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El último maestro bokator mantiene vivo el arte marcial tradicional camboyano
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El último maestro bokator mantiene vivo el arte marcial tradicional camboyano

Jordi Calvet Phnom Penh, 9 dic (EFE).- Golpes con pies, codos, puños y rodillas, las herramientas de trabajo en los arrozales convertidas en

Jordi Calvet Phnom Penh, 9 dic (EFE).- Golpes con pies, codos, puños y rodillas, las herramientas de trabajo en los arrozales convertidas en armas, son la esencia del bokator, el arte marcial autóctono de Camboya, con más de dos mil años de tradición.

La mayoría de los camboyanos, apasionados por el boxeo, ignoran la existencia de esta disciplina con más de 10.000 técnicas de combate y que subsiste gracias a la dedicación y pasión de Kim San Sean, el último gran maestro.

"Bokator" significa "luchar como un león" y proviene, según la leyenda, de un destacado guerrero que mató al más grande de todos los leones con sus propias manos.

La referencia a los leones en Camboya se debe a la India, cuya cultura influyó profundamente en la formación del reino Jemer.

"El león es el rey de los animales y el bokator es el rey de las artes marciales", asegura Kim San, quien, a pesar de admitir la peligrosidad de algunas técnicas, intenta transmitir a sus alumnos algo más que un mero manual de cómo derrotar al contrincante.

Vale casi todo durante la pelea, que incluye gestos y muecas para provocar o intimidar al adversario y que culmina con una danza improvisada del ganador.

"Rechazo a los que sólo vienen a aprender a pegar. El músculo sin corazón ni cabeza no es auténtico bokator", aclara el sexagenario maestro camboyano.

Un destartalado local en los aledaños del Estadio Olímpico de Phnom Penh es el gimnasio donde Kim San enseña todo lo que aprendió de su tío hace medio siglo.

"Era invencible. Cuando yo tenía 13 años le vi luchar solo contra cuarenta hombres y quise aprender cómo lo hacía", relata con orgullo antes de lamentar que ya entonces este tipo de arte marcial se había casi perdido.

"La gente de mi generación había oído hablar del bokator pero casi nadie lo había visto", apunta.

Kim San explica que el declive empezó hace dos siglos y se aceleró en el siglo XIX con la llegada de los colonizadores franceses, que limitaron el repertorio de golpes y aproximaron la lucha al boxeo que se practica en la actualidad con la introducción de guantes, reglas y cuadrilátero.

"Antes ganaba el que quedaba en pie, hoy se gana por los puntos", aclaró Kim San.

El golpe de gracia lo dio el régimen maoísta el Jemer Rojo, que gobernó el país entre 1975 y 1979, y que su obsesión por reinventar la sociedad desde cero, incluyó al bokator en su lista de actividades prohibidas.

Tras exiliarse a Estados Unidos en los años ochenta, en 2004 Kim San regresó a Camboya para enseñar de nuevo a pelear a la camboyana.

Desde entonces, entrena no solo a jóvenes del país sino también a extranjeros que acuden a su gimnasio para conocer los secretos de esta lucha.

"Las técnicas más peligrosas solo las hacemos en exhibiciones", precisa el maestro.

Uno de los que acude regularmente al gimnasio es Uy Seyla, un antiguo marine norteamericano de origen camboyano que descubrió la existencia del bokator investigando sobre sus raíces en Internet y señala que "fue una sorpresa descubrir que Camboya tenía un arte marcial propio, y me enorgullece poder aprenderla".

La obsesión de Kim San es preservar lo que para él es, antes que nada, un patrimonio nacional.

En los relieves que decoran los templos de Angkor, la capital del antiguo reino Jemer, se encuentran escenas de bokator que, en la "época dorada", servía para seleccionar a los guardaespaldas del Rey y a los oficiales de su ejército, con el que controló gran parte del Sudeste Asiático.

"Lo hago todo por mi país, para el pueblo jemer y para el bokator", proclama Kim San. EFE jcp/zm-csm/mcd (foto)

Jordi Calvet Phnom Penh, 9 dic (EFE).- Golpes con pies, codos, puños y rodillas, las herramientas de trabajo en los arrozales convertidas en armas, son la esencia del bokator, el arte marcial autóctono de Camboya, con más de dos mil años de tradición.