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Visegrado, el renglón torcido de Europa: ¿fue buena idea que entraran en la UE?
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15 AÑOS DESDE SU INCORPORACIÓN

Visegrado, el renglón torcido de Europa: ¿fue buena idea que entraran en la UE?

Muchos de sus ciudadanos se declaran proeuropeos, pero sus gobiernos retan constantemente a la Unión Europea en materia de justicia o de democracia

Foto: Disfraces de Jaroslaw Kaczynski y Viktor Orbán en el festival de Dusseldorf. (Reuters)
Disfraces de Jaroslaw Kaczynski y Viktor Orbán en el festival de Dusseldorf. (Reuters)

La Unión Europea afronta las próximas elecciones con varios frentes abiertos: al oeste, un Brexit sin abrochar; en muchos países, una ola populista que ya no cree en el proyecto europeo; y al este, el Grupo de Visegrado, un caballo de Troya que no cesa de dar problemas.

A pesar del entusiasmo con que los ciudadanos de Polonia, Hungría, la República Checa y Eslovaquia se incorporaron a la Unión hace 15 años, en los últimos tiempos sus respectivos gobiernos han ido adoptando posturas que cuestionan y desafían a Bruselas. Hoy, aunque muchos siguen siendo proeuropeos (así se declara un 72% de los polacos frente a un 63% de los alemanes o franceses), partidos como Fidesz, en Hungría, o el PiS polaco, han sido reconvenidos en más de una ocasión por sus políticas antidemocráticas.

Hace tres lustros de la incorporación de estos países al club comunitario. La ocasión fue saludada como histórica: desde Varsovia, la capital que había dado nombre al pacto militar comunista, se podía viajar a Lisboa por primera vez en la historia sin fronteras ni pasaportes. La bienvenida a “la familia del Este” estaba cargada de significado por ratificar el final de la Europa de los bloques. Todos tenían razones para considerarlo un éxito: la Unión era más europea que nunca y se consolidaba como el mayor bloque económico del mundo; los recién incorporados sentían que comenzaba para ellos una nueva era de prosperidad, libertad y reconocimiento internacional.

Hoy, los ciudadanos del llamado Grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia) disfrutan de más bienestar, pero todavía están lejos de la media europea; sus libertades están en entredicho por el rumbo autoritario de sus gobiernos; y como consecuencia de ello, el prestigio de estas naciones está en horas bajas.

Un club "imaginario"

Para Víktor Orbán “el enemigo no está en Moscú sino en Bruselas”; el presidente polaco, Andrzej Duda, definió a la UE como “un club imaginario del que no sacamos mucho”; el Presidente checo, Zeman, intentó sacar adelante un referéndum en 2016 similar al que llevó al Brexit. Y Eslovaquia está en pleno proceso de regeneración democrática tras el asesinato de un periodista que investigaba la corrupción del gobierno en el año pasado.

A pesar de bravuconadas como la del premier Morawiecki, que dijo el año pasado que “los fondos de la Unión Europea estaban bien para “arreglar aceras”, la bonanza económica de Polonia tiene mucho que agradecer a Bruselas. Además de tratarse del país que más se beneficia de los fondos comunitarios, el libre movimiento de trabajadores en una Europa sin fronteras ha convertido a este país en la meca de las inversiones privadas del continente.

Mientras tanto, la negativa de aceptar refugiados y la antidemocrática reforma judicial del PiS han puesto a Polonia en la picota hasta el punto de que, por primera vez en la historia, se activó el artículo 7 (la llamada “opción nuclear”) para reconvenir su deriva autoritaria. En Hungría existe un escenario similar, con un un Víktor Orbán en guerra permanente con la Unión Europea que al mismo tiempo financia con dinero europeo extravagantes proyectos como un tren de vapor turístico en su pueblo o un faraónico estadio de fútbol que jamás se ha llenado.

Sin embargo, resulta llamativo cómo, con las elecciones europeas a la vuelta de la esquina, los gobiernos visegradistas han dejado temporalmente de lado sus diatribas contra Bruselas para de repente convertirse en abanderados del europeísmo. El polaco PiS, por ejemplo, concurre bajo el lema “Corazón de Europa” y la bandera comunitaria, calificada de “trapo” por la diputada Krystyna Pawłowicz, llena los pósters electorales.

Como explica para El Confidencial Martin Mycielski, experto politólogo de la Open Dialogue Foundation de Bruselas, el partido de Morawiecki parece sufrir de “esquizofrenia”, al bascular de manera interesada entre posturas antieuropeas y proeuropeas, según el contexto. “en los últimos meses, ha llegado el momento en que el PiS se ha dado cuenta de que estaba yendo demasiado lejos y de que el miedo a un ´Polexit´, idea que habían estado consintiendo y apoyando, podía llegar a disuadir a muchos polacos de votar por ellos”.

Comparando el caso polaco a la situación de otros países, como Moldavia, Mycielski subraya cómo algunos países se benefician de un doble juego, poniendo la mano para cobrar de Bruselas, pero cerrando el puño cuando hay que adoptar políticas democráticas comunes a todos. “Los votantes polacos son más cuidadosos cuando se trata de enviar representantes a Bruselas que cuando eligen diputados nacionales (…) el PiS se cuidará mucho de atacar a la UE y mantendrá su disfraz pro europeo hasta el día de las elecciones (…) pretendiendo defender los verdaderos valores europeos de cristianismo y naciones culturalmente homogéneas, valores que ellos defienden y que conducirán a una Polonia y una Europa más fuertes”.

Por su parte, Víktor Orbán, líder ideológico del Grupo de Visegrado, expuso su programa electoral para las europeas manteniendo sus radicales posturas contra las “naciones de razas mixtas” dirigidas, según él, por “los hombres del capital” como Soros que quieren “atacar al cristianismo y las tradiciones europeas” trayendo a Europa “el virus del terrorismo”. Con una política exterior que no es más que una extensión de su autoritaria política doméstica, Orbán se planteó estas elecciones como una ocasión para encontrar apoyos en formaciones “iliberales” de otros países, pero sus acercamientos al italiano Salvini o a la francesa Le Pen no han llegado a cristalizar y por ahora se han quedado en reuniones con promesas de cooperación en el futuro.

La inesperada victoria de Zuzana Caputova en las presidenciales eslovacas hace pocas semanas ha puesto de manifiesto las divergencias que existen en el Grupo de Visegrado, que cada vez más se parece al “club imaginario” al que aludía Duda. La candidata independiente ganó las elecciones desmarcándose de la órbita “orbanística” del G4. Más identificada por razones históricas con un eje Bratislava-Praga que con Varsovia-Budapest, Eslovaquia siempre ha sido considerada el más descafeinado de los visegradistas, aceptando refugiados y el euro como moneda, a diferencia de sus tres socios.

Por su parte, en la República Checa se perfila el ANO (“sí” en checo) como principal favorito de unos comicios que no despiertan gran entusiasmo entre los votantes (la última participación fue del 18%). Aunque el gobierno del multimillonario Babis se ha alineado en varias ocasiones con la línea ideológica de Visegrado, se ha mostrado más cauto a la hora de comprometerse en la particular cruzada iliberal emprendida por Orbán y la marcha de la economía, lejos de los números del “milagro polaco”, le han hecho mostrarse más práctico que beligerante frente a Bruselas.

¿Un lastre para la UE?

Actualmente, muchos ven a Grupo de Visegrado como un lastre político, económico e ideológico para la UE. Sin embargo, se trata de una imagen simplista que está llena de matices y que otorga al G4 una identidad única, algo que no existe.

Una de las pocas cosas que tienen en común estos cuatro países es su escasa implicación en las elecciones europeas, con participaciones que no superan el 25% en el mejor de los casos.

Si eso cambiara, se puede producir un cambio radical en la cara que mostrarán a Europa estos países. Si se moviliza el electorado urbano y los votantes más jóvenes, que en su mayoría suelen votar contra los partidos que gobiernan actualmente, se podría desencadenar un efecto dominó que influencie los próximos comicios generales. En Polonia se celebrarán elecciones en pocos meses y el PiS no oculta que se plantea estas europeas como un termómetro de lo que pueda pasar en otoño.

La Unión Europea afronta las próximas elecciones con varios frentes abiertos: al oeste, un Brexit sin abrochar; en muchos países, una ola populista que ya no cree en el proyecto europeo; y al este, el Grupo de Visegrado, un caballo de Troya que no cesa de dar problemas.

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