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El regreso de los diamantes de sangre: reabren la mina más importante de Zimbabue
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ESCENARIO DE TORTURAS Y VIOLACIONES

El regreso de los diamantes de sangre: reabren la mina más importante de Zimbabue

La autorización concedida por el Kimberly Process (un organismo internacional patrocinado por la ONU que regula el comercio de diamantes) para reabrir la mina de Marange,

Foto: El regreso de los diamantes de sangre: reabren la mina más importante de Zimbabue
El regreso de los diamantes de sangre: reabren la mina más importante de Zimbabue

La autorización concedida por el Kimberly Process (un organismo internacional patrocinado por la ONU que regula el comercio de diamantes) para reabrir la mina de Marange, en Zimbabue, ha vuelto a desatapar un problema tan recurrente como devastador en África: los diamantes de sangre.

Marange es la explotación más importante descubierta en el continente en la última década; una mina a la que se prohibió en 2009 vender las preciadas gemas tras constatarse que estaba controlada por el Ejército de Zimbabue y que éste empleaba torturas constantes contra los trabajadores. Se calcula que más de 200 empleados o campesinos de la zona han muerto en la mina. “Se constató un sistema de los horrores con el que el Ejército desplazó en 2008 a miles de campesinos a los que se obligó a trabajar en la mina. Había violaciones, palizas y un sistema de semi esclavitud”, señala un informe del Kimberly Process.

“Muchos trabajadores preferían arriesgar sus vidas intentando robar alguna piedra preciosa de una explotación aluvial en la que los diamantes se encontraban usando una simple pala sobre la superficie. Los que eran descubiertos se enfrentaban a torturas que servían de escarmiento”, añade el estudio.  

En todo caso, pese a la prohibición, se ha denunciado que la mina mantuvo un comercio ilegal de gemas a través de la vecina Mozambique. Las palizas y las miserables condiciones de trabajo acabaron provocando que la “vergüenza” internacional colgara el cartel de “cerrado por inhumano”, pese a la oposición de algunos países con intereses en el sector.

¿Han acabado las atrocidades?

“Nosotros representamos a los pueblos que han padecido la violencia de los diamantes y a las comunidades que esperan beneficiarse de un comercio justo. Se ha tomado la decisión de reabrir la explotación sin que esté claro si se han acabado las atrocidades”, denuncia Aminata Kelly, representante de una ONG de Sierra Leona, tras conocer la reapertura de Marange. Un país, como Angola y El Congo, que probó en su propia carne la afilada hoja de la piedra preciosa durante su guerra civil, cuando el presidente de la vecina Liberia, Charles Taylor, financiaba las huestes rebeldes que asesinaron a cerca de 200.000 personas en su país vecino y a las que pagaba con los valiosos cristales.

De hecho, el control de ese jugoso mercado fue una de los razones para incentivar uno de esos conflictos que han desangrado África y una de las razones que obligó a formar el Kimberly Process. “Ismael Dalramy perdió las manos en 1996 a consecuencia de dos rápidos hachazos”, explica Greg Campbell al comienzo de su libro Diamantes Sangrientos.

Tras todo el revuelo, lo que hay en juego es multitud de intereses económicos. La mina de Marange ha pasado de manos de una compañía inglesa a un consorcio en el que participan China, Sudáfrica y el propio Zimbabue. ¿Adivinan quién ha empujado más para que se reabra el negocio? Parece, sin embargo, que la decisión del organismo internacional de reabrir la mina obligará al menos a tapar las vergüenzas e impunidad con la que se trataba antes a los trabajadores. Marange es sólo un ejemplo más de la terrible ecuación africana entre corrupción y recursos naturales, historia arrastrada desde la época colonial y que ha empeorado tras los procesos de independencia.

Champán en el desierto

La primera máquina de rayos x que se instaló en África lo hizo en una pequeña población del sur de Namibia, en medio del desierto, y que fue abandonada hace ya 50 años: Kolmanskop. Eran tiempos de la colonia alemana. En 1909 un trabajador negro descubrió una piedra brillante de la que pronto se apropió su amo. Un trozo de puro desierto se convirtió en una villa próspera, en la que había un hospital, un teatro, una bolera y el champán servía para enjuagar las  manos. Era probablemente uno de los lugares más desarrollados del continente, donde se llegó a crear una rudimentaria máquina de aire acondicionado. Fue allí donde se instaló el ingenioso invento que servía para fotografiar el interior de los cuerpos. Sin embargo, no se instaló para diagnosticar enfermedades: se colocó para controlar que los trabajadores negros, que vivían en barracones apartados de la lujosa vida colonial, no se comieran los diamantes y los sacaran en sus estómagos de estraperlo.

Hoy, Kolmanskop es un pueblo abandonado, cuyas lujosas casas se come la arena del desierto. Ya nadie vive allí. Una metáfora casi perfecta de la historia de los recursos naturales africanos.

La autorización concedida por el Kimberly Process (un organismo internacional patrocinado por la ONU que regula el comercio de diamantes) para reabrir la mina de Marange, en Zimbabue, ha vuelto a desatapar un problema tan recurrente como devastador en África: los diamantes de sangre.