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Orgosolo, el pueblo maldito cuyas paredes gritan
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Orgosolo, el pueblo maldito cuyas paredes gritan

Los murales que decoran esta pequeña localidad de Cerdeña son una tradición nacida del deseo de reivindicar el abandono del estado en un pueblo olvidado durante décadas

Foto: Dos ancianos sentados frente a una casa de Orgosolo, un pueblo de Cerdeña en el que los murales son la principal forma de expresión artística.
Dos ancianos sentados frente a una casa de Orgosolo, un pueblo de Cerdeña en el que los murales son la principal forma de expresión artística.

De Orgosolo ni se entraba ni se salía. Era una ley física, de esas que marcan la distancia entre lo probable y lo improbable, que dictaba que en este pueblo del norte de Cerdeña se nacía y se moría sin apenas nada novedoso en el medio que no fuera hacer ambas cosas con cierto dolor. Éste era para el resto del mundo un pueblo maldito, de ladrones y criminales, pastores pobres, madres tristes y rastreadores de senderos inexistentes por los que huir. La premiada película de 1961 “Bandidos de Orgosolo”, del director Vittorio de Seta, es un retrato perfecto de esta tierra de alma marchita que hasta finales de los 90 cargó con el estigma de la Anonima Sarda, una muy violenta banda criminal especializada en secuestros, que se movía por estos riscos. Sus métodos eran especialmente crueles: algún cadáver no apareció porque los secuestradores revelaron que a la víctima se la comieron los cerdos o el sonado caso del niño de siete años, Farouk Kassam, al que le rellenaron las orejas con pegamento y le cortaron un trozo de su lóbulo izquierdo como prueba de vida que entregaron a los padres. La madre del crío, el domingo de Pascua, se presentó en Orgosolo y se metió en la Iglesia del pueblo para pedir a las otras madres que intercedieran para liberar a su hijo.

Eso era entonces Orgosolo, un parto difícil de vida que no le importaba a nadie sanar. ¿Y qué se hace cuando la vida se complica? Se grita. Y eso hizo este pueblo: gritar. Y como los gritos duran poco y se apagan, decidieron que mejor plasmarlos sobre muros para que nadie pudiera dejar nunca de oírlos. Así nacieron los murales de Orgosolo, que desde ahí se expandieron por toda una isla acostumbrada ahora a hablar con las paredes.

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“El muralismo nació como un proyecto del profesor de arte Francesco Del Casino en el año 1975. Él nos sacó de clase a los alumnos de las escuelas medias para pintar los murales como una expresión de resistencia”, explica a El Confidencial Teresa Podda, muralista de Orgosolo y una de aquellas alumnas que comenzó a tatuar muros con su profesor. “Buscaba romper el muro que divide la escuela de la sociedad”, dijo el maestro, nacido en Siena y que se trasladó a este pueblo sardo en 1964 para acabar cambiando la forma de expresarsión de toda una isla.

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Aquellos primeros murales nacieron de un goteo entre protesta social, recuerdo de la guerra y rechazo a un estado que en aquellas colinas era casi inexistente hasta que pretendió reaparecer de golpe. “El primer mural de Orgosolo es de 1969, era una publicidad de una sastrería en el que se veía un hombre vestido de pastor y un hombre bien vestido”, señala Teresa. Junto a ese anuncio de la sastrería aparecen las primeras pintadas en las calles del pueblo de un grupo anarquista, llamado Dionisio, que lanzaba eslóganes contra un proyecto del Gobierno. Es la conocida como la revuelta de Pratobello, en el que 3.500 campesinos en el mes de junio ocuparon los terrenos colindantes a la localidad en los que el ejército italiano quería montar un campo de tiro. La gente necesitaba frutos que comer, no balas, como expresa uno de los murales del pueblo en el que un campesino sujeta una pancarta que dice "Semillas, no proyectiles". “La gente se unió para defenderse de la invasión de nuestro territorio. Se consiguió la retirada de la base militar”, recuerda Teresa, quien por entonces apenas era una niña.

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Lo importante es el mensaje, no el dibujo

Pero es en 1975 cuando los muros se convierten en voz. Ese año se cumplen 30 años del aniversario del final del fascismo y Del Casino decide rendir un homenaje a los partisanos. El primer “grafiti” muestra a tres partisanos con mensajes como “Si vieras brillar la estrella roja quiere decir que Benito (Mussolini) ya está en el foso”, junto a las cifras de muertos, desaparecidos y mutilados durante el conflicto.

¿Era dura la violencia en Orgosolo? “Era mucho peor de lo que se decía. Nosotros estábamos abandonados por el estado. No había carreteras, ni escuelas, ni clínicas… Un político italiano en los 50 dijo que debían dejarnos matar entre nosotros. Y los secuestros, asesinatos… Eran tiempos muy difíciles”. ¿Se ha tratado en los reivindicativos murales el tema de la violencia de la Anonima Sarda? “No se han hecho murales contra la Anonima Sarda, la mayoría son contra la injusticia”, responde Teresa. ¿No se hizo por miedo, por ser un tema delicado en el pueblo…? “Hay alguna cosa sobre la tragedia de Murguliai (una refriega de 1899 en la que murieron cuatro delincuentes, un soldado y un carabiniere). Se hicieron una foto, los carabinieri con los bandidos muertos, expuestos como un trofeo de caza, como si fueran jabalíes. No era justo, porque aunque eran bandidos, eran seres humanos. Hemos hecho un mural de eso”, explica Teresa.

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De eso y de todo tipo de temáticas y estilos que ahora afloran por un pueblo convertido en un museo a cielo abierto. La tradición de pintar paredes para lanzar mensajes fue desde 1975 creciendo exponencialmente hasta alcanzar las hoy más de 150 pinturas que se contemplan por las calles de Orgosolo. Desde ahí, el boom de ese lenguaje de pintura y piedra fue trasladándose a toda la isla y hoy, en otras poblaciones como San Sperate (primera población sarda en hacer un mural en 1968), Fonni, Montresta, San Gavino… el muralismo se ha convertido en una forma de narrar la vida. “Pintar un muro es un grito de libertad. En Cerdeña los murales son una expresión de vida y cultura”, explica Riccardo Pina, presidente de la Asociación Cultural Skizzo de San Gavino.

Esta localidad del sur de la isla tiene multitud de calles tatuadas con una ecléctica muestra de pinturas entre la que destaca la calle via E D’Arborea y la muestra “Su Bixinau de Aristanis”. Se trata de una enorme sucesión de murales de la vida rural sarda que se encadena en la fachada de las casas. “Los murales son un modo de mantener viva la memoria. Tenemos murales que podrían estar en Nueva York o Australia, pero esos son un reflejo de nuestra tradición”, señala Pina. Es curioso, en San Gavino hay murales realistas, abstractos, de comics… y sólo uno eminentemente político en una plaza céntrica. “Lo hizo un muralista que vino de Orgosolo”, explica Pina.

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La importancia de la forma, el diseño, sobre el mensaje es un cambio que ha venido con los nuevos tiempos. No todos están de acuerdo: “Nosotros queríamos contar Orgosolo desde dentro. Nos narraban como el pueblo del mal y nosotros queríamos contar nuestra historia. Pero lo importante no es el dibujo, es el mensaje”, señala la muralista Teresa. “Los murales nacen como una voz de dentro. Entendimos que los murales era una forma de tener voz. Hay gente que viene a hacer murales sin sentido porque el pueblo es un escaparate para los muralistas. Yo soy de la vieja escuela y creo que el mural debe tener un mensaje para el pueblo. Una cosa es dibujar y otra tener un mensaje propio”.

El pueblo de alguna manera así lo ha entendido y ha decidido que los murales de Orgosolo tengan que ganarse la eternidad mediante la aprobación de sus habitantes. Las pinturas acuosas que se usan para hacerlos pueden diluirse con el tiempo y la lluvia y son los vecinos los que deciden cuales se repasan y cuales desaparecen. “Los murales de Orgosolo son de todos. Si no debemos decir nada, mejor no decir nada”, concluye Teresa.

De Orgosolo ni se entraba ni se salía. Era una ley física, de esas que marcan la distancia entre lo probable y lo improbable, que dictaba que en este pueblo del norte de Cerdeña se nacía y se moría sin apenas nada novedoso en el medio que no fuera hacer ambas cosas con cierto dolor. Éste era para el resto del mundo un pueblo maldito, de ladrones y criminales, pastores pobres, madres tristes y rastreadores de senderos inexistentes por los que huir. La premiada película de 1961 “Bandidos de Orgosolo”, del director Vittorio de Seta, es un retrato perfecto de esta tierra de alma marchita que hasta finales de los 90 cargó con el estigma de la Anonima Sarda, una muy violenta banda criminal especializada en secuestros, que se movía por estos riscos. Sus métodos eran especialmente crueles: algún cadáver no apareció porque los secuestradores revelaron que a la víctima se la comieron los cerdos o el sonado caso del niño de siete años, Farouk Kassam, al que le rellenaron las orejas con pegamento y le cortaron un trozo de su lóbulo izquierdo como prueba de vida que entregaron a los padres. La madre del crío, el domingo de Pascua, se presentó en Orgosolo y se metió en la Iglesia del pueblo para pedir a las otras madres que intercedieran para liberar a su hijo.