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Biografía de un neonazi arrepentido: "La cagué de verdad. Y esa mierda sigue ahí"
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ENTREVISTA

Biografía de un neonazi arrepentido: "La cagué de verdad. Y esa mierda sigue ahí"

Christian Weißgerber, un joven exneonazi alemán, cuenta todas sus experiencias personales, al tiempo que las engarza con el síntoma populista que recorre el continente

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"Salvo en manifestaciones quizá, yo no recurrí a la violencia física. Pero practiqué la violencia, una violencia simbólica. Yo señalaba enemigos, instaba a mi grupo a atacar a otras personas, difundía argumentos ultraderechistas, llevaba a otros a pensar que el Holocausto no sucedió tal y como se cuenta... todo eso son hechos violentos, pero que no dejan heridos. Son la legitimación de la violencia. La cagué de verdad. Y esa mierda sigue ahí".

Christian Weißgerber, un joven exneonazi alemán, habla rápido. Pero de una forma suave que contrasta con sus rasgos contundentes y su cuerpo de gimnasio. Pero sobre todo, con la crudeza de lo que relata. A sus 29 años engarza con seguridad, en una entrevista con El Confidencial, sus experiencias personales como ultraderechista con las teorías sociales, políticas y psicológicas con que está entretejiendo su tesis doctoral.

Explica, sin excusas, por qué "quería ser nazi" como adolescente en un pueblo del este de Alemania tras la reunificación y por qué decidió después abandonar aquel mundo rebosante de odio e inseguridades camufladas. Además carga contra los nuevos partidos de ultraderecha, en Alemania, España y otros países, y les acusa de articular los argumentos con que después otros justifican sus matanzas. De los atentados de Noruega de 2011 a los recientes ataques islamófobos a dos mezquitas en Nueva Zelanda.

"Tenía otras opciones, pero yo quería ser nazi", asegura Weißgerber en persona repitiendo una de las frases que más impacta de la introducción de su libro, titulado "Mein Vaterland! Warum ich ein Neonazi war" ("¡Mi patria! Por qué era neonazi"). La obra, que acaba de publicar en Alemania la editorial Orell Füssli, es un recorrido personal y filosófico sorprendentemente maduro y reflexivo, pero a la vez ameno. En él huye de las explicaciones fáciles y trata de navegar por la complejidad.

Asumir la "responsabilidad"

El autor describe una infancia difícil en un hogar con una madre ausente y un padre autoritario desbordado por los rápidos cambios en la estructura social y económica que trajeron la caída del Muro de Berlín y la reunificación a la antigua Alemania comunista. Luego aborda su desnortada llegada a la adolescencia y el salvavidas que, entre tanta incertidumbre, supuso una ideología "simplista" que explicaba el mundo con nitidez y hablaba de "buenos y malos". También de un grupo de "camaradas" que actuaba como una "familia".

Pero Weißgerber evita en todo momento presentarse como víctima. De hecho, explica, ésa fue una de las razones que le llevó a escribir el libro. Le molestaba toda la literatura de la "autoexculpación". Él prefiere abrazar sus errores, asumir su responsabilidad. "Es difícil, pero era parte de la idea. Otros libros son más fáciles para sus autores. Se trata de culpar a los demás", señala el autor, que se muestra convencido de que fueron sus decisiones las que le llevaron a fundar un grupo de extrema derecha en Eisenach. "Mi hermana vivió la misma situación y evolucionó de forma muy distinta a nivel político, por ejemplo", señala.

También rechaza el determinismo socioeconómico que otros esgrimen y apunta que algunos de sus "camaradas venían de las mejores casas". Lo que sí reconoce es la "importante influencia" que tuvo "vivir en una sociedad rural post República Democrática Alemana" (RDA), en referencia al vacío político y social que siguió a la reunificación, con la consiguiente crisis económica.

De hecho, una reciente encuesta de intención de voto apuntaba que el ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) es el partido que actualmente más simpatías despierta en los estados federados que antes componían la RDA. Aunque Weißgerber rechaza el simplismo en este punto: "Muchos tienen impresión de que el este de Alemania es la cantera de la ultraderecha, pero las mayores redes de neonazis están en el oeste del país. En Dortmund, por ejemplo". "Pretender que el populismo de derechas es un problema exclusivo del este de Alemania es falso. La mayor infraestructura de AfD se encuentra en el oeste de Alemania", señala.

El falso mito del "lobo solitario"

Otro motivo para las 256 páginas que firma es su "sensación" de que la mayoría de libros sobre ex neonazis "no describen los momentos típicos de la radicalización". "El libro intenta explicar que no es un proceso de hoy para mañana", indica. Además, hace hincapié en el simplismo que supone, en casos como los atentados de Oslo o Christchurch, hablar de "lobos solitarios" para explicar a los asesinos. Quizá estos terroristas de ultraderecha no estén "activos en estructuras" formales, pero están "organizados a través de internet". "Es otra forma de organización: el espacio digital es también un espacio real politizado. Ambos mundos están entremezclados", recalca.

"La idea de que ahora hay mucha gente que de pronto sola ante un ordenador se radicaliza es una simpleza. Mi libro intenta explicar que la radicalización no es un proceso de hoy para mañana. La teoría de los lobos solitarios es falsa. Internet es un medio de contacto como otro cualquiera. La gente está coaligada, aunque no todos pertenezcan a grupos organizados", explica este ex neonazi.

En su opinión, la ideología que el mamó y los manifiestos escritos por los terroristas de Noruega y Christchurch tienen "muchos puntos en común", aunque también "algunas diferencias". Se repiten los temores a la islamización de Occidente, la idea de una "invasión violenta", la llamada a "proteger el cristianismo" y la "argumentación demográfica" que asegura que los extranjeros, sobre todo los musulmanes, tienen más hijos que los alemanes.

Weißgerber compara su actividad como "ideólogo" dentro de su pequeño grupo ultraderechista -donde organizaba manifestaciones y charlas- con el papel que atribuye a los partidos "nacional-populistas" que están surgiendo en "Alemania y Europa". "Hacen exactamente lo mismo que nosotros hacíamos, pero a nivel parlamentario. Me parece importante advertirlo", afirma el autor, que señala que las únicas diferencias entre unos mensajes y otros son meramente "cosméticas". A su juicio es clave desterrar en su país la creencia de que el "racismo ya no existe en Alemania". Un estudio difundido este abril le da la razón. La encuesta apuntaba que la mitad de los alemanes tiene prejuicios contra los peticionarios de asilo.

En su opinión, él señalaba "enemigos" de la misma forma que ahora lo hacen "Trump y AfD". Con sus discursos "hacen que otros se sientan legitimados a emplear la violencia". Y pone un ejemplo. Si para AfD el islam no es parte de Alemania, "¿Qué hacemos con los cuatro millones de musulmanes que viven en este país y con todas las mezquitas", se pregunta. La respuesta, contesta de seguido, "implicaría siempre cierta forma de violencia".

Por eso, prosigue el autor, él no diferencia entre "violencia física y simbolica". "Cualitativamente no son para mí muy distintas", asegura Weißgerber, que sigue desarrollando su argumento: "Los unos preparan con palabras lo que los otros llevan a la práctica. La gente que en el día a día hace chistes racistas, olvida que gente de donde yo vengo se los toman en serio".

Cientos de abandonos

Más allá de su libro, imparte conferencias y acude a encuentros en colegios para hablar sobre su pasado y su abandono de la ultraderecha. "No tengo ganas de hacer esto toda la vida. Pero creo que es una oportunidad de diálogo", comenta. No le da miedo dar la cara. No teme represalias. "Hacer algo en público es una forma de protección. Pero si alguien quisiera hacerme algo, seguro que podría. Riesgos hay siempre para los que se pronuncian contra las políticas de corte neofascista o nacional-populistas o quienes defienden el feminismo. El riesgo lo corren todos los que denuncian esas estructuras", reflexiona.

Weißgerber no es el único que ha abandonado los círculos neonazis. De los 24.000 ultraderechistas que viven en Alemania -según cálculos de los servicios secretos-, varios centenares han tratado en los últimos años de marcharse. La Oficina Federal para la Protección de la Constitución (BfV) -el espionaje interior- tiene un programa para ayudar en este proceso. Una quincena de ONG de ámbito regional o nacional también cuentan con mecanismos para promover y acompañar a lo largo de esta especie de desintoxicación ideológica.

Es el caso, por ejemplo, de Achim Schmid, que llegó a ser el jefe de la sección del Ku-Klux-Klan en Alemania. Una trayectoria que muestra similitudes a la de Weißgerber, como los problemas de una familia desestructurada y el gancho de la música radical para entrar en la escena neonazi. Él, que ahora vive en Estados Unidos y trabaja en marketing de una empresa de imagen, sonido y efectos especiales, mamó también el odio al diferente y el gusto por la violencia. Y la sensación de pertenencia a un grupo y de seguridad.

Pero también hay mujeres. Como Tanja Privenau, que abandonó los grupos extremistas a los 40 años, tras media vida completamente inmersa en la burbuja radical. "Entré en círculos neonazis con trece años y allí he estado 20 años. Allí he desarrollado toda mi vida, laboral y personalmente. Gracias a ellos encontré trabajo y conocí a mi marido. Allí tuve a mis hijos", explicaba en un encuentro con periodistas en Berlín en 2014. La llegada al mundo de sus hijos y los malos tratos de su pareja le llevaron a dar el paso. Un proceso largo y tortuoso, con amenazas y juicios de por medio, que "no ha sido especialmente fácil ni feliz".

Salida en tres fases

Para Weißgerber el abandono de los círculos neonazis debe constar de tres fases. El primero es la "retirada" de las organizaciones y las estructuras. "En la medida que sea posible, hay que romper todos los puentes. Nada de contactos con amigos y grupos", explica este joven, que advierte que algunos ultraderechistas hacen ver que dejan de ir a conciertos y manifestaciones para lograr un trabajo o despistar a las fuerzas de seguridad. "Pero siguen participando de la economía paralela" de la extrema derecha.

A continuación viene el "distanciamiento". Se trata de rechazar la ideología radical e incorporar el idioma de la democracia liberal. No obstante, advierte, este lenguaje se puede "imitar" y no suponer un cambio interno real. El distanciamiento, agrega, implica modificar una "disposición afectiva". "El odio no tiene que ver con el pensamiento racional. El odio es un sentimiento, es emoción", explica sobre el principal vector de la extrema derecha.

El tercer paso en esta desintoxicación es la asunción de responsabilidades y la implicación activa en combatir a la ultraderecha. "En la medida de sus posibilidades, deben ir activamente contra las antiguas estructuras. Si no es sólo un discurso, lo siento. Hay que asumir responsabilidades. Yo digo: 'Asumo que la cagué de verdad. Y esa mierda sigue ahí'. Y en la medida de lo posible debo hacer algo contra eso", afirma Weißgerber. Quienes quieren abandonar el radicalismo "deben entender que todo lo que pusieron en marcha, todo lo que hicieron, la gente que quizá hirieron gravemente, siguen heridos graves", agrega.

Y de seguido toma un tono más personal: "Aunque yo me haya distanciado, las estructuras que yo puse en marcha, los círculos en los que yo introduje a gente, los grupos que manipularon a otros, esos siguen funcionando más allá de mi persona". Este último paso se prolonga durante años porque tiene que ver también con un cambio profundo de la conducta, de desenraizar comportamientos, estereotipos y perspectivas tóxicas.

Su propio abandono no se debió a una causa concreta. Al desencanto por los rifirrafes ideológicos en los círculos neonazis se sumó el rechazo social, la presión policial y la fragua de amistades con personas externas a estos grupos. Tampoco hubo un momento clave. Primero dejo de acudir a actos públicos y de involucrarse en la organización. Pero tardó un año en acudir a una ONG de las que ayuda a salir de la extrema derecha. Corría 2011 y desde entonces está abandonando el extremismto. Es un proceso largo, asegura, que "continúa hasta el día de hoy".

"Salvo en manifestaciones quizá, yo no recurrí a la violencia física. Pero practiqué la violencia, una violencia simbólica. Yo señalaba enemigos, instaba a mi grupo a atacar a otras personas, difundía argumentos ultraderechistas, llevaba a otros a pensar que el Holocausto no sucedió tal y como se cuenta... todo eso son hechos violentos, pero que no dejan heridos. Son la legitimación de la violencia. La cagué de verdad. Y esa mierda sigue ahí".

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