El dragón, el águila y la tortuga: contra el problema de autoestima europea
Muchos europeos tienden a fustigar por la ineficacia en comparación con China o Estados Unidos. Pero, ¿y si nuestro sistema político, lento y burocrático, es la mejor opción para Europa?
Relato y propaganda en un mundo contagiado (Angela Hampl/EFE)
Defender el modelo político europeo es, hoy por hoy, algo bastante impopular. Europa es vista como un lugar en declive, paralizada por la burocracia y la regulación. La gestión que la Comisión Europea ha hecho de las negociaciones comerciales con Estados Unidos de Donald Trump, y la cumbre de la OTAN, que los líderes europeos convirtieron en un acto de vasallaje al presidente de Estados Unidos, han sido los hitos de lo que muchos han identificado como el “verano de la humillación”, una referencia velada al siglo de la humillación que tuvo que pasar China entre mediados del siglo XIX y el XX, cuando los poderes occidentales hicieron con el gigante asiático lo que quisieron.
La crítica a la UE y su modelo de gestión en todo caso viene de más atrás. El ‘meme’ de que mientras otros inventan tecnología puntera, en Europa nos dedicamos a hacer que las tapones no se puedan separar del resto de la botella. No hace falta acudir a los rincones oscuros de la propaganda americana, hoy elevados al Despacho Oval, en los que se asegura que la Unión Europea es una especie de régimen autoritario en el que se detiene a los ciudadanos por sus opiniones. Incluso en los ámbitos académicos, serios y respetables, hay consenso en que Europa se ha convertido en un jardín de atrás de EEUU y China, las dos potencias globales que se reparten el mundo. Ni siquiera se duda de ello en Europa.
Eso, en la inmensa mayoría de las ocasiones, lleva a una conclusión lógica: los sistemas chino o americano son más efectivos. Frente a China, el dragón, el capitalismo de Estado, la planificación para hacerse con un poder global y la asertividad en todos los ámbitos, y Estados Unidos, el águila, el poder duro y la oligarquía en búsqueda de apuntalar un imperio con pilares digitales, Europa tiene poca épica que ofrecer: un sistema lento de consenso, enormemente fragmentado, en el que todo es lento, difícil y divisivo. Un conjunto de reglas, leyes y normativas que obligan a que todo se vaya encajando con paciencia.
Frente al águila y el dragón, Europa es la tortuga. Y nadie quiere realmente ser la tortuga. Cuando en 2002 el expresidente francés Valéry Giscard d'Estaing puso sobre la mesa de trabajo de la Convención Europea encargada de redactar la fallida constitución europea una tortuga con cabeza de dragón lo hizo intentando resaltar algo positivo: los europeos avanzamos lenta pero decididamente hacia nuestro objetivo, y como tortugas, una vez lo alcanzamos y lo atrapamos con la mandíbula, nada nos hace soltarlo.
La tortuga queGiscard d'Estaing puso sobre la mesa era, irónicamente, una estatuilla china, que además representa muchas cosas que podrían ser puramente europeas. Es el símbolo de Bixi, uno de los nueve hijos del dragón, y en la simbología china, además de representar la longevidad, la estabilidad y la resistencia, suele usarse como base para situar sobre su caparazón estelas que recogen decretos o cuestiones legales vinculadas a determinados monarcas. De alguna manera, la tortuga-dragón representa la paciencia, la longevidad y la resistencia, tres cosas que Europa ha demostrado con creces, tiene además una relación muy directa con la legalidad. Y, si algo es la UE, es una comunidad de leyes.
Apostar por Europa
Recientemente, Erik Jones, investigador no residente del think tank Carnegie Europa, se atrevió a romper una lanza a favor del sistema europeo. Recordó que en los años ochenta Europa también parecía totalmente paralizada frente al progreso fulgurante de Estados Unidos, y que, sin embargo, gracias al mercado interior, fue capaz de salir de esa “euroesclerosis” y convertirse en una potencia comercial global y ofrecer niveles de bienestar económico sin precedentes a sus ciudadanos. “Pocos apuestan por Europa. Nos guste o no, parece más fácil apostar por el dinamismo procedente de Estados Unidos, al menos a corto plazo. Apostar por lo fácil sería un error. Puede que Europa tarde en recomponerse, pero tiene el don de realizar cambios trascendentales mediante la adopción de un gran número de pequeñas decisiones”, explica en su texto.
“Dada la urgencia del momento actual, la UE no dispone de otras cuatro décadas para recuperarse en un entorno global que cambia rápidamente. El hecho de que esto también fuera cierto a principios de la década de 1980 no es motivo de tranquilidad. Europa sobrevivió al pasado; el futuro sigue siendo incierto”, escribía Jones hace algunas semanas.
La buena noticia es que la Unión Europea ha hecho un análisis detallado de lo que debe hacer si quiere sobrevivir. Gran parte de las medidas están incluidas en los informes que elaboraron Mario Draghi y Enrico Letta. Profundizar en el mercado interior, aprovechar los miles de millones de euros que los europeos ahorran cada año para invertirlos en la economía doméstica o aumentar la autonomía en materia de seguridad y defensa son solamente algunos de ellos. Se han dado también saltos adelante a nivel conceptual, como es la identificación de los bienes públicos europeos (EPG) como un elemento que debería contar con una financiación común.
Es cierto que obtener un análisis detallado y una receta es una cosa, y otra es aplicarla. La UE se mantiene dividida, hay muchos Gobiernos con total falta de ambición que no quieren tomar las medidas necesarias y otros, como el húngaro, que directamente actúan en contra de los intereses comunes europeos. Pero Jones mantiene la esperanza. La maquinaria europea siempre está en marcha, siempre se mueve, implacable, aunque sea de manera lenta. “Los europeos destacan en burocracia, lo que puede parecer algo negativo hasta que se piensa en cómo la invención de la burocracia — y no la necesidad de librar guerra — transformó las monarquías feudales en Estados modernos”, señala en su texto, publicado en el Carnegie.
El espectáculo de las negociaciones comerciales con EEUU, o la desastrosa gestión de la crisis en Oriente Próximo, han sido dos ejemplos de las limitaciones del modelo europeo ante ciertas crisis actuales. Aunque se defienda el modelo europeo, tampoco hay que negar que requiere cambios y algunos retoques, manteniendo el espíritu actual, pero renovando la determinación de hacia dónde se debe avanzar de manera común. Europa es una cesión permanente. El resultado nunca va a ser el soñado por unos o por otros, y esa es su fortaleza. Lo que no se puede negociar es el objetivo final, que ahora mismo no es otro que el de la supervivencia.
Europa es mucho más determinada de lo que se tiende a creer. Le cuesta elegir un rumbo porque frente al timón hay 27 capitanes que no siempre están de acuerdo. Es un transatlántico al que le cuesta girar, que lo hace más lento que los demás, pero que una vez que ha escogido un rumbo, avanza de manera implacable. Europa tiene que entender su lugar en el espacio y el tiempo. No puede luchar contra ello, pero sí adaptarse. Las medidas que proponen Draghi y Letta se deben leer en un contexto muy concreto: la voluntad de mantener el modelo europeo. La necesidad de seguir siendo una tortuga. Se podría buscar un modelo que ofreciera más bienestar económico, pero si este rompe con el sistema europeo de valores y libertades dejaría de ser europeo.
Contra la imperiogénesis
Es natural que se mire a Estados Unidos o a China con cierta envidia en términos de efectividad a la hora de mantener una ventaja tecnológica en áreas críticas y progreso económico. Pero el modelo europeo no es casualidad. Europa es el hogar de un sistema político que, tras la caída del imperio romano, siempre ha estado fragmentado y en competencia permanente. Nadie, ni Carlomagno, ni Carlos V, ni Napoleón Bonaparte lograron unificar el continente en un único imperio de nuevo. Y esa competencia entre estados, como explicó en el 2019 el historiador austriaco Walter Scheidel en su libro Escape from Rome: The Failure of Empire and the Road to Prosperity, fue la clave para que Europa fuera el hogar de “la gran divergencia”, toda una serie de acontecimientos que pusieron al continente rumbo a la revolución industrial.
Nuestro sistema político actual, el de la Unión Europea, bebe directamente de esa herencia de pluralismo competitivo. Tener a veintisiete líderes dentro de una sala discutiendo durante dos días a puerta cerrada, hasta que se ponen de acuerdo en una solución que a nadie le parece óptima, pero que a nadie le parece inaceptable. Y aunque parezca menos efectiva desde luego eso la hace mucho más resistente.
Es natural que se mire a Estados Unidos o a China con cierta envidia en términos de efectividad
Los imperios tienen un gobierno central muy fuerte. En los tiempos de las grandes inversiones para los desarrollos tecnológicos y del regreso de la política industrial, eso tiene sus ventajas naturales. Pero en ocasiones estos gobiernos son tan centralizados y estables que los proyectos y la visióndependen mucho de quién esté al frente. Lo que ahora se ve como una debilidad europea, que le cuesta girar, puede convertirse en una debilidad de otros sistemas, que en ocasiones dan volantazos dependiendo de quién ostenta el poder central. Tener el pluralismo en el centro de un sistema caracterizado por el consenso tiene muchas contrapartidas, pero desde luego que una de ellas no es que el destino del barco dependa de una sola persona.
El liderazgo chino usa la historia como una herramienta central de su visión del mundo. Antes de que todo esto estuviera aquí, China, la Nación del Centro, la civilización china, ya estaba. Y eso lleva, por lo tanto, a una certeza: cuando todo lo demás no esté, China, la civilización china, seguirá aquí. Europa podría tomar nota de eso. Las raíces de nuestros sistemas políticos son muy profundas. Nuestra historia y experiencia como comunidad también. Como se suele decir del Vaticano, Europa piensa en siglos. Puede que el momento no sea el óptimo para nuestro sistema político, pero debemos pensar más allá, en décadas o siglos.
Defender el modelo político europeo es, hoy por hoy, algo bastante impopular. Europa es vista como un lugar en declive, paralizada por la burocracia y la regulación. La gestión que la Comisión Europea ha hecho de las negociaciones comerciales con Estados Unidos de Donald Trump, y la cumbre de la OTAN, que los líderes europeos convirtieron en un acto de vasallaje al presidente de Estados Unidos, han sido los hitos de lo que muchos han identificado como el “verano de la humillación”, una referencia velada al siglo de la humillación que tuvo que pasar China entre mediados del siglo XIX y el XX, cuando los poderes occidentales hicieron con el gigante asiático lo que quisieron.