Es noticia
Trump quiere su paz en Ucrania, y la clave es si será Kiev o Moscú quien le ofrecerá el mejor plan de salida
  1. Mundo
Ahora sí que sí

Trump quiere su paz en Ucrania, y la clave es si será Kiev o Moscú quien le ofrecerá el mejor plan de salida

En esta ocasión, Ucrania ha intentado hacer los deberes para evitar que sea a ella sobre la que caiga toda la presión para aceptar sea como sea un acuerdo de 'paz trumpiana' malo para Kiev

Foto: Foto de archivo del encuentro entre Putin y Trump en Alaska el pasado agosto. (Reuters/Jeenah Moon)
Foto de archivo del encuentro entre Putin y Trump en Alaska el pasado agosto. (Reuters/Jeenah Moon)

En su discurso ante el Parlamento israelí del pasado 13 de octubre, Trump estaba en éxtasis. Él, y solo él, había puesto fin a la sangrienta guerra en Gaza y abría un “nuevo amanecer” en un Oriente Medio que llevaba “más de 3.000 años” de conflicto. “Tras tantos años de guerra incesante y peligro infinito, hoy el cielo está en calma. Las armas están calladas. (...) y el sol se alza sobre una tierra sagrada que está, por fin, en paz”, declaró, casi poéticamente. “Ayer podría haber dicho que he acabado con siete guerras. Hoy puedo decir ocho”, añadió, pillando carrerilla, para concluir: “Sería fantástico si pudiéramos llegar a un acuerdo de paz [con Irán]... Pero primero, tenemos que terminar lo de Rusia”.

Trump es más que consciente del poder de la inercia. Más allá del pequeño tropiecillo de no haberse hecho con el Nobel de la Paz (ya llegará el año que viene, insiste), el magnate salió de Oriente Medio con la seguridad de haber logrado, con sus fallos y limitaciones, poner fin (al menos temporalmente) a una guerra que parecía imposible de detener. Unas credenciales que dan impulso a su determinación, ahora ya sí que sí, de colgarse la medalla definitiva que se le escapó en su última reunión con el presidente ruso Vladímir Putin en Alaska.

En un estilo similar al que debió jugar con el premier israelí Benjamín Netanyahu para obligarlo a aceptar su ‘Plan de Paz de 20 puntos’, la Administración Trump ha estado movilizando sus recursos para sentar a Vladímir Putin de nuevo a la mesa de negociación. Un primer resultado, después de al menos dos meses sin contacto, ha sido la llamada de este jueves entre ambos líderes, en la que han acordado un futuro encuentro, todavía sin fecha, en Budapest, para poner fin a esa “ignominiosa” guerra. Más tarde, Trump confirmó que el encuentro sucederá "pronto".

En esta ocasión, la sexta desde el regreso de Trump a la Casa Blanca, Ucrania ha intentado hacer los deberes para evitar que sea a ella sobre la que caiga toda la presión para aceptar sea como sea un acuerdo de 'paz trumpiana' malo para Kiev.

Con un Trump que espera resultados y poca paciencia para largos procesos, ambos países tienen que presentar su mejor escenario de un posible fin de la guerra.

Kiev se presenta en Washington con la cuestión más concreta de los misiles de largo alcance Tomahawk en el aire. La posición ha cambiado drásticamente desde el pasado marzo, con la primera visita de Zelenski. Aunque la situación en el frente no ha cambiado demasiado, y se enfrenta a los mismos problemas estructurales de falta de hombres y la pérdida lenta, pero constante, de terreno ante la presión rusa, en la retaguardia rusa Kiev demuestra la iniciativa.

Al menos 16 de las principales 38 refinerías de petróleo ruso han sido alcanzadas, algunas de manera repetida, en ataques ucranianos, lo que habría limitado en hasta un 20% su capacidad de producción. El impacto de los ataques sobre refinerías ha llevado la guerra a la vida diaria de los rusos de a pie como ningún otro evento en los tres años de conflicto. La caída en el refinado de productos derivados del crudo ha llevado a importantes restricciones en el mercado civil, generando largas colas en las gasolineras. "Nuestros ataques contra la refinería rusa han tenido más influencia que las sanciones de Occidente", afirmaba este mismo jueves Kyrylo Budanov, jefe de la inteligencia militar ucraniana, en un encuentro con medios en Kiev, entre los que estaba El Confidencial.

Lo que parecía una audaz campaña ucraniana se demostró más tarde, según publicó hace unos días el Financial Times, que tenía el sello de aprobación, y la colaboración incluso, de Estados Unidos. Según varias fuentes tanto de la Administración Trump como ucranianas, el magnate habría apoyado la estrategia destinada a “hacer que [los rusos] sientan el dolor” y obligar al Kremlin a negociar. Una de las fuentes describe a los drones ucranianos como el “instrumento” de Washington para debilitar a la economía rusa y empujar a Putin hacia un acuerdo, después de la aparente decepción de Trump con la poca disposición del ruso a negociar el fin de la guerra.

Foto: ucrania-ataques-refinerias-rusia-1hms

No es probable que los ucranianos se hagan ilusiones con un cambio de corazón de Trump en esta guerra, pero sí son conscientes de que se ha abierto esa ventana de oportunidad para, ofreciéndole a Trump participar en su intento de forzar a Putin a negociar, puedan ellos obtener a cambio sus propias ventajas. Como los misiles Tomahawk, cuya entrega a Ucrania lleva Trump agitando de manera poco sutil. “¿Quieren [los rusos] que les lancen misiles Tomahawk? No lo creo. Quizá les diga: miren, si esta guerra no se resuelve, les enviaré los misiles”, ha llegado a afirmar.

“Estuve la semana pasada en Washington y el tema parece estar resuelto. No hay duda de que pasará, pero lo que falta es saber cuándo, cómo y cuántos”, asegura, confiado, Serhii Pozniak, director de la empresa FGK Financial Group y comandante de una unidad de francotiradores dentro de la 27ª Brigada de la Guardia Nacional de Ucrania. “Esta es la única manera de conseguir un acuerdo. Que se llegue a unas negociaciones en las que Ucrania sea fuerte”, sostiene el empresario, que ha sido parte del esfuerzo negociador de Kiev en todos los niveles para cosechar todo lo posible del cambiante estado de ánimo de Washington con respecto a la guerra.

Además de los Tomahawk, en la reunión de este viernes en la Casa Blanca también está en juego "la cuestión de los Patriot", las baterías de defensa antiaérea estadounidenses, y un acuerdo multimillonario que incluye un intercambio de innovación en drones ucranianos por ayuda militar de Washington.

Foto: cronica-frente-pokrovsk-donbas

Siempre con la incógnita que implica leer las intenciones del Kremlin, la apuesta de Vladímir Putin no parece haber cambiado demasiado: solo tiene que convencer, como lleva tiempo apostando, que sin el apoyo occidental la línea del frente ucraniano colapsaría sus tanques llegarían a las calles de Kiev. Una apuesta que lleva sosteniendo desde 2023 (de momento, infructuosamente) y que se vio reforzada tras el encuentro en Alaska.

Putin salió del encuentro convencido de que, por muy brutalmente que se golpee a Ucrania, “Trump no tiene ningún interés en intervenir en el conflicto” y que la escalada militar es la mejor manera de forzar a Ucrania a entablar negociaciones en sus propios términos, ya que Trump “no hará mucho para reforzar las defensas de Kiev”, según reportaba Bloomberg, citando a fuentes del Kremlin.

El primer resultado de la llamada entre Putin y Trump de este jueves no parece muy esperanzador ni para Ucrania ni para la Unión Europea. La elección de Budapest como su lugar de encuentro, una decisión que no es fruto de la improvisación del momento sino que lleva tiempo coordinada, es una bofetada a la Unión Europea y a la OTAN. Paralelamente, entre la verborrea habitual, Trump volvió a incidir en los futuros acuerdos económicos con Rusia, una línea que viene siendo la gran motivación del magnate para devolver a Moscú al escenario internacional, sin mucha consideración a los últimos casi cuatro años de guerra.

"Han sido muchos intentos para un pacto de paz que no han llegado a ningún lado. Trump acaba de conseguirlo en Gaza y ahora parece decidido a hacer lo mismo para nosotros. Pero el conflicto no es el mismo, tiene poco que ver. Y esas mismas ganas las tenía cuando llegó a la presidencia y dijo que acabaría con la guerra en 24 horas. Y no lo consiguió", afirma Oksana V, una joven de 23 años residente en Kiev.

Efectivamente, mientras que en Gaza los países europeos no tenían ningún papel real que desempeñar —más allá de sonreír detrás de Trump en la foto de Sharm el Sheij—, en esta guerra sí lo tienen. Europa no puede limitarse a observar desde la barrera: aquí hay intereses, fronteras y valores en juego. Sin embargo, el continente sigue anclado a su antiguo playbook: el de la diplomacia, las convenciones y el derecho internacional. Es un enfoque legítimo, incluso necesario, pero profundamente distinto del impulso instintivo de Trump, que quiere resultados inmediatos, algo que brille, que dé titulares.

Y al igual que en Gaza la gran pregunta que todavía queda por responder en la práctica es quién será el que envíe tropas para gestionar la seguridad de la Franja una vez se retiren las tropas israelíes, la cuestión sería la misma para Ucrania. Cabos sueltos que no serán tan fáciles de solventar y que implican, seguramente para desgracia de Trump, un rol europeo.

Oksana explica que Ucrania, después de tres años y medio de guerra, está exhausta. “Lo están las tropas y lo estamos todos. Los que estamos más lejos o más cerca del frente, todos sufrimos por esta guerra”. Pero aclara que, a pesar de todo, siguen luchando. “Aunque sea lento”.

En su discurso ante el Parlamento israelí del pasado 13 de octubre, Trump estaba en éxtasis. Él, y solo él, había puesto fin a la sangrienta guerra en Gaza y abría un “nuevo amanecer” en un Oriente Medio que llevaba “más de 3.000 años” de conflicto. “Tras tantos años de guerra incesante y peligro infinito, hoy el cielo está en calma. Las armas están calladas. (...) y el sol se alza sobre una tierra sagrada que está, por fin, en paz”, declaró, casi poéticamente. “Ayer podría haber dicho que he acabado con siete guerras. Hoy puedo decir ocho”, añadió, pillando carrerilla, para concluir: “Sería fantástico si pudiéramos llegar a un acuerdo de paz [con Irán]... Pero primero, tenemos que terminar lo de Rusia”.

Ucrania Conflicto de Ucrania