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Ucrania se muda a Polonia o cuando el racismo es blanco contra blanco
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VIVEN DOS MILLONES DE UCRANIANOS

Ucrania se muda a Polonia o cuando el racismo es blanco contra blanco

Polonia está acogiendo a una gran cantidad de inmigrantes para paliar la falta de mano de obra en diversos sectores de la economía, pese al discurso nacionalista y antiinmigrante del gobierno

Foto: Protesta de un grupo polaco antiinmigrante. (Reuters)
Protesta de un grupo polaco antiinmigrante. (Reuters)

Cuando los polacos abordan un autobús local en Poznán pueden encontrarse con un conductor indio que se comunica con ellos usando Google Translator mientras, a su lado, un veterano chófer ucraniano le indica con gestos la ruta y en la radio se escucha al primer ministro nacionalista Mateusz Morawiecki despotricando contra los inmigrantes.

A la empresa municipal de transporte le costó tanto encontrar candidatos que, tras contratar 50 ucranianos tuvo que fichar a seis indios que apenas chapurreaban el idioma. Después de pasar los exámenes y obtener los permisos, estos hombres conducen sonrientes por unas calles que les resultan tan exóticas como ellos lo son para los polacos.

Foto: Niños de Pruchnik, un pueblo del sur de Polonia, golpean un muñeco que representa a un judío. (Fuente: Screenshot)

Esta escena resume los contradictorios tiempos que vive Polonia. En lo que va de siglo, ningún otro país europeo ha acogido a tantos extranjeros en tan poco tiempo -dos millones solo en los últimos años- y sin embargo el gobierno conservador del PiS cultiva una retórica nacionalista y antiinmigratoria bajo lemas como "Polonia primero" o "Polonia para los polacos".

Ucrania se muda a Polonia

Oleg Z. llegó a Cracovia con 26 años huyendo de la inestabilidad que desde 2014 convirtió a Ucrania "en un sitio sin futuro". Como él, otros dos millones de compatriotas han encontrado en el país vecino -con el que Ucrania comparte 530 kilómetros de frontera- una tabla de salvación económica.

En las grandes ciudades, la tendencia es innegable. Un 10% de los habitantes de Cracovia y Wroclaw son extranjeros y la mitad de ellos son ucranianos. Con una tasa de paro del 5,6%, la economía polaca se ha convertido en un imán no solo para sus vecinos, sino también para nepalíes, bielorrusos e incluso cada vez más europeos occidentales.

Foto: Una enfermera en un hospital de Budapest. (EFE)

A Oleg no le costó mucho adaptarse gracias a la afinidad cultural que comparten Polonia y la Ucrania occidental. Después de una temporada echando una mano en mudanzas y trabajos eventuales consiguió montar un pequeño negocio de restauración de muebles y hoy es el patrón de su compañero de piso, el polaco Szymon, quien se ocupa del negocio cuando él tiene que ausentarse. Además, ayuda a sus amigos ucranianos Vlad, Igor y Víktor a moverse por el laberinto de la burocracia polaca.

Pero el peligro de la inflación y la falta de competitividad planean sobre una economía que mantiene bien el tipo pese a que está siendo exprimida con la gran cantidad de ayudas sociales con las que el PiS contenta a su base de votantes (se pagan 120 euros al mes por hijo para las familias y se planea pagar 100 por vaca y 22 por cada cerdo para los granjeros). Esto hace que los trabajadores inmigrantes, muchos en situación precaria, sean vistos cada vez con más suspicacias por los polacos, a muchos de los cuáles no les gusta que su país reciba “influencia extranjera”.

Blancos sin papeles

Vestido con una camisa malva tradicional, Piotr Tyma espera frente a una silla vacía en plena Plaza Mayor de la ciudad de Przemysl. El presidente de la Unión de Ucranianos en Polonia había organizado este curioso acto para invitar a los polacos a conversar y responder cualquier inquietud sobre su país o la comunidad ucraniana. Pero nadie se sentó con él.

Un grupo ultranacionalista impidió que nadie se acercase a la mesa de Tyma y boicoteó el acto gritando consignas nacionalistas con un altavoz. El único detenido fue precisamente un polaco que recriminaba a los extremistas su actitud.

Este ambiente de tensión tiene su reflejo en otros medios. La serie polaca más éxitosa del momento, “Wataha” (“La Manada”), muestra el trabajo de la policía de fronteras poloca, combatiendo el narcotráfico, la trata ilegal de personas y el contrabando que provienen de Ucrania. En la producción, emitida por HBO, aparecen terroristas y agentes a sueldo de Rusia que intentan penetrar en Polonia para desestabilizar el país.

En ocasiones, esta realidad de desconfianza se ve reflejada en casos más trágicos. Hace unos días, un trabajador ilegal ucraniano fue hallado muerto en un bosque cerca de Poznán después de que sufriera un accidente mientras trabajaba en una fábrica. El patrón prohibió que se avisase a una ambulancia y abandonó el cuerpo a 125 kilómetros del lugar por miedo a que la policía descubriese que no tenía papeles.

Urgente: encontrar inmigrantes

El año pasado, el viceministro polaco de Inversión y Desarrollo instó a "incrementar el influjo de inmigrantes para mantener el desarrollo económico”. Poco después fue desautorizado y cesado por el gobierno populista de Morawiecki. Sin embargo, no se puede tapar el sol con un dedo.

La natalidad en Polonia es una de las más bajas de todo el mundo y ni siquiera el discurso nacionalista del PiS puede evitar plegarse a la evidencia de que, para cubrir los puestos de trabajo necesarios -y pagando los salarios actuales-, los inmigrantes son imprescindibles. En 2017, el gobierno concedió más visados de trabajo a extracomunitarios que ningún otro país de Europa -el 85%, para ucranianos- y una de cada cinco empresas polacas tiene al menos un ucraniano en su nómina. Aún así, faltan manos.

"(Encontrar trabajadores) es el mayor problema ahora mismo", dijo recientemente el portugués Luis Amaral, consejero delegado de Eurocash, la compañía que domina el sector de la distribución alimentaria en Polonia. Actualmente, muchos ucranianos tienen que salir del país cada seis o 12 meses debido a las leyes de inmigración y esto “está creando un lío, cuando lo que necesitamos es estabilidad”, subrayaba Amaral en una entrevista para el 'Financial Times'.

La situación ha llegado al punto de que Biedronka, la mayor cadena de supermercados del país, mantiene una línea de teléfono con operadores ucranianos que se ocupan de reclutar a ciudadanos de aquel país, ofreciéndoles un contrato fijo, un curso de polaco gratuito y prometen ocuparse del papeleo para conseguir un permiso de trabajo.

Foto: Ceremonia masiva de oración en los bosques de Szklarska Poreba, Polonia. (EFE)

¿Y si se van los inmigrantes?

Sin embargo, el racismo no es el único problema. El 80% de los trabajadores extranjeros que recalan en Polonia obtienen puestos por debajo de su cualificación o experiencia, según el diario 'Rzeczpospolita'.

Muchos acaban trabajando en Uber y otras empresas de reparto de comida a domicilio que muchos inmigrantes extracomunitarios aprovechan como "cabeza de puente" para beneficiarse de la bonanza económica de este país. En ciudades como Cracovia una gran cantidad de los ciclistas que sortean el tráfico e invaden las aceras son de India y Nepal. La embajada polaca en Nueva Delhi asegura estar colapsada por la gestión de más de 50.000 solicitudes de permisos de trabajo de indios.

Esto, unido a los bajos sueldos (el salario mínimo está en 570 euros mensuales) y a la limitada duración de los permisos hacen que dos de cada tres inmigrantes estén planteando irse a Alemania para mejorar sus condiciones.

Hasta ahora, Polonia ha destacado por tener una de las poblaciones más homogéneas de la Unión Europea. Pero eso está cambiando, con consecuencias visibles en la economía, en la demografía y hasta en las fronteras. Hace unos días, en un puesto de control fronterizo entre Polonia y Ucrania, los componentes de un coro arrancaron a cantar para amenizar la espera en la oficina de pasaportes, mientras los guardias no podían evitar sonreír. La presencia de inmigrantes en el país tiene visos de convertirse en algo permanente, irreversible y necesario.

Cuando los polacos abordan un autobús local en Poznán pueden encontrarse con un conductor indio que se comunica con ellos usando Google Translator mientras, a su lado, un veterano chófer ucraniano le indica con gestos la ruta y en la radio se escucha al primer ministro nacionalista Mateusz Morawiecki despotricando contra los inmigrantes.

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