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Soraya: "Cuando era azafata o trabajaba en Telepizza, también tenía madera de líder”
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triunfa con su disco 'universe in me'

Soraya: "Cuando era azafata o trabajaba en Telepizza, también tenía madera de líder”

La cantante extremeña no se separa de su novio, Miguel Herrera, y se reafirma como artista en su nuevo camino lejos de la discográfica Sony

Una mirada que atraviesa. Un acento extremeño que acentúa su dulce agresividad. Un pelo corto, rubio y peinado hacia atrás que marca más sus rasgos angulosos. Son las primeras indicaciones de estar frente a Soraya, otra rara avis salida de aquella fábrica de jóvenes talentos tan discutida y discutible como Operación Triunfo. A su lado, Miguel Herrera, su novio alto, guapo y modelo, testigo mudo e inseparable de la vehemencia y de la locuacidad verbal de la cantante. “Si algo aprendí de mi antigua relación es que no sólo el día a día es importante sino también el apoyo en el trabajo. Mi trabajo es el 90 por ciento de mi vida. Si la persona que quiero no lo comparte se está perdiendo el 90 por ciento de mí”, asegura justificando su presencia en la escueta cafetería del hotel donde se encuentra con Vanitatis. Afuera el día es gris y destemplado, pero Soraya parece tener energía para derretir mil inviernos. O al menos, eso parece cuando se lanza a hablar de su vida, de ‘poyeyas’, concursos televisivos y felices separaciones de discográficas (dejó la suya, Sony, hace unos meses para fundar su propio sello, Valentia Records, un término, el ‘valentia’, que parece querer aplicar a todo lo que hace).

Soraya impone mucho. No solo por su belleza nórdica sino porque marca territorio y parece querer enseñar su voluntad de hierro. Aunque siempre cabe preguntarse si lo hace para crearse un escudo. Años antes de que lanzase el que es su último trabajo, Universe in me, la música entró en su vida de chiquilla humilde y sin pretensiones. “En mi casa no había televisión pero sí equipo de música. Mi padre no sabía de música pero me la ponía. A la hora de cantar, mi primer idioma es el inglés”, justifica si se le pregunta por qué la mayoría de sus temas son en ese idioma. Después de la informal escuela llegaron los trabajos que la hicieron famosa, aquellos que, al contrario que otros de su quinta y su fama, no se molesta en esconder. Sin embargo, poco queda de la rubia cándida que muchos pudieron imaginar en OT: “Soy muy cabezona y tengo carácter. Cuando era azafata de vuelo o trabajaba en Telepizza era lo mismo. Tengo una personalidad de líder”.

Soraya retratada por Dani OceansCon esa personalidad de líder se fue con la música a otra parte. Exactamente, lejos de la Sony para ser independiente y luchar por sí misma. Una huida hacia adelante que ella valora positivamente. “Nadie cuida mejor tu producto que tú mismo. Es tan fácil como poner 3.000 euros e irte a un notario, montar tu empresa y seguir lo que estabas haciendo con tu equipo de siempre” Y para que el que quiera escuchar entre líneas, suelta perlas que no dejan lugar a dudas sobre las posibles razones del ‘exilio’: “Hay una veracidad y una transparencia en el número de ventas y en las cifras que no las hay en una discográfica”. Así es como ha podido introducirse, en su último disco, en el mundo de la balada, aunque “electrónica”, aclara. Hablando de esas canciones es cuando puede dejar entrever una vulnerabilidad de la que parece querer huir a toda costa mientras no deja de expresarse con las manos. “Una también tiene derecho a llorarle a las penas. Yo también soy muy pasional y quería transmitir eso con baladas electrónicas, que son lo mío; por ejemplo con El huracán. Hace poco canté esa canción y lo hice como suelo, cerrando los ojos. Cuando los abrí estaba la gente llorando. Nunca me había ocurrido algo así”.

Este disco, con el que asegura haber alcanzado una madurez que antes no tenía, ha sido una catarsis y es una prueba a la que se somete lejos de su discográfica habitual. Si habla de pruebas, Soraya parece estar curtida en mil batallas. Las que tuvieron que ver con el ‘poyeya’ (chascarrillo convertido en multibroma nacional surgida a raíz de un vídeo en el que se equivocaba en la pronunciación de un “Por ella”), su poco aplaudida (y votada) participación en Eurovisión, fueron las que más le costó ganar. A ella poco parecen importarle a día de hoy. “Cuando vine de Eurovisión, mi titular en los periódicos fue “A mí no me tumba ni Dios” y cuatro años lo vuelvo a decir. Doy gracias de lo bueno y de lo malo; es lo que me mueve y me hace fuerte. Cuando yo llego a casa del trabajo no me importa que me hayan llamado ‘poyeya’, lo que me importa es que he sacado el mejor álbum de mi historia discográfica”. Un par de frases similares salidas de su boca demuestran que poco le importa que, el día que falte, le dediquen un ‘Dios la guarde’ o un ‘El diablo la tendrá’.

Soraya, retratada por Dani Oceans La leona que surge de estas declaraciones afloja el rugido cuando recuerda lo que supuso para ella ir a Perú en 2006 y descubrir su lado más solidario. La mirada agresiva y punzante se vuelve tierna: “Los niños me enternecen muchísimo. Durante aquel viaje los vestimos, incluso estuvimos presentes en la construcción de escuelas para ellos. Los padres lloraban cuando les dábamos de comer a sus hijos. Yo no me podía creer que me ofreciesen a mí comida cuando ellos ni siquiera tenían para alimentarse a sí mismos”. Es precisamente ese lado solidario el que, como reza el tópico, muestra que no es tan fiera la leona como la pintan. Otro lugar común por el que preguntarle: su estatus de diva gay, que ella resuelve con una oda a sus fieles: “Yo no tengo fans grises; no tengo a seguidores como ovejas de un redil. Son pocos pero muy fieles y con personalidad propia”. Pero más allá de lugares comunes, Soraya parece haber aprendido a base de golpes en forma de crítica. Y a juzgar por su aspecto e ímpetu, parece que le sienta bien. Quedan advertidos, la niña de Operación Triunfo o la cantante que representó con ingenua temeridad a España en Eurovisión, ya no existe. ¿Quién dijo que las rubias de sonrisa impoluta y aspecto cándido no podían ser guerreras?

Una mirada que atraviesa. Un acento extremeño que acentúa su dulce agresividad. Un pelo corto, rubio y peinado hacia atrás que marca más sus rasgos angulosos. Son las primeras indicaciones de estar frente a Soraya, otra rara avis salida de aquella fábrica de jóvenes talentos tan discutida y discutible como Operación Triunfo. A su lado, Miguel Herrera, su novio alto, guapo y modelo, testigo mudo e inseparable de la vehemencia y de la locuacidad verbal de la cantante. “Si algo aprendí de mi antigua relación es que no sólo el día a día es importante sino también el apoyo en el trabajo. Mi trabajo es el 90 por ciento de mi vida. Si la persona que quiero no lo comparte se está perdiendo el 90 por ciento de mí”, asegura justificando su presencia en la escueta cafetería del hotel donde se encuentra con Vanitatis. Afuera el día es gris y destemplado, pero Soraya parece tener energía para derretir mil inviernos. O al menos, eso parece cuando se lanza a hablar de su vida, de ‘poyeyas’, concursos televisivos y felices separaciones de discográficas (dejó la suya, Sony, hace unos meses para fundar su propio sello, Valentia Records, un término, el ‘valentia’, que parece querer aplicar a todo lo que hace).

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