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El paradójico legado de Macron: de renovar la democracia europea a renovar la extrema derecha
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El paradójico legado de Macron: de renovar la democracia europea a renovar la extrema derecha

La inestabilidad política y la debilidad del centro en Francia abren paso a una pugna entre alternativas polarizadas, mientras crece el descontento social y la extrema derecha gana terreno

Foto: Un cartel con una fotografía de Emmanuel Macrony Marine Le Pen, con la leyenda "boda fúnebre". (EFE/Mohamed Badra)
Un cartel con una fotografía de Emmanuel Macrony Marine Le Pen, con la leyenda "boda fúnebre". (EFE/Mohamed Badra)

El domingo Macron visitaba Alemania, donde habló de la necesidad de defender la democracia del autoritarismo digital rampante. Pero casi a la vez dimitía su tercer primer ministro en un año, apenas unas horas después de haber nombrado a sus ministros. ¿Vive Francia un momento Weimar, consciente de los peligros para la democracia, pero políticamente demasiado débil para encararlos?

Buena parte de los comentaristas y líderes políticos han reaccionado señalando la falta de responsabilidad de los partidos del bloque central, liberales, conservadores (antiguos gaullistas) y socialistas en los que Macron pretendía apoyarse para gobernar después de las legislativas anticipadas que él mismo convocó en 2024 tras la derrota en las europeas. Sin verdaderas negociaciones para acordar las políticas —recientemente la austeridad presupuestaria para priorizar el gasto en defensa —, los sucesivos primeros ministros han apelado a la responsabilidad de no vetar a dichas fuerzas centrales.

Algunos lo achacan a que apenas falta un año y medio para las próximas elecciones presidenciales y toda cooperación debilita las legítimas opciones de los contendientes. Pero la realidad es que esta agrupación de fuerzas centrales que le ha funcionado a Macron desde 2017 ya no tiene ni coherencia interna ni mayoría suficiente. Y por ello tuvieron que dimitir tanto dos pesos pesados anteriormente – Barnier y Bayrou – como el joven pero avezado Lecornu.

Más allá de la anécdota que supone la breve duración del gobierno Lecornu (el más breve de la historia de la V República francesa) y de las maniobras actualmente en curso para intentar salvar la situación, resulta evidente el fracaso de la apuesta de Macron. La consolidación de la extrema derecha liderada por los Le Pen —segunda fuerza en tres de las últimas cinco presidenciales— ha transformado la elección en una pugna por convertirse en el candidato no extremista en la segunda vuelta y alcanzar la presidencia con el 25% de apoyos directo y el respaldo resignado de los demás electores con el famoso cordón sanitario.

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Macron supo leer esta agrupación mecánica para apostar en 2017 por una estrategia complementaria: ya que los presidentes necesitarían el apoyo de electores de izquierda y derecha que priorizan detener a la extrema derecha, se trataba de ofrecer una plataforma y programa electoral que permitiese gobernar desde la misma estrategia que le había impulsado. La contienda política no volvería a la antigua lógica izquierda/derecha una vez salvada la república, sino que se trataba de reunir a reformistas, demócratas y europeístas para oponerse a las fuerzas extremistas, populistas y nacionalistas.

Esta estrategia y los errores de las fuerzas tradicionales llevaron al Partido Socialista y a los Republicanos a sus peores resultados históricos y parecía augurar una nueva línea de lectura en la política europea, que líderes como Conte en Italia o Rivera en España intentaron emular.

Si bien es cierto que Macron ha tenido más éxito que Albert Rivera, su parafernalia jupiterina no impedirá que muy probablemente termine como una fuerza política que venía a ‘renovar’ la democracia, pero que terminó renovando a la extrema derecha. Macron y Le Pen son, en cierta forma, dos caras de la misma moneda. La lógica Macronista de ‘Make Europe Great Again’ (MEGA) no solo plantea problemas democráticos, sino que simplemente no refleja la realidad de la sociedad - no todo puede resumirse en ser republicano y ‘proeuropeo’. El discurso de Macron alejó el debate de los temas que más relevancia tienen para la sociedad, como la vivienda, la educación o la sanidad.

En su libro The Great Recoil, Paolo Gerbaudo argumenta que el consenso neoliberal ya está enterrado y que la disputa por el actual sentido común de la política se disputa entre un neoestatismo protector en el plano social o en el identitario. La estrategia política de Macron habría, pues, mantenido algunos de los consensos y recetas neoliberales – como la austeridad presupuestaria o la limitación de impuestos sobre el patrimonio - con soporte vital avanzado mientras crece el mismo descontento que en otros lugares de Europa.

El fracaso de Lecornu revela la debilidad del polo centrista en esta estrategia tripartita y plantea un horizonte en el que la polarización entre estas dos nuevas alternativas se abra paso en unas próximas elecciones polarizadas entre el Nuevo Frente Popular y el Reagrupamiento Nacional. ¿Son buenas noticias para la democracia?

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Una respuesta cautelosa es que no. Aunque el planteamiento de alternativas neoestatistas puede hacer frente a las nuevas inquietudes, en la coyuntura "weimariana" es probable que se imponga la versión identitaria y potencialmente autoritaria de este dilema. El ascenso de la extrema derecha la hace viable como alternativa electoral (el sistema electoral mayoritario favorece al primero, más como cuando en este caso el "frente republicano" es improbable). Solo la condena a Le Pen le resta algo de competitividad electoral.

Se señala además la falta de estatura presidencial de los candidatos. Mientras que antiguos presidentes como Pompidou, Chirac o Mitterrand fueron previamente primeros ministros, cuesta imaginar como presidentes a Borne, Attal o Lecornu. Recientemente, algún comentarista político francés decía que el primer ministro realmente es el propio Macron. Sin embargo, en lugar de hacer una lectura centrada en la (mala) suerte o la decadencia de las vocaciones políticas, hay que señalar que lo que ha cambiado es el ciclo de la política. La institución gaulliana de un presidente "por encima de los partidos" es la que se encuentra en crisis.

En la serie Baron Noir se plantea claramente su abolición en el formato actual. Esto abre un escenario de alto riesgo para las próximas elecciones, que podrían dirimirse entre los dos polos del neoestatismo protector o identitario. Es difícil anticipar la solución a esta crisis. De momento, Macron parece apostar porque la presión de la opinión pública sobre los partidos para corregir el rumbo.

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No parece que vaya a funcionar, particularmente teniendo en cuenta que el descontento con Macron viene en gran medida por sus recetas neoliberales. No es casualidad que haya emergido en el debate francés el impuesto a la riqueza propuesto por el economista Gabriel Zucman, el llamado 'impuesto Zucman'.

Dicho esto, no hay que pensar que el caso de Macron sea un problema específicamente francés. En el último año, han caído gobiernos en Alemania, Francia y Países Bajos; España conoce una fuerte debilidad parlamentaria del ejecutivo y los dos partidos centrales del Reino Unido están bajo mínimos de popularidad. Quizá una solución pasa por volver a la lógica izquierda-derecha, al tiempo que se articula de forma coherente con una lectura identitaria que facilite la solidaridad entre grupos diversos.

Por ejemplo, Zohran Mamdani, favorito para convertirse en el próximo alcalde de Nueva York, ha logrado reorientar el debate político en torno a las desigualdades materiales y el coste de la vivienda, el ascenso del fascismo y el genocidio contra Palestina por parte de Israel. La solución más democrática pasa, por tanto, por romper la dicotomía entre lo económico y lo identitario —lo que en España Daniel Bernabé popularizó como la ‘trampa de la diversidad’— y reorientar las subjetividades políticas y la acción colectiva hacia la cooperación entre grupos diversos. Esta lógica menos binaria debilita la lógica amigo-enemigo sobre la que han operado Macron y Le Pen.

*Luis Bouza García es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid, miembro del Jean Monnet Partnership Spain e investigador del proyecto RECLAIM, que analiza el problema de la desinformación en Europa

El domingo Macron visitaba Alemania, donde habló de la necesidad de defender la democracia del autoritarismo digital rampante. Pero casi a la vez dimitía su tercer primer ministro en un año, apenas unas horas después de haber nombrado a sus ministros. ¿Vive Francia un momento Weimar, consciente de los peligros para la democracia, pero políticamente demasiado débil para encararlos?

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