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Italia, un desconfinamiento sin estampidas y con mascarilla en el punto y seguido del virus
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Primer día de la fase 2 en Italia

Italia, un desconfinamiento sin estampidas y con mascarilla en el punto y seguido del virus

Italia fue la primera en cerrar, pero no será la primera en abrir. Tras un larguísimo confinamiento, los italianos salen por primera vez. Aunque no se dan aglomeraciones

Foto: Primer día de la fase 2 en Milán, Italia. (EFE)
Primer día de la fase 2 en Milán, Italia. (EFE)

¿Cuántas son muchas personas en el metro? ¿En la calle? La perspectiva ha cambiado. Los pocos de antes son muchos ahora. En casi dos meses de contemplar la vida tras una ventana, de hacer larga filas de supermercado para entrar en un espacio vacío, nos hemos acostumbrado a la falta de vida y cuando ha vuelto cuesta cuantificarla. Doscientas mil personas recluidas y acatando las normas son menos noticia que diez tipos haciendo una barbacoa en una terraza. Eso ha pasado también en Italia, el país que salvo mediáticas excepciones ha pasado obedientemente semanas encerrado en sus casas y viendo en las noticias a las 18:00 que había miles de muertos tras sus persianas.

Hoy se recuperó una parte de libertad, desescalada que se dice en España, rutina en Suecia o Alemania, que, en todo caso, ha ido implementándose socialmente en los días previos. Italia fue la primera en cerrar pero no será la primera en abrir. O no del todo, o no sin aplicar primero pruebas a una realidad que lleva la friolera de 29.000 muertos. La hoja de ruta es en todo caso propia: el Gobierno tiene un plan que no mira a otros lados porque Italia no tiene nadie con el que compararse. El 'bicho' llegó antes y llegó más fuerte aquí. “En Italia todo pasa antes, lo bueno y lo malo”, afirma un romano con mezcla de orgullo y catastrofismo.

Foto: Foto: EFE
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A primera hora las televisiones evaluaban el aumento de movimiento. Desde las pantallas de tráfico se señalaban que las autopistas con más vehículos eran el tramo que va de Bolonia a Milán y los tramos que conectan Milán y Venecia. Justo ese ha sido el triángulo de la muerte en Italia y el inicio de la pandemia: las regiones de Lombardía, Véneto y Emilia-Romaña. Hay más movimiento ahora, como lo había antes, porque allí está el 80% de la industria del país, la que hoy ha vuelto al trabajo. Una de las lecciones de esta enfermedad es que moviéndose uno se contagia del virus y quedándose quieto se contagia de la pobreza. Equilibrar esas dos realidades es lo que hoy Italia está empezando a aprender.

No hay en Italia hoy un punto y aparte, hay un punto y seguido con el virus

En Nápoles, el temido sur donde la pandemia se ve con cierta distancia, ha habido alguna secuencia de exceso de pasajeros en alguna estación, pero el balance por ahora es bueno. No ha habido una estampida de gente a la calles, como se temía y se pretendía evitar desde las instituciones.

Hoy han salido también unos datos significativos sobre la enfermedad y sus consecuencias entre las regiones. La mortalidad en Italia en marzo se ha disparado un 49% respecto a la media del mismo mes de 2015 a 2019, pero el virus ha sido muy selectivo. En ciudades como Bérgamo esa cifra se eleva un 568%, mientras que en Roma las defunciones han incluso disminuido un 9,4% respecto al año anterior.

Foto: Un funeral en París de una víctima del coronavirus. (EFE)

Más allá de la pantalla del televisor hay una realidad que hoy se palpa por metro cuadrado (donde está permitido ir). Las calles de Roma estaban hoy más salpicadas de gentes con mascarillas. De la ciudad apocalíptica que reflejaba el Confidencial en un reportaje del 15 de marzo se ha ido pasando en estas semanas a una Roma que se aclaraba en las normas, que aprendía a comprar en las tiendas, a hacer ejercicio, a agotar sus perros y, también un poco, a ir saliendo moderadamente de casa con cualquier excusa. Hoy todo eso quedaba atrás, hoy entra en vigor un nuevo decreto que permite realizar más actividades, y hoy se evaluaba la responsabilidad social ante las nuevas normas. “Depende de todos nosotros”, ha advertido en los días previos el primer ministro Giuseppe Conte. ¿Cómo se ha comportado la gente?

Sin estampidas ni marabuntas

A las nueve de la mañana había tres personas esperando el metro en la estación de Ottaviano. Llega rápido el convoy, casi vacío. Dentro todos los pasajeros llevan obligatoriamente sus mascarillas, salvoconducto obligatorio para acceder al transporte público junto al billete. Solo se pueden ocupar los asientos laterales y hay que dejar los dos del centro vacíos. Al llegar a la estación de Termini, la novedad es que no hay prisas. Las personas ocupan su lugar en las escaleras mecánicas sin adelantarse. ¿Se acuerdan cuando siempre teníamos prisa y trepábamos por ellas?

placeholder Pasajeros en un vagón del metro en Roma. (Javier Brandoli)
Pasajeros en un vagón del metro en Roma. (Javier Brandoli)

Fuera, hay una prole de cámaras de televisión, esta es la estación central de Roma, una formación de taxistas y unas cuantas decenas de personas desperdigadas por las paradas de autobús. Desde ahí, la calle. Una frase absurda, siempre ha estado ahí la calle, pero de pronto vuelve a ser posible y recupera su sentido.

El centro de Roma sigue fantasma

El centro histórico de Roma deja estampas bonitas, de monumentos vacíos que ejemplifican a la aldea global el vacío que ha dejado este virus en la ciudad eterna, pero no sirve para narrar la realidad social de la ciudad. No hay apenas vecinos, no los había tampoco antes, en un recinto histórico-artístico entregado a los turistas. Un estudio reciente hablaba de menos de 200.000 personas censadas en esa Roma monumental. Hay pocos hoteles que permanecen abiertos y muchos restaurantes, a los que hoy en Italia se les permite vender comida para llevar, permanecen cerrados. “No hay clientes, no tiene sentido abrir”, explicaba el dueño de un restaurante de la Via dell ‘Orso.

placeholder Uno de los carteles de advertencia en el metro. (J. B.)
Uno de los carteles de advertencia en el metro. (J. B.)

La estampa del éxito la deja un ciclista que pasa desde la Piazza Venezia al Coliseo levantando los brazos y dando gritos de euforia. No hay muchas personas en esta parte de la ciudad que no sean algunos corredores. Cerca, el capataz de un grupo de operarios públicos da órdenes. Están arreglando el pavimento. “Cuando esto acabe lo haremos de otra forma, pero ahora se debe trabajar así”, dice. Cuando esto acabe es el titular que deja. Acabará.

Maurizio, un italiano del Lago de Como, Lombardía, pasea no muy lejos con sus caniches. Va vestido con pieles de serpiente, una la lleva atada a su frente como una cinta. “Me visto así y salgo a pasear. Hay gente que me ve y me insulta, y gente que me da dinero. Yo soy diseñador y me he hecho este vestido que significa libertad”. ¿Sales a menudo? “Con los perros. Vivo aquí cerca y me gusta recordar la ciudad”, señala. Se olvidaron algunas cosas, como la ciudad en la que uno vive, que necesitan recordarse. Todo es pasajero. No hay nadie en el entorno, el Coliseo está vacío.

En los barrios aledaños de Flaminio, Prati y Monti sí hay más personas. Ahí sí se ven más restaurantes abiertos con comida para llevar. Los supermercados o tiendas siguen siendo los centros sociales en los que se agolpa la vida. No hay mucho cambio respecto a las jornadas previas. No hay en Italia hoy un punto y aparte, hay un punto y seguido. Un punto y seguido del virus.

¿Cuántas son muchas personas en el metro? ¿En la calle? La perspectiva ha cambiado. Los pocos de antes son muchos ahora. En casi dos meses de contemplar la vida tras una ventana, de hacer larga filas de supermercado para entrar en un espacio vacío, nos hemos acostumbrado a la falta de vida y cuando ha vuelto cuesta cuantificarla. Doscientas mil personas recluidas y acatando las normas son menos noticia que diez tipos haciendo una barbacoa en una terraza. Eso ha pasado también en Italia, el país que salvo mediáticas excepciones ha pasado obedientemente semanas encerrado en sus casas y viendo en las noticias a las 18:00 que había miles de muertos tras sus persianas.

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