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¿Por qué Trump no cree en la ciencia?
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'Ciencia con conciencia'

¿Por qué Trump no cree en la ciencia?

Porque el presidente, por lo que parece, cree sobre todo en sí mismo. En su omnipotencia para resolver problemas complejos de un plumazo

Foto: Trump al fondo de la imagen y en primer plano Kennedy. (REUTERS / Ken Cedeno)
Trump al fondo de la imagen y en primer plano Kennedy. (REUTERS / Ken Cedeno)

José Ortega y Gasset explica en "Ideas y creencias" (1940) que tenemos ideas, que van y vienen en función de nuestro día a día, pero a la vez convivimos con ciertas ideas básicas a las que denomina creencias. En las creencias estamos. Forman parte de nuestro ser más íntimo. Configuran de forma imperceptible nuestra idea del mundo y de nosotros mismos. El ser humano antiguo creía en el dios sol porque explicaba su mundo. Del sol dependían las cosechas, el calor y la luz. Ortega explica cómo una idea, vulgar o sofisticada, "brota, de uno u otro modo, dentro de una vida que preexistía a ella. Ahora bien, no hay vida humana que no esté desde luego constituida por ciertas creencias básicas". Las creencias no surgen ni son fruto de un razonamiento: "no son ideas que tenemos, sino ideas que somos".

Las creencias son individuales, pero también las hay compartidas, aunque no sea de forma unánime. Al igual que los griegos antiguos creían en los mitos, porque constituían la base sobre la que acontecía sus vidas, ahora creemos en la democracia o en la igualdad entre los humanos. Ortega señala que la razón y la ciencia son creencias características de nuestra época. La ciencia explica mejor que los mitos o la religión los acontecimientos, por lo que el ser humano se ha ido haciendo científico; ha ido creyendo en la ciencia. Sin embargo, se trata de una creencia compleja, porque exige esfuerzo, rigor y porque da respuestas provisionales.

El 22 de septiembre en una conferencia de prensa, Donald Trump aconsejó a las mujeres embarazadas no tomar paracetamol por estar relacionado con el autismo. Trump volvió a asociar las vacunas con el autismo, desacreditando las campañas de vacunación en la infancia: "Tienes un niño pequeño, un niño frágil, y te dan un tanque con 80 vacunas diferentes" "es una vergüenza que le inyecten tantas cosas a los bebés" "la triple vírica, en mi opinión, debería administrarse por separado". Repitió también la cantinela de que con las vacunas se les administra mercurio y aluminio.

Trump y Robert F. Kennedy Jr. se apoyan en un estudio de 2020 (JAMA Psychiatry) que encuentra una mayor "carga de paracetamol" asociada con mayores probabilidades de trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), trastorno del espectro autista (TEA) y con su coexistencia. Citan también una revisión publicada en Environmental Health que concluye que hay evidencias entre la exposición prenatal al paracetamol y mayor riesgo de trastornos del desarrollo neurológico, como el TDAH y el TEA. Respecto a las vacunas, entre otros argumentos, señaló que los amish "no se vacunan ni toman pastillas y no tienen autismo".

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Las afirmaciones de Trump han sido refutadas, porque no se sostienen desde el método científico. Por eso, dos días después la O.M.S. declaró que se han realizado investigaciones exhaustivas a gran escala y no se ha establecido una asociación consistente entre el paracetamol y el autismo. En la misma línea, el Servicio Nacional de Salud del Reino Unido explica que el paracetamol es el analgésico de primera opción durante el embarazo. Existen muchos estudios que lo demuestran. Uno sueco con casi 2,5 millones de niños no encontró asociación entre el paracetamol y las afecciones neurológicas nombradas. Los investigadores sugirieren que las asociaciones observadas en otros modelos podrían deberse a errores metodológicos y a factores de confusión familiares. El estudio de JAMA Psychiatry, por ejemplo, no puede demostrar causalidad (relación causa-efecto), porque es un estudio observacional.

Ciertamente, han aumentado significativamente los casos de autismo en las últimas décadas, pero la mayoría de los expertos coinciden en que se debe a una mayor concienciación, a que se realizan más pruebas diagnósticas y a una definición más amplia de la afección. Sven Bölte, del Instituto Karolinska, afirma que no hay una "epidemia de autismo", sino una "epidemia de diagnósticos". Contrariamente a las afirmaciones de Trump, el uso de paracetamol ha aumentado solo ligeramente durante los años en los que los diagnósticos de autismo han aumentado tan considerablemente. ¿Y qué pasa son los amish? No hay evidencia de que tengan tasas bajas de autismo debido al rechazo a las vacunas. La investigación sobre el autismo en los amish es limitada, pero la evidencia indica que probablemente sus tasas son similares a las de la población general. Sin olvidar que sus creencias les limitan el acceso a servicios de diagnóstico y atención médica, lo que puede complicar establecer comparaciones rigurosas.

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Junto a la escasez de pruebas científicas, no se pueden olvidar los intereses particulares. La tesis de que la triple vírica causa autismo porque contiene mercurio o aluminio se basa en un artículo del Dr. Andrew Wakefield, publicado en The Lancet en 1998. De 12 casos de enterocolitis crónicas y alteraciones neurológicas, ocho parecían estar en relación con la triple vírica. Los medios de comunicación fueron letales, multiplicando el miedo a la vacunación. Seis años después The Lancet reconoció que no debía haber publicado el artículo debido a "fatales conflictos de interés". El Dr. Wakefield había cometido fraude científico, falsificando datos y beneficiándose económicamente, porque había cobrado de un equipo de abogados por encontrar pruebas que apoyaran las denuncias de padres que creían que la vacuna había dañado a sus hijos. En 2010 The Lancet se retractó formalmente del artículo.

¿Por qué Trump y Robert F. Kennedy Jr. suplantan a los organismos científicos que deben marcar las pautas de seguridad respecto al embarazo y la vacunación? Lo razonable es que estas tan cuestiones delicadas estén en manos de científicos independientes. Porque, en el fondo, no creen en la ciencia. La creencia en la ciencia, dijimos, es compleja. Exige dejar aparte pre-juicios, rigor con su método, esfuerzo intelectual y, también, confianza. Confianza en que los científicos se controlan entre ellos; en que son rigurosos. En el caso de Trump, por lo que parece, cree sobre todo en sí mismo. En su omnipotencia para resolver problemas complejos de un plumazo. Para encontrar rápidamente respuestas indubitadas, en este caso, al aumento del autismo.

Una estrategia típica de los anticientíficos es usar falacias tipo sinécdoque: suplantar el todo (la ciencia), por una parte (un dato científico aislado), sin respetar el método de la ciencia. Usar un estudio aislado y sesgado con el fin de derribar todo el edificio científico, en el que no creen. Lo hacen los terraplanistas o los antivacunas. Comprender el esfuerzo que supone construir una afirmación científica, siempre provisional y sujeta a ser matizada, es demasiado complejo para determinadas mentalidades. Pero no hay que desistir. La creencia en la ciencia nos aporta una comprensión del mundo más sólida que creer en los intereses particulares de quien sea.

José Ortega y Gasset explica en "Ideas y creencias" (1940) que tenemos ideas, que van y vienen en función de nuestro día a día, pero a la vez convivimos con ciertas ideas básicas a las que denomina creencias. En las creencias estamos. Forman parte de nuestro ser más íntimo. Configuran de forma imperceptible nuestra idea del mundo y de nosotros mismos. El ser humano antiguo creía en el dios sol porque explicaba su mundo. Del sol dependían las cosechas, el calor y la luz. Ortega explica cómo una idea, vulgar o sofisticada, "brota, de uno u otro modo, dentro de una vida que preexistía a ella. Ahora bien, no hay vida humana que no esté desde luego constituida por ciertas creencias básicas". Las creencias no surgen ni son fruto de un razonamiento: "no son ideas que tenemos, sino ideas que somos".

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