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Trump le copia los deberes a Putin: bienvenidos a la era de la ambigüedad nuclear
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Confusión mutua asegurada

Trump le copia los deberes a Putin: bienvenidos a la era de la ambigüedad nuclear

El llamado de Trump a igualarse con Rusia y China en materia nuclear no tiene mucho sentido, dado que EEUU cuenta con ventaja. Pero el presidente de EEUU busca algo diferente que puede salir muy caro

Foto: Lanzamiento de un misil balístico intercontinental Yars durante ejercicios de las fuerzas de disuasión nuclear de Rusia. (EFE/EPA/Ministerio de Defensa ruso)
Lanzamiento de un misil balístico intercontinental Yars durante ejercicios de las fuerzas de disuasión nuclear de Rusia. (EFE/EPA/Ministerio de Defensa ruso)
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Acción y reacción. Durante una visita a un hospital militar en Moscú el pasado miércoles, el presidente ruso, Vladímir Putin, anunciaba la prueba supuestamente exitosa del torpedo nuclear Poseidón, un arma submarina de propulsión nuclear con capacidad intercontinental. Casi inmediatamente después, Trump proclamaba a través de su propia red social, Truth Social, que Estados Unidos reanudará las pruebas de armas nucleares “en igualdad de condiciones” con Rusia y China.

Pese al enorme revuelo que causaron estas declaraciones, Trump no ha ofrecido ninguna aclaración concreta. Su secretario de Energía, Chris Wright, intentó calmar las aguas en una aparición televisiva en Fox News este domingo al afirmar que las pruebas ordenadas por el presidente “no implican explosiones nucleares” y que se tratará de “ensayos no críticos”. Sin embargo, unas horas más tarde, el propio presidente, al ser cuestionado en una entrevista con CBS sobre si Estados Unidos iba a detonar armas nucleares por primera vez en más de tres décadas, sentenció: “Vamos a probar armas nucleares como hacen otros países. Sí”.

Los ensayos de sistemas de lanzamiento nuclear —misiles o torpedos capaces de transportar ojivas— forman parte de la práctica habitual de las potencias atómicas, mientras que las pruebas explosivas están prohibidas por el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares, firmado por casi todos los países del mundo. Estados Unidos no lo ha ratificado, pero lo cumple desde 1992. El único país en realizar este tipo de test a lo largo de este siglo ha sido Corea del Norte, que ejecutó su última detonación en septiembre de 2017.

Por ello, el llamado de Trump a igualarse con Rusia y China en materia nuclear no tiene mucho sentido. Washington, Moscú y Pekín realizan con frecuencia ejercicios y comprobaciones de sus sistemas de disuasión nuclear. “El post de Trump en Truth Social parece una reacción al anuncio de Putin sobre las pruebas rusas”, indica a El Confidencial Steven Pifer, exembajador de Estados Unidos en Ucrania y especialista en control de armas del Brookings Institution. “Sin embargo, el Poseidón está pensado para portar armas nucleares. Es un sistema de lanzamiento, no una ojiva. Trump debería saber que Estados Unidos prueba regularmente sus sistemas de lanzamiento. La Marina lanzó cuatro misiles Trident D5 en septiembre, por ejemplo”, agrega.

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¿Por qué, entonces, negarse a aclarar si Estados Unidos volverá a realizar detonaciones atómicas? ¿Por qué mantener la incertidumbre? Probablemente, porque ese es precisamente el punto. Bienvenidos a la era de la ambigüedad nuclear.

Jugando con fuego

Cierto grado de ambigüedad estratégica ha sido un componente habitual de la doctrina de defensa de las grandes potencias, pero no así en el terreno nuclear, donde desde los años 60 la prioridad ha sido hacer lo inimaginable lo más previsible posible. La relativa estabilidad entre la URSS y Estados Unidos durante la Guerra Fría se sostuvo sobre una regla básica: ambos comprendían con exactitud las líneas rojas del otro, mantuvieron abiertos los canales de comunicación y establecieron límites verificables tanto a los arsenales como al margen de error.

En 1963 se creó la línea directa —el famoso “teléfono rojo”— para evitar malentendidos durante una crisis. A lo largo de las décadas siguientes, se firmaron tratados de control y verificación mutua, como los acuerdos SALT, START o INF, diseñados para reducir la posibilidad de un error de cálculo. Además, cualquier ensayo nuclear se notificaba con antelación al adversario para evitar interpretaciones equivocadas.

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Esa previsibilidad comenzó a resquebrajarse a manos de Vladímir Putin. Desde el inicio de la invasión a gran escala de Ucrania en 2022, el Kremlin ha convertido la ambigüedad nuclear en una herramienta para intentar disuadir a Occidente de brindar apoyo militar a Kiev. Putin ha supervisado maniobras de las fuerzas nucleares estratégicas y evocado en múltiples ocasiones precedentes como Hiroshima para reforzar el mensaje de que Rusia estaba dispuesta a todo. En 2023 anunció el traslado de estas armas a Bielorrusia y, un año después, amplió el lenguaje de la doctrina rusa, introduciendo deliberadamente zonas grises sobre las condiciones de uso del arsenal atómico. Moscú incluso vetó en el Consejo de Seguridad de la ONU una resolución que prohibía el despliegue de este tipo de armas en el espacio.

La respuesta de Occidente a estas amenazas ha sido, en general, la de restarles importancia, en parte, porque nunca resultaron del todo creíbles. La ambigüedad nuclear del Kremlin puede haber ralentizado algunas decisiones sobre el envío de armamento a Ucrania, pero desde luego no las han impedido. Una eficacia limitada que, sin embargo, no ha disuadido a Trump de intentar copiarle los deberes al presidente ruso.

Un show muy caro

Estados Unidos no necesita hacer temblar la tierra para comprobar que su arsenal está a punto. En el desierto de Nevada, el Departamento de Energía mantiene activo un complejo subterráneo dedicado a experimentos subcríticos. A unos 300 metros bajo tierra, los científicos estudian cómo envejece el plutonio mediante explosiones controladas que no desencadenan una reacción nuclear en cadena. Son las pruebas más caras y avanzadas del planeta, financiadas con miles de millones de dólares, que garantizan la fiabilidad del armamento sin violar los tratados internacionales.

Estados Unidos parte desde una posición de ventaja. Es el país que más armas ha probado —más de mil— y el que dispone de la mayor cantidad de datos sobre sus efectos. Rusia suma unas setecientas pruebas; China, apenas unas decenas. Por eso, señala Pifer, reanudar las detonaciones nucleares supondría un gran error estratégico por parte de Washington. “El Programa de Mantenimiento del Arsenal Nuclear garantiza que las ojivas nucleares estadounidenses sean seguras, protegidas y eficaces sin necesidad de realizar pruebas nucleares explosivas. Los ensayos estadounidenses romperían la moratoria sobre ensayos que todos los países, excepto Corea del Norte, han respetado desde 1998. Rusia y China, que han realizado menos pruebas que Estados Unidos y disponen de menos datos sobre los efectos de las armas nucleares, casi con toda seguridad reanudarían las explosiones y podrían erosionar la ventaja de conocimiento estadounidense”, afirma el experto.

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Pero aunque el statu quo otorga a Estados Unidos una ventaja frente a otras potencias, es una baza demasiado sutil para un presidente acostumbrado a los fuegos artificiales. Cuando Trump reclama la reanudación de los ensayos, busca algo similar a lo que Putin hace con sus amenazas. Quiere sonar duro, proyectar autoridad, dejar claro que ningún movimiento de una potencia rival quedará sin respuesta mientras él esté en la Casa Blanca. Que habrá una reacción para cada acción.

El problema es que el gesto puede salir muy caro tanto a Estados Unidos como al resto del mundo. Si ni siquiera el propio secretario de Energía de Trump es capaz de explicar a qué se refiere el presidente sin ser desmentido por él mismo pocas horas después, nadie podría reprochar a los rivales geopolíticos de Washington que interpreten sus palabras del modo más alarmista. Gestos como el reciente rebautizo del Departamento de Defensa como “Departamento de Guerra” tampoco ayudan.

La tensión también llega en un momento especialmente delicado. El tratado New START, último acuerdo vigente que limita los arsenales estratégicos de Estados Unidos y Rusia, expirará en febrero de 2026. Las negociaciones para su renovación están estancadas desde la invasión de Ucrania. Si el tratado desaparece, ambas potencias quedarán sin restricciones verificables sobre el número de ojivas desplegadas y los vectores de lanzamiento, desatando el posible inicio de una nueva carrera armamentística.

El tablero internacional ha demostrado ser capaz de tolerar que una de sus potencias nucleares juegue con la ambigüedad. La pregunta es qué pasará ahora que Washington parece dispuesto a hablar el mismo idioma. En la era de la confusión mutua asegurada, todos perdemos.

Acción y reacción. Durante una visita a un hospital militar en Moscú el pasado miércoles, el presidente ruso, Vladímir Putin, anunciaba la prueba supuestamente exitosa del torpedo nuclear Poseidón, un arma submarina de propulsión nuclear con capacidad intercontinental. Casi inmediatamente después, Trump proclamaba a través de su propia red social, Truth Social, que Estados Unidos reanudará las pruebas de armas nucleares “en igualdad de condiciones” con Rusia y China.

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