"Lo ideal es que haya una diversidad de destinos", dice Juan Rayón, presidente de Erasmus Student Network, organización fundada en 1989 y que coopera con las universidades. "El desarrollo de competencias es incluso mayor cuando estudiantes del sur y el este van a países de nivel más alto, mientras que, para uno del norte, ir al sur es un camino de rosas, y esto no debería ser así. Hay que facilitar ese intercambio norte-sur, porque hay una falta de conocimiento norte-sur muy importante. Para un italiano, irse a Suecia o Finlandia es un choque mucho mayor".
Esa clasificación no es caprichosa. El programa Erasmus divide en tres niveles a los países que participan en el programa según su coste de vida. El escalón más alto agrupa a los países nórdicos o Irlanda, entre otros; en el intermedio están Francia, Alemania o Países Bajos, pero también España, Italia, Grecia o Portugal, y en el más bajo están Bulgaria, Rumanía, Hungría, Lituania y República Checa.
"Las ayudas no permiten al estudiante más vulnerable viajar", dice Màrius Martínez, vicerrector de la UAB
Siguiendo ese criterio, Erasmus reparte buena parte de las ayudas a la movilidad que llegan a los alumnos. Hasta el curso pasado, la normativa fijaba ayudas de entre 250 y 450 euros según si el desplazamiento era hacia un país de menor, igual o superior nivel económico al de origen. Desde este año, las ayudas europeas van desde los 200 a los 600 euros.
"Un estudiante que se va un semestre a otra universidad puede recibir del orden de 1.500 euros. ¿Con eso qué paga? El viaje de ida y de vuelta (si quiere volver en Navidad, ya se le complica más). Y, a lo mejor, un par de meses de alojamiento. Pero le quedan otros tres más la manutención. Si se va un año, recibe quizá 3.000 euros. Está bien, ¿pero cuánto vale vivir ocho o nueve meses en un país europeo? Bastante más. Se matiza un poco la ayuda con la beca de cada país y las regionales, pero sigue siendo una cantidad que no permite al estudiante más vulnerable viajar", afirma Màrius Martínez, vicerrector de Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).
A dónde envía más estudiantes España
Más desarrollados
En transición
Menos desarrollados
Fuente: data.europa.eu
También hay ayudas extra para estudiantes de regiones ultraperiféricas o para aquellos de entornos desfavorecidos, una partida cada vez más importante para el programa. Pero las organizaciones de estudiantes tienen dudas sobre el diseño de esas becas y reclaman más transparencia, algo que también solicitan las universidades. En el comienzo del nuevo ciclo, ha habido retrasos en el reparto del dinero, denunció la Erasmus+ Coalition.
“No existe un registro donde, como sociedad civil, podamos ver cuál es la beca que llega a los estudiantes. No se puede saber el dinero nacional y regional que llega al final”, apunta Rayón.
"Hay desigualdad entre los estándares de vida por toda Europa, y por eso queríamos subir el préstamo destinado a los Erasmus”, cuenta Navracsis. El excomisario europeo considera que la subida del Consejo se queda corta: “Queríamos usar estos fondos extra para corregir estas desigualdades”, lamenta.
A ese dinero hay que añadir la aportación de los países (a nivel nacional o regional) o de las universidades. Pero estas “contribuciones al estudio”, como las define el programa, no eliminan la desigualdad. “No cubren todos los gastos de alojamiento, desplazamiento o el coste de vida diario. Siempre tienen que complementarlas las familias y el propio estudiante. Todo el mundo sabe que, lamentablemente, no cubre todos los gastos de la movilidad internacional”, declara Silvia Gallart, directora de Relaciones Internacionales y Cooperación de la Universidad Carlos III.
Cómo funciona Erasmus
Erasmus nació en 1987, aunque desde comienzos de la década de los 80 ya estaban en marcha varios programas piloto de intercambio. Desde entonces, ha ido creciendo, acogiendo a más estudiantes y profesores, llegando a más países y abarcando más niveles (además de educación superior, también cubre la formación profesional o la escolar). Desde 2014, el programa se llama Erasmus+, denominación que unifica bajo un mismo paraguas varias iniciativas de intercambio ya existentes.
Su ejecución es anual, pero funciona en ciclos de siete años porque esa es la duración del marco financiero plurianual (MFP) de la UE, que fija los límites máximos del gasto. En 2021, por ejemplo, ha comenzado un nuevo marco que se extenderá hasta 2027 y que eleva el presupuesto desde los 14.700 millones del ciclo anterior hasta los 26.200.
De dónde recibe más estudiantes España
Más desarrollados
En transición
Menos desarrollados
Fuente: data.europa.eu
Erasmus establece las condiciones, desde la financiación a los objetivos. Para el periodo que acaba de comenzar, la inclusión social, las transiciones ecológica y digital y el fomento de la participación de las personas jóvenes en la vida democrática son los principios que deben guiar la acción de los Estados miembro y las universidades, explica la web del programa.
Dentro de ese marco, cada universidad es libre de firmar acuerdos de intercambio con las instituciones que quiera, siempre que ambas cumplan una condición: tener la Carta Erasmus de Educación Superior (ECHE, por sus siglas en inglés). “Es una especie de acreditación o sello que tienes que presentar cada vez que se lanza el nuevo programa”, explica Silvia Gallart. “Con una sola solicitud, cuentas quién eres como universidad y qué quieres hacer. Es tu estrategia dentro de Erasmus”.
Luego, cada año, las universidades deben presentar una solicitud específica para cada acción (como la movilidad de estudiantes y personal universitario, por ejemplo) en la que se indica de manera resumida el número de becas que se solicita. Dependiendo de la disponibilidad de financiación, las agencias nacionales responsables de desplegar el programa las conceden todas o solo una parte. Ese número de intercambios es el resultado de los acuerdos firmados entre universidades, que normalmente se basan en el principio de reciprocidad: el número de personas que salen de una universidad es similar al número de personas que entran.
Distintas ligas universitarias
Cualquier universidad puede firmar un convenio con cualquier otra. Pero no hay muchos incentivos para que una universidad de mucho prestigio acuerde intercambios con una de menor nivel. “Se establecen como distintas ligas. Están la Champions, las ligas nacionales y las regionales, las locales… En eso, los ‘rankings’ han establecido una especie de escalafón”, dice Màrius Martínez. Las universidades siempre miran hacia arriba y las que están situadas más abajo en la pirámide salen perjudicadas.
"Si le digo a Oxford que quiero firmar en todas las áreas [de estudios], seguramente me va a decir que no", dice Gallart. "Buscamos siempre firmar con universidades cuyo nivel de calidad, excelencia y acreditación sea similar o incluso superior al nuestro. Pero tenemos que configurar una oferta que responda a muchas cosas, no solo a la excelencia de la universidad de destino”. Y la desigualdad económica es otro factor a tener en cuenta: “Quizá me interesa firmar con una universidad de Rumanía, porque es un país asequible para estudiantes que a lo mejor no pueden pagarse unos estudios en, yo qué sé, Maastricht (Países Bajos) o en Linköping (Suecia), porque el coste de vida es muy caro", explica.
No hay muchos incentivos para que una universidad de mucho prestigio acuerde intercambios con una de menor nivel
Martínez comparte esa opinión. “Cambridge no tiene ninguna necesidad de hacer convenios, ya puede ir a donde le dé la gana sin hacerlo", dice. Los datos respaldan esa visión: según la información publicada por la Comisión Europea, en el curso 2019-2020, la Universidad de Cambridge envió casi cuatro veces más estudiantes y profesores (243) de los que recibió (83). Pero el vicerrector de la UAB también señala que hay excepciones. Puede haber universidades que resulten más atractivas por su ubicación o sus especialidades aunque no estén en el grupo de las mejores. “Un ejemplo: hay universidades de Chile y Argentina que tienen bases antárticas. No están arriba en los ‘rankings’, pero es que tienen unas características especiales. Son casos extremos, pero en Europa también sucede. Eso corrige un poco las desigualdades”, cuenta Martínez.
Por qué triunfan España e Italia
Es el caso de España e Italia, que junto con Portugal están entre los países europeos que más participan del programa Erasmus. Aunque el nivel es bueno, sus universidades, salvo excepciones, no aparecen en los primeros puestos de los ‘rankings’ internacionales. Pero son los que más estudiantes extranjeros reciben dentro del programa. Y también los que más envían, por delante de países más poblados. Muchos van de un país a otro: en el curso analizado, Italia envió más de 9.500 estudiantes a España y recibió a 6.500.
La España más rica envía más estudiantes a la Italia más rica
Más desarrollados
En transición
Menos desarrollados
Fuente: data.europa.eu y Eurostat
Martínez lo resume de la siguiente manera: “[Las universidades españolas e italianas] son una buena plaza, por el clima, por la cultura, por el ambiente social, por la seguridad... Hay elementos estratégicos que ayudan y que favorecen atraer estudiantes más allá del ‘ranking’. Considero que mi universidad es una muy buena universidad, pero también soy consciente de que nuestro territorio es muy buen territorio. Y quiero poner en valor eso”. A esto hay que sumarle que el coste de vida es menor que en el norte.
El porcentaje de alumnos que se fue de Erasmus en el curso 2019-2020 no fue significativamente diferente entre los países. Aparte de Luxemburgo y Liechtenstein, muy pequeños, Portugal, Eslovenia y Lituania fueron los más destacados: más del 2% de sus estudiantes de primer y segundo ciclo realizaron una estancia en otras universidades europeas. Del resto, la mayoría se movió entre el 1 y el 2%.
Eso no significa que la movilidad sea similar en la Europa más rica y la más pobre. En la primera, Erasmus es solo uno más de los programas de intercambio. En la segunda, es la principal y, para muchos, la única opción.
“En Europa hay una diversidad de esquemas estudiantiles enorme”, explica Rayón. “En los países nórdicos, todos reciben un crédito por el hecho de ser estudiantes, y luego pagan a través de un plan de pago que ellos diseñan. Eso depende mucho de la política de emancipación. Cuando sus estudiantes se van de Erasmus, esas becas las siguen teniendo y no dependen de su familia. Eso está tremendamente conectado al apoyo que tienes para participar en movilidad”.
El clima, la cultura y la seguridad, además de la oferta académica, convierten a España e Italia en los destinos más exitosos
Juntas, las desigualdades socioeconómicas y las diferencias académicas configuran unos obstáculos de acceso a Erasmus que son más difíciles de superar para personas con menos renta. Uno de los objetivos del programa es reducir esa brecha y que cualquiera pueda beneficiarse de un intercambio que mejorará su experiencia personal y su carrera profesional. Pero todavía hay mucho trabajo por hacer, a pesar de su éxito. “Si hablamos mucho de integración europea y de cohesión, estos aspectos sociales y económicos hay que tenerlos en cuenta”, dice Màrius Martínez.
“Es uno de los temas que hemos de mejorar sí o sí. Si hablamos de educación, en general, el tema socioeconómico está siempre subyacente. Es molesto, es incómodo, porque de alguna manera pone en evidencia fragilidades del sistema. No conseguimos dejar de perpetuar una realidad llena de desigualdad y, como la economía va como va, esas desigualdades aumentan. El ascensor social no hay manera de revitalizarlo, al contrario, se está precarizando más”, concluye.