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Miedo a la venganza en Palomares tras el asesinato de tres gitanos
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80 EFECTIVOS DE LA GUARDIA CIVIL VIGILAN LA ZONA

Miedo a la venganza en Palomares tras el asesinato de tres gitanos

A sangre caliente, herido por una paliza, harto de las amenazas, cogió su fusil. Los encontró en la subida a la calle Pedro Mula, en el

Foto: Miedo a la venganza en Palomares tras el asesinato de tres gitanos
Miedo a la venganza en Palomares tras el asesinato de tres gitanos

A sangre caliente, herido por una paliza, harto de las amenazas, cogió su fusil. Los encontró en la subida a la calle Pedro Mula, en el Cabezo de Palomares Bajo. Entonces se convirtió en el asesino de tres miembros de una familia gitana. J.A.Z., de 38 años, trabaja en la construcción, y sufría continuos robos a su vivienda. Sabía muy bien quiénes eran. “Si no quitas las denuncias vamos a matar a alguien de tu familia”. J.A.Z. no retiró las denuncias. Luego llegó la venganza contra el payo. Y la réplica asesina.

Palomares, la pedanía de Cuevas de Almanzora famosa por el accidente nuclear del 17 de enero de 1966 y por el baño en el mar con el 'meyba' verde de Manuel Fraga, estaba muy tranquilo a las 21 horas. En el bar Valero, Anastasio Valero, de 67 años, y su hija, Catalina, servían cervezas, claras con limón y pinchitos morunos. Francisco Castro, también de 67, contaba historias de la bomba y hablaban de las próximas fiestas.

En el bar Tomás de la Plaza de la Constitución no había ni un solo nativo. Todos británicos y alemanes. Y magrebíes. Anastasio se fue con su mujer a celebrar Santa Ana. Volvió en una hora con la noticia del asesinato de los tres gitanos. Castro ya lo sabía. Durmieron inquietos, temerosos de una revuelta social.

Palomares amanece sin novedad. Son las 11 de la mañana y unos 80 efectivos de la Guardia Civil vigilan la zona. “Por ahora todo está muy tranquilo”, cuentan a El Confidencial fuentes del Instituto Armado. La Guardia Civil merodea en Palomares Alto. También en el centro de la pedanía, junto a la sucursal de Cajamar. Y en el kilómetro 8 de la AL-8104, al principio de la calle Pedro Mula, cerca del Cabezo. Más arriba, aún quedan restos del tiroteo. La huella de la mancha de sangre se percibe en un muro gris, frente a una suerte de desguace de electrodomésticos abandonados.

La familia de los gitanos no quiere hablar. En la plaza de la Constitución hay un negocio de la familia de J.A.Z. “No sabemos nada de lo que ha pasado”, cuenta su prima. “Esta es una desgracia para toda la vida”, reconoce. “Sufría muchos robos y es lógico que se te pueda ir la chaveta”, relata un vecino de Palomares de unos sesenta años.  

Una joven abuela pasea a su nieta en el cochecito de bebé en la bajada del centro de Palomares. “Aquí no hay justicia de ninguna clase. Hacen lo que quieren”, relata la señora. “Hay ciertos alcaldes del Levante almeriense que protegen a los gitanos porque dan muchos votos. En vez de reinsertarlos en la sociedad se convierten en guetos protegidos. Incluso en municipios no pagan ni impuestos”, explica una vecina.

J.A.Z. está ingresado en el hospital de Torrecárdenas. Los cadáveres están a la espera de la autopsia del médico forense. A los familiares del asesino les invitan al exilio. El asesinato a sangre caliente siembra Palomares de venganza.

A sangre caliente, herido por una paliza, harto de las amenazas, cogió su fusil. Los encontró en la subida a la calle Pedro Mula, en el Cabezo de Palomares Bajo. Entonces se convirtió en el asesino de tres miembros de una familia gitana. J.A.Z., de 38 años, trabaja en la construcción, y sufría continuos robos a su vivienda. Sabía muy bien quiénes eran. “Si no quitas las denuncias vamos a matar a alguien de tu familia”. J.A.Z. no retiró las denuncias. Luego llegó la venganza contra el payo. Y la réplica asesina.