La UE y China se leen su lista de agravios en el 50 'cumpleaños' de sus relaciones
Von der Leyen y Costa se reúnen con Xi Jinping este 24 de julio en una cumbre UE - China por el 50 aniversario de relaciones diplomáticas marcadas por profundas diferencias
Foto de archivo del Sexto Diálogo de Alto Nivel entre China y la UE sobre Medio Ambiente y Clima (HECD). (Reuters)
La Unión Europea y China celebran este jueves una cumbre en Pekín en un momento clave y muy inestable de las relaciones entre los dos bloques. Para unos, el encuentro demostrará que Bruselas y el gigante asiático se encuentran a años luz en todas las cuestiones realmente centrales de su agenda, del comercio a la cuestión de la guerra de Ucrania, mientras que para otros, el hecho de que se llegue a celebrar una cumbre, por mucho que de la misma no salga prácticamente ningún resultado tangible, es ya una señal de éxito diplomático en el año en el que se cumple medio siglo de relaciones.
Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, António Costa, presidente del Consejo Europeo, se verán con Xi Jinping, presidente chino, así como con Li Qiang, primer ministro. Les acompaña en el viaje Kaja Kallas, Alta Representante de la Unión para Política Exterior y de Seguridad, que tuvo un tenso encuentro hace semanas con el ministro de Asuntos Exteriores chino, Wang Yi, por la cuestión del respaldo de Pekín a Rusia en la guerra de Ucrania, un asunto central para la agenda política de la antigua primera ministra de Estonia y punto de conflicto entre los dos bloques.
La UE aceleró los preparativos de la cumbre en un momento muy particular de este año. De hecho, aunque la cumbre debía ser en Bruselas, se decidió mover la reunión a China para poder reunirse con Xi Jinping, que dejó claro que no viajaría a Europa. En abril China estaba sometida a una escalada comercial enormemente dañina con Estados Unidos, y volvía a intentar la estrategia que ya desplegó la primera vez que Donald Trump llegó a la Casa Blanca: intentar crear un frente común con Europa, desacoplar a la UE de EEUU. Incluso Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, parecía alimentar esas expectativas de acercamiento por interés mutuo de China y de la Unión Europea. En enero, en Davos, la alemana abría la mano a una nueva dinámica con Pekín. Pero desde entonces las cosas han cambiado mucho.
China se beneficia hoy de un alto el fuego comercial débil con Estados Unidos, aderezado por un descontrol y una gran falta de coherencia por parte de la nueva administración americana respecto a la cuestión china, y es la Comisión Europea la que se encuentra en plena crisis comercial con EEUU. El tono conciliador de Von der Leyen en enero, prometiendo relaciones más estrechas a cambio de que estas sean más justas y en igualdad de condiciones, lo que es sinónimo de que China abra su mercado interior a la competencia europea, ha dado paso a un endurecimiento de su "doctrina china" de 2023, cuando comenzó una agenda para "reducir riesgos" y exposición a China. En su reciente discurso ante el Pleno del Parlamento Europeo en Estrasburgo la alemana decidió ir más allá, endureciendo el tono y acusando a Pekín de "ahogar la competencia internacional" jugando "al margen de las reglas".
Es señal de un hartazgo del lado europeo por lo que consideran inmovilismo chino, que espera un reseteo de las relaciones unilateral, en el que el lado europeo haga la inmensa mayoría de las cesiones. Ante la falta de progresos con las instituciones europeas, los analistas observan un aumento de los contactos bilaterales para aplicar una política de "divide y vencerás" con los Estados miembros.
De cara a la cumbre hay muchos puntos de desacuerdo. La Unión Europea considera que China está extorsionando al bloque comunitario con los controles de exportaciones de tierras raras y otras materias primas críticas para la industria europea; que trata de inundar el mercado europeo con productos baratos para generar dependencias permanentes y destruir la industria autóctona en campos clave como los coches eléctricos; y que no permite al lado europeo responder, reaccionando con investigaciones a productos europeos a modo de represalia. Todo ello se suma a la queja cada vez más sonada de la Cámara Europea de Comercio en China de una clausura del mercado interior chino a las empresas europeas. En una encuesta realizada este año, el 73% de las empresas que respondieron declararon que en el último año se había hecho más difícil hacer negocios en China.
Pekín, por su lado, tiene claro que necesita que la UE elimine sus aranceles a los vehículos eléctricos chinos, y busca tranquilizar al lado europeo respecto a las restricciones a las exportaciones de tierras raras. El objetivo ideal sería, además, que la UE reactivara el acuerdo de inversiones que impulsó a finales de 2019 el Gobierno alemán y que desde entonces ha estado en un cajón, pero la respuesta que han recibido del lado europeo es muy clara: eso no va a pasar. En el lado geopolítico ni siquiera hay demasiado que discutir: el lado chino solamente quiere que el lado europeo admita su posición.
El único resultado que se espera de esta reunión es, quizás, un comunicado conjunto respecto al clima. El lado europeo considera que el objetivo central es, fundamentalmente, hablar. Tener una conversación directa, dura, si es necesario, sobre el estado de las relaciones. Saber dónde está cada uno, algo que no siempre es fácil con China y la UE, dos bloques que no siempre hablan el mismo idioma, no usan los mismos códigos. Y poco más.
Atrofia geopolítica
A todos los problemas puntuales y concretos se suma una capa superior, una cuestión que lo envuelve todo: Europa se encuentra desorientada respecto a China. En todos los ámbitos. Comercial, histórica y estratégicamente. Tras cuatro años en los que la administración de Joe Biden armó un discurso respecto a dos bloques globales, uno de las democracias y otro de las autocracias, que dejaba muy poco margen para la interpretación europea respecto a dónde situarse, el nuevo inquilino de la Casa Blanca ha roto todos esos esquemas. En Bruselas ya nadie se atreve a considerar que hay dos bloques claramente definidos por las diferentes actitudes respecto a la democracia. Hay un desorden general y un reajuste geopolítico en el que el margen de libertad de actuación europeo está enormemente limitado por su dependencia en términos de seguridad y económicos respecto a Estados Unidos.
Pero está claro para todo el mundo que es tiempo del sálvese quien pueda y de moverse por interés propio. Y eso, a Europa, con una atrofia geopolítica aguda tras casi un siglo de externalización de su visión exterior a Estados Unidos, le cuesta mucho. En 2019 la Unión Europea desarrolló una estrategia respecto a China que la definía como un "socio para la cooperación, un competidor económico y un rival sistémico". Aunque en Bruselas hay cierto debate sobre si es momento de tener una relación más pragmática y transaccional con China, desvinculando la visión europea de los intereses americanos, esa sigue siendo la hoja de ruta europea.
Frente a esta cierta indecisión, China muestra una determinación total. En el año en el que se celebra medio siglo de relaciones diplomáticas entre el gigante asiático y la Unión Europea, la postura china tiene raíces profundas, basadas en un intento de recuperación de lo que Xi Jinping, presidente chino, ha calificado como la "confianza histórica". Ese término se añadió a las ‘Cuatro Confianzas’, una doctrina oficial del Partido Comunista chino y que está muy conectado a otro concepto: "autoestima cultural". La idea de que China, tras el ‘Siglo de la Humillación’, que terminó en 1949, debe recuperar su lugar en el mundo, y no debe desviarse del objetivo de volver a ser una potencia global.
Ese siglo estuvo protagonizado precisamente por las injerencias europeas y la obligación de hacer concesiones territoriales a los invasores, que pudieron imponerse en gran medida gracias a su ventaja tecnológica. Ahí están dos pilares de la estrategia china actual: nunca volver a dejar que otros, desde fuera, impongan condiciones, y retener a toda costa una ventaja tecnológica. El primer punto, de hecho, está envuelto en una cuestión filosófica mucho más compleja: la idea china de que el país, que más que un Estado es una civilización, tiene su propio sistema de valores independiente del occidental, por lo que los europeos no deben ir a Pekín a leerle la cartilla a las autoridades chinas respecto a los derechos humanos, porque estos, a diferencia de lo que puedan creer los europeos, no son un derecho universal.
La respuesta europea a esta cuestión, en la que la etiqueta de civilización es clave, como explica en un reciente artículo para el Brussels Institute for Geopolitics la filósofa Margaux Cassan podría estar ingresando en su propio "siglo de la humillación", está en la etiqueta acordada en 2019 y reafirmada por el Consejo Europeo: la UE y China son rivales sistémicos. Por primera vez entonces Europa empezó a articular una respuesta a esta visión geopolítica china. Son sistemas rivales, y Pekín no desaprovecha ninguna oportunidad para asegurar que el europeo es decadente, mientras trata de posicionar su modelo como un ejemplo de futuro.
Encontrando su propia voz
En los últimos 50 años, China ha acusado en repetidas ocasiones a la UE de ser una extensión de EEUU en política exterior. Una y otra vez, los representantes chinos han usado ese argumento, tratando de romper el binomio EEUU - Europa, sabiendo, además, que una parte importante de los europeos también buscaban su estrategia china propia, separada de la americana. La cumbre de la OTAN en La Haya, donde los líderes europeos se plegaron a las exigencias de Donald Trump y el secretario general de la Alianza usó términos como "daddy" para referirse al presidente americano, no ayudan a cambiar esa dinámica.
Por otro lado, hay quien considera que Bruselas está encontrando su propia voz, que está sabiendo poner sus diferencias sobre la mesa también con dureza, como muestra el discurso de Estrasburgo de Von der Leyen, y que desde 2019 ha ido entendiendo de qué va la relación actual entre ambos bloques, desarrollando un instrumento comercial anti-coerción, nuevos mecanismos de control de inversiones y herramientas para protegerse de los subsidios extranjeros. También que justo antes de su cumbre en Pekín, Von der Leyen, Costa y Kallas hayan viajado a Japón para una cumbre.
El lado europeo también parece estar empezando a estructurar un discurso respecto a China en términos de seguridad: el apoyo a Rusia es un problema de seguridad para Europa, y la relación con EEUU que China vincula a una especie de falta de autoestima geopolítica europea es resultado por lo tanto de una decisión premeditada por parte de Pekín. El discurso europeo por lo tanto no es solamente que Europa esté vinculada históricamente a la alianza transatlántica, sino que China no le deja otra opción. De ahí que Von der Leyen decidiera acusar en su discurso de Estrasburgo a Pekín de ser la que está "habilitando" la economía de guerra que permite a Rusia mantener su esfuerzo bélico en Ucrania.
En la capital comunitaria hay sensación de que Europa debe también aprender a beneficiarse de encontrarse en los márgenes del tablero, un sitio en el que el continente nunca se había encontrado durante siglos, pero donde está condenada a permanecer durante un tiempo muy largo. La UE está dispuesta a intentar jugar su papel, pero Bruselas esperaba que China se moviera en los últimos meses, que aprovechara las diferencias entre los Veintisiete y Washington. Eso no ha ocurrido. Pekín se siente reforzada por el hecho de que su estrategia maximalista en el ámbito comercial parece haber funcionado con Trump, y no tienen intención de cambiar de fórmula, tampoco con Europa.
La Unión Europea y China celebran este jueves una cumbre en Pekín en un momento clave y muy inestable de las relaciones entre los dos bloques. Para unos, el encuentro demostrará que Bruselas y el gigante asiático se encuentran a años luz en todas las cuestiones realmente centrales de su agenda, del comercio a la cuestión de la guerra de Ucrania, mientras que para otros, el hecho de que se llegue a celebrar una cumbre, por mucho que de la misma no salga prácticamente ningún resultado tangible, es ya una señal de éxito diplomático en el año en el que se cumple medio siglo de relaciones.