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“Hago lo que quiero y cuando alguien me contradice le hostio”
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CONSECUENCIAS DE LA BANALIZACIÓN DE LA VIOLENCIA Y LA AUTORIDAD

“Hago lo que quiero y cuando alguien me contradice le hostio”

El agredido, de 29 años, se despertó en el hospital cuatro días después de la paliza: había recibido varias patadas en la cabeza que le dejaron

El agredido, de 29 años, se despertó en el hospital cuatro días después de la paliza: había recibido varias patadas en la cabeza que le dejaron inconsciente. Aunque se encontraba mejor, aún no había logrado recuperar el habla. Los agresores, de 18 años, de clase acomodada y sin antecedentes, fueron puestos en libertad con cargos tras declarar en el juzgado. Pero el incidente, una agresión que tuvo lugar en el metro de Berlín sin motivo aparente, ha sobrepasado con mucho el ámbito estrictamente privado, dada la frecuencia con que se está produciendo esta clase de actos sin sentido y la violencia exacerbada que emplean los agresores. El vídeo que reproducimos a continuación podría herir su sensibilidad.

Estos actos gratuitos y desproporcionados nos señalan la existencia de una patología social grave a la que no sabemos dar exacta explicación. Si hasta ahora estábamos acostumbrados a una violencia instrumental que se empleaba, por ejemplo, como medio para robar, ahora se están dando casos que invierten los términos. Como afirma Javier Urra, doctor en psicología en la especialidad de clínica, “hemos llegado al extremo de que se producen robos simplemente para encubrir lo que verdaderamente se busca, agredir. Primero golpean y luego, avergonzados de lo que han hecho, roban”.

Estamos ante un problema de difícil solución y múltiples lecturas. Para la psicoanalista y escritora Lola López Mondéjar, entre los diversos factores que se dan cita en estos casos aparecen en lugar destacado “la  banalización de la violencia, el descrédito de la autoridad (que no da ejemplos precisamente de respetar las normas y de recibir el castigo que su transgresión merece), y una cierta impunidad de las conductas, lo que produce que la violencia se incorpore más fácilmente en el repertorio de conductas que los jóvenes ensayan para afirmarse”.

En este sentido hay que interpretar el hecho de que el juez alemán no decrete el ingreso en prisión de los dos imputados “porque no hay denuncia contra ellos  (en espera de que la víctima la formule), cuando debería ser el propio Estado quien efectuase la denuncia, sancionando una conducta que no actúa  sólo contra un particular, sino contra el concepto mismo de convivencia”.

En cuanto al sentido de estos actos, muchos de ellos tienen que ver, asegura Urra, con un  deseo de autoafirmación que no encuentra límites. “En esta violencia incontenida, gratuita o lúdica lo que se busca es priorizar el yo. Yo soy el centro de todo, hago lo que quiero, y cuando alguien me contradice le atizo”. Para López Mondéjar, quienes la ejercen obtienen como ganancia “la ficticia sensación de dominio sobre la víctima, y esa virilización o fortaleza aparente que tantas veces hemos visto asociada al ejercicio de la violencia”. Esta clase de conductas están, además, directamente relacionadas “con la dificultad de procrastinación, de postergar o demorar los deseos, característica del presentismo de los jóvenes actuales. La falta de control de impulsos en otros órdenes dificulta el control de la agresividad y facilita la expresión violenta de conflictos internos que son desplazados sobre otras personas”.

Fallos educacionales

Hay numerosos elementos, asegura Gabriel Dávalos, profesor de psicología social en la Universidad CEU-San Pablo, que ayudan a que los jóvenes no reciban la educación adecuada y que, por tanto, acaben desarrollando actitudes muy agresivas. Entre ellos aparecen algunos propios de los nuevos medios de comunicación, “como la gran cantidad de estímulos, visuales, auditivos y de contenido, que incitan a la violencia. Desde la televisión a los videojuegos nos bombardean con tantos estímulos que se hace difícil que los chicos los pueda procesar correctamente”.

También hay elementos surgidos al hilo de los nuevos medios de relación social, ya que “hay chicos que cuelgan lo que hacen para disfrute de otros, probablemente en busca de su aprobación”. Un tercer factor es el clima familiar, toda vez que “cuanta menos cohesión y más dispersión se da en la familia, más probables resultan este tipo de conductas externalizantes”. Las altas expectativas puestas en los chicos, sobre todo cuando no hay comunicación con ellos, también son un factor de riesgo, como lo es la ausencia de una educación que enseñe valores de respeto, solidaridad y honestidad. “Tenemos que enseñarles a decir “asumo las consecuencias de mis actos”, “soy responsable”, en lugar de “tengo derecho”, “es mi vida” o “te voy a denunciar”.

Sin embargo, no puede enfocarse esta situación solamente desde la perspectiva de una juventud que lo quiere todo, que no sabe contener sus deseos o que ha perdido toca capacidad de empatía. Las responsabilidades van más allá de una supuesta forma de ser de nuestros adolescentes. No sólo porque estas conductas se hayan extendido entre colectivos de otras edades, sino porque también revelan hasta qué punto están fallando los mecanismos de contención social. Como asegura Urra, no estamos poniendo los medios preventivos y de sanción necesarios para que estas clases de conducta tiendan a desaparecer.

“Es verdad que hay chicos que se sienten muy a gusto haciendo sufrir a los demás, y como están jodidos intentan que otras personas también lo estén, pero la sociedad tiene que hacer más. Por ejemplo, hay chicos que salen a la calle a divertirse llevando una navaja y eso suele tener consecuencias muy negativas. Sería conveniente que la policía realizase ocasionalmente cacheos entre los jóvenes, y que sancionasen a los padres de aquellos a los que les encontraran un arma”. Para Urra, los progenitores son una pieza clave, también en lo que se refiere a la responsabilidad social. “Echo de menos que algún padre de quienes cometen actos violentos salga a pedir perdón públicamente. Que diga que quiere a su hijo, que va a estar a su lado, pero que se avergüenza de lo que ha hecho”.

Cuando el futuro no existe

Además, hemos de tener en cuenta que, en muchas ocasiones, el pulso a la autoridad permanente que realizan algunos niños y adolescentes, tiene que ver con que los estamos dejando solos. “Hay menores que están desprotegidos, algo que se esconde diciendo que es mejor la calidad que cantidad. Eso es una falacia, porque los hijos necesitan que estemos a su lado y no podemos engañarnos diciendo que como estamos poco con ellos, lo compensamos con tiempo de calidad”. En otro sentido, apunta López Mondéjar, hemos de ser conscientes de que estamos haciendo inútiles a los jóvenes al privarles de un lugar en la estructura social. “Nadie les espera y nadie les desea, lo que les lleva a descreer de las instituciones que deberían respetar. No es nada edificante el mensaje que se les está transmitiendo, y ellos responden desde la indiferencia hacia los mecanismos sociales instituidos (partidos, elecciones), y con el ataque hacia los símbolos de autoridad”.

Esas conductas sin regular, que tienen que ver con que “sienten que da igual lo que hagan, porque carecen de futuro”, se agravan en la medida en que carecen de mecanismos colectivos que les faciliten dar una respuesta a esta situación. El individualismo les ha enseñado a no unirse, y sucumben así uno a uno a la desesperanza”.

En todo caso, recalca López Mondéjar, hay que ser conscientes de que “este tipo de conductas no son la norma, y que los jóvenes hacen enormes esfuerzos por incluirse en el proyecto social, a pesar de las dificultades que se les presentan”.

Un tercer frente de acción tendría que ver con el de revisar las sanciones para quienes realizan esta clase de actos, Para Urra, “deberíamos poner más acento en la educación y menos en el endurecimiento de penas, que es algo que está bien, pero que sólo podrá evitar el segundo delito, y nunca el primero. La educación es lo más importante”.

El agredido, de 29 años, se despertó en el hospital cuatro días después de la paliza: había recibido varias patadas en la cabeza que le dejaron inconsciente. Aunque se encontraba mejor, aún no había logrado recuperar el habla. Los agresores, de 18 años, de clase acomodada y sin antecedentes, fueron puestos en libertad con cargos tras declarar en el juzgado. Pero el incidente, una agresión que tuvo lugar en el metro de Berlín sin motivo aparente, ha sobrepasado con mucho el ámbito estrictamente privado, dada la frecuencia con que se está produciendo esta clase de actos sin sentido y la violencia exacerbada que emplean los agresores. El vídeo que reproducimos a continuación podría herir su sensibilidad.