La frontera más caliente de la UE: el polvorín de Bielorrusia, visto desde el salvaje Este
Mientras Europa occidental sigue los sucesos en Bielorrusia desde el palco de la distancia geográfica, Polonia y los Estados bálticos son los preocupados espectadores de la primera fila
Mientras Europa occidental sigue los sucesos en Bielorrusia desde el palco de la distancia geográfica, Polonia y los Estados bálticos son los preocupados espectadores de la primera fila de patio de butacas. Cada nuevo giro en los acontecimientos que se están viviendo en las calles de Minsk (a solo 180 kilómetros de Vilna), Grodno (280 kilómetros desde Varsovia) o las demás ciudades bielorrusas, amenaza con convertir el drama en tragedia. Bruselas, que ha vivido durante décadas ignorando que hacía frontera con una dictadura a lo Corea del Norte, se limita a esperar acontecimientos y pedir calma. Pero para los países de esta zona, el peligro es real, cercano y requiere una acción inmediata.
En Polonia viven cerca de 50.000 bielorrusos, y en Bielorrusia hay más de 300.000 personas de etnia polaca. Parte del actual territorio bielorruso perteneció a Polonia en el pasado y aún hoy son la minoría más numerosa del país (un 4%) después de la rusa. Muchos de estos ciudadanos consideran una cuestión de mala suerte el no haber nacido unos kilómetros más al oeste, donde podrían estar sus antepasados, su cultura y más posibilidades de tener un buen futuro. Por eso, no es de extrañar que, en Grodno, vértice del triángulo que forman las fronteras bielorrusa, lituana y polaca, las protestas contra Lukashenko y su régimen sean especialmente activas.
En Białystok, una ciudad polaca a solo 50 kilómetros de la frontera, miles de polacos y bielorrusos se manifestaron hace pocos días para pedir elecciones democráticas en el país vecino y exigir la dimisión del dictador Lukashenko. El senado polaco aprobó poco antes una resolución de apoyo oficial a la oposición democrática y el canal de Telegram Nexta_tv, que ha sido y está siendo usado por dos millones de bielorrusos para mantenerse en contacto y coordinar sus acciones esquivando la censura gubernamental, tiene su base en Varsovia.
El recuerdo compartido post-soviético
Por su parte, los lituanos revivieron el pasado domingo la cadena humana que en 1989 sirvió para protestar contra el dominio soviético. La llamada Cadena Báltica del 23 de agosto de 1989 reunió a más de un millón y medio de estonios, letones y lituanos a lo largo de 600 kilómetros, los que separan las tres capitales bálticas. En esta ocasión, una cadena de decenas de miles de personas ha unido los 30 kilómetros que hay entre la capital, Vilna, y la frontera con la última dictadura de Europa; como muestra de solidaridad con sus vecinos, además de banderas lituanas se enarbolaban también las banderas blanquirrojas que simbolizan a la oposición bielorrusa. Tras estrechar las manos de algunos civiles bielorrusos en la misma frontera, el presidente de Lituania, Gitanas Nauseda, afirmó que el apoyo de su país a quienes piden democracia en Misnk nace de la convicción de que “las naciones que han perdido su libertad son las que más la aprecian”.
Todas estas acciones han tenido poco o ningún seguimiento al oeste de Berlín. A pesar de ello, Lukashenko ha condenado lo que llamó “intervención occidental en los asuntos internos de Bielorrusia”, afirmando que “hay banderas polacas ondeando en Grodno” e incluso insinuando que Varsovia está considerando lanzar una operación militar contra su país para provocar un cambio de régimen.
Lukashenko, que gusta de dar discursos vestido con traje y quitarse la americana y la corbata cuando sus arengas le hacen entrar en calor, se deja ver últimamente con impecables uniformes militares de campaña y gorra de camuflaje. En un vídeo reciente, desciende de un helicóptero llevando un fusil del guardamanos mientras le acompaña su hijo, también armado, y ambos se dirigen al palacio presidencial. A pocos metros del lugar, los manifestantes que piden democracia y nuevas elecciones son reprimidos por la policía y el ejército.
El régimen de Alexander Lukashenko (65), que quiere que sus ciudadanos llamen 'bachka' o 'padrecito', se sustenta desde hace 26 años gracias a una delirante mezcla de violencia institucional, nostalgia post-soviética y aislamiento internacional. Cualquiera de los casi diez millones de ciudadanos bielorrusos puede ser encarcelados por usar foros de internet sin registrarse con su nombre real, manifestarse con pancartas en blanco o simplemente ser denunciados por la KGB, que sigue operando con estas siglas en Bielorrusia décadas después de que desapareciese como tal en Rusia.
En realidad, el país entero es una cárcel donde hay menos libertad de prensa que Sudán del Sur, los periodistas extranjeros no pueden acudir a ninguna rueda de prensa o acto oficial y solo Kolia Lukashenko, el hijo bastardo de 15 años al que el dictador prometió dejar el país como herencia, parece a salvo de un régimen inhumano. “Es mi talismán, es mi crucifijo, lo llevo conmigo a donde quiera que voy”, ha dicho de él Lukashenko padre, que le dejó presidir un desfile militar a los tres años de edad. “Mi hijo no puede dormir por la noche si antes no le cuento alguna historia; pero no quiere cuentos tradicionales, sino historias de guerras y batallas; estos días le estoy contando la historia de Napoleón y la gran Guerra Patriótica de 1812”, declaró hace unos años.
Ina, una bielorrusa que vive desde hace seis años en Cracovia y que recuerda cómo en la escuela secundaria le enseñaron a conducir un tractor como parte del currículo, asegura que el sueño de cualquiera de sus compatriotas es escapar del país, ya que cambiarlo parece imposible. Al igual que sus compatriotas, creció hablando ruso, ya que el bielorruso es considerado el idioma de los campesinos y la clase baja. El mismo año que la poetisa y gloria nacional Svetlana Alexiévich obtuvo el Nobel de Literatura (2015), una librería de Minsk fue multada con 60.000 euros por vender libros prohibidos y traducidos. Bielorrusia es también el único país europeo con pena de muerte para tiempos de paz.
El primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, fue el primer líder europeo en pedir una reunión de urgencia de la Unión Europea para tratar la incipiente crisis bielorrusa, después de que las elecciones fraudulentas disparasen las protestas en las calles y tres nacionales polacos, dos de ellos periodistas, fuesen detenidos y torturados en Minsk. Sin embargo, según la radio polaca rmf24, algunos delegados de países europeos se mostraron “irritados” ante el hecho de que Polonia se postulase como “defensora de la democracia, mientras ellos mismos no la respetan” y por ejemplo “llevan a cabo acciones brutales contra la minoría LGBT”.
Lituania advierte: si Rusia forma parte de las maniobras militares de Bielorrusia, lo considerará “una invasión”
Para este miércoles, está previsto que algunos representantes del parlamento polaco se reúnan para informar a la oposición de su plan para convencer a la UE de que se comprometa a un “máximo compromiso” y adopte una “posición consensuada en lo referente a Bielorrusia”. En una entrevista reciente con 'El País', el alto representante de la Unión, Josep Borrell, dijo: “Lukashenko es como Maduro. No le reconocemos, pero hay que tratarle”.
Mientras tanto, Lukashenko ha ordenado maniobras militares cerca de la frontera con Lituania y Polonia, y el ministro lituano de exteriores, Linas Linkevicius, ha advertido de que si Rusia participa con sus tropas en estas provocativas maniobras, lo considerará “una invasión” que no se podría justificar “ni legal, ni moral ni políticamente”.
Con el papel de Polonia como potencia regional muy debilitado —debido a su nula autoridad democrática en el contexto europeo— y el único apoyo explícito de países con poca capacidad de presión, los bielorrusos se encuentran entre la espada de su propio Gobierno y la pared de Moscú, garante del régimen de Lukashenko. Mientras este tiene el apoyo explícito de Putin, los demócratas bielorrusos siguen esperando a que la UE les ofrezca un apoyo equivalente.
Mientras Europa occidental sigue los sucesos en Bielorrusia desde el palco de la distancia geográfica, Polonia y los Estados bálticos son los preocupados espectadores de la primera fila de patio de butacas. Cada nuevo giro en los acontecimientos que se están viviendo en las calles de Minsk (a solo 180 kilómetros de Vilna), Grodno (280 kilómetros desde Varsovia) o las demás ciudades bielorrusas, amenaza con convertir el drama en tragedia. Bruselas, que ha vivido durante décadas ignorando que hacía frontera con una dictadura a lo Corea del Norte, se limita a esperar acontecimientos y pedir calma. Pero para los países de esta zona, el peligro es real, cercano y requiere una acción inmediata.
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