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Los asesinos de Brabante - Capítulo 3: cómo no resolver el mayor crimen de tu historia
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Los asesinos de Brabante - Capítulo 3: cómo no resolver el mayor crimen de tu historia

¿Qué conexiones tenían los asesinos con la gendarmería? ¿Se escaparon por brillantez o, como todo apunta, por incompetencia? El caso sigue sin resolverse

Foto: Imagen: Laura Martín.
Imagen: Laura Martín.

Los asesinos de Brabante mataron a 28 personas entre 1982 y 1985. Aterrorizaron a una población belga que comenzó a ir a los supermercados con miedo. En Aalst, su último día, el peor de todos, asesinaron a ocho personas, una de ellas una niña de nueve años. Nada de eso habría sido posible sin los continuos errores policiales y con la torpeza del equipo investigador. Muchos investigadores independientes o incluso las dos comisiones parlamentarias que investigaron los hechos, la primera en 1988 y la segunda a lo largo de 1996, dudan también de la posible complicidad de algunos sectores dentro de la seguridad del Estado.

Desde el control que nunca existió en el puente de Groenendael y que quizás podría haber evitado la huida de la banda tras asesinar a su primera víctima, el policía Claude Haulotte, hasta la aparición en 1986 de material en el canal Bruselas - Charleroi que se creyó que había sido lanzado tras la masacre de Aalst en 1985, pero que en realidad se arrojó días antes de su descubrimiento y por lo que los investigadores detuvieron al antiguo policía Philippe V en 2019. Esos agujeros negros en el dossier de la investigación no desaparecen en ningún momento.

Las pistas falsas, las pistas sólidas pero que no se siguieron, las detenciones por error en distintas ocasiones. Los errores involuntarios y las interferencias desde dentro. La banda aterrorizó a la sociedad belga, pero lo que ocurrió en la tramoya sigue inquietando a muchos. Con los últimos disparos en Aalst se terminan las certezas, incluso si estas no son un terreno firme sobre el que pisar. A partir de ese momento, todo lo que se puede deducir de lo que ocurrió antes y después en la historia de los asesinos de Brabante son hipótesis. Aunque algunas son bastante más consistentes que otras y las líneas generales de investigación nos permiten mirar en una dirección relativamente concreta.

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Pero para seguir la pista de la investigación hay que estar listo para una gran frustración. Por dos motivos: el primero es porque hay numerosas pistas que, aunque parecen prometedoras, se cortan de forma repentina. Son muchas. Hubo muchos sospechosos que parecían estar vinculados a los actos y que, sin embargo, la justicia los descarta una y otra vez, segura de que no se tratan de los verdaderos asesinos.

Un buen ejemplo es el del antiguo gendarme Christiaan Bonkoffsky. Su familia asegura que confesó antes de su muerte. Se parece mucho a los retratos robots con los que trabajaban los investigadores que, de hecho, le investigaron en los años noventa. En 1985, días después de la doble acción en los Delhaize de Braine-l'Alleud y Overijse, que se produjo el 27 de septiembre, Bonkoffsky se encuentra de baja. En noviembre de 1985, en su última acción, en el supermercado de Aalst, algunos de los testigos de la masacre señalan que el Gigante cojea, lo que hace muchos creer que existe, ahí, una línea directa. En 2018 la fiscalía descarta que Bonkoffsky sea miembro de la banda de Nivelles. En 1998 Bonkoffsky ya se había hecho una prueba de ADN… y no mostraba ninguna relación con el material que se obtiene de la banda. Otra carretera que parecía clara pero que no lleva a ninguna parte.

El país es un territorio partido en dos, con dos comunidades que no se dirigen la palabra. Los cuerpos de seguridad no eran muy distintos

El segundo motivo, que tiene que ver con el primero, es por los volantazos en la investigación debido a que esto es Bélgica. El país es un territorio partido en dos, con dos comunidades que prácticamente no se dirigen la palabra. Los cuerpos de seguridad no eran muy distintos en este sentido, y existía una competencia muy fuerte. Un ejemplo de cómo todo esto se traslada a la realidad ocurrió a finales de los años ochenta cuando el público y el Gobierno se hartaron de la investigación que llevaba un equipo en Nivelles, especialmente después de que se quedaran pruebas sin analizar o se conociera que se habían estado siguiendo pistas que no llevaban a ningún sitio al continuar investigando a un grupo de gánsteres no involucrados en los asesinatos. Se tomó una decisión muy belga: dividir el equipo en dos. Uno de habla flamenca y otro de habla francófona. Y no, no salió bien. Solamente después de muchas zancadillas y de una competencia feroz entre ambos equipos, se decidió fusionarlos, aunque eso tampoco fue sencillo. Finalmente toda la investigación acabó dirigiéndose en francés desde Charleroi. La traducción de los documentos del flamenco al francés fue, como mínimo, deficiente.

Aunque hay muchas hipótesis, la inmensa mayoría de ellas sí ofrecen algunos puntos en común: un buen número de los investigados como potenciales miembros de la banda eran antiguos gendarmes. En la opinión pública hay pocas dudas de que los que disparaban tenían vinculación o lazos con las fuerzas de seguridad belgas. La gendarmería era en aquellos días un avispero de extrema derecha, empezando por su director, Fernand Beaurir, que había asumido el mando en 1978. Beaurir era uno de esos pocos altos cargos que quedaban en la administración belga que había jurado lealtad a las autoridades alemanas durante la ocupación de Bélgica durante la Segunda Guerra Mundial. Bélgica, especialmente la región flamenca, afronta, todavía hoy, muchos retos a la hora de censurar el colaboracionismo con el régimen nazi: en 2021 el Parlamento de Flandes homenajeó a 14 personalidades que participaron en la creación del germen de la actual cámara de representación flamenca, y entre ellos incluyó a dos colaboracionistas.

No solamente se sospechaba de los gendarmes porque los asaltantes saben disparar, mantienen la calma y utilizan algunas técnicas avanzadas en su cuerpo a cuerpo con policías. No solamente porque escapan una y otra vez. Con los años, una de las acciones que arrojan una mayor duda respecto a la posible vinculación con las fuerzas de seguridad es la actuación en Temse, donde hay una fábrica de la que los asesinos roban unos chalecos antibalas que después aparecen en 1986 en el canal Bruselas - Charleroi. Los miembros de la banda se dirigen directamente a un material en el que se estaba todavía trabajando para las fuerzas de seguridad belgas.

La conexión con la gendarmería

El escenario de esta historia son años de extrema tensión y violencia política. No solamente en Bélgica. En 1978 el antiguo primer ministro italiano Aldo Moro aparece en el maletero de un coche en el centro de Roma con un tiro en la cabeza. Los Brigadas Rojas lo han ejecutado tras meses de secuestro. En 1980 son asesinadas 85 personas por un atentado bomba en la estación central de Bolonia, un acto por el que son condenadas tres personas de un grupo neofascista. En Alemania es el momento culmen del grupo comunista de la Facción del Ejército Rojo.

Es una época de golpes y respuestas entre grupos terroristas de extrema izquierda y extrema derecha. Y también es la época de la llamada “estrategia de la tensión” que se enmarca en los últimos compases de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética y en la que las fuerzas de seguridad de los países de la Europa occidental tienen siempre un papel relevante. Una de las teorías más aceptadas es que los asesinos eran miembros de la gendarmería vinculados a grupos de extrema derecha que buscaban desestabilizar al Estado de Bélgica en un momento de gran tensión política. El propio Gobierno belga señala que esta teoría sigue siendo una opción todavía hoy.

Partiendo de la ausencia de certezas absolutas y de pruebas sólidas, en muchas ocasiones las sospechas de los investigadores se dirigen en la misma dirección, hacia los mismos protagonistas. Lo único que cambia son los detalles de esas sospechas. Una de las posibilidades que se han investigado a lo largo de los años es que la banda estuviera vinculada de alguna manera a Westland New Post (WNP), una formación neonazi fundada por Paul Latinus en 1981 con otros miembros del Front de la Jeunesse (FJ), otro grupo terrorista de extrema derecha. El WNP dejó de existir en 1984 después de que Latinus fuera encontrado muerto en casa de su novia tras haberse suicidado, aunque su entorno cercano niega que el líder de extrema derecha se quitara la vida, y rodea su muerte de una teoría conspiranoica en la que, en realidad, los asesinos de Brabante escondían en grandes masacres asesinatos selectivos de personas que sabían demasiado sobre una supuesta red de pederastia vinculandolo a la élite política, un clásico de las teorías de la conspiración.

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Francis Dossogne, un miembro destacado de la FJ, explicó en un documental que se creó una sección del WNP compuesta básicamente por gendarmes. Los sospechosos investigados a lo largo de los años, más allá de Christian Bonkoffsky, incluyen también una y otra vez a otros dos antiguos gendarmes: Madani Bouhouche y Robert Beijer. Ambos abandonaron el cuerpo en 1983, cuando ya tenían fama de agentes sucios, y crearon una agencia de investigadores privados. Poco después Bouhouche, una figura oscura de los bajos fondos policiales, se compra una tienda de armas. Y tanto en sus años en activo como después ambos tienen mucha relación con los círculos de la WNP. Bouhouche y Beijer acabaron condenados en 1989 por el asesinato de otras dos personas en un caso no relacionado con la serie de asesinatos en el Brabante valón. Liberado en el año 2000, la sombra de la banda no se separó nunca de Bouhouche a pesar de que las pruebas no eran concluyentes y que superó la prueba de polígrafo. Murió en 2005.

El Grupo G, de gendarmería, que estaba integrado dentro de la WNP, y que es del que habla Dossogne, reunía a esos miembros de extrema derecha entre los que se encontraban Bouhouche y otras personas que después fueron investigadas en el marco de los años del plomo belga. Las reuniones de este grupo de gendarmes se celebraban en la casa de un suboficial llamado Didier, que trabajó para la Oficina Central de Inteligencia. Un apartamento decorado con banderas nazis y emblemas de las SS. Uno de los miembros de este grupo, Martial Lekeu, escribió una especie de manifiesto en el que explicaba que vivían “en una democracia podrida”. “Los comunistas en nuestro país están en una situación de fuerza. Es necesario un régimen fuerte de hombres competentes en el poder”, escribe Lekeu a mano. En 1976 el mismo agente informa a sus superiores de la existencia de este grupo.

“Los comunistas en nuestro país están en una situación de fuerza. Es necesario un régimen fuerte de hombres competentes en el poder”

Marcel Barbier, un antiguo miembro del WNP detenido por un doble asesinato en una sinagoga, aseguró, como recoge la investigación parlamentaria de 1996-1997, que el grupo terrorista de extrema derecha contaba con la protección de los servicios de seguridad del Estado. A lo largo de las audiencias que se celebran en el contexto de esa comisión de investigación parlamentaria son varios los miembros del WNP que aseguran que, o bien contaban con la protección, o bien directamente hacían trabajos sucios para el Estado. Los investigadores que desconfían de esta línea de investigación señalan que es un mecanismo de defensa de estos miembros del grupo terrorista.

Pero esas ideas no llegan únicamente de boca de miembros del WNP. Lekeu, exgendarme, defiende que existía dentro de la gendarmería un amplio movimiento que buscaba generar una desestabilización del Estado, y también en otros sectores, como en el Ejército. Explica que como parte de esa estrategia se consideraban robos con derramamiento de sangres, así como grupúsculos de extrema izquierda que terminaran de generar un ambiente favorable a un poder fuerte con ataques de falsa bandera, en una clara referencia a las Células Comunistas de Combate (CCC) que actúan en 1984 y 1985 dejando dos muertos. ¿El objetivo? “Crear un clima de desestabilización destinado a reforzar el poder y las fuerzas del orden”, aseguró Lekeu en una entrevista con el periódico belga Le Soir en noviembre de 1992. El agente abandona la gendarmería el 1 de abril de 1984 y poco después se muda a los Estados Unidos.

Y aquí entra en juego el grupo Diane, una sección antiterrorista integrada dentro de la gendarmería. A ese grupo pertenecía Bonkoffsky, el hombre que en 2015 confiesa antes de morir ser miembro de la bandar, según su hermano. Arsène Pint, que cofundó en los años setenta el grupo Diane, estuvo en Aalst el día que la banda actuó por última vez. En 2017, tras conocerse la supuesta confesión de Bonkoffsky, Pint explicó en una entrevista a un periódico flamenco lo que se le pasó por la cabeza al ver las técnicas paramilitares utilizadas en el supermercado de Aalst en el que fueron asesinadas ocho personas. “Mierda, ¿esta gente no son de los nuestros?”. "Esa noche llamé al entonces teniente general de gendarmería, el jefe. Le dije que tenía una sensación insoportable de déjà vu. Pedí una investigación”, explica. 48 horas después, señala Pint, le comunicaron que se había cerrado la investigación: no había nadie del grupo Diane involucrado en el tiroteo. Con los años eso ha estado menos claro para los investigadores. En total nueve personas que participaron en el primer grupo Diane, creado en 1974, fueron interrogadas en el marco del caso en los años siguientes.

Foto: Desfile militar durante el día nacional de Bélgica. (EFE)

Cuando en 2019 los investigadores detuvieron a Philippe V, el antiguo gendarme del que se sospechaba que había interferido en la investigación, concretamente en el descubrimiento del material en el fondo del canal Bruselas - Charleroi en 1986, se precipitó la detención de François A, otro compañero gendarme. Y, de nuevo, hay una conexión: ambos también formaron parte del grupo Diane. Lekeu, el que cuenta los entresijos del funcionamiento del Grupo G dentro de la WNP porque perteneció a él, también era miembro de Diane.

Las distintas comisiones parlamentarias han pedido que se investigue a fondo todas las pistas, pero también cómo se interfirió con las investigaciones desde dentro. ¿Recuerdan a Didier M, aquel gernarme en cuya casa en la que había banderas nazis colgadas y en la se reúnen los miembros del Grupo G? Formó parte del equipo investigador del caso de los asesinos durante algún tiempo. La primera comisión de investigación parlamentaria criticó que no se hubiera investigado la presencia de una sección de gendarmes de extrema derecha dentro de los cuerpos de seguridad a pesar de que los superiores tuvieran conocimiento de ello gracias a Lekeu y también con la sospecha del agente Pint. Este es un caso en el que antiguos policías, periodistas o investigadores aportan sus teorías cada poco tiempo en televisión, artículos y libros. Los foros de internet todavía echan fuego con cualquier debate relacionado con los asesinatos, y cada poco tiempo siguen saliendo libros o documentales con nuevas teorías de quiénes eran los asesinos. Una de las últimas, lanzadas por un antiguo gendarme, señala que serían en realidad franceses. La segunda comisión parlamentaria señala, sin embargo, que si bien grupos de extrema derecha trataron de articular una facción dentro de la gendarmería, la acción del Estado Mayor lo evitó, y restan credibilidad a los relatos de Lekeu, y aseguran que no hay ninguna prueba serie que sostenga que se trataba de un intento de desestabilizar al Estado.

¿Por qué tanta violencia gratuita? Y, ¿por qué para obtener botines tan pequeños?

En otras líneas de investigación se estudia si estos asaltos eran sencillamente acción del crimen organizado en la zona de Bruselas, una región con sus propios problemas en relación con tráfico de armas y droga, y que quizás pudieran tener una relación con los servicios de seguridad, pero no por motivos ideológicos. Algunas otras líneas de investigación apuntan a criminales más comunes, conocidos de la policía por sus robos. En el caso de algunos llegaron a confesar primero los crímenes para después retractarse. No son líneas de investigación que estén para nada cerradas. Pero hay varias cosas que a otros investigadores no les cuadran: ¿por qué tanta violencia gratuita? Y, ¿por qué para obtener botines tan pequeños? ¿Por qué actuar en las horas punta de los supermercados? ¿Por qué en ocasiones esperaban de forma clara que apareciera la policía antes de huir tiroteando a los agentes?

Pero esa es la división que existe, todavía hoy, entre la opinión pública belga y los familiares de los asesinados. Descontrol dentro de la gendarmería, con movimientos de extrema derecha y gendarmes asesinando a civiles, o bandas rivales con ataques bien preparados. Lo que parece descartado es que se traten de robos. El objetivo no era ese. Fuera desestabilizar al Estado o fueran luchas entre grupos criminales rivales, el objetivo era sembrar el caos.

El trauma de la incompetencia

Los susurros de golpes de Estado, de minar al Gobierno a favor de las fuerzas de seguridad y de un discurso de extrema derecha que se filtraba a muchas de las capas de la ‘Sûreté de l’Etat’ belga son los elementos centrales que siguen todavía hoy constituyendo una de las líneas principales de investigación. La opinión pública belga tiene claro que la respuesta al gran misterio de quiénes eran los miembros de la banda de Nivelles no puede ser que fueron “simples ladrones”.

Desde entonces la gendarmería quedó cubierta, como mínimo, por la sombra de la sospecha, y desde luego por la certidumbre de su incompetencia a la hora de hacer frente a las acciones de la banda. El cuerpo de gendarmes tenía los días contados, aunque ellos no lo supieran. Para los antiguos miembros de la seguridad del estado vinculados con la extrema derecha decir que en realidad formaban parte de una conspiración mucho más amplia es, también, un mecanismo de defensa. Pero la incompetencia de los cuerpos de seguridad en sus investigaciones se considera un hecho.

En 1992 la gendarmería dejó de ser un cuerpo a caballo entre el ejército y la policía. Tenía un papel similar al de la Guardia Civil española hasta ese momento. En 2001 el Estado belga finaliza con el desmantelamiento de lo que claramente era un problema, como habían arrojado las distintas investigaciones y las comisiones parlamentarias: el laberinto de fuerzas de seguridad y del orden tenía que ser sustituido. No se hablaban entre ellos, competían, se atacaban y se ponían trabas. Así, al inicio del siglo XXI los distintos cuerpos de policía y la gendarmería fueron sustituidos por la policía federal y la local.

Lo que definitivamente llevó a la gendarmería a la desaparición fueron otros dos eventos de los oscuros años ochenta y noventa en Bélgica

El caso de la banda de Nivelles y todas las sombras que arrojaba sobre este cuerpo de seguridad habían herido muy seriamente su credibilidad ante el público belga. Muchos ciudadanos tampoco confiaban demasiado en ese momento en el Gobierno o en el sistema judicial. La sensación de que el sistema estaba estropeado y estaba fallando a la hora de proteger a los belgas era muy extendida. La cosa no hará más que empeorar en la próxima década.

Lo que definitivamente llevó a la gendarmería a la desaparición fueron otros dos eventos de los oscuros años ochenta y noventa en Bélgica. El primero fue el desastre de Heysel, en mayo de 1985, antes de que la banda de Nivelles volviera en su segunda y mortífera ronda de actuaciones. Aquel día 39 aficionados murieron en el estadio de Heysel, antes de la final de la Copa de Campeones entre el Liverpool y la Juventus de Turín. La gendarmería fue muy criticada por su actuación aquella noche, al no evitar que los aficionados ingleses atacaran a los italianos, provocando la avalancha.

Pero sin lugar a dudas lo que lleva a la gendarmería a su final es el otro gran trauma de Bélgica junto al caso de los asesinos de Brabante: el caso Dutroux. Es, claramente, el dossier que demostró que los años anteriores habían hecho de Bélgica un terreno fértil para las teorías de la conspiración. La enorme incompetencia de las fuerzas del orden y del sistema judicial era mucho más difícil de entender que una gran conspiración.

Marc Dutroux fue encarcelado en 1989 por secuestrar y violar a cinco menores. Solamente tres años después, Dutroux, un pederasta y violador, estaba de vuelta en la calle para añadir un último título: asesino en serie. En 1996 vuelve a ser detenido por la violación de seis niñas, entre 8 y 19 años. Cuatro de ellas fueron asesinadas.

Foto: Celebración del día nacional de Bélgica en Bruselas. (Reuters) Opinión

Los errores en la investigación fueron continuos y escandalosos. Bastante antes de la segunda detención, la madre de Dutroux avisó a las autoridades de que su hijo tenía a niñas encerradas en su casa. Tiempo después, cuando Dutroux vuelve a ser detenido en 1996, la policía estuvo en la vivienda mientras dos de las víctimas estaban encerradas dentro, pero no las encontró. Los errores fueron continuos y los belgas llegaron a lanzarse en grandes números a la calle, unos 250.000 en una manifestación en octubre de 1996, denunciando un “encubrimiento” por parte de las autoridades.

Como ya ocurrió en el caso de Latinus, el líder de la WNP que se suicidó en 1984, muchos ciudadanos compraron la teoría de que Dutroux tenía vídeos que implicaban a líderes políticos en una supuesta trama de pederastia. Esto no sonará para nada extraño al público español, porque el caso Dutroux cruzaba fronteras y captaba la atención de muchas personas fuera de Bélgica. Y cruzó también las fronteras españolas. Los ciudadanos españoles escucharon una teoría muy similar en el marco del caso de las niñas de Alcasser, con Fernando García, padre de una de las víctimas, defendiendo junto al periodista Juan Ignacio Blanco una teoría de la conspiración muy similar un año después de la explosión del caso Dutroux en el programa 'Esta noche cruzamos el Mississippi'.

La debilidad del Estado

Una de las principales teorías sobre los Asesinos de Brabante es que trataban de mostrar la debilidad del Estado con el objetivo de desestabilizarlo. Lo cierto es que, si realmente esa fue la intención de la banda de Nivelles, tuvieron éxito. Los belgas desconfiaron durante mucho tiempo de las autoridades, desde los cuerpos de seguridad al sistema judicial. El caso Dutroux y la tragedia del estadio Heysel terminaron de agotar esa confianza. Son tres de los grandes fantasmas que todavía hoy están muy presentes en la sociedad belga. Tras los atentados de París de 2015, la policía belga volvió a demostrar problemas graves de coordinación y comunicación entre los distintos cuerpos.

En esta historia a Bélgica todavía le queda una cuenta pendiente: demostrar que aunque en los años ochenta la banda de Nivelles pudo burlar al Estado, asesinando de forma impune, los delitos no quedan sin esclarecer, no se pierden en la oscuridad de las oficinas del actual equipo de investigación, la “célula del Brabante valón” en Charleroi. Recientemente se ha interrogado a otro miembro del WNP, y se ha exhumado el cuerpo de un miembro de del Front de la Jeunesse, muerto en 1989.

El tiempo se agota. Las pruebas van perdiendo fuerza, los testigos van perdiendo la memoria y los posibles asesinos están perdiendo la vida. Un buen número de los sospechosos ya han muerto, pero las heridas que abrieron los Asesinos de Brabante, protagonizando los años del plomo de Bélgica, siguen abiertas todavía hoy. En 2025 los delitos prescribirán. Un equipo de investigación ampliado y que reconoce los errores cometidos por sus antecesores busca ahora, en una carrera contrarreloj, evitar que el mayor misterio de la historia criminal de Bélgica se quede sin solución.

Los asesinos de Brabante mataron a 28 personas entre 1982 y 1985. Aterrorizaron a una población belga que comenzó a ir a los supermercados con miedo. En Aalst, su último día, el peor de todos, asesinaron a ocho personas, una de ellas una niña de nueve años. Nada de eso habría sido posible sin los continuos errores policiales y con la torpeza del equipo investigador. Muchos investigadores independientes o incluso las dos comisiones parlamentarias que investigaron los hechos, la primera en 1988 y la segunda a lo largo de 1996, dudan también de la posible complicidad de algunos sectores dentro de la seguridad del Estado.

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