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La Pasión en Sevilla ya tiene nombre de mujer
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ENTREVISTA A MARUJA VILCHES TRUJILLO

La Pasión en Sevilla ya tiene nombre de mujer

Aquel Martes Santo de 1985, monseñor Carlos Amigo Vallejo, desde un rincón de la ciudad de Sevilla, saludó con la mirada a cinco nazarenos de la

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La Pasión en Sevilla ya tiene nombre de mujer

Aquel Martes Santo de 1985, monseñor Carlos Amigo Vallejo, desde un rincón de la ciudad de Sevilla, saludó con la mirada a cinco nazarenos de la hermandad de Los Javieres a su paso por la carrera oficial. Iban recogidos y ataviados todos con la túnica negra. Y en esa Sevilla donde el mundo cofrade suele escrutar con extraordinario celo cada detalle, desde el movimiento de un pétalo al dibujo que hace la nube de incienso en el horizonte suave de la primavera andaluza, la hermandad de Los Javieres burló a la historia sin pecar con el engaño, y sin que nadie supiera el verdadero misterio que aquella tarde encerraba en su procesionar por la Semana Mayor.

Aquellos cinco nazarenos eran de hecho cinco mujeres que por primera vez salían vestidas con la túnica cofrade. Tenían el beneplácito del cardenal, pero con una condición: que nadie se enterara. La nazarena que portaba la bandera concepcionista se llama Maruja Vilches Trujillo, y esta semana ha conseguido que la mujer ocupe por primera vez en la historia de la Semana Santa sevillana el cargo de hermana mayor. “Fue un reconocimiento que se nos quiso hacer por la labor que desarrollábamos, por nuestra entrega…”.  Maruja recuerda ahora la irrupción “clandestina” de la mujer en la carrera oficial y la nostalgia le inunda los ojos al hablar del cardenal.

Cuando Monseñor Amigo Vallejo llegó a Sevilla, en la década de los ochenta, el mundo cofrade a punto estuvo de rebelársele. Se le acusó de no entender a las hermandades, “era castellano y, es lógico, un castellano no entiende eso de llamarle guapa a la Virgen o los olés al paso de palio”. A monseñor se le sometió a una larga cuarentena que cumplió con espíritu franciscano. Y con el tiempo, a aquel fraile que tuvo que decir que Sevilla no se merecía a alguien como él, porque el Vaticano no le concedía el rango de cardenal, que le llegaría después de demasiado tiempo de espera, se le recuerda en el universo capillita con emoción y, sobre todo, la mujer que quiere ser cofrade tiene sobrados motivos para estarle agradecida.

Maruja Vilches, 70 años, cuarenta de ellos como profesora de Literatura en un colegio público del barrio de la Macarena, hermana mayor ya de hecho de la Hermandad de Los Javieres, no es feminista. “Quiero que la mujer alcance todas metas, y de hecho hoy las universidades están llenas de chicas. Pero en ningún momento me he sentido feminista; soy mujer, esposa, madre… Me gusta arreglar mi casa y para nada exijo el cincuenta por ciento en las labores del hogar”. En cualquier caso, en la hermandad en la que acaba de hacer historia como primera hermana mayor, su esposo, José Jesús Márquez, es diputado de Caridad, ya fue hermano mayor también en dos ocasiones, y por tanto está a lo que ordene quien puede hacerlo, según el libro de reglas.

Una hermandad joven y conservadora

Los Javieres es una corporación joven, su fundación se remonta a los años cincuenta, tiene por tanto la impronta de un tiempo nuevo, lo que le puede permitir asumir los cambios con más normalidad que otras con varios siglos de existencia. Sin embargo, como todas las corporaciones que se fundaron después de la Guerra Civil partiendo del impulso jesuita, tiene un perfil conservador, que la propia hermana mayor reconoce, “yo también soy muy conservadora”. Y en este equilibrio, el hecho de que pase a la historia como la primera hermandad en concederle a una mujer la vara dorada se compagina con una labor social que llega al barrio marginal de las Tres Mil Viviendas, de donde el único referente que se tiene en el mundo que consideramos civilizado es la guitarra de Raimundo Amador. 

Maruja Vilches organiza talleres con jóvenes que aun siendo sevillanos se ven sumidos en un gueto cuando hablan de la ciudad,  “vamos a ir a Sevilla…”.  Y baja por la escalinata social desde su piso en Residencial Dueñas, junto al palacio de la Duquesa de Alba, hasta ese submundo en el que la saeta pasional encuentra la carne humana que la sostiene en un grito permanente y sin remedio.

La lucha contra los elementos

Desde aquel Martes Santos de 1985 en que las cinco nazarenas salieron sin que Sevilla se enterara, ha llovido mucho, y sobre todo ha habido que luchar con los malos presagios que envuelven el cielo. Y así, otro Martes Santo, el del año pasado, Maruja Vilches, en funciones de hermana mayor, tuvo la oportunidad de vivir ese momento en el que los relojes se suelen detener como ocurre en la Maestranza cuando aparecen los grandes toreros. Sobre la tarde sevillana se cernía una amenaza de tormenta. La Hermandad de Los Javieres estaba a punto de salir, y con la vara dorada en su mano derecha, Maruja Vilches tenía ante sí ese momento en que un hermano mayor, aunque en su caso aún fuera en funciones, ha de demostrar que es capaz de retar al cielo. No hay mayor riesgo para el responsable de una cofradía que errar en una salida y someter una talla al poder corrosivo de los elementos.

Con la Cruz en el dintel de la iglesia de la calle Feria, la hermandad pendiente de su decisión y cientos de personas esperando ver salir sus sagradas imágenes, “miré la cara de los niños, los ojos anhelantes de esos pequeños, y decidí dar la orden de salida”. Cuando los pasos estaban en la calle, el cielo pareció querer abrirse, la gente aguantó la respiración, callaron los aplausos y se hizo un silencio preñado con tantas incógnitas como malos presagios. “Tuve que ordenar la vuelta… Fue como si Dios, desde allá arriba, me hubiera dicho ‘Maruja, a pesar de tu firme voluntad, hay cosas con las que no puedes”, y los mismos aplausos que sonaron minutos antes, volvieron ahora para agradecerle la decisión a partir de la cual cientos de hermanos y miles de devotos se quedaban sin ver pasar su cofradía después de un año de espera. Sólo un cofrade sabe lo que valen las lágrimas que se deslizan por el interior del capirote cuando un paso vuelve al templo sin haber procesionado.

El mejor olé se dice en Barcelona

Con cincuenta pregones en su haber, pasionales, de Gloria y rocieros, Maruja desgrana la liturgia cofrade sin que haya atril que se le resista. Una de sus mejores experiencias la vivió en Barcelona. Invitada por el Consejo de Hermandades y Cofradías de la Ciudad Condal, animada por la presencia de hermandades como las del Gran Poder-;Macarena y Las Angustias, “se nota que la fundaron sevillanos”, Maruja preparó un pregón como los que ella suele hacer en Sevilla. “He tenido la oportunidad de escuchar muchos olés en mi viva, muchos, pero como aquellos de Barcelona, ninguno”. El público gritando olé, olé, el templo a reventar y Barcelona sin saber si una exclamación así pertenece a la lengua catalana o a la modalidad de habla andaluza. Aquello fue para ella una experiencia difícil de compaginar con el discurso de los nacionalismos, y es que “cuando se llama a una sevillana para que dé un pregón, tiene que ser para que dé un pregón sevillano”.

 Así es si así parece. La toma de poder de esta mujer como primera hermana mayor de la historia cofrade de Sevilla no ha levantado resquemor alguno en el sector masculino. “En las hermandades no hay ese machismo que algunos creen, aquí todos colaboramos”. Es posible. En cualquier caso, para alguien que tuvo que salir por primera vez como nazarena de forma clandestina, aunque con la correspondiente licencia de la autoridad competente, y está curtida en la cooperación en zonas como las Tres Mil Viviendas, con la iglesia de San José Obrero, no es previsible que haya muchos retos que le arredren… Y si el destino amenaza lluvia, basta con mover un poco la vara de hermana mayor.

Aquel Martes Santo de 1985, monseñor Carlos Amigo Vallejo, desde un rincón de la ciudad de Sevilla, saludó con la mirada a cinco nazarenos de la hermandad de Los Javieres a su paso por la carrera oficial. Iban recogidos y ataviados todos con la túnica negra. Y en esa Sevilla donde el mundo cofrade suele escrutar con extraordinario celo cada detalle, desde el movimiento de un pétalo al dibujo que hace la nube de incienso en el horizonte suave de la primavera andaluza, la hermandad de Los Javieres burló a la historia sin pecar con el engaño, y sin que nadie supiera el verdadero misterio que aquella tarde encerraba en su procesionar por la Semana Mayor.