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Cien años de Thatcher: ¿Por qué Reino Unido no logra pasar página?
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El "sentido común" británico

Cien años de Thatcher: ¿Por qué Reino Unido no logra pasar página?

Convertida en mito y advertencia, su influencia aún divide al país, mientras políticos y sociedad debaten si es posible avanzar sin recurrir a su legado transformador y polémico

Foto: El "mosaico Maggie", un mosaico de la ex primera ministra conservadora Margaret Thatcher. ( EFE/Adam Vaughan)
El "mosaico Maggie", un mosaico de la ex primera ministra conservadora Margaret Thatcher. ( EFE/Adam Vaughan)
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Cuando en 1979 se trasladó a Downing Street, citó a San Francisco de Asís: "Donde hay discordia, traeremos armonía; donde haya desesperación, traeremos esperanza". Los periodistas le preguntaron si tenía dudas y ella respondió: "Por supuesto". "Soy tremendamente consciente de la responsabilidad. Solo espero que la gente me tome no por lo que soy, sino por lo que puedo hacer". Varios primeros ministros han estado en el Número 10 durante el mismo tiempo, o incluso más, que Margaret Thatcher. Algunos han ganado tantas elecciones como ella. Pero la Dama de Hierro (1925-2013) fue la primera en convertir su doctrina en un "ismo".

Hija de un comerciante metodista, la primera mujer elegida para dirigir una gran potencia occidental, cambió para siempre la relación de los británicos con el Estado, con el trabajo y con la propia idea de mérito. Este lunes se cumplen 100 años de su nacimiento y su figura sigue actuando como un espejo incómodo de un Reino Unido que todavía no ha encontrado un modelo de país después del Thatcherismo.

Incluso hoy, cuando la izquierda gobierna de nuevo, su nombre resurge como referencia. El actual primer ministro, Keir Starmer, sorprendió al citarla hace apenas una semana para justificar su plan de desregulación financiera: "En los años 80, el Gobierno de Thatcher liberó el capital financiero. Esta es nuestra versión", escribió en The Times.

"Desde su caída en 1990, ningún Gobierno, ni de izquierda ni de derecha, ha cuestionado de verdad los cimientos del acuerdo económico y social que ella impuso", resume el politólogo y biógrafo Iain Dale, autor de Margaret Thatcher, publicado con motivo de su centenario. "El Thatcherismo dejó de ser ideología para convertirse en sentido común británico", apunta.

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Bajo su mandato, el país pasó de ser una potencia industrial decadente a un laboratorio del libre mercado. Privatizaciones, desregulación, confrontación con los sindicatos y una nueva cultura de la propiedad individual cambiaron la mentalidad británica. Pero el precio fue alto: comunidades enteras quedaron abandonadas, el tejido social se erosionó y la brecha entre Londres y las regiones del norte se amplió.

Ante un laborismo ahora de Keir Starmer, que sigue sin entusiasmar; un Partido Conservador relegado a la más absoluta indiferencia; y un populista como Nigel Farage erigiéndose como rostro de la derecha, el debate es el siguiente: ¿Necesita el país otro Thatcher o ha llegado el momento de dejarlo ir?

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El dilema, según el politólogo Matthew Goodwin, es que "Thatcher transformó la economía, pero destruyó el ecosistema que hacía posible el conservadurismo tradicional: la comunidad, el deber, la moderación". De ahí que cada intento de resucitar su espíritu acabe convertido en una caricatura, desde Liz Truss hasta Boris Johnson.

La propia sociedad británica, más diversa y menos deferente, difícilmente aceptaría hoy el autoritarismo benevolente que caracterizó a los años ochenta. "El problema no es que falte una nueva Thatcher", concluye Goodwin, "sino que sobran políticos que aún creen vivir en su época".

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Cuando a finales de 2009, esta corresponsal tuvo la oportunidad de conocer a Nigel Lawson, el que fuera responsable del Tesoro durante el primer gobierno de Maggie, y se presentó como el artífice del término Thatcherismo. "Probablemente, puede ser descrito como una constelación de valores y creencias, una mezcla del Estado de derecho, el sonido de dinero, el libre mercado, la disciplina financiera, un firme control del gasto público, tipos impositivos más bajos, el patriotismo o nacionalismo (la distinción está en gran medida en el ojo del observador), un poco de populismo y la privatización", matizó. La última palabra rara vez había sido utilizada antes en las islas.

Pero cuando Thatcher llegó al número 10, el problema era mucho más que simplemente económico. Según Lawson, existía una "nefasta mezcla" de "poder sindical" y "anarquía" que promovía huelgas de manera sistemática, convirtiendo al país en un lugar "ingobernable". "Éramos vistos con pena en el extranjero y había un derrotismo omnipresente en los hogares. Fue un momento triste y desalentador", matiza con un marcado mensaje ideológico. "Tal vez lo más importante, ahora en retrospectiva, fuese la voluntad de ampliar los límites de lo políticamente posible. El periodo dejó relevantes lecciones para los tiempos actuales", añadió entonces.

La paradoja es que el laborismo se permite ahora admirarla, al mismo tiempo que el Partido Conservador se desangra entre facciones incapaces de ponerse de acuerdo sobre qué hacer con su memoria. Mientras la actual líder tory Kemi Badenoch busca inspiración en su ejemplo para resucitar un liderazgo fuerte, otros, como el exministro Kwasi Kwarteng, advierten contra "la grotesca imitación de una Thatcher idealizada que nunca existió".

"Las condiciones que permitieron el auge de Thatcher son irrepetibles", apunta Robert Colvile, director del Centre for Policy Studies, el think tank que la propia Dama de Hierro fundó en los años setenta. "Ella luchó contra el poder de los sindicatos y el peso del Estado; hoy la amenaza viene de la burocracia, del miedo al riesgo y del exceso de regulación. No basta con invocar su nombre. Hay que entender qué significaría ser Thatcherista en el siglo XXI".

"Hoy el poder se ha fragmentado: la prensa ya no marca la agenda, las redes sociales devoran a los líderes, y la nostalgia no gana elecciones"

El legado de la Dama de Hierro es paradójico: ha sobrevivido más allá de quienes lo defienden. Su receta económica, centrada en la disciplina fiscal, la competencia y el individualismo, sigue marcando el debate político. "Todos los gobiernos británicos, de un modo u otro, han gobernado bajo la sombra de Thatcher", sostiene la analista política Jill Rutter, del Institute for Government. "Incluso cuando dicen romper con su herencia, lo hacen en sus propios términos", añade.

Por una parte, Reino Unido sigue siendo profundamente thatcherista: una economía orientada al mercado, un Estado que desconfía de sí mismo y un discurso político donde la palabra "gasto" suena a peligro. Pero las tensiones regionales, el coste de la vida, el estancamiento económico y el desgaste del Brexit han cambiado la brújula política. La ciudadanía ya no busca una figura paternalista ni un liderazgo de hierro, sino soluciones prácticas a un país cansado de discursos heroicos.

"Estamos en la era líquida de la política", apunta la historiadora Catherine Haddon, del Institute for Government. "Thatcher podía imponer autoridad en un contexto industrial y mediático mucho más centralizado. Hoy el poder se ha fragmentado: la prensa ya no marca la agenda, las redes sociales devoran a los líderes, y la nostalgia no gana elecciones".

En definitiva, cuando se cumplen 100 años de su nacimiento, la Dama de Hierro sigue marchando por la política británica, convertida en mito y en advertencia. Su ejemplo inspira tanto como paraliza. Por lo que, quizá, el mayor tributo que Reino Unido podría rendirle sería atreverse a pensar lo impensable: construir un futuro sin ella.

Cuando en 1979 se trasladó a Downing Street, citó a San Francisco de Asís: "Donde hay discordia, traeremos armonía; donde haya desesperación, traeremos esperanza". Los periodistas le preguntaron si tenía dudas y ella respondió: "Por supuesto". "Soy tremendamente consciente de la responsabilidad. Solo espero que la gente me tome no por lo que soy, sino por lo que puedo hacer". Varios primeros ministros han estado en el Número 10 durante el mismo tiempo, o incluso más, que Margaret Thatcher. Algunos han ganado tantas elecciones como ella. Pero la Dama de Hierro (1925-2013) fue la primera en convertir su doctrina en un "ismo".

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