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Cuando la UE despertó de la negociación del Fondo de Recuperación, el Brexit seguía allí
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Encontrar un pacto para octubre

Cuando la UE despertó de la negociación del Fondo de Recuperación, el Brexit seguía allí

Las negociaciones entre el Reino Unido y la Unión Europea han avanzado por la sombra durante el pulso para un Fondo de Recuperación. Ahora salen a la luz. Y no tienen buena pinta

Foto: Foto: Reuters
Foto: Reuters

La fecha del pasado 1 de julio pasó de forma silenciosa, sin que prácticamente nadie se diera cuenta de que acababa de darse un paso hacia el vacío. El Gobierno británico decidió, como había anunciado ya anteriormente, no presentar una solicitud para prorrogar el periodo transitorio, un tiempo durante el que Londres, que salió políticamente de la UE el pasado 31 de enero, continúa conectado económicamente a la Unión, con todos sus privilegios económicos pero sin voz ni voto. Ya no hay vuelta atrás, y el próximo 31 de diciembre de 2020 el Reino Unido se desconectará de la UE. De alguna manera el coronavirus ha hecho que en muchos círculos se empiecen a menospreciar los efectos de cómo se produce esa desconexión.

Durante los últimos meses los líderes, diplomáticos, embajadores y técnicos han dedicado todas sus fuerzas y trabajo a la lucha contra la pandemia del coronavirus y la puesta en marcha del Fondo de Recuperación de 750.000 millones de euros para la reactivación económica. Ha sido un tiempo en el que las negociaciones entre el Reino Unido y la Unión Europea han avanzado, silenciosas, milímetro a milímetro, produciéndose algunos progresos en áreas como la de la cooperación judicial y policial o la gobernanza.

Foto: Boris Johnson. (Reuters)

Ahora, tras el acuerdo europeo del pasado martes 21 de julio, los líderes empiezan su descanso estival con la satisfacción del trabajo bien hecho. Pero el Brexit sigue ahí, de fondo, muy presente, y promete dar problemas en los próximos meses. Michel Barnier, negociador jefe de la Comisión Europea para las relaciones futuras con el Reino Unido, lo sabe. Van a tener que tomarse decisiones difíciles cuando llegue septiembre y las conversaciones empiecen a coger velocidad. En teoría las negociaciones tienen que intensificarse cuando pase el verano, con el objetivo de alcanzar un pacto a finales de octubre.

Un problema olvidado

El ambiente en Bruselas oscila entre el moderado optimismo y la despreocupación. La segunda es la reinante: se han dedicado tantos esfuerzos a la lucha contra el coronavirus que ahora el Brexit parece un problema menor. El moderado optimismo tiene su base en una idea: el Gobierno de Boris Johnson no puede permitirse un total fracaso en las negociaciones y necesita un acuerdo, por lo que el escenario base que Barnier ha comunicado a los embajadores permanentes de los Veintisiete es que Londres busca ahora cerrar un acuerdo seguro, de baja calidad y bajo alcance.

Eso permitiría a la UE y al Reino Unido salvar la cara en un año complicado. Un pacto de mínimos sobre el que se tendrá que seguir trabajando a partir del 1 de enero de 2021. Salvar los puntos en los que no hay una red internacional de base, como por ejemplo los asuntos comerciales que, de no haber acuerdo, caerían al nivel de la Organización Mundial del Comercio (OMC), y dejar para más adelante los asuntos en los que hay estándares más altos a nivel internacional, como los asuntos policiales.

placeholder Michel Barnier (derecha) y el ministro británico para Europa, David Frost. (Reuters)
Michel Barnier (derecha) y el ministro británico para Europa, David Frost. (Reuters)

Pero Barnier ya ha advertido que hay dos puntos muy problemáticos: un acuerdo pesquero, que tiene importantes tintes electorales para Johnson, y, especialmente, la materia de las ayudas de estado, lo que se califica como el ‘terreno de juego igualado’ o ‘level-playing field’ (LPF).

Es este segundo punto el que es potencialmente peligroso porque es el que replica un escenario de fragmentación política que ya bloqueó anteriormente las negociaciones del Brexit durante la etapa de Theresa May y que se resolvió con la unidad generada por la victoria de Johnson que le permitió cerrar un pacto con los Veintisiete.

En este caso la fragmentación está en el gabinete de Johnson, donde son incapaces de ponerse de acuerdo sobre qué régimen de ayudas de estado van a tener cuando el Reino Unido abandone la Unión Europea. Y hasta que no se haya resuelto esta cuestión no pueden registrarse progresos reales en la negociación con la UE: si Londres quiere tener abiertas las puertas del mercado interior, antes Bruselas tiene que saber qué tipo de normas de ayudas de estado van a tener las empresas sobre territorio británico.

Proteger el mercado interior

La relevancia de esto no es menor. Si el Reino Unido logra un acuerdo que le da un gran acceso al mercado interior pero sin las “fuertes garantías” que los europeos exigen al Gobierno británico en materia de ayudas de estado, Londres podría establecer un régimen flexible de ayudas a sus empresas y bajos estándares medioambientales, laborales o fiscales que convirtieran a la isla en un paraíso desregularizado a las puertas de Europa, lo que dañaría el mercado interior y a sus Estados miembros. ¿Por qué iba a quedarse una empresa en Francia con altos salarios, derechos laborales, restricciones medioambientales y sin ayudas del Gobierno, pudiendo estar en el Reino Unido con todas las ventajas y pudiendo mantener las ventas en la Europa continental?

Una facción del Gobierno británico mantiene que hay que perseguir la idea original que descansaba detrás del Brexit: un Reino Unido desregularizado que no cuente con una autoridad o un regulador independiente. Esta es la idea defendida por ejemplo por el influyente asesor de Johnson, Dominic Cummings. Y aquí es donde el moderado optimismo choca con la realidad.

El sector de Londres que defiende esta visión no considera que sea un punto negociable y han demostrado tener mucha influencia sobre el primer ministro y sus decisiones. Pero para Barnier no hay acuerdo posible si no hay garantías sobre el futuro sistema de subsidios en el Reino Unido, aunque este defiende que este sistema vago y poco claro, basado solo en algunos principios pero que permite una aplicación bastante flexible, también la tiene Canadá, con el que la Unión Europea tiene un acuerdo comercial. Bruselas ya ha explicado que la geografía no perdona: la cercanía del Reino Unido hace que las garantías tengan que ser mucho más fuertes que con el país norteamericano.

Foto: La bandera británica, sobre el Big Ben, en Londres. (EFE)

El pulso dentro del Gobierno británico bloqueará las conversaciones durante las próximas semanas, y cuando haya un ganador el resultado puede ser muy negativo. El escenario principal es el de un acuerdo de mala calidad, pero este dependerá de que alguien, ya sea Bruselas o Londres, tenga que ceder de manera dolorosa en el asunto de las ayudas de estado.

La Unión Europea está lista para moverse algunos centímetros en esto. La idea de que el Reino Unido asuma la guía del régimen de ayudas de estado europeas y la supervisión del Tribunal de Justicia de la UE (TJUE) ya han sido abandonadas y, de hecho, se busca con ello que Londres replique con cesiones. Pero en lo que la UE no está dispuesta a ceder es con el principio básico de una cooperación leal en este asunto.

Barnier ya ha advertido: este es el asunto clave. Y, de hecho, siempre lo ha sido en las relaciones futuras porque está en el corazón de la ideología brexiter. Eso añade una capa de ideología que hace más difícil una negociación que necesita ahora de muchas decisiones racionales. A Bruselas le tocará en las próximas semanas aparcar el moderado optimismo y decidir qué precio está dispuesta a pagar durante el otoño caliente que viene para alcanzar un acuerdo con el Reino Unido.

La fecha del pasado 1 de julio pasó de forma silenciosa, sin que prácticamente nadie se diera cuenta de que acababa de darse un paso hacia el vacío. El Gobierno británico decidió, como había anunciado ya anteriormente, no presentar una solicitud para prorrogar el periodo transitorio, un tiempo durante el que Londres, que salió políticamente de la UE el pasado 31 de enero, continúa conectado económicamente a la Unión, con todos sus privilegios económicos pero sin voz ni voto. Ya no hay vuelta atrás, y el próximo 31 de diciembre de 2020 el Reino Unido se desconectará de la UE. De alguna manera el coronavirus ha hecho que en muchos círculos se empiecen a menospreciar los efectos de cómo se produce esa desconexión.

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