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"No hay ninguna manera progresista o humanitaria de frenar la inmigración"
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entrevista con hibai arbide aza

"No hay ninguna manera progresista o humanitaria de frenar la inmigración"

Afincado en la isla de Lesbos (Grecia) este abogado y reportero vasco lleva dos décadas documentando lo que ocurre en las fronteras de Europa. Dice que nunca han estado más cerradas que ahora

Foto: Hibai Arbide Aza. (Cedida)
Hibai Arbide Aza. (Cedida)

Las visiones humanitarias han pasado de dominar el debate político migratorio a desaparecer casi por completo en muy poco tiempo. Mientras tanto, las fronteras europeas han seguido endureciendo sus métodos para evitar que entre gente. Hibai Arbide Aza (Leopa, 1979) lleva tiempo instalado en la isla de Lesbos, uno de los puntos de entrada más calientes. Ha visto cómo los griegos han pasado de ser "chovinistas de la solidaridad" a sumarse a la lista de europeos que exige a sus gobernantes que frenen las llegadas. Acaba de publicar Con el agua al cuello (Capitán Swing), una investigación sobre las devoluciones en caliente en el Mediterráneo, una de esas cosas de las que oímos hablar todo el rato sin visualizar lo que significan. Nos atiende por videoconferencia desde su casa en Lesbos, justo antes de salir a cubrir la última manifestación.

Pregunta. Todos los días oímos que las fronteras de Europa están abiertas y que la política migratoria consiste en ayudar a la gente a llegar hasta aquí. ¿Están realmente abiertas las fronteras?

Respuesta. No, no lo están. De hecho, no solo no están abiertas, sino que es más difícil atravesarlas de lo que ha sido nunca. Muchas están militarizadas, de hecho. No hay vías legales seguras para solicitar asilo o para emigrar de manera regular. Se anuncian programas, como las contrataciones en origen o la reubicación de refugiados desde Turquía, pero luego no se cumplen. Las fronteras no solo son más difíciles de cruzar que nunca, sino que causan más muertes que nunca. Desde los años 90, han muerto más de 60.000 personas en el Mediterráneo intentando llegar a Europa, y la mayoría de estas muertes se han concentrado en los últimos 15 años. Mientras tanto, obtener un visado se ha vuelto casi imposible. Ni siquiera puedes embarcar en un avión si vienes de determinados países porque los controles comienzan en los lugares de origen, no solo en Europa. Por eso aumentan los intentos de llegada por mar y, con ellos, las muertes.

P. Otra de las percepciones extendidas es que no existe un cribado, y que se está dejando pasar a todo el mundo.

R. Los cribados son constantes. La experiencia de frontera varía según la persona que la cruza. No es lo mismo cruzar de África a Europa que al revés. Y luego está el factor de clase, poder adquisitivo o profesión. Para los europeos, las fronteras son un trámite burocrático. Pero para muchas nacionalidades, las fronteras están cerradas. A cada país se le aplican unos criterios distintos. Y si vienes de determinados lugares, no hay manera de lograr un visado, ni aunque tengas la invitación de un organismo oficial. El Congreso de Migraciones que se celebra cada año en Mérida es buen un ejemplo. Muchos especialistas de África u Oriente Medio no pueden venir porque no les conceden el visado, a pesar de ser académicos o profesionales con solvencia económica. Imagina cómo serán los criterios que ni si ni siquiera esta gente puede entrar de manera legal.

Para los europeos, las fronteras son un trámite burocrático. Pero para muchas nacionalidades, las fronteras están cerradas

P. La mayor parte del libro está dedicada a documentar las devoluciones en caliente. Oímos hablar todo el rato de esto, pero no sé si somos conscientes de cómo se hacen y en qué consisten.

R. Las devoluciones en caliente son una práctica extremadamente violenta que ocurre de forma sistemática en las fronteras europeas, especialmente en las rutas del Mediterráneo. Aunque llevaba años investigando este tema, me sorprendió la crudeza con la que se llevan a cabo. Al principio, pensaba que se trataba de casos aislados, pero la realidad es que suceden todos los días. Pero respondiendo a tu pregunta, cuando hablamos de devoluciones en caliente en el mar, no nos referimos solo a forzar a alguien a retroceder tras cruzar una valla, como en la frontera sur de España. Aquí, en Grecia, el resultado final es gente abandonada a la deriva en mar abierto. Les rompen el motor de la barca o los suben a balsas hinchables que apenas flotan, sin ningún medio para navegar. Muchos pasan horas o días a la deriva hasta que las corrientes los devuelven a las costas turcas, si es que sobreviven.

P. En el libro relatas episodios de enorme violencia.

R. Los guardacostas a menudo utilizan la violencia más extrema durante las interceptaciones. No es una violencia ciega, sino una estrategia deliberada para generar terror y disuadir a otras personas de intentarlo. Les roban sus pertenencias, les golpean y, en muchos casos, les someten a registros corporales humillantes, sin siquiera cambiarse los guantes entre personas. Ha habido casos documentados en los que arrancan dientes de oro a quienes no llevan nada más de valor. Pero los casos más brutales van aún más allá: personas empujadas al agua con las manos atadas, cuerpos que aparecen flotando sin que haya habido un naufragio conocido, e incluso jóvenes a los que dejan ahogarse mientras los guardacostas iluminan la escena con los focos de sus patrulleras, como una forma de escarmiento para los demás. Antes de 2020, las devoluciones en caliente eran algo estacional, pero desde entonces se han convertido en la herramienta principal para gestionar la frontera marítima europea. Se ha normalizado una violencia extrema cuyo único objetivo es aterrorizar a quienes intentan migrar. Y aunque al principio dudé sobre si usar el término "violencia extrema", porque se asocia a conflictos como Gaza, no hay otra forma de describir lo que está ocurriendo en el Mediterráneo.

P. ¿Pero no funcionan como medidas de disuasión para evitar que venga más gente?

R. El problema de quienes exhiben esta crueldad, creyendo que servirá para desincentivar a otras personas, es que no entienden que, para muchos migrantes, no hay alternativa. Una vez que han emprendido el trayecto, ya no pueden dar marcha atrás. Una buena imagen de esto es lo que ocurre cuando los agentes de frontera tiran los pasaportes al mar. Para un policía, puede parecer un simple gesto de desprecio, pero para quien lo sufre, significa quedar atrapado en un limbo. Sin documentos, no pueden regresar a su país por vías legales ni obtener un nuevo pasaporte en una embajada. En muchos casos, ni siquiera podrían volver a su país de origen porque están en guerra o porque enfrentan persecución. Piensa en las mujeres afganas que huyen del régimen talibán, en personas de Somalia, donde el estado es prácticamente inexistente, o de Eritrea, que es un régimen aún más hermético que Corea del Norte

placeholder 'Con el agua al cuello' de Hibai Arbide Aza.
'Con el agua al cuello' de Hibai Arbide Aza.

P. La otra gran política migratoria de los últimos años es la externalización de las fronteras. ¿Cómo funciona y qué consecuencias tiene?

R. Es una estrategia que los países europeos han ido perfeccionando en los últimos años para frenar la migración antes de que llegue a su territorio. Hay dos formas principales de hacerlo. La primera es a través del sector privado, convirtiendo a aerolíneas y agencias de viaje en los primeros filtros migratorios. Sin visado, una persona ni siquiera puede comprar un billete de avión, aunque tenga el dinero para hacerlo. Las compañías enfrentan penalizaciones si transportan a alguien sin la documentación exigida, así que, en la práctica, funcionan como agentes de aduanas. La segunda es a través de acuerdos con terceros países, delegando el control migratorio a Estados de tránsito o de origen. Estos acuerdos suelen estar llenos de corrupción y abusos, porque la prioridad absoluta es impedir las salidas, sin importar las consecuencias. Un ejemplo claro es cómo la UE ha financiado a las milicias libias, que no solo están involucradas en el tráfico de personas, sino en la trata y el secuestro. Otro caso es Marruecos, que recibe apoyo europeo para mantener las fronteras, incluso a costa de reprimir a su propia población o a los saharauis.

P. El acuerdo más importante, y en algún sentido pionero, es el que se alcanzó en 2016 entre la UE y Turquía, ¿no?

R. Sí, un acuerdo que ni siquiera tiene rango legal. No es un tratado oficial, sino un pacto de palabra, un apretón de manos, que ha cambiado por completo la relación entre ambos lados del Egeo. Desde entonces, se ha militarizado el mar, sustituyendo a ONG de rescate como Open Arms por barcos militares y de Frontex, cuyo objetivo ya no es salvar vidas, sino impedir la navegación. El resultado no ha sido menos muertes, sino todo lo contrario: han aumentado. Esta estrategia también tiene un efecto paradójico. Cuanto más se endurecen las condiciones en países como Turquía para impedir la migración, más desesperada se vuelve la gente por salir. La UE está externalizando la represión, dificultando la vida de millones de refugiados en Turquía, lo que a su vez genera más presión migratoria. Es un círculo vicioso que demuestra que estas políticas no solo son crueles, sino que tampoco cumplen su supuesto objetivo de frenar la migración.

P. ¿Hasta dónde pueden endurecerse aún más las políticas migratorias en Europa?

R. Lamentablemente, cada vez que he pensado que las políticas migratorias europeas no podían ser más duras, me he equivocado. Siempre hay margen para empeorar. Las condiciones en los campos de refugiados en Grecia ya son inhumanas. He estado en lugares como Níger, el Líbano o en la ruta balcánica, y lo que se vive en algunos puntos de Europa no tiene nada que envidiarles. Nadie migra porque espere encontrar condiciones de vida dignas en estos centros, ya que la realidad es que son terribles. El endurecimiento de los requisitos para obtener asilo ya ha llegado a niveles extremos. Se podría eliminar directamente la figura del asilo, pero entonces los gobiernos que proponen esto tendrían que asumir que están desmontando la arquitectura jurídica internacional creada tras la Segunda Guerra Mundial para evitar repetir los mismos errores. Y lo preocupante es que algunos sí parecen dispuestos a hacerlo, aunque dudo que sus votantes sean realmente conscientes de las consecuencias que tendría. En cuanto a blindar aún más las fronteras, no veo cómo podrían hacerlo sin caer en lo completamente inviable. Intentos como el de Giorgia Meloni de externalizar el asilo, enviando a los solicitantes a terceros países como Albania a un coste de 18.000 euros por persona, no solo son injustos, sino que además son medidas puramente propagandísticas que no funcionan.

He estado en lugares como Níger, el Líbano o en la ruta balcánica, y lo que se vive en algunos puntos de Europa no tiene nada que envidiarles

P. En el libro dices, creo que como provocación, que el tráfico de personas es un mito. ¿A qué te refieres?

R. Sí, es una provocación, es verdad. En inglés, hay una diferencia clara entre trafficking (trata de personas) y smuggling (contrabando de migrantes), pero en español usamos el término “tráfico” para todo, lo que genera confusión. No es lo mismo alguien que viaja voluntariamente pagando por el trayecto que una persona víctima de trata, que no tiene control sobre su destino. En Europa, esta distinción se ignora, metiendo en el mismo saco a situaciones muy distintas. En Libia, por ejemplo, las milicias controlan la trata de personas, secuestrando y vendiendo a migrantes. Pero en lugares como Senegal, el viaje se organiza de forma colectiva: la gente compra un barco y se reparten los costes.

P. También le dedicas páginas a los pilotos de barca.

R. Es uno de los casos más graves de esta confusión. Los llamados pilotos de barca son detenidos y condenados con penas desproporcionadas. En realidad, estas barcas suelen ser zodiacs sencillas que no requieren conocimientos técnicos para navegar, por lo que no hay mafias organizando los trayectos. Muchas veces, quien conduce lo hace al azar o porque se ofrece sin conocer las consecuencias legales. El problema es que, al llegar a Grecia, las autoridades identifican al piloto de forma arbitraria y lo acusan de pertenecer a una organización criminal. Las penas son extremas: 10 años por conducir, 10 años más por “organización criminal” y 10 años adicionales por cada persona en la embarcación. Si hay un naufragio, la condena sube a 15 años por cada pasajero. Esto lleva a sentencias de 200, 300 o hasta 400 años de prisión, más que por un homicidio. Lo más impactante es que este delito ya es el segundo más común en las cárceles griegas, después de los delitos relacionados con drogas. Es decir, personas que simplemente intentaban llegar a Europa para pedir asilo acaban pagando un precio altísimo por haber llevado el timón durante el trayecto.

P. En cualquier caso, el debate migratorio lo está ganando claramente la mano dura, también entre los partidos de izquierdas. El argumentario del Partido Demócrata de EEUU estos días no es denunciar lo que hace Trump con las deportaciones, sino reivindicar que ellos deportaban más y mejor con Biden.

R. El problema no es solo que los partidos de derecha hayan endurecido sus discursos sobre inmigración, sino que los partidos progresistas han terminado asumiendo muchas de sus premisas. No hace falta irse a EEUU. En España, los gobiernos del PSOE han sido los que más deportaciones han realizado, con un pico en 2006, durante el llamado "verano de los cayucos", cuando se expulsó a más de 60.000 personas. Esto ocurre porque el debate no es realmente sobre modelos migratorios distintos, sino sobre grados: cuánta mano dura aplicar y en qué medida. La' ventana de Overton' se ha desplazado tanto que plantear que los derechos humanos deben respetarse parece una idea radical. Se ha instalado la idea de que la inmigración es un problema en sí mismo, y la única discusión parece ser cuán restrictiva debe ser la respuesta.

El debate no es realmente sobre modelos migratorios distintos, sino sobre grados: cuánta mano dura aplicar y en qué medida

P. ¿Cómo ha sido en Grecia?

R. En lugares como Grecia, este cambio de percepción se vio muy claramente. En 2015-2016, en plena crisis de refugiados, había un fuerte sentimiento de solidaridad. La gente en Lesbos estaba orgullosa de ser la más solidaria del mundo. Pero con el tiempo, la falta de apoyo de Atenas y Bruselas generó una sensación de abandono. Se pasó de ayudar a los migrantes a pensar que la isla estaba pagando un precio injusto, que los recursos eran insuficientes y que la presión migratoria no era su responsabilidad. Este malestar, que inicialmente no era racista, fue hábilmente utilizado por la extrema derecha para redirigir la frustración contra los propios migrantes en lugar de contra los gobiernos que tomaban las decisiones. A mayor escala, lo mismo ha sucedido en toda Europa: durante años, los partidos tradicionales evitaron hablar de inmigración, permitiendo que la extrema derecha marcara la agenda. Ahora, en lugar de disputar ese discurso, muchos han optado por copiarlo con ligeros matices, sin cuestionar la base del problema.

P. ¿Cómo viven los migrantes con los que tienes contacto en Lesbos el cambio de actitud en Europa respecto a la inmigración? ¿Son conscientes de ello, les disuade, les preocupa o lo viven ajenos?

R. Lo preguntan a menudo. Y hay tantos casos como personas. Los refugiados no son un grupo homogéneo. Algunos llegan muy informados y otros, en cambio, apenas tienen idea de lo que van a encontrar. Lo que sí es común es una sensación de incredulidad. Les cuesta entender que se les niegue lo más básico. Recuerdo a un joven afgano que sufrió un ataque racista con cuchillos y decía que le gustaría que en Europa haya una guerra para que aprendan lo que es la humanidad, para tener la oportunidad de ser él quien los reciba. Es una reacción extrema, claro, porque acababan de intentar matarlo, pero refleja bien ese desconcierto generalizado.

P. Comentas que es un tema cultural también, ¿no?

R. En Oriente Medio, por ejemplo, la hospitalidad con los extranjeros es un valor cultural fundamental. Incluso hacen bromas sobre lo exagerados que son en agasajar a los huéspedes. Lo mismo ocurre en muchas culturas africanas, donde ser descortés con alguien que llega de fuera es considerado el colmo de la mala educación. Por eso, convertir el rechazo al extranjero en política de Estado es algo que les choca profundamente. No solo les cuesta entenderlo a nivel personal, sino también en términos legales. He tenido muchas conversaciones surrealistas tratando de explicar que, según la ley europea, pueden ser rechazados. Para ellos, es un choque cultural brutal, porque en su mentalidad la ley no debería amparar lo que consideran una falta de humanidad.

P. ¿Crees que hay algún enfoque más humanitario para frenar la inmigración con menos crueldad y menos muerte?

R. Es muy buena pregunta, pero creo que no. No hay una forma progresista ni humanitaria de cerrar fronteras. Lo que relato en el libro es terrible, pero es la única forma en la que se puede impedir la migración de manera efectiva: con violencia y muerte. Ahí está la trampa en la que caen muchos gobiernos progresistas, que quieren endurecer las políticas migratorias sin asumir las consecuencias reales. Si un país decide que no quiere inmigración, tiene que aceptar lo que eso implica: devoluciones en caliente, vallas mortales como la de Melilla, naufragios en el mar. No existe una versión “suave” de todo esto. No hay una forma indolora de rechazar a quien huye por necesidad. Las devoluciones no tienen sentido si no se hacen con brutalidad, porque su propósito es generar miedo. Si un gobierno plantea políticas de cierre de fronteras, debería ser honesto y reconocer que lo que está proponiendo implica sufrimiento y muerte. Cualquier otra postura es hipócrita.

Las visiones humanitarias han pasado de dominar el debate político migratorio a desaparecer casi por completo en muy poco tiempo. Mientras tanto, las fronteras europeas han seguido endureciendo sus métodos para evitar que entre gente. Hibai Arbide Aza (Leopa, 1979) lleva tiempo instalado en la isla de Lesbos, uno de los puntos de entrada más calientes. Ha visto cómo los griegos han pasado de ser "chovinistas de la solidaridad" a sumarse a la lista de europeos que exige a sus gobernantes que frenen las llegadas. Acaba de publicar Con el agua al cuello (Capitán Swing), una investigación sobre las devoluciones en caliente en el Mediterráneo, una de esas cosas de las que oímos hablar todo el rato sin visualizar lo que significan. Nos atiende por videoconferencia desde su casa en Lesbos, justo antes de salir a cubrir la última manifestación.

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