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José Tomás y México, un idilio de amor y sangre
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José Tomás y México, un idilio de amor y sangre

“José Tomás es más mexicano que muchos mexicanos”, dicen sus amigos del país. Y no sólo es que lo sienta; tras las dos cornadas más

Foto: José Tomás y México, un idilio de amor y sangre
José Tomás y México, un idilio de amor y sangre

José Tomás es más mexicano que muchos mexicanos”, dicen sus amigos del país. Y no sólo es que lo sienta; tras las dos cornadas más graves de su carrera, las que le han puesto al borde la muerte -Autlán de la Grana en 1996 y el pasado 24 de abril en Aguascalientes- por sus venas corre más sangre azteca que española gracias a las transfusiones. México le ha dado todo: los peores pitonazos pero también grandes triunfos y experiencias vitales.

 

Presume de conocer la letra de todas las canciones del compositor mexicano José Alfredo Jiménez, que canta con buena voz; disfruta con la comida del país (enchiladas, tacos y chiles están entre sus favoritos) y el tequila en pequeñas dosis; el público le adora tanto como en España y tiene grandes amigos, especialmente en Aguascalientes, una ciudad del centro de México de gran tradición taurina y ganadera y en la que el diestro vive largas temporadas cada año con su pareja, Isabel, en la casa que compró. Aquí fue su bautismo de sangre como novillero en 1994.

A las puertas del Hospital Hidalgo de Aguascalientes no han faltado los mariachi. Los integrantes de Imperial azteca se han turnado para acudir al centro e interesarse por la salud del diestro, del que se consideran amigos después de tres años de cantar en sus celebraciones o para él y su novia en la Plaza 5 de Mayo. Cuentan a El Confidencial que 'Despacito', de José Alfredo, es su canción favorita y que canta “muy bien” como solista, acompañado por los instrumentos de los mariachi. “Se puede retirar de torero y ganarse la vida como cantante”, bromean.

Quienes lo conocen y aprecian aseguran que es “el mejor torero del mundo, pero como persona, es aún mejor”; sencillo, atento o generoso son palabras que se repiten en las bocas de sus amigos. El torero mexicano Fernando Ochoa, compadre y amigo desde que ambos dieron sus primeros pases como novilleros en el rancho del prestigioso ganadero José Chafik allá por 1994, asegura a El Confidencial que no ha cambiado desde entonces.

“Siempre ha tenido sus ideales muy claros y es respetuoso, callado, retraído, analítico, perseverante, con una gran fortaleza mental, no dado a muchos amigos pero totalmente entregado a quienes lo son”, dice el matador de Michoacán. Aunque por su posición en el escalafón taurino mundial tiene a su alcance lujos y comodidades y “lo humano es caer en eso”, el Príncipe de Galapagar, como le conocen en su patria adoptiva, “no los necesita para ser feliz, porque su felicidad es más grande, su fondo es mayor que el de un placer momentáneo” y mantiene los pies en la tierra.

Nunca comete excesos, ni siquiera cuando un triunfo taurino como las siete orejas cortadas en dos tardes en su reaparición en Madrid en 2008 lo justificarían. “Se marchó a casa, con su familia, y al día siguiente estaba desayunando papaya como si nada”, recuerda Ochoa, quien reconoce que “nunca” ha conocido a nadie igual.

Todo por hacer historia

El diestro mexicano fue uno de los primeros en vestirle de torero, cuando eran dos adolescentes con hambre de gloria y vivían con Chafik. Una tarde, mientras le amarraba los machos poco antes de torear un astado a puerta cerrada, José Tomás le dijo: “¿Qué sientes al estar vistiendo a una figura del toreo?”, a lo que le contestó: “¡No seas payaso!”; el de Galapagar ya tenía claro que daría todo por hacer historia: su arte, su torería y su sangre.

Repuesto de su primera cornada, en la Monumental de San Marcos de Aguascalientes, José Tomás le enseñó con “orgullo torero” una herida de 40 puntos en el muslo izquierdo. Ochoa recuerda cómo se impresionó y le preguntó si le dolía; “¿Te gusta?”, fue su respuesta. Y no es que sea un suicida o un loco, como algunos le reprochan, sino que su forma de entender el toreo, ese “hacer lo que los demás no hacemos y creemos que es imposible”, dice su compadre, obligatoriamente ha de pasarle factura.

Firme en sus convicciones, las defiende ante quien sea. Un ganadero quiso agasajar al presidente Felipe Calderón -gran taurino y seguidor de José Tomás- con un almuerzo campero y un tentadero con el madrileño como protagonista, pero lo rechazó. “Todos hubiésemos dicho que sí, pero él contestó que torea para él, ni por dinero, ni por relaciones ni por estatus”, rememora Ochoa.

Tras su retirada de los ruedos en 2002, fue en Aguascalientes, su trampolín taurino, donde decidió volver. Llegó con sus trastos de torear y se entrenó como si siguiese en activo: dos horas de toreo de salón al día, carreras por el campo con Ochoa, tentaderos en los que “era como si no se hubiese marchado cuando estaba delante de los toros”. “Sabía que le iban a exigir mucho y se preparó como si fuera un novillero hambriento de cumplir su sueño. Todos agradecimos su vuelta porque el ‘fenómeno José Tomás’ ha llevado la tauromaquia a niveles desconocidos”, afirma con orgullo su amigo.

Un joven novillero desconocido

Su apoderado, Salvador Boix, explica a El Confidencial la especial relación que mantiene el maestro con México, país al que llegó siendo un joven novillero desconocido para muchos y donde se esforzó y sacrificó para forjarse como uno de los mejores matadores que ha dado la tauromaquia. “Dejó muchas cosas muy lejos y fue muy duro para él, una época nada fácil”, recuerda. Pero intuyó otra cara de México que él no pudo conocer y que quiso vivir más tarde para saldar esa deuda; lo hizo y hoy es un enamorado del país y de su gente.

Cuando dejó los toros vivió “una transformación importante a nivel de madurez, de intentar buscar su camino” y ese proceso, que culminó con su regreso porque “vivir sin torear no es vivir”, tuvo su último tramo en México. En 2006 volvió a Aguascalientes y “se le reafirmó el alma torera”, además de “redescubrirse a él mismo y al país”, dice Boix.

En su proceso de reflexión sobre su vuelta al toreo tejió en Aguascalientes una red “muy profunda” de amistades, gusto por la comida, el clima, la forma de ser de la gente, el calor que recibe de la gente sin la presión mediática que sufre en España... Todo eso le dio la paz que necesitaba, cuenta su apoderado. A esto se suma su admiración por grandes toreros mexicanos como Manuel Martínez, considerado la principal figura del toreo mexicano de finales del siglo XX, o Silverio Pérez, la última gran leyenda del país y al que conoció en sus últimos años de vida. “Se siente de aquí y de allí”, concluye.

Su médico personal desde hace diez años, el sevillano Rogelio Pérez Cano, destaca a El Confidencial su “comportamiento estóico ante la vida” y cómo quienes lo rodean aprenden de eso. Como “estóico” también le define el cirujano cardiovascular Alfredo Ruiz, que le salvó la vida en la enfermería del coso hidrocálido: “Es de los mejores pacientes que hemos tenido, de una madurez sorprendente; no hace ni un gesto de dolor en las curas, y debe dolerle”, refiere a este diario.

José Tomás no hace alardes de su faceta benéfica. En su reaparición en la Plaza México en 2007 -donde tomó la alternativa 12 años antes- donó sus honorarios a los damnificados de las inundaciones de Tabasco; también lo ha hecho en otras plazas españolas. El año pasado creó una fundación con la que ha puesto en marcha proyectos educativos, de igualdad de género y contra la violencia doméstica a ambos lados del Atlántico. El último, 500 becas para estudiantes hidrocálidos, que entregó días antes de la gravísima cornada de la que se recupera en la actualidad.

Despacito y con el alma de acero, como cantaba José Alfredo, torea José Tomás. “Donde tú te pones no se pone torero alguno”, le ensalza su amigo, el compositor y ex torero mexicano José María Napoleón en el pasadoble que le compuso. Su rehabilitación será larga y dura, pero cuando vuelva a pisar el albero, como dijo su padre, “seguirá siendo el mismo”.

.- El diestro abandona el hospital en Aguascalientes

José Tomás es más mexicano que muchos mexicanos”, dicen sus amigos del país. Y no sólo es que lo sienta; tras las dos cornadas más graves de su carrera, las que le han puesto al borde la muerte -Autlán de la Grana en 1996 y el pasado 24 de abril en Aguascalientes- por sus venas corre más sangre azteca que española gracias a las transfusiones. México le ha dado todo: los peores pitonazos pero también grandes triunfos y experiencias vitales.