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Algún día, hijo, este país será tuyo
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EL REINO DEL NEPOTISMO

Algún día, hijo, este país será tuyo

No son sólo Sarkozy y Gaddafi los que colocan a sus hijos en cargos públicos sin contar con más mérito que su parentesco. Si nos fijamos

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Algún día, hijo, este país será tuyo

No son sólo Sarkozy y Gaddafi los que colocan a sus hijos en cargos públicos sin contar con más mérito que su parentesco. Si nos fijamos en el ámbito patrio, nos encontraremos con que Zapatero tiene un primo, José Miguel Vidal, en su equipo de presidencia, que Rajoy tiene a su cuñado, Francisco Millán, como eurodiputado por el PP o que la hija de Fraga, Carmen, también ocupa escaño en Estrasburgo; también con que el dimitido Ricardo Costa es hermano de Juan Costa, quien ya fuera ministro con Aznar, que Chaves ha tenido algunos problemas últimamente por favorecer a la empresa en la que trabaja su hija, que Maragall y Carod situaron a sus hermanos en importantes cargos públicos en la Generalitat o que el hijo de Pujol, Oriol, es hoy el portavoz de CIU en el parlamento catalán. Y eso sin olvidar que Ana Botella, y antes Carmen Romero, iniciaron una larga carrera política sin otro aval que el de ser esposas de sendos presidentes del Gobierno. Y estos son sólo unos cuantos ejemplos de cómo sangre y cargo público se complementan sin problema.

 

Lo que ocurre es que la actitud de Sarkozy, que ha colocado a su hijo Jean, estudiante de Derecho y sin experiencia alguna, al frente de EPAD, el organismo público que regula La Défense, el barrio de los negocios, tiene un matiz simbólico importante en la medida en que el dirigente francés llegó al poder apoyándose en el discurso del mérito y del esfuerzo. En principio, el caso de Jean Sarkozy no sería más que otra expresión de esa divergencia entre argumentos electorales y el ejercicio real del poder, entre lo que se dice y lo que se hace. Para Fernando Vallespín, catedrático de Ciencia política de la Universidad Autónoma de Madrid y ex director del CIS, (Centro de Investigaciones Sociológicas) hay un elevado componente de autoengaño en decisiones tan arbitrarias, ya que “muchos padres piensan que sus hijos son estupendos y que, por tanto, se merecen el cargo que se les regala”. Un problema que tiende a ser mucho más propio, asegura Vallespín, de los países mediterráneos que de las culturas nórdicas, ya que “el valor de la familia en el mundo latino hace que se vean como algo  natural este tipo de actitudes. Al fin y al cabo, en España muchas personas piensan que ellos no se comportarían de modo distinto si se tratase de su hijo”. El sociólogo de la Universidad de Navarra Alejandro Navas  también señala que en el sur de Europa se mima mucho más a los hijos, y que eso termina teniendo una correspondencia en la vida pública,  pero percibe un elemento más en estos nombramientos familiares para cargos de confianza. “Se trata una actitud muy propia de los autócratas, de esos líderes que por definición desconfían del todo el mundo. El monarca absoluto, el jefe de estado totalitario, el jefe de una mafia viven siempre con miedo porque piensan que están rodeados de conspiradores. Por eso colocan en los puestos clave a la familia, asegurándose que los resortes decisivos del poder estén en manos de gente de confianza”.

Vallespín entiende, no obstante que el asunto es más complejo, en tanto se mezclan “un problema de lealtad y otro de familiaridad. No es el caso de Sarkozy y de su hijo, pero puede serlo el de otros políticos. Si colocas de jefe de gabinete a un familiar tuyo que está plenamente capacitado,  puedes sentirte más respaldado y más cómodo, y no te da corte llamarle a las cuatro de la mañana si es necesario”. Y probablemente, dice, ese sea el caso del primo de Zapatero: “mucha gente  que le conoce asegura que hace una labor estupenda, muy técnica. Por eso, es lógico que, a capacidades iguales, se termine eligiendo a aquella persona que te merece más confianza”.

Pero además de esa necesidad que todo dirigente tiene de rodearse de gente con la que se sienta seguro, Alejandro Navas entiende que a la hora de elegir altos cargos influyen factores perversos ligados a la propia tipología que el poder produce. “El que está arriba, ya sea  en la empresa, en la corporación, en el sindicato o en el partido tiende a perder fácilmente el contacto con la realidad.  El que llega a la cúpula suele pensar que es un fenómeno. Y si encima asciende contra el sentir general, como pasó con Helmut Kohl o con Aznar, acaban pensando que ellos tienen la clave, que saben lo que quiere el pueblo, que son los únicos que conectan con sus aspiraciones más íntimas, y por eso desprecian a la opinión pública e ignoran los resultados de las encuestas y lo que periodistas e intelectuales dicen”.  Ese gobernar sin prestar atención más que a las propias percepciones, que aquí se ha dado en llamar 'Síndrome de La Moncloa', tiene como consecuencia, advierte Navas, el rodearse de gente cuya mayor virtud es la no de llevar nunca la contraria. “Como dependen del líder, sus asesores tienden a presentarle una visión edulcorada de las cosas, y a no oponérsele nunca. Es una tentación peligrosa en la que los gobernantes suelen caer. Les ha pasado a todos nuestros presidentes que han estado tiempo en La Moncloa”.

Para Víctor Sampedro, catedrático de comunicación política de la Universidad Rey Juan Carlos, el nepotismo no es un fenómeno localizado geográficamente sino que se trata de algo extendido  y que afecta a la naturaleza misma de nuestro sistema político. Desde Europa a América del Sur, estamos viendo cómo “hay una serie de dinastías, cuyas cabezas más visibles son los Clinton, los Bush y los Kirschner que entienden el poder como susceptible de transmisión hereditaria”. Aunque para acceder a los cargos hayan de pasarse por procesos electorales, lo cierto es que  “una vez que se está arriba, los mecanismos de control del poder son tan dependientes de círculos en los que amistades y negocios terminan por ser lo mismo es lógico que reaparezcan estas dinastías que parecían propias del pasado o de regímenes autocráticos tipo Corea”.

Puesto que vivimos en un tiempo, asegura Sampedro, en que asociaciones y colectivos sociales han perdido el protagonismo político, terminan siendo “las redes de intercambio de favores mutuos las que ofrecen estabilidad a un clan político”. No es extraño, pues, que en ese contexto en el que se intenta asegurar la lealtad termine triunfando el recurso a colocar a los familiares en puestos clave. Y máxime cuando “las normas impuestas por la burocracia weberiana de mérito y anonimato para el acceso a los altos cargos no funcionan debidamente”.  Pero, advierte Navas, se trata de algo que no sólo se da en la política: “el nepotismo es un fenómeno transversal, que sólo exige un prolongado uso del poder, ya sea en la empresa, en los partidos o en la universidad”.  Siempre que se prefiere la lealtad a la capacidad, se termina incurriendo en este tipo de prácticas.

El problema, pues, tendría una doble vertiente. En primera instancia, por las consecuencias sociales que tendría este privilegiar la obediencia en detrimento del mérito. Y, en segunda, porque eso significaría que vivimos en una sociedad donde no se pueden alcanzar metas significativas si no se goza de enchufe. Algo que, sin embargo, es posible, asegura Víctor Sampedro.  “Se puede hacer algo al margen de los clanes, pero no contra ellos. Costará llegar a un cargo muchísimo más esfuerzo y mucho más trabajo haciéndolo desde la periferia y no desde dentro de estos grupos, pero no es imposible”. Para alcanzar ese objetivo, es esencial lograr “avales externos que sean irrefutables”. En el caso de la universidad, un entorno donde no es raro encontrar fenómenos de nepotismo,  “habría que publicar en editoriales de reconocido prestigio o colaborar con equipos internacionales que no están al alcance de las redes clientelares locales”. Eso sí, advierte Sampedro, “quienes lleguen por esas vías, que son pocos, que son los mejores, encabezarán el sistema universitario que sobrevivirá tras la aplicación de Bolonia”.  Y ello porque “lo que el nepotismo no soporta es la sociedad abierta y por eso desaparece en cuanto no hay públicos cautivos”.

No son sólo Sarkozy y Gaddafi los que colocan a sus hijos en cargos públicos sin contar con más mérito que su parentesco. Si nos fijamos en el ámbito patrio, nos encontraremos con que Zapatero tiene un primo, José Miguel Vidal, en su equipo de presidencia, que Rajoy tiene a su cuñado, Francisco Millán, como eurodiputado por el PP o que la hija de Fraga, Carmen, también ocupa escaño en Estrasburgo; también con que el dimitido Ricardo Costa es hermano de Juan Costa, quien ya fuera ministro con Aznar, que Chaves ha tenido algunos problemas últimamente por favorecer a la empresa en la que trabaja su hija, que Maragall y Carod situaron a sus hermanos en importantes cargos públicos en la Generalitat o que el hijo de Pujol, Oriol, es hoy el portavoz de CIU en el parlamento catalán. Y eso sin olvidar que Ana Botella, y antes Carmen Romero, iniciaron una larga carrera política sin otro aval que el de ser esposas de sendos presidentes del Gobierno. Y estos son sólo unos cuantos ejemplos de cómo sangre y cargo público se complementan sin problema.