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España y el espejo italiano: cómo afecta Draghi a la proyección española en la UE
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España y el espejo italiano: cómo afecta Draghi a la proyección española en la UE

El discurso inaugural de Mario Draghi muestra que España e Italia comparten muchos de los retos. La gran pregunta es si compartirán las soluciones.

Foto: Mario Draghi, cuando todavía era presidente del BCE, junto a Pedro Sánchez. (EFE)
Mario Draghi, cuando todavía era presidente del BCE, junto a Pedro Sánchez. (EFE)

Seguramente sea injusto comparar la situación vivida este miércoles durante la sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados, casi siempre llena de golpes bajos, oídos sordos y palabras afiladas, con la vivida en el Senado italiano durante el discurso inaugural del nuevo primer ministro, Mario Draghi. Es injusto porque no es bueno idealizar la política italiana: un técnico brillante al frente de un Gobierno más o menos político que esconde una política totalmente balcanizada y fratricida en muchas ocasiones. El Senado italiano no es precisamente el teatro mundial del civismo. Es injusto compararlo ahora, pero también es inevitable.

Es inevitable porque gran parte de Europa entiende que Italia y España son dos caras de una misma moneda, y que cuando una gana la otra pierde, que cuando una se proyecta bien en Europa la otra se achica. Cuando una es la buena alumna de clase es porque la otra ha decepcionado. Una condena que en muchas ocasiones ha hecho que Madrid y Roma, compartiendo intereses y muchos objetivos, se hayan hecho la zancadilla, hayan entrado en ese juego de suma cero.

Seguramente esa sea una de las grandes incógnitas españolas de la era Draghi después del desahucio del Gobierno de Giuseppe Conte, otro técnico (no hay que olvidarlo) con el que España se sentía cómoda y cooperaba bien. Para algunos italianos esa buena cooperación era sinónimo de que Roma estaba asumiendo un rol secundario ante Madrid, porque no se puede estar en pie de igualdad: Italia tiene que asumir un papel más importante, porque es la tercera economía, porque es fundadora de la Unión, porque su lugar está en el eje franco-alemán, donde se juega la influencia. La primera gran pregunta será si Draghi compra esa idea. Si piensa así, malas noticias para España. Su discurso inaugural lanza algunas pistas que sirven para entender que, quizás ahora más que nunca, haya muchos objetivos comunes.

placeholder Mario Draghi, primer ministro italiano. (EFE)
Mario Draghi, primer ministro italiano. (EFE)

El espejo italiano

En su primera intervención como primer ministro ante el Senado italiano, las palabras de Draghi muestran que Madrid y Roma comparten muchos de los retos para el futuro. Así, las palabras del antiguo presidente del Banco Central Europeo sirven de espejo sobre el que se reflejan muchos de los problemas que también aquejan a España, y no solamente en el ámbito económico.

Draghi cuenta con una ventaja sustancial a la hora de analizar todos esos problemas. Como dijo en su momento Jean-Claude Juncker, antiguo presidente de la Comisión Europea y ex primer ministro de Luxemburgo: “Todos sabemos lo que tenemos que hacer, pero no sabemos cómo ganar las elecciones después”. En este caso, Draghi sabe lo que tiene que hacer y decir, y no tiene que ganar unas elecciones después. Prácticamente sin oposición (únicamente una formación no le apoya), el antiguo presidente del BCE puede analizar el estado de salud de Italia con mucho más sosiego y sin necesidad de gustar en exceso a los votantes.

Foto: Mario Draghi, expresidente del BCE, tras su visita al Quirinal. (Reuters) Opinión
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El romano se permite señalar dos patas de la crisis política italiana, similar a la que sufre España: la primera de utilidad, tras décadas sin capacidad de hacer reformas ni de avanzar, y la otra de confianza en las instituciones. Ambas, como señala Draghi, están conectadas. “El crecimiento de la economía de un país no surge únicamente de factores económicos. Depende de las instituciones, de la confianza de los ciudadanos en ellas, de compartir valores y esperanzas. Los mismos factores determinan el progreso de un país”, señala el nuevo primer ministro.

En el caso de España ambas patas de la crisis política están bien asentadas especialmente entre los jóvenes, que son los que no se han beneficiado de los años en los que el país sí que avanzó, sino que han vivido en una perpetua crisis y decadencia desde hace una década. Eso repercute también en esa segunda pata, la de la falta de confianza.

Foto: Los vicepresidentes del Gobierno Pablo Iglesias, Nadia Calviño y Teresa Ribera. (EFE)

Precisamente la crisis intergeneracional es otro de los reflejos españoles en el discurso de Draghi, que dedicó varios minutos a la cuestión de la solidaridad intergeneracional. “Esta es nuestra misión como italianos: entregar un país mejor y más justo a nuestros hijos y nietos”, explicó. Y es otro de los retos de la política española, donde la agenda de los más jóvenes, un electorado menos movilizado, suelen quedar en un segundo o tercer plano.

Otro reflejo inevitable de España en el discurso de Draghi es sobre el fondo de recuperación. No es casualidad: ambos países mediterráneos serán los principales beneficiados de la ejecución del plan histórico. Y no se puede desaprovechar. El antiguo presidente del BCE subraya en su discurso la necesidad de que no sea únicamente un plan para recuperar el nivel de actividad prepandémica, sino mirar más allá, que era la razón por la que muchos insistían en que el nombre del fondo debía ser de “Reconversión” y no de “Recuperación”: “Tendremos que decir hacia dónde queremos llegar en 2026 y a qué aspiramos en 2030 y 2050, año en el que la Unión Europea pretende llegar a cero emisiones netas de CO2 y gases que alteran el clima”, explicó Draghi este miércoles.

placeholder Draghi durante su discurso inaugural como primer ministro italiano. (Reuters)
Draghi durante su discurso inaugural como primer ministro italiano. (Reuters)

A la vista de todos

Pero el espejo del discurso de Draghi, en el que no se ven solamente los problemas italianos, sino aquellos que comparte con España, no está únicamente a la vista de Madrid y Roma, sino a la de todos. Y son muchos los que siguen creyendo que la relación de hispanoitaliana es un juego de suma cero: si al Gobierno italiano le va bien y se convierte en el alumno aventajado de la clase, al Gobierno español la situación se le pone más cuesta arriba en Bruselas. Quizás hasta el propio Draghi lo vea así.

Aquellos Estados miembros que quieran mirar con lupa a los Estados miembros sureños, y España e Italia estarán bajo lupa porque son los que más fondos recibirán, van a explotar cualquier diferencia entre Roma y Madrid, independientemente de que un Gobierno no tenga que rendir cuentas con las urnas dentro de unos años y el otro sí, con lo que todo eso implica. España tendrá que saber jugar bien sus cartas y mover bien sus piezas.

Durante los últimos meses siempre se ha visto a España como la “alumna aventajada” y a Italia en segunda fila, una herencia de la gestión de la Gran Crisis y el efecto de que Nadia Calviño, vicepresidenta del Gobierno, sea una de las personas con mejor reputación en la Comisión Europea y haya adelantado el trabajo del Ejecutivo sobre el Plan español. Pero Draghi cambia la balanza, de vuelta en esa lógica de suma cero, y hace que ahora se tenga más confianza en que Roma vaya a ejecutar bien su Plan nacional.

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No significa eso que se haya perdido confianza en el Gobierno español, significa que ha subido en el Gobierno italiano. Pero en Bruselas estar un paso por detrás significa automáticamente que el foco se pone sobre ti. Y eso nunca suele ser sinónimo de buenas noticias. Por ahora España no se encuentra ese paso por detrás, porque sus planes están muy avanzados y sigue siendo el alumno aventajado, pero la reputación de Draghi ha tenido un efecto inmediato en ese juego de equilibrios. El Ejecutivo español tiene la suerte de que Calviño cuenta con ese pedigrí que ayudará a gestionar este nuevo escenario, pero dormía mucho más tranquilo con Conte como primer ministro.

Pero la realidad es que no es un juego de suma cero: como demuestra el discurso del primer ministro, Italia y España comparten muchos de los retos, e incluso alguno de los objetivos. Por ejemplo, Draghi explicó en su discurso que impulsará la reclamación de un presupuesto común para la zona euro, una idea que España defiende con firmeza. Si ambos países consiguen cumplir con lo que se espera de ellos en la ejecución del fondo (y este es un punto fundamental, Calviño lo sabe y conoce la importancia de evitar una comparativa dolorosa entre Roma y Madrid), evitan ponerse la zancadilla uno al otro con la ambición de ser el tercero en el eje franco-alemán (algo a lo que España no aspira con demasiado ahínco, porque tiene una estrategia de alianzas variables) y son capaces de coordinar sus agendas, Madrid podría ser la segunda capital más beneficiada de que Draghi esté habitando en el Palazzo Chigi.

Por el contrario, si Draghi confía en que el hecho de que Italia recupere su lugar en Europa, como ha explicado en su discurso, consiste en anclar a Roma en el eje franco-alemán, la situación cambiará para España en todos los ámbitos, y será una mala noticia. Porque el antiguo presidente del BCE tiene todas sus cartas a su favor para hacer ese movimiento: tiene prestigio, tiene la 'auctoritas' y el respeto de todos, es un gigante europeo y sabrá jugar bien sus opciones. En su discurso inaugural la mención a España se limitó en una mayor cooperación para los intereses comunes como la gestión migratoria. El reto para el Gobierno consiste ahora en convencer a Roma de que los intereses comunes van mucho más allá.

Seguramente sea injusto comparar la situación vivida este miércoles durante la sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados, casi siempre llena de golpes bajos, oídos sordos y palabras afiladas, con la vivida en el Senado italiano durante el discurso inaugural del nuevo primer ministro, Mario Draghi. Es injusto porque no es bueno idealizar la política italiana: un técnico brillante al frente de un Gobierno más o menos político que esconde una política totalmente balcanizada y fratricida en muchas ocasiones. El Senado italiano no es precisamente el teatro mundial del civismo. Es injusto compararlo ahora, pero también es inevitable.

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