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El reto de Draghi: sobrevivir a Italia
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Nacho Alarcón

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El reto de Draghi: sobrevivir a Italia

En cada crisis que atraviesa Italia en los últimos tiempos aparece el nombre de Mario Draghi, expresidente del Banco Central Europeo. Y detrás, la difícil y sinuosa sombra de Monti

Foto: Mario Draghi, expresidente del BCE, tras su visita al Quirinal. (Reuters)
Mario Draghi, expresidente del BCE, tras su visita al Quirinal. (Reuters)

Un presidente del Banco Central Europeo (BCE) no es, por definición, una persona extremadamente popular en ninguno de los posibles sentidos de la palabra. Y sin embargo ahí estaba: Mario Draghi, por entonces, octubre de 2019, todavía presidente del eurobanco, donde le quedaban 21 días, vestido de traje y de pie escuchando a un par de personas en un supermercado de la Via Mercato, en el acomodado barrio de Brera en Milán. Un largo rato y una compra después, Draghi seguía ahí, hablando ya con un único joven.

Nada más salir del supermercado era inevitable pensar que la escena habría sido muy distinta en un local situado en otro lugar. Lejos de Lombardía y de la locomotora de Italia. Draghi no habría tenido una charla tan amistosa en algún punto de los extrarradios de Roma, en algún supermercado de Nápoles o más allá de Campania, donde el euro y Europa son temas sensibles y hay más un sentimiento de abandono que de agradecimiento hacia todo lo que se encuentra más hacia el norte, ya sea Roma, Milán, Frankfurt o Bruselas. La diferencia entre el ambiente de una visita al supermercado en Brera y visitarlo en Reggio Calabria explica parte del drama italiano y de la dificultad a la que se enfrenta el expresidente del BCE.

Un año y pico después de aquella visita al supermercado, Draghi recibió por parte del presidente de la república, Sergio Mattarella, el encargo de formar un Gobierno para evitar el abismo de las elecciones anticipadas en Italia. Para muchos este era un desenlace inevitable: había una fuerza de atracción entre Roma y Draghi que hacía que tarde o temprano el expresidente del Banco d'Italia y del Banco Central Europeo fuera a tener que ponerse a las riendas del país. Desde que abandonó su puesto en Frankfurt cada poco tiempo sonaba el nombre del romano en las encuestas. Su elección ni siquiera sorprendió a muchos, como si fuera ese desenlace que, sin mostrarse de forma obvia en la trama, todo el mundo supiera que estaba ahí, oculto.

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Draghi, el hombre que calmó las turbulentas aguas del 2012 con aquel “whatever it takes” que salvó el euro, es una figura que desde hace años sobrevuela la política italiana. Para muchos una figura paternal, una mano segura que garantiza la protección de un país aparentemente incapaz de salvarse de sus propios errores. Un hombre que refuerza el prestigio italiano en Europa y en el mundo: su salida de la presidencia del Banco Central Europeo le elevó al panteón de los padres fundadores de la Unión Europea a ojos de muchos. Para otros, para los que el rol de Italia en Europa es secundario porque lo que les preocupa es el rol de Italia en sus vidas, Draghi no representa ni mucho menos una figura paternal, ni importa que sea un miembro vivo del panteón europeo.

La fractura de las dos Italias es un reto fundamental que no se podrá solucionar ni siquiera bajo la mano de Draghi. Sin embargo, sí que hay algo que estará al alcance del hombre que salvó el euro: salvarlo de nuevo.

Porque el sur de Italia, hundido y deprimido, donde no llegan ni las buenas comunicaciones ni el futuro, es el eslabón débil del euro, donde más se pone en duda, el terreno fértil para cuestionarlo. Es una mezcla de falta de perspectivas, resentimiento y abandono. Por eso las fuerzas que coquetean con la idea de salir del euro (o de la Unión, aunque ya pocos se atreven a ello), aunque sea de forma sutil, cosechan buenos números en los barrios hundidos de Nápoles, en la Italia olvidada de Calabria y Apulia, en el granero de Sicilia. En los lugares donde habitan los que algunos norteños en tono despectivo y xenófobo califican de “terroni”. Donde empieza África para los votantes de la Lega de Matteo Salvini: al sur de Roma.

placeholder Sergio Mattarella, presidente de la República, recibe a Draghi en el Quirinal. (EFE)
Sergio Mattarella, presidente de la República, recibe a Draghi en el Quirinal. (EFE)

Pero si ha habido algún momento para remontar ese partido es ahora. Como primer ministro Draghi estará al frente del uso de los 200.000 millones de euros del Fondo de Recuperación. Europa y Roma tienen ahora una ventana de oportunidad, relativamente estrecha, para lograr recuperar la confianza de esas zonas en la Unión.

Además, desde su asiento en el Palazzo Chigi Draghi también tendrá una oportunidad para impulsar la agenda de la Eurozona en la dirección que él sabe que debe tomar. No será fácil, pero su prestigio debería ayudar. Entre esos puntos está la reforma del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, para lo que habrá que ver qué forma toma el próximo Gobierno alemán.

A nivel interno, Draghi es el aparente colofón a una crisis democrática. En 2011 la salida de Berlusconi y la llegada de Mario Monti inauguró una etapa de inestabilidad profunda. Desde entonces ningún primer ministro ha salido directamente de las urnas siendo líder de una de las listas. Letta, Renzi, Gentiloni y Conte, que no deja de ser un técnico.

Foto: Mario Draghi acepta el encargo de formar Gobierno. (EFE) Opinión

Una década después, la llegada de Draghi parece marcar un punto de inflexión. ¿Hacia qué dirección? Esa es la gran pregunta: si sabe jugar bien sus cartas y no olvidar sus prioridades, permitirá una reestructuración del espacio político italiano (como por ejemplo el posible desmembramiento del Movimento 5 Stelle que lleve a una facción importante a un proceso de concentración con los socialdemócratas del PD) que haga que el país pueda volver a ser gobernable. Si no las sabe jugar bien o no tiene posibilidades, entonces unas elecciones terminarán de desestabilizar a Italia y la reestructuración del tablero político se producirá pero de forma traumática.

“Puede ser que la inercia italiana envuelva también este intento, obligándolo a jugar a la baja, con un simple ejecutivo de propósito, a hacer algunas cosas en poco tiempo, e ir a las elecciones, porque no hay gobierno posible para la Italia de hoy. Pero es más probable que la entrada de Europa en Italia obligue a los dos campos de la política a reconciliarse consigo mismos durante un tiempo, resolviendo su identidad, mientras que los dos populismos deben incluso resolver su destino. El Big Bang acaba de comenzar”, escribe optimista Ezio Mauro, que fue director de La Repubblica hasta 2016.

placeholder Draghi estrecha la mano de Angela Merkel, canciller alemana. (Reuters)
Draghi estrecha la mano de Angela Merkel, canciller alemana. (Reuters)

El fantasma de Monti

De forma inevitable para muchísimos italianos tras Draghi asoma el fantasma del pasado, el de Mario Monti, padre involuntario de algunos de los tics populistas que han hecho del país transalpino una de las fuentes de inestabilidad política y económica para el resto de la Eurozona. El Movimento 5 Stelle (M5S) de Beppe Grillo creció a los pies del Gobierno tecnócrata de Monti a partir de 2011. Se alimentó de cada uno de sus días en el Palazzo Chigi para convertirse en la principal fuerza política del país.

La gran pregunta, por encima de todas las demás, es si Draghi será capaz de matar al fantasma de Monti. Hay algunos motivos para ser optimista. El profesor Monti es una persona amable y cercana, con un vasto conocimiento y experiencia, pero con capacidades políticas limitadas comparadas con las de Draghi, y que llegó al poder en un momento enormemente traumático para Italia.

placeholder Mario Draghi, expresidente del BCE y encargado de formar Gobierno en Italia. (EFE)
Mario Draghi, expresidente del BCE y encargado de formar Gobierno en Italia. (EFE)

El expresidente del BCE es inteligente, un zoon politikón de grandes dimensiones que se mueve mejor en el gran tablero que en el día a día político, como demostró al frente del eurobanco. Un hombre paciente y ambicioso con una idea de la responsabilidad marcada a fuego, y cuya hoja de ruta quiere basarse en los tres pilares que señaló a los estudiantes de la Cattolica de Milán poco antes de abandonar el BCE: “Conocimiento, coraje y humildad”. Draghi es un arquitecto del instante, algo que puede resultar clave en la política italiana, capaz de leer bien la jugada y conjugar los verbos de la forma correcta en el momento indicado. Su pedigrí lleva a pensar que no se convertirá en un Monti bis.

Y, la gran diferencia con Monti: aquel quiso ser un jugador más. Es una ventaja con la que cuenta Draghi. Monti quiso jugar en el tablero político, fundando su propio partido, y acabó barrido. Si el nuevo presidente del Consiglio es capaz de situarse un par de centímetros por encima del barro político, podrá sobrevivir con su prestigio más o menos intacto. Y para hacerlo hay otro elemento que puede ser fundamental. Y es que él, Draghi, sabe que su lugar natural no es el Palazzo Chigi, el palacio del primer ministro de Italia. Es el Quirinal, la residencia del presidente de la República. Es el lugar que se adapta a la figura de Draghi, a su dimensión, a su carácter y prestigio. Es el lugar que le corresponde y el único en el que su nombre no se mancharía.

Para Draghi, si es que quiere abrirse su camino hacia el Quirinal en un futuro, escapar del ejemplo de Monti es tan importante como seguir el de Carlo Azeglio Ciampi. También fue presidente de la Banca de Italia, y también fue un primer ministro técnico. A diferencia de Monti él no se implicó en el menudeo político, y eso le abrió las puertas del Quirinal entre 1999 y 2006. Si Draghi quiere salir con vida (política) de esta experiencia, hay una clave: no bajar al barro. Otra cosa es que eso sea posible en la Italia de estos días.

Un presidente del Banco Central Europeo (BCE) no es, por definición, una persona extremadamente popular en ninguno de los posibles sentidos de la palabra. Y sin embargo ahí estaba: Mario Draghi, por entonces, octubre de 2019, todavía presidente del eurobanco, donde le quedaban 21 días, vestido de traje y de pie escuchando a un par de personas en un supermercado de la Via Mercato, en el acomodado barrio de Brera en Milán. Un largo rato y una compra después, Draghi seguía ahí, hablando ya con un único joven.

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