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La soledad de Von der Leyen: en primera fila de fuego y sin aliados políticos
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Sin el respaldo firme de los líderes europeos

La soledad de Von der Leyen: en primera fila de fuego y sin aliados políticos

La presidenta de la Comisión Europea afronta la gestión de toda una serie de crisis comerciales y geopolíticas sin las alianzas políticas que marcaron su primera presidencia

Foto: La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, pronuncia un discurso durante los preparativos de la cumbre UE-China de 2025 en el Parlamento Europeo. (EFE/Guillaume Horcajuelo)
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, pronuncia un discurso durante los preparativos de la cumbre UE-China de 2025 en el Parlamento Europeo. (EFE/Guillaume Horcajuelo)
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Ursula von der Leyen está sola. La presidenta de la Comisión Europea desde 2019 se enfrenta a un escenario desconocido desde que llegó a Bruselas. La alemana está acostumbrada a las crisis, porque las ha vivido desde pocos meses después de ocupar el cargo hace ya más de un lustro. Ha vivido el coronavirus, la gestión de la compra de vacunas, la guerra en Ucrania, la crisis energética y, desde hace unos meses, una segunda presidencia de Donald Trump en Estados Unidos. La novedad no es por tanto la crisis con Washington y el complejo entorno geopolítico. La novedad es la soledad política.

La presidenta del Ejecutivo comunitario está sola a todos los niveles: en el Consejo Europeo, en el Parlamento Europeo e incluso en su propia casa, en la Comisión Europea. La gestión que Von der Leyen ha hecho este verano de las negociaciones comerciales con Estados Unidos y, más recientemente, del empeoramiento de la situación en Gaza, no pueden entenderse completamente sin comprender que la presidenta de la Comisión está actuando en una situación que nada tiene que ver con la de su primera presidencia: sin el respaldo firme de los líderes europeos, donde hay críticas a ella, sin una coalición real en el Parlamento Europeo, y con un colegio de comisarios lleno de figuras grises salvando a alguna excepción, diseñado específicamente para que nadie pudiera hacer sombra a la alemana. Siendo Von der Leyen la definición de ‘conservador’, adversa a asumir riesgos, mucho más cuando lo hace sin respaldo, el nuevo entorno es todo un reto para la alemana.

Sola en el Consejo Europeo

Nominada en 2019 por unos líderes europeos que querían pasar por encima de la voluntad del Parlamento Europeo, que acabó cediendo y eligiéndola, Von der Leyen siempre ha tenido claro que dependía del Consejo Europeo, donde se sientan los líderes, y es allí donde descansaba su particular coalición política. La alemana se veía como una especie de técnico que trabajaba para cumplir con lo mandado por los líderes, sin forzarlos en una dirección particular, sin casi autonomía política, sin asumir demasiados riesgos, siendo la adquisición conjunta de vacunas una de las pocas excepciones. Por lo demás, Von der Leyen se veía como un copiloto, no como alguien destinado a coger el volante de la Unión Europea.

El trato era claro. Von der Leyen cumplía con los deseos de los Estados miembros y hacía avanzar una visión de la UE mucho más intergubernamental, en la que las capitales están de nuevo en el centro de todo. A cambio, los líderes la consideraban una aliada, una pieza clave en ese funcionamiento, y le ayudaban a reforzar su posición. Pero de ese grupo de líderes que la coronaron en 2019 ya solamente quedan algunos restos. Angela Merkel, su protectora en Berlín, es ya un fantasma repudiado de la política alemana, mientras Emmanuel Macron, presidente francés, su protector, está más preocupado en evitar la descomposición de la quinta república y la llegada de Marine Le Pen al poder que de la política europea. Merkel ha sido sustituida primero por un socialista, Olaf Scholz, y después por un conservador, miembro del mismo partido de Von der Leyen, Friedrich Merz, pero que no tiene simpatía ninguna por la presidenta de la Comisión Europea.

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Una característica de Von der Leyen es que su particular coalición en el Consejo Europeo era amplia y heterogénea. Pero del ‘ala socialista’ en el foro quedan solamente algunos vestigios de una Europa pasada que ahora ha girado mucho a la derecha. Pedro Sánchez preside un Gobierno frágil y que huele a inestabilidad desde Bruselas, y António Costa, durante mucho tiempo primer ministro portugués, sigue en el foro, aunque como presidente del Consejo Europeo, no como representante de Portugal. ¿Qué hay del ala liberal, que encabezaba Macron? Muchas de sus figuras centrales ya no están. Mark Rutte, histórico primer ministro de Países Bajos, es ahora secretario general de la OTAN, y los otros dos países del Benelux han pasado de ser gobernados por liberales a estar en manos de un ultraconservador (Bélgica) y de un partido de centro-derecha (Luxemburgo).

Muchos de los líderes del Consejo Europeo hoy son posteriores a 2019, y en 2024 la volvieron a nominar por una combinación de inercia y por mantener a alguien que es útil y hace lo que el Consejo Europeo pide. Pero a diferencia de lo ocurrido en su primer mandato, cuando el elemento central de Von der Leyen era su utilidad, ahora no hay ya la lealtad del pasado, ni el trabajo en equipo. Cuando Von der Leyen concluyó a finales de julio un acuerdo comercial con Trump por el que aceptaba un 15% de aranceles para las exportaciones de la UE a EEUU, además de otra serie de concesiones, la alemana lo hacía tras haber tanteado mucho a los Estados miembros. Pero eso no evitó que las capitales, sabiendo que los términos del acuerdo eran humillantes para muchos europeos, hayan puesto en los hombros de Von der Leyen y su equipo la responsabilidad única del pacto.

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Tras haber convertido la Comisión Europea en un directorio técnico del Consejo Europeo en su primera presidencia, Von der Leyen se ha convertido a ojos de muchos líderes quizás no como un peón, pero sí como una pieza perfectamente sacrificable, y la alemana lo sabe.

Sola en el Parlamento Europeo

Von der Leyen es una política de la CDU, núcleo central del Partido Popular Europeo (PPE). Sería lógico pensar, por lo tanto, que en la Eurocámara, cuenta al menos con el respaldo cerrado de la principal familia política del hemiciclo. Pero ni con eso se puede consolar. Dentro del PPE son muchos los que tienen cuentas pendientes con Von der Leyen y el líder de los democristianos europeos, el también alemán Manfred Weber, tiene una muy mala relación con la presidenta del Ejecutivo comunitario. La apuesta política de Weber consiste en aprovechar que existe la posibilidad de construir una mayoría alternativa en la Eurocámara con las formación de extrema derecha y ultraconservadoras para obligar a la coalición tradicional proeuropea, que incluye a los socialdemócratas (S&D) y los liberales de Renew Europe, a hacer cesiones al PPE.

La desconfianza entre formaciones que componen lo que en Bruselas llaman "la plataforma", el grupo de partidos que apoyaron a Von der Leyen en verano de 2024 para que lograra su reelección, es total. Se lanzan puñales de manera permanente y en algunos casos se detestan a nivel personal. No hay una coalición real que sostenga a la alemana. Lo que le mantiene es la pura inercia. Una mezcla de falta real de alternativas y de pánico a las consecuencias de decir que el rey va desnudo.

Von der Leyen ha sido un animal político tan extraño que parece ser el único punto en común que puede encontrarse dentro de la mayoría proeuropea de la Eurocámara, como si parte de su atractivo político fuera que todos pueden criticarla de forma similar sin que ninguno tenga los incentivos suficientes como para querer derribarla con una moción de censura.

Sola en la Comisión Europea

La descripción de Von der Leyen como una persona conservadora, adversa al riesgo y a asumir responsabilidades políticas si no cuenta con el respaldo de los líderes puede hacer entender que no es una persona especialmente interesada en el poder. Pero no es así. La alemana ha pasado más de cinco años consolidando su poder dentro de su institución, reduciendo la toma de decisiones a un grupo de colaboradores estrechos. La Comisión es hoy un órgano mucho más presidencialista y vertical de lo que lo era en el pasado.

Cuando la eligieron en 2019 Von der Leyen compartía colegio de comisarios impuesto por los líderes y con pesos pesados de la política comunitaria, como eran el socialista holandés Frans Timmermans o la danesa Margrethe Vestager. Eran restos de una Comisión Europea que veía todavía como parte de su trabajo empujar a los Estados miembros a hacer cosas que no siempre quieren. Había otras figuras con personalidades fuertes en ese equipo, como el francés Thierry Breton, el español Josep Borrell, o el antiguo primer ministro italiano Paolo Gentiloni.

Ninguno de ellos acompañan hoy a Von der Leyen, que ha tenido siempre claro que no quería voces alternativas ni contrapesos a su alrededor. Cuando en 2024 tuvo que diseñar su segundo colegio de comisarios, ahora con mucha más libertad, reforzó todavía más su presidencialismo. Eso significa que es ella la que tiene que asumir la responsabilidad política total sobre todo lo que se decide, y que muy pocas personas dentro de la institución pueden disuadir a Von der Leyen de tomar decisiones equivocadas.

Asumir la soledad

La desaparición de su base de apoyo en el Consejo Europeo tiene poco remedio. Los líderes europeos vienen y van, y el foro se renueva de manera permanente. Pero su soledad en el Parlamento Europeo y dentro de su propia institución son obra de la propia Von der Leyen. En el primero de los casos porque la alemana siempre ha dejado a la Eurocámara en un segundo lugar, sin llegar a comprender que no debía limitarse a recibir el apoyo de la institución, sino que debía implicarse activamente en mantener unido al bloque proeuropeo. El resultado, seis años después de su primera elección, es que no hay una coalición real, que el PPE actúa con total autonomía después de que Weber lo haya controlado sin oposición alguna, y que el resto de partidos se sienten menospreciados. En el segundo caso, en la Comisión, porque ha sido ella la que, activamente, ha evitado que haya figuras alternativas en la institución.

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La realidad es que la situación de Von der Leyen no va a cambiar en ninguna de estas instituciones, por lo que la alternativa que le queda a la alemana es actuar con las cartas que tiene, lo que requiere que asuma muchos más riesgos y que lo haga en solitario. Al mismo tiempo puede intentar mitigar los efectos de sus propias decisiones en la Eurocámara, donde ya ha pedido "unidad" a las fuerzas proeuropeas, y en su colegio de comisarios, donde puede apoyarse más en dos o tres figuras con algo más de empaque político, entre los que pueden estar la española Teresa Ribera, vicepresidenta Ejecutiva de la Comisión Europea, el francés Stéphane Séjourné, que también es vicepresidente ejecutivo, o el polaco Piotr Serafin, comisario de Presupuestos.

La gran diferencia la marcará si Von der Leyen asume su soledad y entiende que el cálculo político ya no tiene demasiado sentido. Difícilmente repetirá la alemana en 2029 al frente del Ejecutivo comunitario, lo que, a efectos prácticos, salda su deuda con el Consejo Europeo. Hay algunas señales de que Von der Leyen está entendiéndolo así. En diciembre de 2024 decidió cerrar políticamente el acuerdo comercial con Mercosur, a pesar de la oposición de Francia, y ahora, en septiembre de 2025, ha decidido pedir la suspensión de las ventajas comerciales a Israel, a pesar de que es una medida que no gusta a Alemania.

Ursula von der Leyen está sola. La presidenta de la Comisión Europea desde 2019 se enfrenta a un escenario desconocido desde que llegó a Bruselas. La alemana está acostumbrada a las crisis, porque las ha vivido desde pocos meses después de ocupar el cargo hace ya más de un lustro. Ha vivido el coronavirus, la gestión de la compra de vacunas, la guerra en Ucrania, la crisis energética y, desde hace unos meses, una segunda presidencia de Donald Trump en Estados Unidos. La novedad no es por tanto la crisis con Washington y el complejo entorno geopolítico. La novedad es la soledad política.

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