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Cómo Japón logró superar la adicción que mantiene a Trump atado a China
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La dependencia más rara

Cómo Japón logró superar la adicción que mantiene a Trump atado a China

Tokio se salvó gracias a una estrategia deliberada de diversificación, innovación tecnológica y reservas estratégicas. Un camino diametralmente opuesto al que siguió la primera potencia del mundo

Foto: Vista de una perforadora en la mina de tierras raras de Malmberget (Suecia). (Reuters/Frederick Alm)
Vista de una perforadora en la mina de tierras raras de Malmberget (Suecia). (Reuters/Frederick Alm)
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En septiembre de 2010, un incidente en el mar de la China Oriental marcó un antes y un después en el modo en que Japón concibe su seguridad económica. La colisión de un barco pesquero chino con patrulleras japonesas cerca de las islas Senkaku —un pequeño archipiélago deshabitado que ambos países reclaman como propio— desató una tormenta diplomática que Pekín no tardó en convertir en una ofensiva comercial. Poco después del incidente, el gigante asiático suspendió todas las exportaciones de tierras raras a su vecino oriental.

Esa fecha quedó marcada a fuego en la agenda del Ejecutivo japonés. En aquel entonces, el país dependía de China en más de un 90% para el abastecimiento de tierras raras, un grupo de 17 elementos químicos fundamentales para fabricar imanes de alto rendimiento, motores eléctricos, sistemas de guiado, turbinas eólicas y otros componentes tecnológicos avanzados. Una vulnerabilidad crítica que hasta ese momento, como en tantos otros casos, se había asumido como coste asumible de la globalización.

Quince años después, la situación ha cambiado drásticamente. Japón ha logrado reducir su dependencia actual a aproximadamente un 60% y cuenta con una amplia gama de recursos para absorber un shock de oferta como el de 2010. Todo gracias a una estrategia deliberada de diversificación, innovación tecnológica y reservas estratégicas. Un camino diametralmente opuesto al que siguió la primera potencia del mundo.

Pese a múltiples alertas, informes del Pentágono, iniciativas legislativas y discursos presidenciales, Estados Unidos sigue dependiendo casi exclusivamente de China, el país que considera su principal rival estratégico, para acceder a imanes de tierras raras y otros productos clave derivados de estos minerales. Un talón de Aquiles que Pekín ha sabido aprovechar hasta la fecha para torear las embestidas arancelarias de Donald Trump y ejercer presión en las negociaciones bilaterales.

Foto: Trabajadores en una planta de tierras raras en Lianyungang, China. (Reuters)

La semana pasada, tras dos jornadas de conversaciones en Londres, Trump anunció que su Gobierno había alcanzado un acuerdo preliminar con China para reactivar la tregua comercial que ambas potencias mantienen desde el 12 de mayo. En un mensaje publicado en su red Truth Social, el presidente aseguró que Pekín se había comprometido a suministrar “por adelantado” imanes y tierras raras a Estados Unidos. Un compromiso que subraya hasta qué punto la dependencia de estos materiales se ha convertido en una palanca clave de presión geoeconómica para el Gobierno de Xi Jinping.

Hasta finales de los años 80, Estados Unidos lideraba buena parte de la producción y procesamiento mundial de tierras raras gracias a la mina de Mountain Pass (California). Pero con el auge de China en los años 90, muchas empresas estadounidenses dejaron de invertir en capacidad doméstica y pasaron a depender del suministro chino, atraídas por sus menores costes, laxos controles ambientales y una política estatal agresiva de expansión minera.

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump. (Reuters)

Revertir este proceso no es una cuestión de meses, ni de años. “Es un proceso químico intensivo, una especie de arte. Y no basta con abrir minas: hay que saber separar, refinar y convertir el material en imanes listos para su uso industrial”, afirma Jeff Amrish Ritoe, asesor estratégico sobre energía y materias primas para el Hague Centre for Strategic Studies (HCSS), en entrevista con El Confidencial. “Ahora toca reconstruir ese conocimiento desde cero”, agrega.

El país mejor preparado

Ante esta situación, el modelo japonés ofrece una hoja de ruta concreta que otros países podrían seguir, si existiera la voluntad política y económica para hacerlo. Tras el embargo de tierras raras de 2010, el Ejecutivo nipón, en cuestión de semanas, aprobó un presupuesto extraordinario de 100.000 millones de yenes (unos 870 millones de euros en aquella época) destinado a mitigar la crisis, estabilizar los precios y, sobre todo, sentar las bases de una estrategia a largo plazo para reducir la dependencia de un solo proveedor.

Foto: Manifestación en Torrenueva para frenar los proyectos de investigación de tierras raras. (EFE/ Elisa Laderas)

Japón firmó acuerdos bilaterales con países con reservas no explotadas, invirtió en proyectos mineros en el extranjero y desplegó su banca pública para respaldar a empresas nacionales interesadas en establecer nuevas cadenas de valor. Australia se convirtió pronto en el socio prioritario, pero los esfuerzos se extendieron también a países del sudeste asiático como Vietnam y Myanmar.

El enfoque no se limitó a la obtención de materia prima: también incluyó inversiones en infraestructuras de procesamiento y refinado. Instituciones como la Japan Oil, Gas and Metals National Corporation (JOGMEC) jugaron un papel central en este despliegue. “El JOGMEC es el vehículo del Gobierno japonés para materias primas estratégicas. Primero se centraba en petróleo, pero a raíz de la crisis de 2010 comenzó a cubrir las tierras raras”, explica Ritoe. “Trabaja muy cerca del Ministerio de Economía, y puede liberar reservas o intervenir en el mercado para mitigar precios. Es un modelo muy eficaz”, agrega.

Un componente clave fue la creación de reservas estratégicas, no solo para uso de emergencia sino como herramienta macroeconómica. En los primeros meses, tras el embargo, muchas empresas acumularon tierras raras de forma desordenada, generando burbujas especulativas. Pero con el tiempo, el Gobierno estableció mecanismos más racionales para garantizar suministros mínimos sin distorsionar el mercado. Estas reservas, gestionadas en parte por JOGMEC, actúan hoy como un amortiguador ante posibles disrupciones.

En contraste con el enfoque japonés, Estados Unidos —como la mayor parte de Europa— no ha logrado articular una estrategia integral que combine diversificación, reservas y tecnología propia. Sin un apoyo estatal que las respaldara, las empresas estadounidenses han mostrado reticencias a asumir inversiones de largo plazo en minería y procesamiento de tierras raras, por su alto coste, complejidad técnica y retorno incierto. “Las compañías estadounidenses operan con la lógica de lo inmediato, no quieren cargar su balance con inventarios ni proyectos de alto riesgo”, explica Ritoe. “No ha habido una visión coherente de la cadena de suministro, ni voluntad real de asumir los costes”, agrega.

De aquellos polvos, estos lodos

Washington ha ido posponiendo decisiones estructurales durante más de tres décadas, en parte porque el suministro parecía garantizado y barato. Pero esa pasividad se ha convertido en una amenaza tangible en un contexto de rearme tecnológico, transición energética y confrontación sistémica con China.

Hoy, la economía estadounidense es más vulnerable que nunca a su dependencia de las tierras raras, porque en el corazón de buena parte de su producción tecnológica laten imanes de alto rendimiento fabricados con disprosio, terbio o samario, entre otros elementos del grupo. “Casi cualquier aplicación que requiera un motor eléctrico potente necesita un imán de tierras raras. Y si además tiene que operar a altas temperaturas, como ocurre en defensa o en aviación, entonces no hay sustituto posible”, explica Ritoe. “Existen alternativas sin tierras raras, pero su rendimiento es inferior. Y en sistemas críticos, eso no es aceptable”, sentencia.

Foto: Un Mercedes-Mybach S 580 en la Feria del Automóvil de Shanghái celebrada en abril. (EFE/Alex Plavevski)

A falta de saber si las palabras de Trump son ciertas y China volverá a abrir el grifo de las tierras raras, el bloqueo chino que comenzó a raíz de los aranceles impuestos por la administración Trump ya ha empezado a pasar factura. Según ha reportado The New York Times, varias fábricas de automóviles y componentes electrónicos han reducido turnos o interrumpido temporalmente la producción por falta de suministro. Ford, por ejemplo, tuvo que cerrar durante una semana su planta de SUV Explorer en Chicago por la falta de imanes importados.

No será la última. Según la Agencia Internacional de la Energía, China seguirá controlando más del 75% del refinado de tierras raras en 2035. Ni los compromisos del G7, ni los nuevos proyectos de minería en marcha en Australia, Brasil o Estados Unidos bastan, por ahora, para romper un monopolio construido durante décadas. Como dijo Deng Xiaoping en 1987: “El Medio Oriente tiene petróleo, China tiene tierras raras”. Quien no se haya preparado a tiempo para esa realidad, hoy carece de las cartas necesarias para plantarle cara a China en una guerra comercial.

En septiembre de 2010, un incidente en el mar de la China Oriental marcó un antes y un después en el modo en que Japón concibe su seguridad económica. La colisión de un barco pesquero chino con patrulleras japonesas cerca de las islas Senkaku —un pequeño archipiélago deshabitado que ambos países reclaman como propio— desató una tormenta diplomática que Pekín no tardó en convertir en una ofensiva comercial. Poco después del incidente, el gigante asiático suspendió todas las exportaciones de tierras raras a su vecino oriental.

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