Paz, burkinis y una Torre Trump: el nuevo sueño sirio es ser un país del Golfo (sin petróleo)
En poco más de medio año, Siria ha pasado de ser un país donde pronunciar la palabra dólar estaba penado con cárcel a convertirse en la niña mimada de Occidente, los países del Golfo y Turquía
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El verano ha llegado tímido a las playas de Siria. En un chiringuito al norte de Lataquia, aislado y casi en la frontera con Turquía, la gente mira a su alrededor antes de quedarse en bañador. Y bien hecho, porque cualquier tarde de domingo puede salir del agua una lancha de la guardia costera. Cuando pasa, las mujeres que ya están en bikini corren a taparse. El bar deja de servir cervezas. Todos temen estar haciendo algo mal: saben que, desde principios de junio, el gobierno obliga a las bañistas a llevar burkini y a ellos, a cubrirse desde el ombligo hasta las rodillas.
Los marinos, entrenados en tierra antes de que el régimen de Bashar al-Assad perdiera el control de la costa, llegan con torpeza a la arena. Entran en el chiringuito y piden las licencias. "Ah, es un beach club", repara uno de ellos. Todo bien. La nueva ley solo se aplica a los espacios públicos. Piden disculpas y se van con la promesa de que un agente de la Seguridad General custodiará el recinto durante el verano por lo que pueda pasar.
El espacio privado es sagrado en la nueva Siria. Tanto el burkini obligatorio en playas públicas como la exención que gozan los resorts y clubes hablan de cómo el país se está reconfigurando tras la caída de Al-Assad y de cómo, con la inversión que empieza a llegar del Golfo, Damasco se está encaminando poco a poco a seguir el modelo económico y social de las monarquías árabes del sur.
El nuevo gobierno islamista, liderado por Ahmed al-Sharaa, heredó el pasado diciembre un Estado diezmado por las sanciones internacionales, algunas de ellas anteriores a la guerra de 2011. Las de la última década no solo castigaban a Siria, también a cualquier entidad que participara en transacciones con su economía. Durante diez años, la inversión extranjera estuvo prácticamente limitada a Rusia, Irán y el contrabando de otros países.
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En poco más de medio año, Siria ha pasado de ser un país donde pronunciar la palabra dólar estaba penado con cárcel a convertirse en la niña mimada de Occidente, los países del Golfo y Turquía. Estos siete meses de transición han traído a Damasco a jeques emiratíes que buscan plantar sus rascacielos aquí, la primera transacción SWIFT en 14 años y delegaciones turcas, árabes y occidentales con ganas de matar dos pájaros de un tiro. El primero, lucrarse con la reconstrucción de las infraestructuras del país. El segundo, tomar partido en la nueva Siria para que el país favorezca sus prioridades geoestratégicas.
Para Ankara, esto significa tener influencia sobre una economía con población kurda y asegurarse de que los refugiados vuelven a su país; para Abu Dabi, Doha y Riad, diversificar sus economías más allá del petróleo. Y, para todos, evitar que Irán y Rusia vuelvan a acercarse a este puente entre la península Arábiga, Turquía y el Mediterráneo.
Ya se han conseguido algunos primeros grandes avances. El consorcio turcocatarí UCC Holding firmó a finales de mayo un contrato de siete mil millones de dólares para suministrar a Siria más de la mitad de los megavatios que la electricidad de todo el país necesita. Damasco también ha recaudado alrededor de 1.500 millones de dólares de Francia y los Emiratos Árabes Unidos para desarrollar los puertos mediterráneos de Tartús y Lataquia. Arabia Saudí y Qatar han sufragado ya la deuda pública de todo el país —más de 15 mil millones de dólares— y han inyectado dinero al Estado sirio para pagar los salarios de los funcionarios.
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Los vecinos capitalistas de Siria han trasladado su entusiasmo por la nueva etapa del país a Donald Trump. Tanto que el príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed bin Salmán, reunió en Riad el pasado mes de mayo al presidente estadounidense y a Al-Sharaa. El turco Recep Tayyip Erdogan estaba al teléfono. "Ay, lo que hago por el príncipe heredero [saudí]", dijo Trump en aquella rueda de prensa. El magnate neoyorquino, entonces, dio la mejor noticia que Siria ha recibido desde la caída del régimen: "Hay un nuevo gobierno que ojalá que consiga estabilizar el país y mantener la paz. Voy a ordenar el cese de sanciones para darles una oportunidad".
El nuevo sueño sirio
Aquel encuentro se sintió surrealista para muchos sirios. Al-Sharaa, hasta diciembre una cabeza por la que las autoridades estadounidenses ofrecían 10 millones de dólares, recibía ahora el apretón de manos del presidente del país que lo designó como terrorista internacional cuando lideraba el Frente al-Nusra. "Es un tío joven, atractivo y duro", llegó a decir Trump en aquella reunión en Riad. Para celebrar el acercamiento, el conglomerado emiratí Tiger Group le propuso al presidente estadounidense construir una Torre Trump en Damasco, con valor de 5.000 millones de dólares, para ayudar a que el pueblo sirio diera un "paso hacia la paz".
"Esto no va sólo de que la economía siria vuelva a despertar. Lo que estamos viendo es prueba de un reposicionamiento geopolítico más profundo, que integra al país en un bloque occidentalista y pro-Golfo y profundiza el debilitamiento de la influencia rusa e iraní", escribe Arturo Bris, director del Centro de Competitividad Global del Institute for Management Development de Lausana. Bris, profesor de Finanzas en la universidad suiza, apunta en una columna en The National que Siria podría estar dirigiéndose al modelo emiratí, una economía "impulsada por los servicios, por el talento de los expatriados y por el capital extranjero".
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"Siria se está encaminando hacia un capitalismo liberal, pero también islámico. Está intentando cuadrar estos distintos elementos en su nuevo sistema", explica a El Confidencial Benjamin Fève, analista superior de investigación en Karam Shaar Advisory Limited, una consultoría especializada en la economía política del país. "La declaración constitucional establece claramente que la religión del presidente es el islam y que la fuente de la jurisprudencia es la ley islámica", añade. De ahí que este verano la nueva guardia costera siria esté patrullando las públicas en busca de bikinis, bañadores y bermudas que no cumplan los nuevos códigos de vestimenta.
En principio, esto no supondría ningún problema para los inversores. "Mientras haya estabilidad, no importará mucho que el país sea una democracia o una dictadura. Vemos países que no son democracias, como algunos del Golfo o la propia Turquía, donde el sector privado sigue igual de fuerte", cuenta Fève. "Así que, para los inversores, basta con que determinados aspectos estén bajo control: la libra siria, la seguridad, las células del Estado Islámico y los remanentes del régimen anterior", apunta. Un gran reto para volver a conectar los bancos sirios al sistema bancario internacional será que estos adopten medidas antilavado de dinero y antiterrorismo. "Durante los últimos 14 años, nadie ha podido evaluar todo esto. Y es algo que va a requerir tiempo", augura el analista.
Las tensiones podrían venir de parte de los gobiernos, sobre todo occidentales, que pondrán requisitos políticos a las autoridades sirias. Especialmente en relación a las minorías religiosas del país. "Podemos esperar un cambio de política por parte de Estados Unidos y Europa si sigue habiendo conflictos armados entre el gobierno y las minorías o si no hay representación de estas en las instituciones", explica Fève después de que la Unión Europea también rescindiera algunas de las sanciones y anunciara un paquete de ayudas con valor de 175 millones de euros para la recuperación económica de Siria.
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El examen está lejos de haber acabado. Aunque Al-Sharaa nombró a Hind Qabawat, una mujer cristiana, como ministra de Asuntos Sociales de su gabinete, las tensiones sectarias entre minorías no dejan de crecer en la Siria post-Assad. En marzo, una contrainsurgencia de partidarios del dictador en la costa provocó la respuesta de decenas de milicias islamistas. Más de mil personas, muchas de ellas de la minoría alauí, murieron en las provincias de Lataquia, Tartús y Homs. Luego, a principios de abril, varias facciones afiliadas al gobierno atacaron los pueblos de mayoría drusa al sur de Damasco. Murieron más de cien sirios. La respuesta de Al-Sharaa fue un comunicado en el que condenaba cualquier violencia en el país, y muchos criticaron al gobierno por eludir su responsabilidad de minimizar el coste humano de los dos enfrentamientos.
Aquello, sin embargo, no manchó la oportunidad de Al-Sharaa de recibir el voto de confianza de Trump: el anuncio de que EEUU levantaría las sanciones llegó en mayo, después de los incidentes con los alauíes en la costa y con los drusos en los pueblos del sur de Damasco. Este lunes, el presidente estadounidense firmó la orden ejecutiva que revoca la mayoría de sanciones contra Siria.
Está por ver aún si el ataque a una iglesia de Damasco por parte de un miembro del autoproclamado Estado Islámico a finales de junio desencadenará alguna medida de precaución en los inversores y los gobiernos que están integrando a Siria de nuevo en la economía global. Sobre todo en un momento en el que el recorte a las ayudas norteamericanas y la previsión de una retirada militar de EEUU en el este del país ponen en riesgo el control del terrorismo yihadista al que tanto costó domeñar la década pasada.
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Por el momento, la prioridad de la Administración Trump en el país parece estar siendo otra: que el gobierno de Al-Sharaa llegue a un pacto de seguridad con Israel y, potencialmente, que Siria entre en los Acuerdos de Abraham. El lunes, el Times of Israel reveló que Tel Aviv y Damasco están en una fase "avanzada" de la negociación de un acuerdo bilateral que ponga fin a las agresiones que Israel lleva cometiendo en territorio sirio desde la caída de Al-Assad. "Hay una clara aspiración a expandir los Acuerdos de Abraham, y no es ningún secreto que queremos ver a Siria en ellos", dijo al periódico israelí un alto cargo del ejército. Para Washington, que está conduciendo las conversaciones, "podría ser un requisito muy importante", añade Fève.
Hay que pasar por Irak
Claro está que ni el subsuelo sirio tiene el petróleo de Ghawar, ni en el fondo del Mediterráneo hay tanto gas como en el Golfo. Pero, además de los recursos naturales, las infraestructuras sirias tampoco están listas para que la economía del país florezca aún. Antes de convertirse en un hub de capital extranjero al estilo emiratí, hay muchas cosas que tienen que recomponerse. "Es imposible hacer negocios sin electricidad para abrir una fábrica. El ámbito legal tampoco es claro, y hay un gran reto en cuanto a recursos humanos y educación, desgraciadamente", explica Fève con el ejemplo de que algunos ministerios sirios están entrenando ahora a sus empleados con el paquete básico de Microsoft.
Aunque es una inspiración para el nuevo gobierno, la conjugación capitalismo-sharía que funciona en tantos países árabes y musulmanes tiene que encontrar aún su fórmula para Siria. Lo que vemos por ahora en Damasco es un patrón que ya se dio en el Irak de la posguerra, cuando fueron compañías estadounidenses y occidentales las que "ayudaron a reconstruir el sector petrolero", incide Arturo Bris, del IMD de Lausana. Para él, el contrato energético firmado en mayo por el consorcio turcocatarí UCC Holding es el primero de muchos que consolidarán este modelo económico.
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Ser un Irak 2.0. supondría "una recuperación financiada desde el exterior, limitada por intereses opuestos y vulnerable a la fragmentación interna", detalla Bris. Si durante la guerra Siria fue apodada el ‘tablero de juego’ del mundo, esta lógica no caducó una vez depuesto Al-Assad. Aunque ahora se solapen, los intereses de Qatar, Estados Unidos, Turquía y Arabia Saudí pueden entrar en un conflicto que repercutiría en primer lugar a la nueva economía siria. No hablemos ya de los posibles objetivos económicos de Israel si Damasco firma los Acuerdos de Abraham. Por eso, concluye Benjamin Fève, "Siria tiene que crearse a medida un nuevo modelo, que no se base del todo en los países del Golfo, que tenga en cuenta la diversidad de la sociedad siria y que sea sostenible en el largo plazo".
El verano ha llegado tímido a las playas de Siria. En un chiringuito al norte de Lataquia, aislado y casi en la frontera con Turquía, la gente mira a su alrededor antes de quedarse en bañador. Y bien hecho, porque cualquier tarde de domingo puede salir del agua una lancha de la guardia costera. Cuando pasa, las mujeres que ya están en bikini corren a taparse. El bar deja de servir cervezas. Todos temen estar haciendo algo mal: saben que, desde principios de junio, el gobierno obliga a las bañistas a llevar burkini y a ellos, a cubrirse desde el ombligo hasta las rodillas.