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¿Cristianofobia en la facultad? Los universitarios pasan de la polémica
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TRAS LA MANIFESTACIÓN EN LA COMPLUTENSE

¿Cristianofobia en la facultad? Los universitarios pasan de la polémica

Les ha bastado quedarse en ropa interior ante el altar y golpear unas cacerolas para provocar un debate sobre la existencia de capillas en las universidades.

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¿Cristianofobia en la facultad? Los universitarios pasan de la polémica

Les ha bastado quedarse en ropa interior ante el altar y golpear unas cacerolas para provocar un debate sobre la existencia de capillas en las universidades. Las jóvenes que irrumpieron en el santuario del campus de Somosaguas (Universidad Complutense de Madrid) han logrado su propósito. No obstante, si en los centros hay agencias de viajes, comedores, librerías, locales sindicales o entidades bancarias, ¿por qué lo religioso no ha de formar parte de la comunidad universitaria?

Para el Secretario General del Sindicato de Estudiantes, Tohil Delgado, “los que van a misa son una minoría y la religión no es un servicio público que el Estado tenga que garantizar. Quienes quieran ir que lo hagan en una iglesia al lado de su casa”. Delgado entiende que “es respetable que un joven tenga sus creencias religiosas, pero no en el ámbito de la universidad y en un espacio que se podría estar utilizando para mejorar la educación”. Si se aplicara esa lógica del espacio y de los números a otros movimientos, como el sindical o el de las asociaciones estudiantes, y se tuviese en cuenta el limitado número de estudiantes sindicados o asociados en las universidades españolas, ¿qué sucedería si alguien defendiera el cierre de los locales sindicales?, ¿en este caso sí debe asumir los gastos el Estado?, ¿cómo reaccionarían si se arrancara alguno de sus carteles o ante la quema de uno de sus símbolos la hoz y el martillo o el Ché Guevara?

Generalmente, esos locales  tienen entre 15 y 20 metros cuadrados y, a diferencia de las capillas, suelen estar en todos y cada una de las facultades universitarias. Los comparten sindicatos y asociaciones que tienen una impronta política muy marcada de uno y otro signo y reciben subvenciones públicas que se pagan con el bolsillo de todos los españoles. Sin embargo, Tohil Delgado sí entiende que el movimiento sindical sea un elemento clave para una universidad. “Es muy complicado  -dice- conseguir un local porque necesitas avales, firmas y proyectos que redunden en la vida universitaria y no como lo otro. La Iglesia tiene unos privilegios que no deberían existir en un sistema democrático”.

Capillas, campañas y solidaridad  

Hay quienes, sin embargo, ven tras las capillas universitarias algo más que una misa. Es el caso del Catedrático en Derecho Canónico, Daniel Tirapu: “Es que en torno a la capilla hay mucho más, ahí tienen  las campañas de los estudiantes para ayudar a enfermos de Sida, o la operación kilo para las personas necesitadas, o el reparto de café a altas horas de la madrugada en pleno invierno por los lugares más recónditos de Madrid. Los estudiantes hacen algo más que rezar, colaboran y se preocupan por los demás”. Por otra parte, la Universidad Complutense de Madrid es, por sus dimensiones, una especie de ciudad formada por una comunidad de 110.000 alumnos y 6.000 profesores. Cuando fallece uno de sus miembros, hay familias que agradecen contar con los servicios religiosos en la universidad donde han estudiado o donde han trabajado en vida.

Con la ley en la mano, la existencia de capillas en los centros universitarios es, desde todo punto de vista, legal. El Rectorado tiene libertad de decisión. Según Tirapu, “esto no es algo que ha puesto ahí, de repente, la Iglesia”. Las capillas están contempladas en el artículo V, del acuerdo firmado entre el Estado Español y la Santa Sede el 3 de enero de 1979, que reza: “El Estado garantiza que la Iglesia Católica pueda organizar cursos voluntarios de enseñanza y otras actividades religiosas en los Centros universitarios públicos, utilizando los locales y medios de los mismos. La jerarquía eclesiástica se pondrá de acuerdo con las autoridades de los Centros para el adecuado ejercicio de estas actividades en todos sus aspectos.”

Aguirre: “¿Por qué no se atreven con las mezquitas?”

La Presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, lanzaba esta semana el órdago verbal a las jóvenes que se manifestaron semidesnudas en la capilla de Somosaguas luciendo una cruz gamada sobre la imagen de Benedicto XVI: “¿Por qué no se atreven en las mezquitas?” De haberlo hecho, “estaríamos hablando -dijo- de un gravísimo problema”. A día de hoy el precio de meterse con un católico es muy barato. Si las mismas jóvenes que mostraron su ropa interior ante un altar hubiesen realizado esta acción en una mezquita o una plaza de Teherán se habrían jugado la vida.

Vivimos, según José M. del Hierro, sociólogo, un momento de regresión. “Hemos dado un enorme paso atrás. Lo que antes era un debate y un pulso a lo largo de la historia entre la fe y la razón se está viendo sustituido ahora por la fe y la intolerancia. Estamos en la sociedad de la información, y la desinformación es absoluta, hay quienes se manifiestan contra algo que ni si quiera saben documentar ni situar en la historia, se confunde el estado aconfesional con la exclusión de la vida pública de toda manifestación religiosa”, señala.

Los católicos piden respeto

Javier Salazar, sacerdote en la Diócesis de Toledo, entiende que sería un error ponerse a la misma altura. “Nuestras armas son la oración y la confianza plena en Dios, que también les quiere a ellos, por tanto nosotros no somos quiénes para juzgar. Ahora bien, somos un estado aconfesional, sí,  pero otra cosa diferente es que no se utilice el Estado de Derecho y no se sea beligerante contra quienes se saltan las normas. No vale todo, la libertad de opinión tiene un límite. Los católicos somos ciudadanos, no de segunda clase y el mismo respeto que ellos solicitan a la Iglesia para sus ideas agnósticas o ateas, también deben tenerlo hacia nosotros. Sin el respeto a la libertad religiosa -concluye el sacerdote- no existirá una convivencia real en nuestra sociedad”.

A pie de facultad, la polémica se vive con cierta indiferencia. “A mí me da exactamente igual -dice Olga, estudiante de derecho -, lo que me parece increíble es que con los problemas de paro y la falta de salida profesional que tenemos anden con este tipo de polémicas. ¿No será porque hay elecciones a Rector?”. Alba, estudiante de medicina, argumenta sin rodeos “yo vengo a estudiar y lo que haga el resto de la gente me da igual”. “¡Libertad para fumar y para rezar! -exclama Juanma, de veterinaria- ¿qué te parece lo que opino?”. “Escuché que llamaban fascistas a los policías cuando las arrestaron -dice Rafa, de periodismo-  y para mí fascismo es ser intolerante con las creencias de otros. Fuera los radicalismos ya sean de derechas o de izquierda, por favor, todos fuera de la universidad”.

La misa empieza a las 13:30 horas en Somosaguas, entran una docena de estudiantes y profesores, mientras, a escasos metros, en el local sindical, otro grupo de universitarios prepara las pancartas para una manifestación laica en San Bernardo.

Les ha bastado quedarse en ropa interior ante el altar y golpear unas cacerolas para provocar un debate sobre la existencia de capillas en las universidades. Las jóvenes que irrumpieron en el santuario del campus de Somosaguas (Universidad Complutense de Madrid) han logrado su propósito. No obstante, si en los centros hay agencias de viajes, comedores, librerías, locales sindicales o entidades bancarias, ¿por qué lo religioso no ha de formar parte de la comunidad universitaria?

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