Experimento Freinet: historia de una Europa que se construyó carteándose
Se cumplen 100 años de la primera correspondencia escolar, una revolución pedagógica del matrimonio Freinet, que a través del intercambio epistolar quiso fomentar la libre expresión y la apertura a otras formas de vivir
Entre cajas y armarios de su casa, en la comuna francesa de Commercy, Jean Pol, un francés de 82 años, se afana en encontrar las cartas en alemán que escribió en el instituto a Margrit, una joven suiza. Han aparecido tres fotografías en blanco y negro de cuando se reunieron; una de ellas, de sus hermanas y Margrit tomando el sol. Desde la adolescencia, “pasarían… unos 65 años en contacto”, calcula Sophie Morris, su hija. No recuerda cómo se conocieron las dos familias, solo que, desde Francia, “después de la guerra, era más fácil viajar a Suiza que a Alemania”.
Era finales de los años 40 y los franceses retomaban la conexión con sus vecinos, gracias, en parte, a los amigos por correspondencia, una actividad que fomentaban tanto los colegios como, más tarde, las revistas juveniles. Antes de las redes sociales y los vuelos low cost, Morris afirma que estos intercambios “sirvieron para abrir la mente de muchos estudiantes”. Los chavales esperaban ansiosos las historias lejanas que llegaban dentro de un sobre, enviadas por sus corresponsales, alumnos de colegios en otras ciudades o países.
El experimento de Freinet que ayudó a reconstruir Europa
Ideada en 1925 por el pedagogo y maestro francés Célestin Freinet, padre de la llamada “Escuela Moderna”, el propósito de la correspondencia interescolar no solo era que los jóvenes aprendieran a expresarse en otro idioma, sino que descubrieran diferentes maneras de pensar y vivir. Freinet escribió que cuando llegó la primera carta desde un colegio de Trégunc, un pueblecito de pescadores en Finisterre, a su escuela, en una aldea de los Alpes Marítimos, sintió que acababa de poner en marcha una nueva forma de pedagogía. “Inmediatamente, percibí las enormes posibilidades de tal intercambio”, afirmó Freinet. Decía que los niños “ya no escribían para sí mismos, sino para sus corresponsales”. Y, de pronto, en su clase convivían con los pescadores de Bretaña y conocían su trabajo e inquietudes, aunque estuvieran a cientos de kilómetros.
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La correspondencia escolar rompió con los fundamentos habituales de la escuela “anclados en falsas apariencias” y “colocó a los niños en una posición de comunicación auténtica”, explica la educadora Marguerite Bachy, en un manual sobre esta práctica. En 2025, se cumplen 100 años de la primera correspondencia interescolar, uno de los emblemas de la revolución pedagógica del matrimonio Freinet, junto al texto libre, la imprenta escolar y el diario del alumno.
De aquellos viajes, Sophie aún recuerda el pueblecito suizo en el que vivía la familia de Margrit, “como una postal, limpio, verde, bien organizado” y algunas de las conversaciones entre las dos familias, “a favor y en contra de la Unión Europea, o el Tratado de Maastricht”. En diciembre de 1992, Suiza rechazaría su adhesión al Espacio Económico Europeo, después de que una mayoría ajustada dijera ‘no’ en referéndum.
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Entre los años 50 y los 90, la correspondencia escolar fue en Francia un poderoso movimiento que involucró a miles de centros educativos. Las cartas se intercambiaban entre dos colegios de distintas zonas geográficas y solían concluir con un viaje de intercambio, en ocasiones, en casa de la familia del corresponsal.
A veces se escribían en alemán, inglés e italiano, o la segunda lengua que estudiase el alumno. Fue el caso de Manon, hoy una profesora francesa de 40 años, de Normandía. Tenía 13 años cuando empezó a cartearse con una chica del sur de Inglaterra, con la que se contaba “las penas de amores”. Recuerda que fue su profesor de inglés quien propuso buscar corresponsales a través de una asociación. A ella le permitió “mejorar el inglés y descubrir la cultura de Inglaterra”. Pero, también, “la distancia y el hecho de no vernos era algo mágico”, afirma. Más tarde, se escribiría con otros corresponsales, en Italia y Canadá, gracias a la revista para adolescentes, Arkéo Junior, donde se ponían anuncios para buscar amigos por correspondencia.
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Cartas tras décadas de enemistad franco-alemana
El intercambio epistolar no solo sirvió para abrir las ventanas de los colegios de Francia, sino para estrechar lazos en un continente que aún curaba sus heridas. Era el caso de Francia y Alemania, que tras enfrentarse en la guerra franco-prusiana (1870-71) y las dos guerras mundiales, en 1963, pusieron fin a décadas de enemistad con el Tratado del Elíseo. Bajo este paraguas se firmaron más de 2.300 hermanamientos e iniciativas de la sociedad civil. Entonces, los corresponsales alemanes empezaron a llegar a las casas de los estudiantes franceses, y viceversa.
Una de las muchas estudiantes alemanas que se carteó con franceses fue Gudrun Herche, ahora trabajadora social a punto de cumplir los 60 años. Gudrun tenía unos 15 años cuando empezó a estudiar francés en su instituto de Laubach, un municipio del estado alemán de Hesse. Su pueblo y Elancourt, un suburbio de París, eran ciudades hermanadas, y como parte de las clases de francés, se organizó un intercambio. Ella pasó dos semanas en Francia y luego su corresponsal, Sylvie, otras dos en Alemania.
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Era el año 1980 y la relación entre los dos países había cambiado.
Aunque la Segunda Guerra Mundial era un tema delicado en casa de Gudrun, ya que su abuelo había sido prisionero de guerra en Francia y su abuela solía recordarlo cuando era niña, no se lo llegó a mencionar a su corresponsal, “probablemente debido a nuestra juventud”. “Desde el principio nos llevamos muy bien, lo que dio lugar a una amistad que aún perdura”, dice. Después, pasarían muchas vacaciones juntas y acabarían convirtiéndose en familia. De aquella correspondencia nació una relación amorosa entre su hermano y Sylvie. El balance de lo que las cartas le dieron es rotundo: “una maravillosa amistad”, un sobrino y “amor por Francia”.
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“Yo veía París a través de sus ojos”
Otras cartas recorrieron más kilómetros. “Era la única manera que teníamos de ver otras cosas”, dice Maritza Núñez, una profesora de español de 54 años, natural de República Dominicana. Dice que ahora que las nuevas tecnologías de telecomunicaciones han dado el salto, es difícil entenderlo, pero a ella, una enamorada de Francia desde su casita en el Caribe, le sirvió “para ver París a través de sus ojos”. Se refiere al corresponsal francés con el que empezó a escribirse en el 90, gracias a la revista universitaria Diálogo.
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Al principio, él hacía preguntas sobre gramática –“sobre el subjuntivo”– y ella, sobre geografía: “Me daba curiosidad saber que había islas francesas cerca de mi casa”. En 1997, lo visitó en París y estuvieron en contacto hasta su muerte. Muestra por WhatsApp la agenda de sus corresponsales y una postal. En total, tuvo siete buenos amigos por carta.
De París… a El Cairo
En El Cairo aguardaba ansiosa aquellos sobres decorados Salma Mohsein, hoy profesora de francés de 43 años. Tenía 16 años cuando empezó a escribirse con estudiantes de Francia y otros países, después de que su madre comprara la revista sobre literatura adolescente Je Bouquine [Yo Leo], en la que había un apartado para correspondencia.
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“Recuerdo que en las primeras cartas me preguntaban si seguíamos moviéndonos en camellos y si vivía cerca de las pirámides”, rememora, entre risas. Para ella, esas cartas “eran una ventana al mundo”, en un momento en el que aún no había viajado. Con uno de sus corresponsales aún mantiene contacto, y se han visto en Francia y en Egipto. Pero en un momento “cambiamos el papel por el chat de Yahoo”.
Sophie Morris, como hizo su padre antes, también se carteó con estudiantes, en Alemania y en Burkina Faso, aunque no mantuvieron contacto.
En la actualidad, trabaja en educación especial de la Bretaña francesa y forma parte del comité del hermanamiento Fouesnant-Meerbusch, dos colegios de Francia y Alemania. Cada verano, Morris acompaña a los alumnos de intercambio, en el que ahora participan sus dos hijos. Entre las actividades, representan una obra de teatro en alemán. Dice que ya son lo suficientemente mayores “para entender el contexto político y descubrir y apreciar las diferencias”. En 2023, con motivo del 60 aniversario del Tratado del Elíseo, los estudiantes de ambos colegios se reunieron y visitaron el museo de la Guerra en Meaux, para, en palabras de su profesor, “aprender de la historia en el terreno”.
Aún existen espacios seguros para la correspondencia escolar, como CorrespondanceScolaire.fr, donde los profesores publican anuncios; la página del Instituto Cooperativo de la Escuela Moderna o la plataforma de la Comisión Europea eTwinning. Maritza, una vez como profesora, también puso en práctica la correspondencia en sus clases. Sin embargo, ya no se mandan cartas, “sino mensajes por WhatsApp”. Cree que, antes, hacía más ilusión: “Había deseo de cercanía”.
Entre cajas y armarios de su casa, en la comuna francesa de Commercy, Jean Pol, un francés de 82 años, se afana en encontrar las cartas en alemán que escribió en el instituto a Margrit, una joven suiza. Han aparecido tres fotografías en blanco y negro de cuando se reunieron; una de ellas, de sus hermanas y Margrit tomando el sol. Desde la adolescencia, “pasarían… unos 65 años en contacto”, calcula Sophie Morris, su hija. No recuerda cómo se conocieron las dos familias, solo que, desde Francia, “después de la guerra, era más fácil viajar a Suiza que a Alemania”.