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Sinestesia, el arte de ver la música, tocar la tristeza y oler los colores
  1. Sociedad
SE TRATA DE UNA COMUNICACIÓN ANÓMALA ENTRE AREAS CEREBRALES

Sinestesia, el arte de ver la música, tocar la tristeza y oler los colores

¿Puede ser amarillo un sonido? ¿Puede ser deprimente el tacto de unos vaqueros? ¿Puede provocarnos frío un olor? ¿Puede algo tener un sabor puntiagudo? Sí, si

Foto: Sinestesia, el arte de ver la música, tocar la tristeza y oler los colores
Sinestesia, el arte de ver la música, tocar la tristeza y oler los colores

¿Puede ser amarillo un sonido? ¿Puede ser deprimente el tacto de unos vaqueros? ¿Puede provocarnos frío un olor? ¿Puede algo tener un sabor puntiagudo? Sí, si somos sinestetas.

Debido a este fenómeno psicofisiológico llamado sinestesia, algunas personas pueden experimentar sensaciones en un determinado sentido (por ejemplo, el oído) cuando se estimula otro (pongamos, el tacto). Es decir, que pueden ver formas geométricas de colores cuando escuchan una canción, por ejemplo. Y no, no es fruto de su imaginación, ni de un empacho de drogas. La sinestesia es descrita por los neurólogos como una comunicación anómala entre áreas cerebrales, un “cruce de cables”, podría decirse vulgarmente.

Lo más común (en un porcentaje de un 49%) es que se crucen los cables de los estímulos léxicos (letras, números o palabras escritas) con los colores, de forma que el sinésteta léxico ve los grafemas de un determinado color, siempre el mismo, independientemente del tono en que esté impreso. La “a” siempre será roja y la palabra “teléfono”, por ejemplo, siempre será amarilla, la lea donde la lea. Este tipo de sienestesia la experimentaba el novelista Vladimir Nabokov, que protestaba de pequeño porque los colores de su alfabeto de madera no correspondían con lo que él percibía.

También es bastante frecuente (28%) que el sinesteta vea colores y formas cuando escucha ciertos sonidos (sinestesia musical). Por eso Frank Liszt le pedía a su orquesta que tocara “un poco más azul” o “no tan rosa”, algo que lógicamente los músicos no acababan de comprender.

Hay otros tipos de sinestesia menos frecuentes, como los provocados por el sabor (4%), el olor (4%), el dolor, el tacto o incluso las personas (3%).

Sí, las personas por sí mismas pueden ser un estímulo para los sinestetas que las perciben de algún color o tono en particular. Al parecer, de ahí viene la leyenda esotérica de que las personas poseen “auras” que sólo los más afortunados pueden percibir. De hecho es muy probable que algunos sinestetas fueran acusados de brujería en la antigüedad por asegurar que percibían el aura de la gente.

El hecho de que la psicología haya tardado en reaccionar ante este fenómeno ha provocado que muchos sinestetas que ‘salieron del armario’ fueran diagnosticados como esquizofrénicos, considerados drogadictos e incluso internados en hospitales psiquiátricos. Así lo cuentan Matej Hochel y el profesor Emilio Gómez Milán en la tesis La sinestesia: sentidos sin fronteras, texto al que pertenecen los datos estadísticos citados anteriormente.

Gómez Milán, psicólogo, explica a El Confidencial que aunque la sinestesia afecta sólo a un 0,05% de la población, existen “sinestesias culturales” que percibimos todos, como la expresión amarillo chillón. “Pero posiblemente esto sólo es una forma de hablar. Para ser una sinestesia verdadera, la persona al ver el amarillo debería sentir un grito en su cabeza”, especifica.

Podría parecer molesto escuchar un grito en la cabeza cada vez que se vea ese color, o, por ejemplo, saborear unas alubias nada más despertar al ver un anuncio de fabada en la tele (caso real de sinestesia vista-gusto). Pero la mayoría de los sinestetas están contentos con su condición. Imagine lo alucinante que debe ser acudir a un concierto y no sólo escuchar la música, sino poder contemplarla.

“Cuando oigo música, veo pequeños círculos o barras de luz verticales que se hacen más blancas o más brillantes, o más plateadas, en las notas más altas y adquieren un delicioso marrón intenso en las más bajas”. Este es el testimonio de Sue B., que experimenta la sinestesia musical no sólo con colores sino con luz y formas, como describe el psicólogo estadounidense Oliver Sacks en su libro Musicofilia (Anagrama).

Un acercamiento a esta sensación para la gente de a pie puede ser el comienzo de la película Fantasía, de Disney, un buen ejemplo de simulacro de sinestesia musical, aunque también se puede conseguir consumiendo drogas como el LSD o la mescalina o incluso mediante hipnosis.

 

 

Para la mayoría de los sinestetas su forma de percibir el mundo es la normal hasta que se dan cuenta, casi siempre por casualidad, de que no es así. Sucks recoge también el testimonio de otro psicólogo, Patrick Ehlen, sinesteta, que recuerda cómo en su primer curso en el colegio el maestro le vio con la mirada perdida y le preguntó qué observaba. “Estoy contando los colores hasta el viernes”, contestó. Sus compañeros se rieron tanto que Ehlen mantuvo el asunto en secreto hasta que fue adulto.

Rubén Díaz tampoco se había dado cuenta hasta que un miembro del equipo del profesor Gómez le ‘desenmascaró’ en una conversación casual. Su caso, como el de la mayoría, es el de una mente que combina varios tipos diferentes de sinestesia, predominando las de tipo grafema-color y sonido-color. Rubén, además, es daltónico, una condición especialmente extraña entre los sinestetas.

Para explicar a El Confidencial cómo experimenta sus sensaciones sinesteticas recurre a ejemplos sencillos: “La percepción sinestésica no es muy diferente de una percepción normal; cuando uno ve un color, por ejemplo, lo percibe un poco como cuando miramos al sol fijamente, apartamos la mirada y queda en nuestras retinas una mancha de color que dura unos segundos. Sería algo así. Un pequeño relampagueo, difuso y breve, pero claramente identificable, que ocurre delante de tus ojos. Tiene poco misterio”. Rubén ‘oye’ amarillos los sonidos metálicos, de campanas o timbres, y también percibe como amarillos “los sabores ácidos, los dolores agudos y los olores agrios”.

Como la mayoría de los sinestetas, él tiene pequeñas ventajas frente a los ‘normales’, como por ejemplo una mayor capacidad retentiva (es más fácil retener una secuencia de colores o sonidos). Sin embargo, como explica Gómez Milán, los sinestetas también suelen ser peores que el resto en matemáticas, dado que tienden a agrupar los números por colores (la misma razón por la que tienen buena memoria).

Como explica el propio Rubén, “a fin de cuentas la sinestesia es un trastorno de la percepción, pero no uno que te reste capacidades –como la ceguera o la sordera– sino que añade segundas y terceras percepciones, enriqueciendo en muchos casos la original –caso de la música, por ejemplo, a buen seguro mucho más rica y agradable desde la percepción sinestésica–“.

Convertir la música en pintura

Resulta obvio que este ‘colorido’ fenómeno potencia la creatividad de los sinestetas, de ahí que haya una estrecha relación entre arte y sinestesia, ampliamente ilustrada por Rubén Díaz en el blog Scarafaggio, por cierto. Personajes como Charles Baudelaire, Marcel Proust, Alexander Scriabin y Olivier Messiaen, entre otros, poseían esta facultad. Tom Yorke, de Radiohead, Arthur Rimbaud,  o Eddie Van Halen, son otros sinestétas famosos, y todavía se están estudiando posibles casos como los de Syd Barret y Jimi Hendrix.

¿Puede ser amarillo un sonido? ¿Puede ser deprimente el tacto de unos vaqueros? ¿Puede provocarnos frío un olor? ¿Puede algo tener un sabor puntiagudo? Sí, si somos sinestetas.

Universidad de Granada