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El postporno: lo hacen porque les gusta
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LA ´PUTIFICACIÓN’ DEL FEMINISMO

El postporno: lo hacen porque les gusta

Las nuevas activistas como Itziar Ziga, Beatriz Preciado, María Llopis o Virginie Despentes,  no ocultan su cuerpo, sino que lo sitúan en primera línea del frente.

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El postporno: lo hacen porque les gusta

Las nuevas activistas como Itziar Ziga, Beatriz Preciado, María Llopis o Virginie Despentes,  no ocultan su cuerpo, sino que lo sitúan en primera línea del frente. No ocultan su sexualidad, sino que dicen querer aprovecharla al máximo y en todas sus posibilidades. En sus performances, en sus películas y en sus escritos no dejan nada a la imaginación: son las protagonistas de un uso explícito del sexo, tanto para el placer privado como para dejar clara su posición militante. 

 

Si bien, como explica Itziar Ziga, autora de Devenir Perra, y aun cuando hayan sido poco aireadas, siempre ha habido posiciones en el feminismo “que se desvincularon de la mojigatería reinante y optaron por hacer visibles sus cuerpos de una manera radical. Ahora existe una corriente amplia de performers, artistas y activistas que somos conscientes de que la mayor batalla del patriarcado se libra en nuestro cuerpo”. En ese sentido, ocultarlo, como hicieron algunas feministas en el pasado, “es una estupidez. No podemos caer en la trampa de estigmatizar nuestra sexualidad”.

Ziga asegura estar “orgásmicamente convencida de que estamos viviendo una revolución, una sexualización y una putificación del feminismo”, encarnada en pornofeministas como Annie Sprinkle, Marina Abramovic, Valie Export, Cosey Fanni Tutti o Verónica Vera, figuras de referencia que abrieron el camino a las activistas actuales.

Y es en este contexto donde el postporno juega su función. Según José Pons Bertrán, responsable editorial de Melusina, el sello literario que ha acogido a este movimiento, “se trata de apropiarse de cotos privados que antes estaban sujetos a un poder heteronormativo. Así, el porno era terreno del hombre heterosexual, y todos los contenidos estaban destinados a él. Ahora no: ellas han dado un golpe de estado a esa concepción”.

Lo que implica nuevos planteamientos. Ellas no lo hacen para ganarse la vida, sino porque les gusta y como forma de reivindicación política. “Y porque sí…Todos fabricamos nuestro porno. Lo que ocurre es que, además de hacerlo en nuestra casa, lo mostramos”. Y se trata de una actitud que sorprende a mucha gente. Lo que demuestra, según Ziga, “hasta qué punto la mujer ha estado dominada. Que nosotras lo hagamos delante y detrás de las cámaras o en un escenario, o en cualquier situación que nos apetezca, no tiene por qué generar ningún problema. ¿Por qué no puede haber mujeres que practiquen el sado delante de una cámara y disfruten con ello? Pero que una mujer sea dueña de su cuerpo es una de las cosas que más molestan a esta sociedad”.

Vivimos en un mundo, pues, que trata de normativizar lo sexual, frecuentemente convirtiéndolo en patológico. “Me aseguran que en el DSM V (el próximo manual diagnóstico de las enfermedades mentales editado por la American Psychiatric Association) la hipersexualidad va a ser considerada como patología. Y la pregunta es ¿quién me dice cómo tiene que ser la sexualidad moderada? ¿Cuántas veces tienes que hacerlo al día o al año, para ser considerada alguien normal?”.

“Damos miedo a los machos”

Quizá por ello, en las representaciones de la sexualidad que utilizan en sus prácticas artísticas (o en las simplemente pornográficas) yace una especie de desafío a las reglas dominantes tejido desde una actitud orgullosa y altiva. “Es que no puedes hacerlo de otra manera. No puedes exhibirte o ponerte a hacerlo en público a con miedo o con vergüenza. Llevan toda la vida diciéndonos que son cosas que sólo podemos hacer en la intimidad del hogar y sintiéndonos además culpables. Pues no es así”.

Y son actitudes que provocan, con cierta frecuencia, reacciones hostiles. La última, en Cádiz, donde Ziga participó recientemente en unas jornadas sobre prostitución organizadas por una asociación derechos humanos. “Quisimos hacer visible el asunto organizando en la calle un carril puta. Eso, dada la mojigatería reinante, fue recibido como una provocación, hasta el punto que terminó acudiendo la policía”. Hablamos de reacciones, asegura Ziga, dirigidas por el miedo. “Asusta que una mujer sea dueña de su cuerpo. Si eres directa, la gente se corta mucho. Si estamos en una discoteca y empezamos a jugar y a liarnos entre nosotras, nadie se atreve a tocarnos. Damos miedo a los machos porque vamos en grupo y no tenemos vergüenza”.

Comportamientos que, explica Ziga, están muy relacionados con un estado general de las cosas. “Hay quien nos pregunta por qué hacemos cosas así. La respuesta es evidente: porque vosotros nos habéis reprimido. A las mujeres se nos domestica socialmente a través del pudor: no debes hablar muy alto, ni decir lo que piensas, ni exhibirte. De modo que terminar con esos límites, hacer que exploten mostrándote como una zorra depravada, es lo mejor que podemos hacer las mujeres”. Y los resultados suelen ser muy positivos, afirma Ziga. “Soy más respetada por los hombres desde que voy de frente. Me tratan como a una igual. Me cuentan sus historias y sus temores y paso a ser una confidente para ellos”.

Narraciones fronterizas y subversivas

Sin embargo, el postporno no sólo se trata de una serie de comportamientos que se llevan a cabo delante de una cámara o en una performance o que son narrados en un montón de folios. También se trata de un movimiento teórico que ha decidido borrar los límites entre reflexión y práctica, afirma Ziga. “Lo maravilloso del postporno es que nosotras lo ideamos, lo proyectamos, lo reivindicamos, y lo ponemos en nuestro propio cuerpo. Aquí no hay distancia entre quien teoriza y quien practica”.

Y eso es también parte de sus méritos estéticos, asegura Pons, ya que la mezcla de géneros que aparece en sus textos los convierte en algo totalmente nuevo. “Se trata de una literatura fronteriza, donde se juntan ensayo, ficción y realidad que me fascina. Podríamos decir que tienen algo de Sebald, de los juegos de Borges y de la actitud de los beatniks”.  María Llopis, Performer, escritora y actriz porno, que acaba de editar en Melusina El postporno era esto, incide en la validez de esa mezcla de géneros. “Mi libro es una autoficción. En él trato temas muy personales, y mezclo hechos reales e inventados, pero es que todo es así. Todo lo que escribo es autobiográfico, pero es que la autobiografía también es ficción. Escribo como vivo”.

Para Pons, “ahora que la novela está de capa caída, la literatura está renovándose por un lugar insospechado, como son estas narraciones fronterizas y  muy subversivas. Al igual que se dijo en una época que la mejor literatura que se hacía en Francia eran los ensayos de los postestructuralistas, ahora la mejor literatura es la que están haciendo estas mujeres”.

Las nuevas activistas como Itziar Ziga, Beatriz Preciado, María Llopis o Virginie Despentes,  no ocultan su cuerpo, sino que lo sitúan en primera línea del frente. No ocultan su sexualidad, sino que dicen querer aprovecharla al máximo y en todas sus posibilidades. En sus performances, en sus películas y en sus escritos no dejan nada a la imaginación: son las protagonistas de un uso explícito del sexo, tanto para el placer privado como para dejar clara su posición militante. 

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