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Cómo ser un partido bisagra: la lección de los liberales alemanes para el resto de Europa
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El Fin de la era Merkel V

Cómo ser un partido bisagra: la lección de los liberales alemanes para el resto de Europa

El viraje a la derecha de Christian Lindner, líder del partido liberal alemán FDP, terminó sin éxito y el partido ha resurgido desde el centro. Pueden ser decisivos en la formación de Gobierno

Foto: El Confidencial Diseño.
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“Mejor no gobernar que gobernar mal”. La frase es de Christian Lindner, líder del FDP, el histórico partido liberal fundado en 1948. La pronunció en noviembre de 2017, para poner fin a las negociaciones con la CDU y los Verdes que tenían que dar como resultado una coalición Jamaica al frente del país. Tras cuatro semanas de conversaciones, el líder de los liberales rompía la baraja con una frase que le ha perseguido desde entonces. Lo nunca visto. El partido bisagra alemán, que había sido parte del Gobierno federal como socio menor durante 43 años, huyendo de la responsabilidad de gobernar el país

Lindner lo justificó por la falta de confianza en sus potenciales socios, apeló a los principios del partido y destacó que los ciudadanos les habían elegido para un cambio de dirección y no era posible en esas condiciones. Más allá de las excusas, el líder de los liberales convirtió su partido en el culpable de que Alemania no tuviera Gobierno tras semanas de negociaciones. Una irresponsabilidad, porque si hay algo que los alemanes no soportan es la incertidumbre.

Las consecuencias de una decisión incomprendida

Aunque no fue el único responsable de la ruptura, Lindner pagó un precio muy alto por su decisión, caprichosa e irresponsable para la mayoría de los alemanes. Su partido pasó a estar último en las encuestas. Mientras que sus principales adversarios, los Verdes, no paraban de crecer. Solo un año después, en las elecciones europeas de 2018, los liberales apenas lograban el 5,4% de los votos, mientras que los ecologistas conseguían el 20,5%, y con ello el certificado de partido en condiciones de pelear por la cancillería.

Los liberales terminaron de tocar fondo cuando en febrero de 2020 tomaron una decisión de la que se arrepentirán durante años. En Turingia, un estado federado al este de Alemania, la coalición de izquierdas liderada por Die Linke, en alianza con el SPD y los Verdes, se proponía continuar gobernando pese a estar en minoría. Queriendo aprovechar la debilidad de sus contrincantes, el FDP decidió postular a un candidato alternativo al ministro presidente, Rodo Ramelow, y dejar que le votaran los diputados de la CDU y de AfD. Así se rompía el tabú de cooperar con la derecha radical y con ello se aceptaba la idea de que AfD era un partido bajo el paraguas del conservadurismo tradicional. Una suerte de normalización del partido ultraderechista. Para Merkel, fue imperdonable. Para muchos alemanes, también. La operación se revirtió en los días siguientes, pero el daño ya estaba hecho.

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Por primera vez en mucho tiempo, el FDP volvía a estar luchando por no bajar del 5%, barrera que hay que superar para entrar al Bundestag. A esto había que sumar que la gestión de la pandemia quitaba todo el protagonismo a los partidos y al poder legislativo, reduciendo al mínimo el papel de control de la oposición y restando espacio al partido liberal. Un momento muy difícil para sus intereses, que pudieron superar solo cuando los propios desaciertos del Gobierno de Merkel y el cansancio de la población dieron lugar a críticas generalizadas de la gestión de la pandemia y abrieron una ventana de oportunidad al viejo partido bisagra.

Ida y vuelta a los orígenes

En ese escenario, Christian Lindner entendió que era su última ocasión para volver a poner el FDP entre los actores políticos relevantes del país. No tuvo que hacer mucho, solo seguir el libreto tradicional liberal de bajar impuestos, reducir la injerencia del Estado en las decisiones privadas, incluso coqueteando con las ideas de reapertura indiscriminada pese a la peligrosa expansión de la variante delta del covid-19, así como ondear la bandera de la digitalización en un país donde los departamentos de sanidad siguen usando el fax como medio de comunicación. El resto lo dejó en manos de los democristianos y los conservadores bávaros, que se empeñaron en resucitar a su socio preferente.

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La pelea por imponer al candidato a suceder a Merkel y la imagen de dos partidos inmersos en el caos y los egoísmos personales que daban la CDU y la CSU no solo beneficiaron a los Verdes. El FDP, en silencio, crecía de forma constante llegando incluso a igualar a los socialdemócratas en la tercera posición de alguna de las encuestas publicadas. Un 'comeback' inesperado, pero satisfactorio, para un Lindner que se calzó el traje de candidato y se puso a hacer lo que su partido ha hecho siempre: ser el árbitro de la política alemana.

Se trata de un rol histórico para el FDP, que ha sido parte del Gobierno federal durante 43 de los 72 años de historia de la República Federal de Alemania. De hecho, todavía poseen el récord de ser el partido que más tiempo consecutivo estuvo en el Ejecutivo: un total de 29 años, desde 1969, con Willy Brandt (SPD) como compañero de coalición, hasta 1998, cuando finalizó el largo periodo de Helmut Kohl (CDU) como canciller federal. Tres décadas sin tener que recoger las fotografías de sus hijos de los despachos ministeriales. Tres décadas sin bajarse del coche oficial. Cuántas veces habrá soñado Lindner con emular la gesta de sus mayores.

El partido bisagra alemán, que pudo lograr ese récord pactando a izquierda y derecha, en el siglo XXI se ha querido reivindicar como socio preferente de la CDU, forzado también por la consolidación de los Verdes como aliado natural de la socialdemocracia. Para reforzar esa idea, presumen mucho de la coalición con la CDU de Laschet en Renania del Norte-Westfalia, pero la realidad es tozuda y los devuelve a su alma de bisagra. En Renania-Palatinado, gobiernan con el SPD y los Verdes, y en Schleswig-Holstein, al norte del país, lo hacen con los conservadores y los ecologistas, formando la coalición Jamaica que no pudo ser a nivel federal en 2017 tras el portazo de Lindner.

Foto: Imagen: Diseño EC.
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¿Decisivos otra vez tras las elecciones?

Las actuales encuestas sugieren que el próximo Gobierno alemán será por primera vez producto de la alianza de tres fuerzas. Y aquí es donde los liberales se convierten en el socio más codiciado por todos. Son llave en una coalición Jamaica y lo son en una coalición semáforo, tanto en la versión verde encabezada por Analenna Baerbock como en la roja liderada por el socialista Olaf Scholz. Esta vez, Christian Lindner quiere sentarse en el Gabinete federal y se deja querer para ser ministro de Finanzas, el puesto más importante del Ejecutivo después del de canciller.

La estrategia electoral de los liberales no deja lugar a dudas. Esta vez no cometerán el error de 2017 y jugarán bien sus cartas para volver al lugar que les corresponde por historia y tradición. 'Nunca hubo tanto que hacer' es el lema del partido en esta fase de campaña. El mensaje viene siempre acompañado de una imagen en blanco y negro del fotogénico candidato liberal. Si uno se fija bien en el gesto de Lindner, parece estar pensando que mejor gobernar, aunque sea mal.

“Mejor no gobernar que gobernar mal”. La frase es de Christian Lindner, líder del FDP, el histórico partido liberal fundado en 1948. La pronunció en noviembre de 2017, para poner fin a las negociaciones con la CDU y los Verdes que tenían que dar como resultado una coalición Jamaica al frente del país. Tras cuatro semanas de conversaciones, el líder de los liberales rompía la baraja con una frase que le ha perseguido desde entonces. Lo nunca visto. El partido bisagra alemán, que había sido parte del Gobierno federal como socio menor durante 43 años, huyendo de la responsabilidad de gobernar el país

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