Un "imposible" con unas amenazas bien reales: así sería la invasión de Canadá
Los patrióticos discursos de los líderes canadienses reflejan la "traición" que dicen sentir muchos de sus compatriotas de a pie, implicados en campañas de apoyo a los productos nacionales y de boicot a los productos estadounidenses
Hay algo obsceno, incluso pornográfico, en el hecho de imaginar una invasión. Por eso a algunos canadienses les desagrada leer artículos como este. Quizás no les guste que se utilicen las contingencias de Canadá para sumar clics o quizás estén siendo supersticiosos, como si las descripciones de los tanques Abrams avanzando por la llanura de Ontario o de los misiles Tomahawk pulverizando sus centros de mando fueran a estimular el apetito de los dioses de la guerra y a propiciar el desastre.
Pero la intuición de este escenario, altamente improbable por muchas y muy lógicas razones, no se debe a la sed de atención de la prensa, sino a las declaraciones que el presidente Donald Trump lleva haciendo desde diciembre: la idea de que la frontera que divide ambos países es una "línea artificial" y de que Canadá debería de convertirse en el "estado 51" porque está siendo "subsidiado" por Estados Unidos. Aunque Trump ha dicho que no recurrirá a la fuerza militar, sus afirmaciones, acompañadas de los aranceles del 25% a los importantes sectores del acero, el aluminio y el automóvil, han causado una inevitable conmoción en el país vecino.
"El presidente Donald Trump está intentando quebrarnos para que Estados Unidos pueda ser nuestro dueño. Eso nunca, nunca sucederá", declaró el primer ministro, Mark Carney, la noche de su reciente victoria electoral. Su antecesor, Justin Trudeau, opinaba lo mismo en marzo: "Lo que quiere [Trump] es ver un colapso total de la economía canadiense, porque eso facilitaría la anexión". Para el diputado Charles Angus, la retórica de Trump es en sí misma "un acto de guerra".
Los patrióticos discursos de los líderes canadienses reflejan la "traición" que dicen sentir muchos de sus compatriotas de a pie, implicados en campañas de apoyo a los productos nacionales y de boicot a los productos estadounidenses. Las palabras de Trump han amalgamado a la población y resucitado al Partido Liberal, al que solo un loco hubiera dado opciones de supervivencia política hace cuatro meses.
Argemino Barro. OttawaGráficos: Miguel Ángel Gavilanes
El abanico de interpretaciones entre los expertos militares y de seguridad nacional, no obstante, es un poco más amplio. Algunos piensan que el presidente estadounidense solo está provocando a Canadá para forzarla a gastar más en defensa y a hacer sus deberes militares en el Ártico. Otros tienen una visión más sombría. Lo que todos reconocen es que, en el hipotético caso de que la anexión sea el objetivo, los canadienses están en una situación de extrema vulnerabilidad.
"Canadá es un ratón durmiendo con un elefante. Cuando el elefante se mueve, el ratón se tiene que apartar", dice el general retirado David J. Anderson, responsable de coordinar, en Afganistán, la mayor operación militar canadiense desde la Segunda Guerra Mundial. "Por supuesto que no podríamos defendernos", continúa. "La razón por la que tenemos la frontera no defendida más larga del mundo es porque siempre hemos sido unos aliados con valores e intereses compartidos. Hemos sido los mejores vecinos durante el periodo de tiempo más largo. Déjame hacerte una pregunta: ¿está España preparada para defenderse contra Francia y Alemania? No, porque no necesitáis estar preparados. Ahora nosotros sí que lo necesitamos".
El exmilitar, que con su imponente estatura y su frondoso bigote níveo parece un general prusiano, dice que los canadienses están "muy, muy molestos", porque pensaban que su buena relación vecinal era inalterable. "Los viajes a EEUU se han desplomado por una razón", dice. "No vamos a ir. Yo hice un máster con los americanos. Fui a la guerra junto a ellos tres veces. Y ahora no volvería a América".
La Dra. Grazia Scoppio, profesora emérita de estudios de la defensa en el Royal Military College y miembro del Centre for International and Defence Policy (CDIP), cree que los canadienses no se dan cuenta de su debilidad. "Cuando escucho hablar a los políticos, no creo que tengan una idea de la magnitud del desequilibrio entre las Fuerzas Armadas de Estados Unidos y nuestras muy pequeñas Fuerzas Armadas", declara. "Cuando dicen cosas como que nos tenemos que defender, y demás, están tan lejos de la realidad que no puedo ni empezar a describirlo".
La invasión (y ocupación) de Canadá
La invasión de Canadá por parte de Estados Unidos es bastante fácil de barruntar. Ya lo hicieron los propios estadounidenses en 1930, cuando trazaron el llamado "War Plan Red": un esbozo de invasión que, según el Dr. Howard Coombs, reservista del Ejército canadiense, profesor de historia del Royal Military College y director del CDIP, solo tendría que ser ligeramente actualizado en el caso de que Donald Trump, o cualquiera de sus sucesores, decidiera lanzar el dado de hierro.
Para empezar, es probable que los ciberataques y la guerra electrónica dejaran a los canadienses a oscuras, sin posibilidad de comunicarse entre ellos ni de ejercer una defensa efectiva. A diferencia de los ucranianos, los canadienses no han invertido en defensas antiaéreas, así que los misiles enemigos no tendrían mayor dificultad en borrar del mapa sus centros de mando y control y otros nódulos estratégicos.
Se ha destacado que el territorio de Canadá es más grande que el de Estados Unidos. Y es cierto. Pero el 80% de su población está concentrada en tres regiones pegadas a la frontera. Los americanos, que prepararían un amplio contingente de fuerzas especiales, solo tendrían que saltar por encima de la demarcación, como recoge el War Plan Red, en tres direcciones. Desde Detroit y Búfalo, atacarían Toronto; desde Boston y Albany, se abalanzarían sobre Montreal. En el Oeste, desde Grand Forks atacarían Winnipeg y desde Bellingham atacarían Vancouver. También bloquearían el Puerto de Halifax para evitar que los canadienses recibieran asistencia aliada.
El desequilibrio de fuerzas es tan grande que pocos expertos dudan del éxito de estas hipotéticas acciones. Con una población 8,7 veces mayor que la canadiense y un gasto en defensa 22 veces superior, Estados Unidos tiene casi 20 veces más personal militar activo, seis veces más barcos, 37 veces más aviones, 40 veces más helicópteros y 62 veces más tanques. En muchos registros, EEUU posee miles de piezas de artillería y de lanzamisiles variados, mientras que Canadá no tiene ninguno, como tampoco tiene destructores, portaaviones o helicópteros de ataque.
Y eso si miramos solo las cantidades, frías y descontextualizadas. En cuestión de calidad los canadienses también salen mal parados. Su flota, por ejemplo, bordea la obsolescencia. Sobre todo si ponemos la vista en los crecientes desafíos del Ártico, donde hacen falta rompehielos, cascos especiales, sistemas de navegación aptos para condiciones polares y otros avances que, de momento, solo son aspiraciones.
La razón fundamental de esta dejadez en materia de seguridad es evidente: hace medio siglo que Canadá depende de Estados Unidos para casi todo lo relacionado con su defensa. Como apunta el periodista Stephen Marche, "Canadá ha construido sus fuerzas en torno a la interoperabilidad con las fuerzas de EEUU, tanto para la protección continental mutua, en proyectos bilaterales como el Mando Norteamericano de Defensa Aeroespacial (NORAD), como para fuerzas expedicionarias como la misión de la OTAN en Afganistán". Los canadienses han basado su seguridad nacional, dice Marche, "en la premisa de la cordura americana".
El debate está en qué sucedería después. Digamos que Estados Unidos logra desbaratar o apoderarse de la infraestructura militar canadiense, ocupar sus centros de gobierno y obligar a los líderes a colaborar o a exiliarse. ¿Y luego?
Según Aisha Ahmad, profesora de la Universidad de Toronto experta en contrainsurgencia, "es imposible anexionarse Canadá sin violencia". En un artículo publicado en The Conversation, Ahmad argumenta que, para los resistentes, "algo ocurre cuando matan a su madre, o cuando sus hijos no pueden acudir a un hospital. La gente resiste porque tiene que resistir". Por ejemplo, saboteando a los ocupantes, tendiendo emboscadas, desviando fondos, cortando cables y escondiéndose después en una población y un territorio que conocen y que les son favorables.
Ahmed añade que, si solo ejerciera la resistencia un 1% de la población de Canadá, estaríamos hablando de unos 400.000 insurgentes: casi diez veces más que el número de talibanes que, tras dos décadas de guerra, vieron cómo los desgastados invasores americanos tiraban la toalla.
El Dr. Howard Coombs lo ve de otra manera. Él cree que los estadounidenses tendrían éxito tanto en la invasión inicial como durante la ocupación de Canadá. Coombs también es un experto, a nivel académico y práctico. Ha desempeñado misiones militares en Yugoslavia y en Afganistán, adonde luego volvió para asesorar al comandante de las fuerzas canadienses en materia de contrainsurgencia.
"Mi trabajo consistía en ayudar a informar sobre las actividades de contrainsurgencia que realizábamos y asistir en la planificación de los procesos, acompañando al comandante durante las diferentes operaciones y actividades tácticas para así tener una idea de nuestra efectividad", dice Coombs. "De hecho coordinábamos un esfuerzo a todos los niveles del Gobierno, integrando agencias civiles y militares".
El análisis de Coombs sobre cómo sería un ataque estadounidense es el más detallado de los que se han publicado en la prensa de Canadá, pero también el más pesimista. "Mi visión es impopular. Desde que participé en el podcast", dice en refencia al programa Frontburner, del conglomerado público CBC, "he recibido numerosos emails de gente que me dice que no soy canadiense, que no entiendo a los canadienses, etcétera. Pero yo no he dicho que los canadienses no querrían resistir. Esto no va de querer resistir, sino de tener las herramientas para hacerlo".
Las comparaciones con Afganistán, por ejemplo, son absurdas. "Afganistán tenía unas fronteras muy porosas y vecinos que podían suministrar armas, municiones y entrenamiento", explica, en referencia a los aledaños Irán, Pakistán, Uzbekistán, Turkmenistán y Tayikistán. "El país llevaba décadas combatiendo. A los americanos, a los soviéticos, a los británicos. Así que hay una tradición de resistencia, una cultura guerrera y apoyo del exterior. El suministro de armas estaba garantizado".
Si miramos el mapa de Canadá, saltan a la vista dos cosas: la primera, que su único vecino es Estados Unidos. La segunda, que, con excepción de la danesa y poco poblada Groenlandia, el resto de países quedan a miles o decenas de miles de kilómetros de distancia. Y EEUU controla el cielo y el mar. Si los británicos, por ejemplo, mandaran un avión lleno de armas, quizás el primero llegaría a destino. El segundo, dice Coombs, sería derribado. Es como si Ucrania tuviera un ejército pequeño y dependiente, y solo un vecino: Rusia. La historia habría sido distinta.
"Cuando la gente habla de la insurgencia canadiense, [tiene que entender que] no somos una sociedad militar", continúa Coombs. "La mayoría de los canadienses no tiene conexiones militares, ni entrenamiento. Nuestras armas son armas de caza. ¿Habría resistencia? Probablemente, pero sería de bajo nivel y cualquier acto de violencia contra los ocupantes sería cruelmente aplastado. Las fuerzas americanas tienen más de dos décadas de experiencia combatiendo a insurgentes. Cuando la gente habla de la insurgencia canadiense, no creo que sea consciente de la realidad de lo que implica organizarla. No es algo que se haga espontáneamente".
Parte de esta visión novelística que acompaña a la palabra "resistencia" ha llevado a otros autores a mencionar la vastedad de la naturaleza canadiense. ¿No podría formarse, como en Ucrania y Bielorrusia, una red de partisanos que golpeara a los ocupantes para luego desaparecer en los bosques? ¿Algo similar a Vietnam?
"Quienes hablan de mudarse a regiones remotas, no están prestando atención a los drones equipados con cámaras térmicas, a los satélites y a otras tecnologías que permiten detectar a individuos que se mueven en cualquier zona", dice Coombs. El uso habitual de este tipo de recursos en Ucrania debería servir como ejemplo.
Coombs estima que los estadounidenses podrían movilizar cerca de un millón de efectivos, incluyendo a la Guardia Nacional. Los canadienses, como mucho, 60.000. "Solo el Mando de Operaciones Especiales de EEUU tiene el tamaño de todo el Ejército canadiense", dice Coombs. "Pero, ¿haría falta un gran despliegue? No lo creo. Las capacidades militares de EEUU son tales que podrían lanzar un asalto golpeando puntos estratégicos. No necesitan grandes cantidades de tropas".
El experto añade que Washington podría aprovecharse, también, de las brechas políticas de Canadá y del hecho de que se trata de un sistema descentralizado. La provincia de Quebec ha estado a punto de independizarse dos veces, la más reciente en 1995. El "No" a la separación se impuso por un margen finísimo: el 50,58% de los votos. Sentimientos similares afloran en la provincia de Alberta, que, de convertirse en país independiente, sería el quinto productor de petróleo del mundo.
De hecho, puede que EEUU no tuviera ni que recurrir a la fuerza bruta. "Si estuviera a cargo de organizar la campaña, la prepararía con una antelación de entre 24 y 36 meses", dice Coombs. "Empezaría moldeando el ambiente informativo, financiando partidos separatistas y grupos de interés, y comunicando los beneficios económicos de la unión de los dos países. Sería una campaña integrada con el objetivo de crear las condiciones para tomar Canadá. Puede que ni siquiera hiciera falta la fuerza militar, sino solo los instrumentos diplomáticos, económicos y de información que tiene EEUU. Creo que recurrir a la fuerza militar revelaría falta de imaginación".
Pulsiones imperialistas
Quedan muy pocos norteamericanos, a un lado o a otro de la frontera, que recuerden los días en que Canadá y Estados Unidos no tenían una relación tan cercana. El soldado más condecorado de la historia de Canadá, Richard Rohmer, es uno de estos norteamericanos. A sus 101 años de edad, Rohmer rememoraba recientemente su experiencia con los estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial, y la idea, popular entre estos, de que tenían que gestionar los asuntos canadienses. Tanto los militares como los relacionados con los recursos energéticos.
La intuición de Rohmer sobre las aspiraciones latentes en Estados Unidos lo llevaron a escribir una trilogía de libros de política ficción: Ultimatum, Exxoneration y Ultimatum 2, publicados entre 1973 y 2007. El argumento de los tres gira en torno a la anexión estadounidense de Canadá, en sus diferentes fases. Ocho décadas después de desembarcar en las playas de Normandía y de completar 135 vuelos de reconocimiento sobre posiciones nazis, Rohmer está viendo sus presentimientos reivindicados. Cree que Donald Trump es "un gran peligro para Canadá".
Los historiadores del siglo XIX estarían de acuerdo con Rohmer. La "frontera más amistosa del mundo", como se ha dicho de los casi 9.000 kilómetros no militarizados que dividen Estados Unidos y Canadá, no lo ha sido siempre. Los estadounidenses invadieron Canadá en la guerra de 1812. Pensaban, como dijo el presidente Thomas Jefferson, que sería "cuestión de desfilar". Los tres asaltos sucesivos lanzados entre el verano y el otoño de aquel año acabaron en catástrofe para los atacantes.
Hubo más invasiones, o mejor dicho escaramuzas, de todo pelaje. El Estado de Maine entró en guerra con Canadá en 1838. También hubo choques en el oeste. Cuando los estadounidenses compraron Alaska y expresaron interés en Groenlandia, se daba por hecho que Canadá acabaría fusionándose, por pura fuerza de gravedad económica y demográfica, con Estados Unidos.
El citado War Plan Red demuestra que, en 1930, los estadounidenses seguían sin confiar mucho en Canadá. La Primera Guerra Mundial había demostrado, unos años antes, que el Imperio británico estaba en declive y que existía la posibilidad de que su poderosa Royal Navy, celosa de la pujanza americana, quisiera conservar su puesto atacando a su antigua colonia. Canadá, parte de la Commonwealth, hubiera sido su rampa de lanzamiento. De ahí que los americanos diseñaran War Plan Red.
Lo interesante es que los canadienses, habiendo visto la fortaleza de EEUU en los campos de batalla europeos, también crearon, en 1921, su propio plan de invasión, al que dieron un nombre neutral: Defence Scheme No. 1. Como cuenta Kevin Lippert en su libro War Plan Red: The United States' Secret Plan to Invade Canada and Canada's Secret Plan to Invade the United States, la idea era atacar las capitales norteñas de EEUU para ganar tiempo mientras llegaban los británicos.
Todos estos roces y suspicacias han sido enterrados por lo últimos 80 años de amistad y creciente integración, pero una somera revisión de la historia indica que estos vecinos no siempre se llevaron bien. Como tampoco se han llevado siempre bien España y Francia, o Francia y Alemania. El miedo de los canadienses es que la llegada de Trump y de su visión del mundo, que ha sido descrita como un retorno a la crudeza del siglo XIX, represente un cambio de ciclo perjudicial para Canadá.
El arte del trato
Antes de unirse al Center for International Governance Innovation (CIGI), de la Universidad de Waterloo, Raquel Garbers fue directora general de Políticas de Defensa Estratégica del Gobierno canadiense y la responsable de diseñar el último plan estratégico nacional: "Our North, Strong and Free". Preguntada por el súbito cambio de tono de Estados Unidos hacia Canadá, Garbers dice que el mundo está cambiando y que las democracias tienen que revisar sus prioridades geopolíticas.
"El orden de la pos-Guerra Fría estaba en las últimas y en proceso de colapso, sobre todo por el ascenso de China y el declive relativo de Estados Unidos en términos de poder militar y económico", explica Garbers por videollamada. "La guerra económica de China ha jugado un papel clave en esta ruptura del orden global. A los aliados esto les cogió desprevenidos, cuando tenían que haber estado preparados. Era clamorosamente obvio, al menos desde hace una década, que esto iba a suceder".
Lo que está haciendo la Administración Trump, según Garbers, es tratar de recuperar el tiempo perdido frente a la creciente aserción internacional de China. Por ejemplo en el Ártico, donde los chinos están mostrando interés y han tomado algunas iniciativas junto a Rusia: el país con más kilómetros (24.000) de costa ártica. Esto puede explicar, en parte, la nueva actitud de Washington hacia los canadienses.
"Donald Trump habla de [convertir a Canadá en el] Estado 51 por varios motivos", explica Garbers. "El primero, porque Trump tenía muy mala relación con el anterior primer ministro, Justin Trudeau, y decidió trolearlo. De esta manera, además, Trump provocó una reacción emocional en Trudeau y empezó la negociación planteando un objetivo escandaloso, elevando las probabilidades de lograr concesiones. Y EEUU ha dejado claro durante años cuáles son sus exigencias: que Canadá cumpla sus compromisos en el gasto militar y que sea económicamente más autosuficiente".
Los canadienses gastaron en 2024 un 1,37% del PIB en defensa, bastante por debajo del 2% acordado por la OTAN, de manera no vinculante, en 2014. Lo cual deja a Canadá a la cola de los miembros de la alianza en materia de gasto. El palo de Trump al amor propio de los canadienses, y sus aranceles del 25%, serían una forma de empujarlos a tomar las riendas de sus asuntos militares y, fundamentalmente, a que levanten un muro frente a Rusia y China en el Ártico, donde el deshielo abre nuevas rutas y el potencial acceso a recursos mineros y energéticos incalculables.
El palo de Trump al amor propio de los canadienses, es empujarlos a tomar las riendas de sus asuntos militares
Cuando le pregunto a Garbers por las falsedades y tergiversaciones con las que Donald Trump justifica sus presiones a Canadá, como las acusaciones de flujo de fentanilo y del cruce de inmigrantes indocumentados en la frontera, los aranceles a la leche o la idea de que EEUU está "subsidiando" al país, esta dice que Trump opera de esta forma. "Ése es su estilo", dice. "Golpearte fuerte y rápido, y hablar después".
La idea de intimidar al contrario para negociar a continuación desde una posición de fuerza se llama, en la psicología de la negociación, "anclaje". Dado que Trump es el exponente más relevante de esta forma de actuar, también se conoce como "El arte del trato", una referencia al superventas de Trump publicado en 1987. Golpes, amagos y bravuconería para conseguir, al final, algunas concesiones.
Garbers recalca que los aranceles que Trump ha puesto a Canadá no son un instrumento de "guerra económica", como se ha dicho a veces en la prensa. Y que la narrativa de que Estados Unidos trata de anexionarse a Canadá no hace ningún bien a los canadienses, ya que puede llevarlos a tomar malas decisiones. Garbers prefiere no comentar el hecho de que el premier, Mark Carney, ha declarado varias veces que eso es lo que quiere hacer EEUU: debilitar a Canadá para "adueñarse" de ella.
Sí que hay un posible escenario, sin embargo, en el que Estados Unidos podría realmente intentar anexionarse Canadá, según Garbers. "Canadá tendría que preocuparse si estallara un conflicto armado en el Ártico", dice la experta. "Y, si Canadá es incapaz de defender la región, o de hacer una mínima contribución defensiva, de manera que Estados Unidos pague un alto precio en sangre y dinero para defender el Ártico, ahí los estadounidenses podrían decir que han sangrado y perdido vidas por esa tierra. Y que les gustaría quedarse con un pedazo. Para mí, este es el único escenario realista" en el que EEUU intentaría hacerse con Canadá.
La Gran Norteamérica
Al final, todos los expertos consultados reconocen la dificultad de saber qué piensa o qué planea Donald Trump, una persona que parece cultivar el caos y la incertidumbre como método para gobernar a los demás desde una posición de fuerza. Las racionalizaciones de la hipotética anexión de Canadá son variadas.
Es posible que sus rebosantes recursos naturales, más el hecho de que el 70% de sus exportaciones se venden a EEUU, sus infraestructuras petrolíferas están montadas para saciar la infinita sed de los americanos y hay una textura cultural tan similar que a veces resulta difícil, por ejemplo, distinguir el acento canadiense del estadounidense, hayan estimulado la imaginación del magnate inmobiliario. Si Canadá depende tanto de nosotros, puede pensar Trump, ¿por qué no fusionarnos?
Al lote de las conjeturas hay que añadir la cuestión de Groenlandia. Los comentarios de Trump sobre Canadá viven en esa frontera característica entre el troleo y la amenaza; sus comentarios sobre Groenlandia, en cambio, son más directos y afilados. Trump no ha descartado la "fuerza militar" para anexionársela.
Una posibilidad es que esta fijación de Trump con Norteamérica, o más bien con el Ártico, podría originarse en el hecho de que Estados Unidos ya no tiene ni el músculo ni las ganas de estar en casi todas partes. No quiere seguir siendo el "policía del mundo". Su poder aún es superior al del resto de países, pero se ha desinflado comparativamente en los últimos 30 años. Trump habría decidido que lo mejor, por tanto, es soltar lastre y centrarse en las oportunidades que ofrece el vecindario.
Los expertos consultados reconocen la dificultad de saber qué piensa o qué planea Donald Trump, una persona que parece cultivar el caos
Como argumenta la profesora Stacie E. Goddard en Foreign Affairs, Trump podría tener en mente un equilibrio global dividido en tres polos: EEUU, China y Rusia. Un comité de iguales que, si bien no serían aliados, por lo menos mantendrían la estabilidad sin meterse en el patio trasero del otro. Esto explicaría el interés de Trump de retirarse de varias zonas del mundo, como Europa; el desmantelamiento de la ayuda humanitaria y otros instrumentos de poder blando, y las ganas de forjar una relación buena y estable con Rusia, zanjando cuanto antes la guerra en Ucrania.
Stacie Goddard ha comparado este orden mundial con el Concierto de Europa: la gobernanza establecida por las potencias conservadoras después de las guerras napoleónicas. La Santa Alianza de Rusia, Prusia y Austria, a la que luego se unieron Reino Unido y Francia, se repartió el continente en esferas de influencia donde cada una podía gobernar su periferia a su gusto. Un mundo en el que la fuerza era fuente de derecho y en el que los mayores mandaban y los demás acataban.
El interés de Trump en Groenlandia, Canadá y el Canal de Panamá, encajaría con este nuevo "concierto". Un paisaje donde el comercio global disminuiría en favor de una mayor autonomía estratégica. En el caso de EEUU, ¿por qué depender de China cuando quizás se puedan explotar los minerales de tierras raras en Groenlandia? Los nacional-populistas como Donald Trump ven los países como fortalezas, cada cual centrada en lo suyo. Y la idea de tener una Gran Norteamérica, una "bella masa de tierra", en palabras de Trump, que incluya Canadá y Groenlandia, puede ser el sueño final de esta administración. Y un legado inigualable para el presidente.
Hay otra posibilidad, la más lúgrubre de todas: la noción, señalada por algunos estudiosos de los regímenes autocráticos, de que la represión interna y la agresión externa suelen ser las dos caras de una misma moneda. Un ejemplo reciente es el de Rusia, donde el aumento de la represión de los ciudadanos ha ido de la mano del aumento de la agresividad exterior, sobre todo en Ucrania. La erosión del imperio de la ley y de los contrapesos democráticos en Estados Unidos, con Trump, es patente, y aún le quedan más de tres años y medio de legislatura. Nadie sabe en qué situación se encontrará Estados Unidos, y con qué necesidades, dentro de dos o tres años.
¿Qué hacer?
Desde un punto de vista pragmático, todas estas teorías son irrelevantes. El consenso es que Canadá tiene que reforzar su defensa sí o sí: con más inversión, planificación y audacia. Pero sin ningún aspaviento dramático, porque, como diría Trump, los canadienses simplemente "no tienen las cartas" para enemistarse con EEUU.
"Tenemos que seguir teniendo una relación amigable y colaborativa desde el punto de vista militar y de defensa con Estados Unidos. No tenemos elección", dice la Dra. Grazia Scoppio. "Tenemos que dejar que el tema político siga su curso, pero, desde una perspectiva militar, hay que seguir siendo aliados".
Según Scoppio, la sacudida que ha dado Trump a Canadá ha hecho que los líderes y la opinión pública empiecen a prestar más atención. "Esto significa, en la práctica, que vamos a destinar más dinero de nuestro PIB a la OTAN y que vamos a intentar, realmente, potenciar el reclutamiento. Nos estamos moviendo en la buena dirección. En algún momento también necesitaremos expandir nuestras Fuerzas Armadas".
"Esto significa, en la práctica, que vamos a destinar más dinero de nuestro PIB a la OTAN"
La conversación con Scoppio se produce en un aula del CDIP, después de la charla del coronel Kris Purdy, titulada "Estrategia para desayunar". Purdy ha argumentado que Canadá debería de aprovechar este "shock estratégico" para abordar una serie de tareas, como agilizar los procesos burocráticos, armonizar las "29 estrategias" que tiene el país para frentes distintos, desde Oriente Medio a la fabricación de barcos; potenciar el número y la formación del cuerpo de suboficiales e inculcar a la administración y a los ciudadanos la importancia de la seguridad nacional.
"Nuestra estrategia es muy reactiva", dice el Dr. Howard Coombs. "Normalmente trabajamos en el seno de alianzas, particularmente con EEUU. Así que una de las primeras cosas que tenemos que hacer es definir con claridad una estrategia canadiense: dividir el mundo entre los intereses importantes y los intereses vitales".
Coombs añade que sería interesante adoptar el modelo escandinavo de "defensa total", ya que implicaría integrar en la seguridad nacional a los "socios de la industria, socios comerciales, para cuestiones como el transporte marino o el reabastecimiento. No son militares, pero pueden ayudar a subsanar, en el corto plazo, algunas de las deficiencias en nuestras capacidades y estructuras".
Al igual que el resto del mundo, pero con más capital en juego, los canadienses están siendo obligados a interpretar cada gesto y amago de Washington, que les ha hecho comprender que uno no debe colocar su futuro en manos ajenas. "Trump puede levantarse mañana y decidir que América saldrá de la OTAN", dice el exgeneral Jason Alexander. "¿Existiría la OTAN sin América? ¿Sería Canadá parte de esta OTAN?".
Hay algo obsceno, incluso pornográfico, en el hecho de imaginar una invasión. Por eso a algunos canadienses les desagrada leer artículos como este. Quizás no les guste que se utilicen las contingencias de Canadá para sumar clics o quizás estén siendo supersticiosos, como si las descripciones de los tanques Abrams avanzando por la llanura de Ontario o de los misiles Tomahawk pulverizando sus centros de mando fueran a estimular el apetito de los dioses de la guerra y a propiciar el desastre.