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“¿Cómo se viste una madre que tiene que enterrar a su hijo?”
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LA DIFICULTAD DE AFRONTAR EL DUELO

“¿Cómo se viste una madre que tiene que enterrar a su hijo?”

“La noche del 11 de marzo de 2004 mis cuñadas me tuvieron que vestir, porque ¿cómo se viste una madre para ir a enterrar a un

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“¿Cómo se viste una madre que tiene que enterrar a su hijo?”

“La noche del 11 de marzo de 2004 mis cuñadas me tuvieron que vestir, porque ¿cómo se viste una madre para ir a enterrar a un hijo?”. Son palabras de María López, que perdió a su hijo Sergio, de 17 años, en los atentados del 11-M.

Como ella, muchas personas han tenido que aprender a vivir con la ausencia de un hijo, un padre, una madre, un hermano o un amor. No tienen más remedio. Hacer el duelo es complicado, pero no imposible. En este reportaje hablamos con familiares de las víctimas de los ataques terroristas de 2004, con supervivientes del accidente del Vuelo 5022 de Spanair, con seres anónimos que han sufrido la enfermedad terminal de un hermano o de una madre o la ruptura de una relación sentimental. A veces incluso, y dependiendo de las circunstancias de la muerte y del vínculo existente con el fallecido o el ausente, con quienes han perdido la ilusión por vivir.

Han pasado siete años desde aquel día en el que diez explosiones casi simultáneas en cuatro trenes en Madrid segaban 191 vidas. “Perder a un hijo es lo más difícil del mundo porque va contra toda naturaleza. No es lógico”, explica María López, que en la actualidad dirige el Proyecto de Apoyo Psicológico a Víctimas del 11-M (Asaty), en colaboración con la UNED, y que cuenta con 50 pacientes, incluidos niños. Es miembro, además, de la Junta Directiva de la Asociación 11-M Afectados del Terrorismo.
 
Ayudar a otros para ayudarse a sí mismo

Cuando asoma la tristeza, María habla con su hijo. “No creo en nada. Ni en religiones ni en políticos. Creo en mi hija, en mi marido y en el amor de Sergio. Y cuando hablo con él, siento su energía. Está muy presente”, confiesa emocionada.

El proceso de duelo lleva tiempo y las heridas van sanando gradualmente, aunque el apoyo externo puede resultar muy útil y fundamental. María y su marido necesitaron tratamiento psicológico para superar el trauma. “Ha sido un ir y venir de terapias. Ahora, ayudar a los demás me ayuda a mí misma. Sentir el abrazo de los otros miembros de la asociación me da la vida”. Una vida que más de una vez ha pensado en quitarse. “Llegué a pensar que no había salida. Esperaba oír las llaves, oler su colonia... Me decía a mí misma que ésta era la peor pena de muerte que existe. La que te mata poco a poco de dolor”, comparte la madre de Sergio.

Según Dulce Camacho, psicóloga y directora de la Asociación de Ayuda a Enfermos Graves y Personas en Duelo Alaia, asimilar una muerte después de una larga enfermedad “es menos complicado que en el caso de la muerte de un niño o de un joven”. Camacho tiene una experiencia personal que fue la que le llevó a fundar Alaia. Su hija Sara murió de manera repentina en 1996 con 18 años.
 
Coincide con ella Rafael Ballester, presidente de la Asociación Petjada, que brinda apoyo emocional para el duelo: "Que muera una persona de edad avanzada es más fácil de asimilar que el hecho de que muera una persona joven o un niño, quizás porque desde el punto de vista del ciclo vital es más natural despedir a un padre que a un hijo. Solemos pensar que al niño le falta mucho por vivir mientras que la persona mayor "ya ha hecho su vida" y además nos solemos sentir responsables de evitar cualquier mal a nuestros hijos y entre los males, la enfermedad y la muerte, con lo cual cuando muere un hijo nos sentimos especialmente impotentes para ayudarle y protegerle".
 
Escuchar y compartir los sentimientos con quienes también han sufrido una pérdida, reconforta. Así opinan algunos de los participantes en el Foro de Ayuda Mutua en el Duelo “Vivir la pérdida”: “Cuando descubrí esta página hace unos días, pensé que era una buena forma de exteriorizar tanto dolor que nos invade de formas diferentes, a veces de forma desesperante, otras, de manera más sosegada. No me alegra que a otros les suceda lo mismo, pero ayuda, porque, ¿quiénes pueden ser mejores oídos que aquellos que comparten este mismo tipo de sentimientos?”.
 
Canalizar el “odio” ante un accidente

Cuando se pierde a un ser querido, se experimentan todo tipo de emociones. Tristeza, preocupación, dolor, temor. Es normal sentir ira, incomprensión, culpabilidad, cansancio o simplemente vacío. A algunas personas les cuesta concentrarse, estudiar o comer cuando están atravesando una etapa de duelo. Otras pierden el interés por actividades que antes solían disfrutar. Son reacciones naturales frente a la muerte ya que el duelo es la respuesta emocional, física y espiritual ante una pérdida.
 
La ayuda de un terapeuta profesional puede ser muy útil, porque permite hablar de la pérdida y expresar sentimientos muy intensos, como los que afloran cuando se trata de un lamentable accidente en el que se mezcla “la ira” con la búsqueda de responsables. Superar la muerte de un ser querido es más difícil cuando se acercan fechas señaladas como cumpleaños, aniversarios o navidades. Muchos familiares de las 153 víctimas del Vuelo 5022 de Spanair, que se estrelló el 20 agosto de 2008 en el aeropuerto de Barajas, no pueden ni quieren hablar. Y es que en algunos casos han perdido hasta a cinco miembros de su familia.

Rafael Vidal, superviviente del accidente y fundador del grupo de Facebook Vuelo JK5022 / Flight JK5022 comenta que “hay que entender que mucha gente aún necesita canalizar el “odio” o rabia. En esto entiendo que ayudará la resolución del juicio. Te aseguro que mucha gente no va a descansar hasta que haya sentencia, lo cual nos va a llevar años”.

Rafael está implicado al 100% en el tema judicial, ayudando en lo que puede. Dice que “en mayor o menor medida todo el mundo ha recibido tratamiento médico; hasta el punto de que hay gente que aún no lo ha asimilado, y probablemente no lo asimile nunca”.

En este sentido, Dulce Camacho asegura que “el duelo hay que vivirlo, por lo tanto suele ser preciso que la persona pueda reconocer y expresar las emociones y sentimientos que le surjan. Por otro lado, aunque no suele ser aconsejable que el doliente se aísle, también es conveniente respetar los momentos en que necesite estar solo y conectado con el dolor o la tristeza por su pérdida”.

“Desde la aceptación, no desde la resignación”

Si se pierde a un familiar cercano, como un padre o un hermano, es posible que se sienta que nos han robado el tiempo para pasar con esa persona. También puede resultar difícil expresar su propia tristeza cuando los demás integrantes de la familia están apenados.

Fátima* lo sabe bien. En seis años ha perdido a su madre y a su hermano. Ambos de cáncer. “A mediados de 2004 ingresaron a mi madre y en dos horas la estaban operando de urgencia. El cirujano salió del quirófano y dijo: “Su madre tenía una obstrucción intestinal causada por un tumor de proporciones muy grandes. Hemos tenido que hacerle una colostomía. La cosa pinta muy mal, no hay mucho qué hacer”.

La madre de Fátima empezó un segundo ciclo de quimioterapia el 10 de mayo, hasta que llegó septiembre y la ingresaron. Tras una semana allí, murió. Fátima experimentó ese conocido sentimiento de culpabilidad que surge entre los que se quedan y requirió ansiolíticos para paliar la ansiedad y la tristeza. Se preguntaba: “Podía haber hecho esto mejor, quizás en eso me equivoqué... Llevé el duelo como pude. Entendí que todos morimos un día y que no era infrecuente perder un padre o una madre. Pero me daba mucha tristeza pensar en todo el sufrimiento que había padecido mi madre por culpa de su enfermedad”.

Un día, cansada ya de las pastillas, decidió recurrir a la acupuntura. “Recuerdo que cuando la doctora me preguntó “¿qué esperas conseguir con la acupuntura y la meditación?” le respondí: “quitarme esta nube negra que llevo agarrada al pecho”. Y lo consiguió. “Aquellas meditaciones me iban liberando de esa opresión en el pecho...Aprendí que debemos vivir asumiendo las cosas que nos suceden, pero desde la aceptación, no desde la resignación”.

En el caso de su hermano, que murió en octubre de 2009, Fátima reconoce que lo más duro fue el “durante”. “El después lo conocía. Sabía que iba a morir y que le iba a echar de menos. Lo realmente duro fue hacer como que no pasaba nada”. Le acompañaba al médico y le intentaba comprender, lo que generó mucha angustia en ella. “Llegaba a casa y me ponía a llorar, dormía muy poco, estaba insoportable con mis amigos y pareja, me sentía inútil”.

Aumentó la dosis de pastillas porque no conseguía dormir y cuestionaba: “¿Por qué mi hermano? Sólo tiene 39 años”. La sensación de incomprensión que sintió Fátima fue muy intensa. “La muerte se puede asimilar porque todos morimos; estamos vivos porque un día moriremos. Pero ¿y el sufrimiento? Ése no, es siempre gratuito e innecesario. Y ¿por qué tan joven?”.

Rafael Ballester, de la Asociación Petjada, le da la razón: "Eso no quiere decir que se sufra menos cuando hay una enfermedad previa. Por ejemplo en el caso de la muerte tras un proceso de demencia y una enfermedad muy prolongada con gran deterioro, se ha sufrido tanto en el proceso que cuando se produce la muerte casi no quedan lágrimas y además puedes pensar que una vida tal no merecía la pena prolongarse".

De cualquier modo, los psicólogos recomiendan acompañar al enfermo en la recta final ya que éste necesita de mucho apoyo emocional. Es una manera de desensibilizar nuestra propia muerte. Porque como explica la directora de Alaia, Dulce Camacho: “La muerte sigue siendo un tabú en la sociedad en que vivimos y desde ese punto de vista, el hecho de que no se hable de la muerte, de que se la esconda, influye mucho en el proceso de duelo. Las personas en duelo se ven enseguida presionadas por el entorno para que vuelvan a hacer su vida normal lo antes posible”.

La escritora y profesora de literatura Patricia Esteban Erles recuerda los últimos momentos junto a su madre: “Murió el 9 de abril de 2008. Era una enferma con mala salud de hierro, siete partos, un solo riñón y un corazón que iba marchando a trancas y barrancas, hasta que dijo "basta". La última hospitalización fue muy dura, el episodio más triste que me ha tocado vivir. Pasé con ella las dos últimas noches previas a las de su muerte. Le dije que yo estaba muy bien, que era feliz con mi vida, que mi primer libro salía enseguida y estaba muy ilusionada. Le dije que sin ella no hubiera aprendido a amar los libros... Le di las gracias por todo lo que ella me fue dando, y que la quería mucho”. Patricia no guarda ninguna fotografía de su madre. “Es una forma de llevar el duelo”, dice.

El fin de una relación

Existen muchos tipos de pérdidas y no todas tienen que ver con la muerte. Una persona también puede hacer duelo tras la ruptura de una relación íntima. “Cuando se acabó con ella pensé que no me volvería a enamorar jamás. Y tuve razón”, recuerda Pedro*. Tenía 22 años cuando conoció al amor de su vida en la Facultad de Derecho. “Después de tres años, la relación se deterioró mucho, hasta que terminamos”. Superarlo no resultó fácil. Pedro se quedó varios años sin capacidad de reacción. “He vuelto a querer, pero nunca tanto como a ella. Ella era especial y nunca la he olvidado”.

En opinión de Dulce Camacho: “Una pérdida sentimental es también, efectivamente, un duelo, aunque la diferencia fundamental respecto a una pérdida física es el carácter de irreversibilidad que posee esta última”. Y añade que “deberíamos aceptar la muerte como un hecho natural de la vida, como ocurre en otras culturas”.

Las mujeres de este reportaje ya lo han hecho. Quizás por ello Patricia Esteban Erles ha escrito sin saberlo el principio de una bella historia: “En días malos me he refugiado en la mañana verde irlandés en que fuimos a arrojar las cenizas de mi madre a unas termas romanas, cerca del pueblo donde nació. De joven, iba allí de romería, con sus amigos, y creo que fue uno de esos lugares en los que conoció la felicidad auténtica. Hacía sol, soplaba una ligera brisa y sus cenizas bailaron en el aire. Estábamos todos los hermanos y la vimos irse, fue muy hermoso”.

 Por su parte, las cenizas de Sergio se esparcieron en la Sierra de Lozoya. "Era un niño muy libre. Ahora es una estrella”, concluye su madre.

*Nombres ficticios a petición de los entrevistados.

“La noche del 11 de marzo de 2004 mis cuñadas me tuvieron que vestir, porque ¿cómo se viste una madre para ir a enterrar a un hijo?”. Son palabras de María López, que perdió a su hijo Sergio, de 17 años, en los atentados del 11-M.

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