Es noticia
A quién vas a creer, ¿al Gobierno o a lo que ves en tus redes sociales?
  1. Mundo
"La comunicación es clave"

A quién vas a creer, ¿al Gobierno o a lo que ves en tus redes sociales?

La confianza en los Gobiernos lleva años en declive mientras que las redes sociales se han convertido ya en el principal espacio para la opinión y la influencia

Foto: Una persona hace ondear una bandera de la Unión Europea. (EFE/Jorge Zapata)
Una persona hace ondear una bandera de la Unión Europea. (EFE/Jorge Zapata)

"El populismo no es algo nuevo", afirma la catedrática en Ciencias Políticas y vicerrectora de la CEU San Pablo, Ainhoa Uribe. Su tono cansado denota que no es la primera vez que lo dice. El populismo ha acompañado a la política desde que existe la polis, insiste, y la premisa de no creer en los representantes no la ha creado un activista en Twitter (ahora llamado X).

La desconfianza hacia las instituciones, la crisis económica y la saturación informativa han creado un ecosistema en el que los mensajes simples y emocionales se imponen con facilidad. Tampoco es nuevo. La sexta edición del Informe de Populismo de Ipsos confirma esta tendencia. Más de la mitad de los españoles considera que la sociedad está rota y más de un 70% siente que los políticos están cada vez más alejados de la ciudadanía y sus intereses.

Lo que sí es más reciente es el efecto de las plataformas digitales que, en los últimos años, han amplificado estas desconfianzas y alimentado el populismo. Cada tuit, cada vídeo de treinta segundos, cada consigna viral refuerza esa sensación, a veces incluso sin que parezca que hay una ideología detrás.

Si en la Roma de Julio César el foro era el espacio donde se agitaba a las masas, hoy lo son las redes. Según revela la Encuesta Tendencias Sociales 2021-2024, realizada por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), entre 2021 y 2024, el porcentaje de españoles que manifiestan haber sido influidos por las redes sociales e internet ha pasado del 18% al 29,6%.

Este fenómeno no es exclusivo de España, sino que forma parte de una tendencia extendida en Europa. Según los datos publicados por Ipsos, una mayoría significativa de ciudadanos en 31 países estima que su sociedad también está “rota” (56%) y que su país está en declive (57%). “Es una reacción a una crisis más allá de lo financiero”, asegura Uribe.

No solo son fake news

En la República Checa, solo una quinta parte de la población está satisfecha con el rumbo del país, una percepción negativa que persiste desde la pandemia y que se agravó por la gestión gubernamental de la inflación entre 2022 y 2023. Sin embargo, en las encuestas nacionales el 70% asegura sentirse satisfecho con su vida personal. ¿Cómo pueden convivir ambas realidades?

Es precisamente en esa grieta, entre la satisfacción individual y la frustración colectiva, donde el populismo encuentra terreno fértil. La sensación de bienestar personal convive con la idea de que el sistema no funciona para todos, y ese contraste se amplifica en el ecosistema digital. Así, las redes sociales actúan como cámaras de eco que transforman la queja en consigna y la opinión en identidad política.

En un mundo donde cada vez más el teléfono móvil se percibe como un aliado, la desinformación se cuela camuflada de verdad. Tanto es así que no fue hasta 2018 que la Comisión Europea comenzó a elaborar una estrategia contra este tipo de contenidos que acabó encontrando su mayor reto en la época del COVID. “La comunicación es clave y el populismo la maneja muy bien”, afirma Uribe.

En el caso de España, un 54,9% de la ciudadanía utiliza las redes sociales para informarse. Un porcentaje todavía por debajo de los medios tradicionales como la prensa (56,3%), la radio (61,3%) o la televisión (67,2%). No obstante, ese alto porcentaje preocupa a las instituciones, que buscan proteger a los ciudadanos en pro de su derecho a estar bien informados.

Sin embargo, la percepción de la prensa ha cambiado y con ello la credibilidad de sus mensajes. En el caso de los medios en España, el CIS confirma la erosión: la gente valora con un 4 sobre 10 su confianza en los medios.

El algoritmo, un nuevo escaño

Ya no es necesaria una línea editorial, un micrófono o un púlpito para influir en la opinión pública, solo basta con colarse en la selección del “para ti” adecuada. Algunos lo hacen de forma explícita, como Vito Quiles, que ha encontrado en las entrevistas y la confrontación un espacio de influencia política. Otros generan debates, a veces sin pretenderlo, que terminan llenando páginas y páginas de periódicos, como cuando María Pombo dijo que no a todo el mundo le gustaba leer.

“Dado que los influencers de las redes sociales pueden reforzar consciente o inconscientemente las campañas de desinformación, tienen una responsabilidad especial como líderes de opinión pública a la hora de contrarrestar la desinformación”, defienden desde Aspen Institute Alemania. Para el instituto, se ha creado una necesidad social de posicionarse en todo momento y las redes fomentan no tanto la discusión, sino la adhesión a una “narrativa ganadora”.

“Esta es la principal prueba de desafección política. Al final, los youtubers o tiktokers se desmarcan de la clase política mostrando una imagen de limpieza, distanciándose de los gobernantes y acercándose como ciudadano, un igual”, explica Uribe. La experta añade que la “inocencia” de las soluciones que dan ante un “análisis cercano” es clave para generar una confianza que ahora mismo los gobernantes no tienen.

De hecho, cuando esta confianza se ve mermada con los personajes de redes ya sea por polémicas o por falta de posicionamiento del influencer, el usuario responde y pide explicaciones. Lo vivimos con las opiniones sobre la imagen de Rorro y su defensa por lo tradicional o las aclaraciones públicas sobre las famosas “tarjetas Inditex” que reciben las gurús de la moda con un presupuesto fijo cada mes.

Aquí es donde entra la cancelación. Del mismo modo que existe el voto de castigo, ahora los usuarios han empezado a reclamar a través del unfollow. De hecho, entre la generación Z esta dinámica va más allá con lo que en redes sociales se conoce como “funada”, es decir, quedas expuesto y criticado de forma masiva por algo que haces, dices o se te acusa de haber dicho. Eso sí, la única narrativa es a favor o en contra, no existe la zona tibia.

Donde hay patrón…

“En Japón hemos visto cómo perfiles de influencers han dado el salto a la política”, explica Uribe. Menciona que de igual modo que sucedía con empresarios en Latinoamérica, ahora no queda tan lejano que un youtuber abra un partido político. Así, la narrativa que antes se quedaba entre sus seguidores ahora accede a las instituciones con un mensaje populista de gran calado ante una situación de desafección.

En Francia, por ejemplo, la desconfianza hacia las élites políticas es generalizada: solo entre el 16% y el 24% de los franceses confían en partidos, gobierno o parlamento, y la presidencia recibe la confianza de apenas un cuarto de la población, según el Barómetro CEVIPOF 2024. En este contexto, aumenta la demanda de líderes fuertes que rompan las reglas, con un 73% de encuestados deseando “un líder real que restablezca el orden”, incluso si eso implica saltarse elecciones o parlamento.

En Austria, un 90% sigue apostando por la democracia como mejor forma de gobierno, según el Monitor Democrático de 2024. Aun así, existe un amplio apoyo a los líderes que se adhieren al modelo de política del "padre estricto", como el politólogo y encuestador austríaco Christoph Hofinger ha señalado frecuentemente en sus análisis electorales. Un modelo centrado en generar una “sensación de justicia”. Según informa Der Standard, esto ha sido una de las claves del éxito inicial del ex canciller conservador de Austria, Sebastian Kurz, quien hizo campaña combinando populismo y conservadurismo.

Mientras, en Hungría saben mucho de estos conceptos. El actual primer ministro es un ejemplo claro de este tipo de líder que se presenta como un “hombre fuerte” que protege a Hungría de peligros externos como la guerra o la influencia política de la UE. El partido Fidesz de Orbán usa esta retórica, pero sin ser antiestablishment en el sentido tradicional: gobierna con mayoría de dos tercios desde 2010. En la oposición, Tisza evita asuntos polarizantes. Así, la ciudadanía parece estar especialmente receptiva ante este tipo de candidatos.

“Hay países que han apostado por cordón sanitario para evitar la entrada de este tipo de partidos”, explica Uribe. Sin embargo, aclara que la educación es la piedra angular ante una situación tan compleja: una desconfianza en la clase política que se ve sustituida por unos usuarios con millones de seguidores que utilizan su púlpito para determinar lo que es o no relevante ante una ciudadanía desconcertada ante un panorama de inseguridad y desinformación.

En este punto, a los usuarios solo les queda navegar junto a aquellos que parecen otros marineros en el amplio océano de las redes sociales en busca de un patrón, un ancla u otra embarcación.

"El populismo no es algo nuevo", afirma la catedrática en Ciencias Políticas y vicerrectora de la CEU San Pablo, Ainhoa Uribe. Su tono cansado denota que no es la primera vez que lo dice. El populismo ha acompañado a la política desde que existe la polis, insiste, y la premisa de no creer en los representantes no la ha creado un activista en Twitter (ahora llamado X).

PULSE
El redactor recomienda