Colombia, turismo más allá de los carteles de la droga y la violencia

Cría fama y échate a dormir, dice el adagio. Sin embargo, hay momentos en que quienes cultivaron la fama se cansan de ella, intentan romper el sentido del dicho y se despiertan. Es el caso de Colombia, recién premiada en la feria española Fitur por su stand: el mejor. Y quizá no sólo el pabellón ferial pueda ser considerado el mejor. El lema usado para la promocionar la imagen turística muestra por donde se quiere que vayan ahora los tiros en Colombia.

 

Marginada de los circuitos turísticos masivos por la mala imagen que durante años han creado los continuos avatares luctuosos debidos a los carteles de la droga y a las continuas escaramuzas y batallas selváticas y urbanas de las diferentes guerrillas, el país aspira a cambiar esa impresión en el imaginario del turista con posibles. Tiene argumentos: los carteles hace años que desaparecieron y las dos guerrillas existentes están muy constreñidas geográficamente.

El tercer pilar de la mala imagen colombiana, la violencia urbana, existe, es cierto, posiblemente como consecuencia directa de los otros dos problemas. Mas también es verdadero que cualquier viajero medianamente avisado será difícilmente atrapado en esa violencia. Tanto más los grupos turísticos que andan en bandadas y que, de hecho, ya llegan al país del café. Sobre todo organizados en cruceros, visitan las ciudades y costas caribeñas colombianas (Cartagena de Indias, Barranquilla, Santa Marta) sin que se conozcan especiales problemas.

Bogotá, de más de ocho millones de habitantes, es para muchos la segunda gran metrópoli de Suramérica, sólo superada por Buenos Aires.

Pero Colombia ofrece, al margen de ser escala de paquetes turísticos de crucero, unas enormes y seguras posibilidades de recorrer por libre un país de naturaleza exuberante que ofrece desde alta montaña andina en la Cordillera Central, con cimas de 5.000 metros, hasta centros de buceo y avistamiento de ballenas y delfines en la Costa del Pacífico, pasando por toda la escala intermedia, que incluye una porción de la Amazonía profunda en Leticia.

Y esto sin necesidad de enumerar los 55 espacios naturales protegidos colombianos, ni las comunicaciones aéreas internas que evitan tener que recorrer tediosos cientos de kilómetros por carreteras incómodas y facilitan el acceso a una biodiversidad excepcional.

Como en todo, también sobre las vías terrestres colombianas se puede hacer excepción: los menos de 300 kilómetros que separan a Bogotá (Cudinamarca) de Manizales (Caldas). Recorriéndolos con paciencia y ojo avizor se visualizan las imágenes televisivas de Juan Valdés, con el horizonte dominado por infinitas colinas de suaves curvas ocupadas por explotaciones cafeteras, especialmente en el departamento caldeano.

Cada una de esas localizaciones, por sí sola, hace bueno el lema del pabellón premiado en Fitur: "Colombia, el riesgo es que te quieras quedar". Y no sólo por la exquisita amabilidad y educación de que hace gala continuamente el colombiano de a pie. Sorprende, así, que Colombia continúe casi ignorada tanto entre los circuitos de paquetes turísticos al uso como entre los destinos más o menos habituales de viajeros "independientes", mientras que otros países del mismo continente con unas condiciones que puede ser consideradas ahora similares --digamos, sin ánimo de ofender, México, Ecuador, Perú...-- mantengan y hagan crecer su "cuota" de turismo del primer mundo.