Treinta años después del magnicidio de Rabin, el Gobierno israelí se parece más a su asesino que a él
El recuerdo de Rabin en los colegios laicos israelíes es un hito nacional, como el día del Holocausto o el de los caídos. Pero su legado político, en el Israel actual, no es muy potente
Trabajadores del Knéset colocan un retrato del ex primer ministro israelí Yitzhak Rabin durante una sesión plenaria especial para conmemorar el 30º aniversario de su asesinato. (EFE/Abir Sultan)
Los asistentes a la manifestación que recordó los 30 años del magnicidio de Yitzhak Rabin en la plaza de Rabin en Tel Aviv parecen ser las mismas caras conocidas, en su mayoría con canas y gesto resignado, que se encuentran en las protestas por el regreso de los rehenes y en contra del gobierno de Benjamín Netanyahu un par de kilómetros más allá. Sin embargo, en el año 1995, aquel sábado 4 de noviembre, los presentes en la plaza, entonces llamada aún Plaza de los Reyes, apretujados y exultantes, eran mayoritariamente jóvenes. Celebraban la posibilidad de la paz, los acuerdos de Oslo recién firmados parecía que abrían una convivencia entre israelíes y palestinos porque inauguraban el embrión de un Estado palestino.
Rabin, dicen que tímido y a quien ser el centro de atención incomodaba, había dicho a sus ayudantes horas antes que temía que la plaza estuviera vacía. Pero no lo estaba. A pesar de las recomendaciones de seguridad, se negó a usar un chaleco antibalas y frente a decenas de miles pronunció un discurso en el que llamó a sus conciudadanos a vencer los temores y declaró que "los israelíes están listos para la paz". Cantó la Canción de la Paz, con reticencias, y, una vez terminado el multitudinario acto, se dirigió al coche. Al bajar las escaleras de la tarima frente al ayuntamiento de Tel Aviv, Yigal Amir, un judío religioso y ultranacionalista de 25 años, le disparó dos tiros en rápida sucesión. El tercero le dio a un guardaespaldas quien, a pesar de estar herido, logró meter en el vehículo a Rabin. En el coche camino al hospital más cercano, el primer ministro logró decir que no estaba tan herido antes de desmayarse.
Al cabo de una hora y media, el jefe de gabinete de Rabin, Eitan Haber, dijo: "El gobierno de Israel anuncia con consternación…" a un país pegado a los televisores y transistores en estado de shock.
La firma de los acuerdos de Oslo entre israelíes y palestinos, sellados en la Casa Blanca entre Rabin y Yaser Arafat en 1993, fueron el principio del camino hacia el magnicidio. Después de la famosa frase de Rabin en el césped del entonces presidente Bill Clinton, "les decimos hoy alto y claro: ¡Basta de sangre y lágrimas! ¡Basta!", y de un muy fotografiado apretón de manos entre el israelí y el palestino, algunos en Israel decidieron seguirle en este nuevo camino de la paz. Porque Rabin no era una paloma, era un halcón que venía de hacer la guerra. Seguramente, esas credenciales convencieron a millones. Sin embargo, otros lo interpretaron como una traición.
En cuanto los acuerdos fueron firmados, la derecha israelí —y especialmente los colonos de Cisjordania y Gaza— lo denunciaron como traidor. La oposición se intensificó cuando Hamás y la Yihad Islámica manifestaron su rechazo a Oslo haciendo explotar a terroristas suicidas en autobuses, pizzerías y discotecas, causando la muerte de decenas de civiles.
En las manifestaciones antigubernamentales, los manifestantes portaban pancartas con una imagen manipulada de Rabin con una kufiya, el pañuelo palestino, o vistiendo uniforme nazi. Esos carteles empapelaron paredes en las calles de las ciudades. La agencia de seguridad interna, Shin Bet, recogía informes de rabinos ultranacionalistas que argumentaban que la ley judía obligaba a detener, por todos los medios, a personas como Rabin, también matándolas.
El líder de la oposición de entonces, Benjamín Netanyahu, orador en dos manifestaciones particularmente recordadas en las que algunas de las consignas eran "muerte a Rabin", también encabezó una procesión fúnebre falsa en la que un ataúd negro representaba el sionismo, muerto a manos de Rabin. El jefe de la seguridad interior advirtió a Netanyahu que su incitación ponía en peligro al primer ministro, pero el jefe de la oposición no depuso ni los gestos ni el tono.
Treinta años después, otro mundo
Dos días antes, se reunieron unas 150.000 personas en la Plaza de Rabin, entre ellas, el líder de la oposición, Yair Lapid;Gadi Eisenkot, jefe de un nuevo partido llamado Yashar (derecho, en hebreo) y el líder de los Demócratas, Yair Golan. Los tres se postulan como herederos de Rabin, tratando de encabezar el descabezado campo de quienes prefieren negociar y algunos de ellos incluso pronuncian la palabra "paz" sin tanta timidez.
Mónica RedondoAlicia AlamillosGráficos: Miguel Ángel GavilanesMapa: Sofía Sisqués
Mientras tanto, el Comité Ministerial de Seguridad Nacional de la Knéset (parlamento de Israel) aprobó el lunes, en su primera de tres votaciones, el avance de un proyecto de ley que propone la pena de muerte para terroristas.
El coordinador de Prisioneros y Personas Desaparecidas, Gal Hirsch, la persona que coordinó la gestión de los rehenes israelíes en las primeras fases de la guerra, informó al comité, antes de la votación, que el primer ministro Netanyahu apoya la legislación.
El ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, del partido supremacista judío Poder judío, declaró durante el debate que ha cambiado la doctrina de seguridad de Israel y que “todos coinciden en que la pena de muerte para los terroristas puede servir como elemento disuasorio. Si se permite la discrecionalidad, se socava el efecto disuasorio”. “Todo terrorista que pretenda matar debe saber que solo hay un castigo posible: la muerte”, añadió Ben-Gvir.
Ben-Gvir, que durante años mantuvo en su salón una fotografía de Baruch Goldstein, un colono que asesinó a 29 palestinos en una mezquita de Hebrón en 1994, procede del mismo entorno ultranacionalista y religioso del que surgió el asesino del ex primer ministro hace tres décadas, pero ahora puede pronunciar esas palabras como una de las cabecillas de la coalición del Gobierno de Israel. El recuerdo de Rabin en los colegios laicos israelíes es un hito nacional, como el día del Holocausto o el de los caídos, pero en la vida adulta se ha convertido en una concentración de un bando político. Y no uno muy potente.
Diplomacia mediooriental
Con motivo del aniversario, el Ministerio de Defensa publicó el domingo grabaciones de voz de Rabin de reuniones a puerta cerrada de 1967, cuando era jefe del Estado Mayor, y de 1976 y 1977, cuando ejercía como primer ministro. En ellas, Rabin habla sobre la complejidad del conflicto árabe-israelí, sobre el equilibrio entre el poderío militar y el proceso diplomático, sobre el aislamiento diplomático tras la Guerra de los Seis Días, sobre la importancia de los lazos con Estados Unidos y sobre la necesidad de fortalecer las fuerzas terrestres.
En un debate del Estado Mayor en noviembre de 1976, cuando era primer ministro, Rabin dijo: "Oriente Medio, o, mejor dicho, el conflicto árabe-israelí, puede existir en una de dos realidades, no en la forma, sino en la sustancia. ¿Se prioriza el proceso de negociación política o el militar? No es ni sencillo ni claro, porque ningún líder árabe, al menos desde la Guerra de los Seis Días, cree poder impulsar un proceso político sin fuerza militar. Parten de la base, y no sin razón, de que Israel no cederá ni un ápice a menos que tenga el poder para hacerlo. Nadie se rige por la ideología de la concesión territorial".
Al abordar el tema de las fronteras de Israel, Rabin analizó que se moldearon por las circunstancias más que por la ideología. "No conozco una sola línea que haya servido como frontera entre Israel y los estados árabes que tuviera una ideología detrás. Ni el plan de partición de 1947 que aceptó el liderazgo judío, ni las líneas del armisticio de 1949, ni las que se crearon tras la Guerra de los Seis Días", afirmó. "Nadie tenía un compromiso ideológico con las fronteras; se formaron por las circunstancias, no como objetivos predeterminados. Por lo tanto, la disposición de Israel a hacer concesiones territoriales, o la creencia árabe de que solo la fuerza militar puede lograr un compromiso, garantiza la existencia continua de una opción militar, incluso durante las negociaciones políticas. Israel tampoco puede existir sin fuerza militar, en el sentido más simple de la palabra: supervivencia política y física".
Rabin también se refirió a su visión de paz y negociación con el mundo árabe. "Las negociaciones como objetivo central no significan necesariamente alcanzar la paz. Significan un cambio de prioridades: de la confrontación militar a la posibilidad del diálogo. Quien diga que esto implica automáticamente la paz se equivoca. El objetivo prioritario es la paz, pero un acuerdo provisional integral también es posible. No descartaría otras opciones. El primer paso es emprender el camino de la negociación".
"El segundo objetivo es garantizar la fortaleza militar. Una política que busque negociaciones sin asegurar un fortalecimiento militar paralelo no tiene cabida. El tercer objetivo es garantizar la capacidad de obtener asistencia financiera extranjera. Israel hoy no puede, y es innegable, mantener simultáneamente un fuerte poderío militar y sus aspiraciones sociales y económicas sin ayuda externa, al igual que el mundo árabe".
También abordó el creciente aislamiento diplomático de Israel tras la Guerra de los Seis Días, a pesar del triunfo militar. "Desde que la guerra terminó el 11 de junio, nuestra soledad no ha hecho más que ahondarse. Pocos se ofrecen a apoyar nuestras aspiraciones sionistas. No todos los judíos son sionistas, y aún menos los gentiles lo son. Debemos preguntarnos hasta qué punto podemos esperar ayuda o colaboración para nuestra visión de Jerusalén, los Altos del Golán, Cisjordania o el Sinaí. Nuestro aislamiento crece, y con él llegan las presiones y las acusaciones. Ni siquiera puedo afirmar con certeza que la fase militar de esta lucha haya terminado. Quizás en meses, quizás más tiempo; las guerras pueden durar".
Los asistentes a la manifestación que recordó los 30 años del magnicidio de Yitzhak Rabin en la plaza de Rabin en Tel Aviv parecen ser las mismas caras conocidas, en su mayoría con canas y gesto resignado, que se encuentran en las protestas por el regreso de los rehenes y en contra del gobierno de Benjamín Netanyahu un par de kilómetros más allá. Sin embargo, en el año 1995, aquel sábado 4 de noviembre, los presentes en la plaza, entonces llamada aún Plaza de los Reyes, apretujados y exultantes, eran mayoritariamente jóvenes. Celebraban la posibilidad de la paz, los acuerdos de Oslo recién firmados parecía que abrían una convivencia entre israelíes y palestinos porque inauguraban el embrión de un Estado palestino.