempo con tus hijos. Luego está el riesgo.. En un país como México, nunca estás segura, pero vale la pena cuando ves pequeños progresos, cómo la gente mejora su vida gracias al empujón que les has dado”, dice.

En el día internacional de la mujer no defienden su causa de género. No lamentan su condición, aunque sí reconocen que lo tienen más difícil. Solo reclaman justicia e igualdad para todos los humanos, mujeres y hombres, la causa que parecía perdida y por lo que llevan peleando décadas. 

Cuando Valdenia anunció que consagraría su vida a las causas perdidas su familia la repudió. Primero por abrir los libros -"una mujer no estudia, se ocupa de su casa"-. Después, por osar defender lo indefendible. Shirin sabe mucho de burlar imposibles. Ha subido muchas montañas, con el mazo de la fe manipulada intentando colocarle unas esposas en la boca. Karinna ha sorteado de momento el filo soviético de la guillotina, la que amenaza con amordazar su cruzada en defensa de la causa chechena. También malabarista de lo imposible, Cristina consagra sus jornadas a tratar de salvar del final a los desahuciados sin derecho al derecho, como también hace Alba en el país del feminicidio.

El derecho y la justicia no son palabras vacías en boca de estas cinco mujeres. Ellas han convertido lo que para muchos es una utopía o un privilegio de otros en una realidad. Trabajan en países donde ser mujer es un riesgo y tenderle la mano al indefenso, una insolencia que se paga con sangre o entre rejas. Estas cinco abogadas combaten desde el estrado por la defensa de los derechos humanos, una batalla de largo recorrido en la que, destacan unánimes, “no hay pausas ni descansos”.