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De un vídeo en TikTok a derrocar al gobierno: claves de la nueva revuelta global de la GenZ
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La geografía del nuevo descontento

De un vídeo en TikTok a derrocar al gobierno: claves de la nueva revuelta global de la GenZ

En los últimos meses, se han repetido protestas GenZ en países tan lejanos entre sí como Nepal, Marruecos, Bangladés, Madagascar o Indonesia

Foto: Un soldado malagasi con un RPG frente al la bandera del anime One piece (Reuters/Siphiwe Sibeko)
Un soldado malagasi con un RPG frente al la bandera del anime One piece (Reuters/Siphiwe Sibeko)

El Gobierno de Madagascar ha caído. Lo que podría parecer otro golpe de Estado en un lejano y empobrecido país africano es, en realidad, la última ficha de dominó en una oleada de descontento juvenil que se ceba en el sur global. Una revuelta protagonizada por una Generación Z (los nacidos entre 1997 y 2012) que se radicaliza, organiza, copia métodos de unas a otras y hace cosas tan 'extrañas' para las generaciones anteriores como elegir a sus primeros ministros en redes sociales.

En los últimos meses, se han repetido protestas GenZ en países tan lejanos entre sí como Nepal, Marruecos, Bangladés, Madagascar o Indonesia. Y, a diferencia de las llamadas Primaveras Árabes, el hilo conductor no es una cultura o historia común, sino toda una generación y sus métodos.

El presidente malgache Andry Rajoelina ha sido el último en caer. El magnate de las telecomunicaciones y ex DJ, anunciaba este lunes la disolución del parlamento y su exilio del país a través de un directo en redes sociales. Su caída se ha producido tras dos semanas de intensas protestas que se han saldado con la vida de al menos 22 personas, según la Comisión para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas. El golpe de gracia fue cuando la misma cúpula militar que aupó a Rajoelina al poder en 2009 le dio la espalda para unirse a los manifestantes. El Tribunal Supremo ha nombrado al coronel Randrianirina —antiguo aliado de Rajoelina— como líder del gobierno de transición.

Y durante las protestas en las calles de Antananarivo reapareció un símbolo ya familiar en las protestas del sur global: la bandera pirata del anime japonés One Piece.

Aunque cada país tiene un contexto político completamente distinto, las revueltas de Madagascar, Nepal, Bangladés, Indonesia o Marruecos comparten elementos comunes. El uso de símbolos comunes, apegados a la cultura popular del momento y redes sociales, como la bandera de una banda pirata en una serie de animación, es solo un síntoma de las profundas corrientes que unen estas protestas. Son movimientos liderados por jóvenes precarizados y marcados por crisis sucesivas: la financiera de 2008, la climática, la pandemia y, ahora, una lenta asfixia económica agravada por la incertidumbre internacional y la corrupción endémica. Estos nativos digitales que desconfían de las instituciones han hecho durante el último año de la viralidad su principal arma política.

El algoritmo como arma: de Nepal a 'One Piece'

Los jóvenes malgaches reconocen la influencia de los manifestantes asiáticos a miles de kilómetros de distancia. “Las protestas en Nepal fueron un momento clave en la creación del movimiento de la Generación Z de Madagascar. Ampliamente compartidas en redes sociales, estas protestas en Asia desempeñaron un papel fundamental en la concienciación colectiva del país”, declaraba una joven manifestante anónima de 26 años a France24.

Nepal es posiblemente el caso más paradigmático de esta serie de manifestaciones. No solo por el éxito aparente de las protestas, sino también por el grado difusión internacional de las mismas. Un torpe gesto autoritario, la prohibición de 26 plataformas de redes sociales por parte del entonces primer ministro K. P. Sharma Oli, terminó siendo una bomba incendiaria en lugar de un cortafuegos contra las quejas sociales de nepotismo entre la clase dirigente en redes. Las imágenes del Parlamento nepalí en llamas y de miembros del gobierno linchados dieron la vuelta al mundo, aunque ahora una investigación del New York Times apunta a una posible campaña coordinada en los disturbios.

Las redes sociales como Tiktok, Twitter o Instagram no están ni en las mismas manos ni son las mismas que las de la primavera árabe en 2011, mucho más contenidas a un ámbito cultural, idiomático y político común. Si antes era la historia compartida de las dictaduras árabes, el islam político y el idioma común, lo que une estas protestas son esa capacidad de inspiración y copia internacional que permiten las redes sociales.

Manifestantes tan distintos como un malgache, indonesio o marroquí comparten espacios online como la plataforma de gaming Discord y otros referentes culturales pop como la bandera pirata de la popular serie de animación japonesa One Piece. El manga, que lleva publicándose casi de forma ininterrumpida desde 1997, sigue a un grupo de jóvenes piratas de todas partes del mundo que se rebela contra un tiránico Gobierno Mundial. Una metáfora que los jóvenes Z consideran más que adecuada para sus protestas. La bandera de la calavera ha sido vista en protestas de Indonesia, Nepal, Marruecos...

Foto: la-chispa-del-anime-como-la-muerte-de-un-repartidor-prendio-la-mecha-la-revuelta-en-indonesia

"Queríamos usar símbolos que tuvieran sentido para nuestra generación", dice Rakshya Bam, coordinadora de las protestas en Nepal en redes sociales, a The New York Times. La bandera de los del "Sombrero de Paja" no pertenece a ninguna nación, partido o ideología concreta, y ahí radica su poder simbólico, es un referente que conecta a la juventud y señala a nivel global una serie de valores compartidos.

Paralelamente, es también más sencillo copiar técnicas de otras protestas si esas protestas no paran de aparecer en tus redes sociales, sin limitación de censura. A la economía de la atención se le suma ahora la ventana de oportunidad que deja la relajación de las políticas de moderación de las grandes tecnológicas estadounidenses, lo que hace más visibles y accesibles contenidos explícitos violentos de todo tipo, y de otros países.

"Las representaciones de la violencia se han convertido en vehículos fiables para garantizar la rentabilidad de los medios" es una de las tesis del Profesor Rohit Varman de la Universidad de Calcuta en su publicación Media, markets and violence.

Foto: meta-instagram-facebook-moderacion-x-elon-musk-desinformacion

Corrupción como combustible, violencia como chispa

Si la corrupción es el combustible que alimenta el hartazgo, la violencia policial es casi siempre la chispa que incendia las protestas. En Madagascar, una de las mechas prendió con la difusión viral de un vídeo donde un agente, presuntamente, prendía fuego al pelo de una manifestante maniatada. En Indonesia, las protestas del pasado septiembre se encendieron todavía más tras el atropello de un joven mototaxista por un blindado policial, también el atropello de una joven en Marruecos por parte de la Policía fue difundido ampliamente por las redes sociales.

Imágenes crudas, como las de la Policía nepalí disparando a los manifestantes o las de los líderes políticos del país siendo linchados, que antes apenas trascendían internacionalmente o eran filtradas por las plataformas, ahora alcanzan audiencias internacionales gracias a las plataformas. La viralidad de la represión policial se ha convertido en el motor que quiebra regímenes donde el pacto social llevaba años roto.

Esto se suma a una cada vez más visible ostentación de las élites y una percepción de una corrupción institucionalizada. En Timor Oriental, la controversia surgió por la compra de vehículos de lujo para parlamentarios. En Serbia, el derrumbe de una estación de tren recién renovada fue interpretado como un símbolo de negligencia y malversación. La decisión de subir las dietas y salarios de los diputados en Indonesia o los escándalos por proyectos "fantasma" en Filipinas alimentaron el descontento. Madagascar es el último caso: el colapso de infraestructuras básicas de transporte se produjo en un país donde, según cifras de Naciones Unidas, más del 68% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza.

El ascensor social roto

Si bien los detonantes de cada protesta son locales, las condiciones socioeconómicas que las sustentan presentan patrones recurrentes. Más allá de la percepción de corrupción o la crisis de representación, el motor de este descontento en estas sociedades es una brecha cada vez mayor entre las expectativas de la juventud y una realidad económica cuantificable que bloquea su futuro.

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El bloqueo de oportunidades se manifiesta de distintas formas. En Marruecos, adopta la cara del desempleo juvenil crónico: según las últimas cifras oficiales, la tasa de paro entre los jóvenes de 15 a 24 años en zonas urbanas roza el 36%, una de las más altas de la región. En Nepal, el problema es una "crisis de aspiraciones". A pesar de los avances en educación, la economía local es incapaz de absorber a sus titulados universitarios, lo que ha convertido la emigración en la única salida para muchos. Las remesas enviadas por sus trabajadores en el extranjero llegaron a representar casi el 27% de su PIB en 2023 según el Banco Mundial, una cifra que evidencia la debilidad de su mercado laboral interno, mientras la inflación interanual se ha mantenido persistentemente por encima del 7%, erosionando el poder adquisitivo de quienes se quedan.

En economías de mayor escala como Indonesia, el malestar no nace necesariamente de la falta de crecimiento —el país prevé una expansión del 5% del PIB en 2025—, sino de la distribución de esa riqueza. Una inflación de alimentos que ha superado en ocasiones el 8% golpea de forma desproporcionada a las clases populares y medias, creando una sensación de que los beneficios del desarrollo no se reparten equitativamente, en más de una ocasión el gobierno ha tenido que repartir alimentos. Este sentimiento se agrava cuando se percibe un aumento del gasto político, como la subida de dietas parlamentarias que encendió las protestas.

El caso de Madagascar representa la versión más extrema de esta precariedad. Con un crecimiento del PIB per cápita que apenas ha logrado superar los niveles de hace una década y una inflación que afecta principalmente a los productos básicos, el país es uno de los más pobres del continente y se encuentra en un estado de vulnerabilidad crónica. Según el Banco Mundial, cerca del 81% de su población vive con menos de 2,15 dólares al día, el umbral de la pobreza extrema. En este contexto, el colapso de infraestructuras básicas como la red eléctrica o los cortes del agua no es una simple molestia, sino la ruptura del mínimo contrato social entre el Estado y sus ciudadanos.

Para una generación criada en el mundo digital, la brecha entre los datos macroeconómicos y la precariedad es más transparente que nunca

Esta fractura económica es el combustible de la crisis de representación. Para una generación criada en el mundo digital y que fiscaliza el poder desde sus móviles, la brecha entre los datos macroeconómicos oficiales y la precariedad de su bolsillo es más transparente que nunca. La caída final del gobierno en Madagascar es la habitual: un golpe de estado, pero las fórmulas de las protestas son nuevas. Madagascar, Indonesia, Marruecos, Timor Oriental, Nepal... son quizá los primeros de una futura oleada que se contagia como un dominó.

El Gobierno de Madagascar ha caído. Lo que podría parecer otro golpe de Estado en un lejano y empobrecido país africano es, en realidad, la última ficha de dominó en una oleada de descontento juvenil que se ceba en el sur global. Una revuelta protagonizada por una Generación Z (los nacidos entre 1997 y 2012) que se radicaliza, organiza, copia métodos de unas a otras y hace cosas tan 'extrañas' para las generaciones anteriores como elegir a sus primeros ministros en redes sociales.

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