Es noticia
Mutilaciones, canibalismo... El peor asesino de la historia se lo había inventado todo
  1. Mundo
  2. Europa
Estreno de la película 'Quick'

Mutilaciones, canibalismo... El peor asesino de la historia se lo había inventado todo

Sture Ragnar Bergwall confesó a sus terapeutas los asesinatos de 39 personas y pasó 23 años encerrado hasta que un buen día admitió que nada de lo que dijo era verdad

Foto: Sture Bergwall, 23 años después de ser absuelto. (EFE)
Sture Bergwall, 23 años después de ser absuelto. (EFE)

El nombre de Sture Ragnar Bergwall fue sinónimo de terror durante la década de los noventa. Los suecos y noruegos encontraron en él a un Hannibal Lecter escandinavo cuando, desde un psiquiátrico, confesó el asesinato de 39 hombres, mujeres y niños sin escatimar en detalles sobre mutilaciones y prácticas de canibalismo. Su rostro aciago con gafas parecía acechar nuevas víctimas entre quienes abrían los periódicos o encendían la tele. El jurado mediático ya tenía un veredicto.

Entre 1991 y 2003, la policía desempolvó archivos de asesinatos sin resolver con la esperanza de que Bergwall pudiera reclamarlos. Y él cumplió con su parte. Entre las víctimas de sus atrocidades se contaban un niño de 11 años cuyo cuerpo nunca se encontró, una pareja que pasaba sus vacaciones en un campamento y una prostituta a la que torturó, violó y desmembró varias veces antes de comerse su cuerpo. Con estos testimonios en mano, al peor asesino de la historia de Europa le esperaba un largo futuro entre rejas.

Pero todo cambió en 2008, cuando el periodista Hannes Rastam decidió examinar en profundidad las 50.000 páginas que conformaban su historial clínico, además de los documentos judiciales sobre su caso y las cintas de los interrogatorios policiales. Su conclusión perturbó a un país que creía haber saldado las deudas de sangre enquistadas: no había ninguna evidencia de los ocho crímenes por los que Bergwall fue condenado más allá de sus propias palabras, que en muchos casos salieron de su boca bajo los efectos de altas dosis de tranquilizantes.

De hecho, cuando el reo dejó de tomar la medicación se retractó de todas sus confidencias. Con un cambio de siglo, un escándalo judicial y un 'best seller' de por medio, todos sus cargos se revisaron y se anularon, uno por uno, hasta que en 2013 se le absolvió de su último cargo, el asesinato de un adolescente de 15 años desaparecido en 1976. "Es un fallo del sistema jurídico de Suecia en su conjunto", clamó al cielo el por entonces fiscal general sueco, Anders Perklev, que subrayaba: "No ha pasado nunca en la historia del país".

placeholder Sture Bergwall pasea después de ser absuelto por sus crímenes inventados. (Reuters)
Sture Bergwall pasea después de ser absuelto por sus crímenes inventados. (Reuters)

A sus 70 años, tiene una nueva identidad y pasa desapercibido bajo la apariencia de un abuelo entrañable. Quiere olvidar su penitencia kafkiana y quiere que la sociedad de los detectives ficticios la olvide, pero aún queda un último capítulo a caballo entre el morbo y la redención. Las salas de cine suecas y noruegas acogen este viernes el estreno de 'Quick', una película dirigida por Miakel Hafstrom que narra su historia y tiene aspiraciones de llegar a la gran pantalla en todo el mundo.

¿Por qué se inculpó?

"¿Y si le dijera que he hecho algo muy malo?". Así comenzaba 'el proceso' de Thomas Quick —el álter ego diabólico de Bergwall— ante sus terapeutas. A los especialistas no les faltaba trabajo: su paciente había crecido en una familia profundamente cristiana que le hacía reprimir su homosexualidad. Se sentía la oveja negra entre lo suyos y obtuvo refugio en las drogas, hasta tal punto que para poder pagárselas se disfrazó de Papá Noel y atracó un banco a punta de cuchillo. Sus únicos amigos acabaron en la cárcel, mientras que su castigo fue el internamiento en un centro psiquiátrico.

La soledad fue el siguiente trauma. Los doctores escucharon con atención sus escabrosas anécdotas familiares y Quick se dio cuenta de que cuanto más macabras eran sus historias, más interés recibían. La contraparte era el grupo liderado por Margit Norell, discípula de las primeras enseñanzas de Sigmund Freud, que se afanaba en entender cómo funcionaba la mente de un criminal y suministraba al paciente benzodiazepina, un fármaco psicotrópico con efectos sedantes.

A los psicoterapeutas les fascinaba su escalada de confesiones, inéditas hasta que cruzó la puerta de la clínica. El fingido asesino en serie era un ávido lector de prensa y, por si fuera poco, recibía de los expertos las páginas de sucesos y novelas como 'American Psycho' con el fin de ayudarle a fabricar su relato. Le sobró inspiración para reconstruir los principales crímenes sin resolver que habían sacudido Suecia, pero nunca creyó que fuera a ser juzgado, ni mucho menos condenado.

Si se observaban las pruebas, realmente no había nada contra Quick a excepción de un fragmento de hueso que, finalmente, resultó ser un plástico

Convencidos de que sus declaraciones eran creíbles, los responsables de la Clínica Psiquiátrica de Säter trasladaron el caso a la policía, que buscó sin éxito los restos de las supuestas víctimas por todo el país. "Si se observaban las pruebas, realmente no había nada contra Quick", a excepción de un trozo de hueso que, según los forenses, encajaba con el asesinato de Therese Johannesen, una niña noruega de nueve años a quien el acusado aseguraba haberle roto el cráneo con una piedra, explica a 'BBC' Jenny Küttim, colaboradora del periodista que destapó el escándalo.

—¿Qué puedo hacer yo si no he cometido estos asesinatos? ¿Estoy atrapado? —suplicó ayuda después de seis meses entrevistándose con Rastam y Küttim.

—Ahora tienes tu gran oportunidad —le instigaron—. Cuéntanos lo que pasó.

Las acusaciones fueron cayendo como piezas de dominó y la posibilidad de que Quick fuera —por voluntad propia e incompetencia ajena— una cabeza de turco tomaba forma a medida que salían a la luz las interioridades de la investigación. Por ejemplo, que se excluyera de la misma a quienes cuestionaran que hubiera utilizado 13 formas de asesinar diferentes, algo insólito en casos similares. El último indicio que quedaba en pie era el fragmento óseo que le incriminaba, hasta que en 2010 se demostró que se trataba, en realidad, de un trozo de plástico. Sture Ragnar Bergwall era un gran mentiroso, pero esta vez dijo la verdad.

El nombre de Sture Ragnar Bergwall fue sinónimo de terror durante la década de los noventa. Los suecos y noruegos encontraron en él a un Hannibal Lecter escandinavo cuando, desde un psiquiátrico, confesó el asesinato de 39 hombres, mujeres y niños sin escatimar en detalles sobre mutilaciones y prácticas de canibalismo. Su rostro aciago con gafas parecía acechar nuevas víctimas entre quienes abrían los periódicos o encendían la tele. El jurado mediático ya tenía un veredicto.

Asesinatos Delincuencia
El redactor recomienda