Esta psicóloga te explica por qué te traiciona el subconsciente... aunque no quieras
Entrevista a la profesora Mahzarin Banaji, una de los cinco ganadores del premio Fronteras del Conocimiento 2025 en Ciencias Sociales de la Fundación BBVA
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El día más "transformador" de la vida profesional de Mahzarin Banaji, profesora de ética social Richard Clarke Cabot en la Facultad de Psicología de la Universidad de Harvard, fue cuando puso a prueba, con un test, sus propios sesgos implícitos. Corría el año 1994. Banaji y otros psicólogos buscaban la manera de medir nuestros reflejos subconscientes en la interacción con otras personas. La forma en la que, sin saberlo, prejuzgamos a los demás.
"Soy científica. Conocía el test. Sabía cómo funcionaba. Solo quería comprobar que todo estaba correcto", dice la académica en la sala de reuniones adjunta a su despacho en la planta más alta de Cambridge, en Massachusetts. "Pues resulta que no era capaz de asociar las caras de piel oscura con el bien, mientras, por el contrario, me era fácil asociar las caras de piel clara. Pensé que algo no funcionaba porque, evidentemente, yo me conocía a mí misma. Sabía que no estaba sesgada, ¿cómo era posible? Así que repetí el test una y otra vez. Pero la respuesta no cambiaba".
El secreto para medir esta disonancia entre las creencias conscientes y las percepciones subconscientes, que la académica describe como "el dilema americano", es que el test no apela, con preguntas, a nuestro razonamiento, sino que evalúa nuestras reacciones rápidas. Quienes tengan curiosidad, pueden completar el test gratis aquí. Aunque pueden llevarse el mismo chasco que Banaji en 1994.
Mahzarin Banaji es una de los cinco psicólogos galardonados con el XVII Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Ciencias Sociales, que este año reconoce las "contribuciones que han revolucionado la Teoría de las Actitudes y sus aplicaciones prácticas" en la educación, la política, la economía y otras áreas. Los otros cuatro premiados son Icek Ajzen, Dolores Albarracín, Richard E. Petty y Anthony Greenwald, que diseñó el test I. A. T. (test de sesgo implícito, por sus siglas en inglés) culpable de trastocar tantas buenas conciencias.
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Rodeados por los anaqueles de madera clara repletos de libros, con una plácida vista de la ciudad universitaria de ladrillo rojo, conversamos sobre nuestros sesgos: cómo medirlos, cómo deshacerse de ellos y cómo la cultura y el clima político pueden darles forma. La entrevista ha sido editada para potenciar su claridad.
PREGUNTA. ¿Cómo se descubrió el sesgo implícito?
RESPUESTA. Durante un siglo, los psicólogos estudiaron la representación del mundo en la mente humana planteando preguntas del tipo, ¿te gusta esto? O, ¿qué sientes sobre aquello? Preguntas explícitas. Pero resulta que, en los años ochenta, los psicólogos empezaron a observar a los amnésicos: las personas que tienen dañado el lóbulo frontal, o han abusado mucho del alcohol, y no tienen memoria. Los psicólogos descubrieron que, si les contaban un chiste, luego lo olvidaban, pero, al repetírselo, lo encontraban cada vez menos gracioso. Ahí comenzó la especulación de que, en la mente de estas personas, había algo a lo que no podían acceder, pero que estaba ahí.
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Si alguien les preguntaba qué habían desayunado esa mañana o qué frase habían pronunciado hacía un momento, no lograban acordarse. No podían acceder a ese conocimiento. Pero, si se les hacían preguntas indirectas, respondían con algo que habían escuchado antes. Así nació lo que llamamos la "revolución implícita". Empezamos a medir las actitudes: la emoción que produce algo, una persona, un objeto. Porque nada es neutral. Todo produce, aunque sea, una ligera actitud. Y luego comenzamos a estudiar el fenómeno en el contexto del grupo social.
P. ¿Puede darme un ejemplo de cómo funciona el test?
R. Cuando le preguntamos a alguien, ¿cómo te sientes respecto a la gente joven o a la gente mayor? Mucha gente dice, oh, me gusta la gente mayor. Adoro a mis abuelos. Pero luego les haces un test y les pides que asocien las caras de gente mayor con cosas percibidas como positivas, como helado, pizza, amigo, luz del sol, etcétera. Y al revés: les pides que asocien caras jóvenes con cosas negativas, como serpiente, o insecto. Y les resulta extremadamente difícil. Tardan más tiempo y cometen más errores. Pero, si les pides que asocien caras viejas con cosas negativas, y caras jóvenes con cosas positivas, les es mucho más fácil.
P. ¿Cómo de precisos son estos resultados?
R. Nuestro campo de estudio es muy particular. Si estudias el mundo social, lo puedes hacer como sociólogo o como antropólogo, pero ellos no realizan experimentos como hacen los físicos. Nuestro pequeño campo es uno de los pocos en los que estudiamos fenómenos sociales complicados, pero, como los físicos, hacemos experimentos. Y los resultados son reproducibles. Recolectamos datos de tantos millones de personas que, cuando demuestras algo, puedes estar seguro de que lo demostrarás de nuevo.
P. Este test se realiza en todo el mundo. ¿Cómo influye la cultura de cada lugar en los sesgos de las personas?
R. No hay ninguna cultura desprovista de sesgos, porque no hay ningún ser humano desprovisto de sesgos. Sin embargo, un sesgo en particular no será el mismo en todo el mundo. El sesgo hacia la piel oscura o hacia la piel clara será muy distinto en Papúa Nueva Guinea que en Europa, por ejemplo. El sesgo de edad es muy interesante, porque se ven variaciones. Alemania, por ejemplo, tiene un sesgo de edad muy alto. India lo tiene mucho más bajo, pero, incluso en India, joven sigue siendo mejor que viejo. ¿Por qué? Uno puede decir que es la diferencia entre las culturas de Oriente y Occidente, pero no es el caso. Si miras los datos, a lo mejor te sorprende, pero este sesgo tiene que ver con la proporción de personas mayores en una sociedad. En India hay mucha gente joven y muy poca gente mayor. En Japón sucede al revés: hay muchas personas mayores, por eso el sesgo contra ellas es tan alto.
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P. ¿Qué nos dice el test de la cuestión racial en Estados Unidos?
R. En Estados Unidos, desde los años treinta, hemos estado preguntando a la gente por su actitud hacia las personas negras, por ejemplo. Y los datos muestran que el sesgo hacia ellas ha ido bajando y bajando a lo largo de las décadas. Nadie dice hoy que odia a las personas negras, y realmente no las odian. Es muy interesante que la negatividad de lo que se dice hacia este grupo ha bajado enormemente.
Pero luego miramos a las vidas de la gente, a la educación, al empleo, a cómo se trata a las personas en la sanidad o a cómo las trata la policía, y no vemos mucha evolución, ¿por qué? Una razón podría ser que la gente está mintiendo, pero no creemos que este sea el caso. Lo que pensamos es que las personas no conocen su propia mente.
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Siempre cuento la misma broma: yo no creo que las entrevistas en persona sean la mejor manera de detectar el talento, entonces hay quien me dice, Mahzarin, ¿las hacemos mejor por teléfono? Y yo digo, no. Si hiciéramos entrevistas por teléfono, solo contrataríamos a británicos.
P. Tiene gracia, porque, en EEUU, a los británicos se los ve como aristócratas estirados que andan por ahí con bombín y bastón, mientras, en España, la idea del británico es totalmente distinta. Sobre todo en el Levante.
R. Totalmente distinta, por supuesto. Y yo vengo de un país colonial, India, así que tengo mi visión particular de los británicos. En resumen, creo que lo interesante de nuestros estudios es que hemos alertado a la gente de la manera en la que nuestras actitudes y nuestras creencias se despliegan en el mundo sin que ni siquiera nos demos cuenta. Para nosotros la palabra "implícito" es muy importante, porque representa la parte oculta de nuestra consciencia.
P. Es habitual hablar de los prejuicios contra las minorías. ¿Y qué hay de los prejuicios de estas?
R. En psicología social hay una teoría muy destacada que dice que las personas quieren a la gente de su propio grupo. Los republicanos quieren a los republicanos, los demócratas a los demócratas, y, mires adonde mires, en Oriente Medio, en África, la pertenencia al grupo es clave. Protegemos a nuestro grupo contra otros grupos.
Pero eso es cuando estamos en condiciones de igualdad. Lo que hemos descubierto es que, cuando le preguntas a una persona blanca y a una persona negra cuánto les gusta su propio grupo, las personas blancas son mucho más modestas al respecto. Conocen su historia, así que no dirán orgullosamente que les gustan los blancos. Las personas negras, en cambio, dirán que su grupo es genial… Pero, en nuestro test, las personas blancas mostrarán una fuerte preferencia a favor de su propio grupo, y las personas negras, no.
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Nuestro argumento es que, si perteneces a un grupo en desventaja, la visión cultural hacia tu grupo se habrá introducido en tu cognición implícita. Sabes que a tu grupo, en sociedad, no le va muy bien. Y eso se refleja en el test. La gente mayor es un gran ejemplo. Si haces un gráfico con los datos, estos demuestran que todo el mundo, desde el niño de ocho años al hombre de ochenta, muestra una actitud negativa hacia las personas mayores. Ni siquiera las personas mayores asocian la vejez con lo bueno.
P. ¿Se pueden corregir estos sesgos?
R. Cuando veo datos como estos, que reflejan que toda la sociedad tiene una visión negativa de la gente mayor, una de las implicaciones es que uno se vuelve consciente del trabajo que tiene que hacer en el nombre de su grupo. Ahí es donde entra en juego la mente consciente. Tus valores conscientes pueden marcar la diferencia. Si resulta que existe este sesgo, uno puede asegurarse de firmar una petición o de votar de una manera que proteja, por usar este ejemplo, a la gente mayor.
P. ¿Todo el mundo reacciona de una manera tan responsable?
R. Hay personas muy consideradas que aceptan el resultado del test, aunque a veces tardan un tiempo. Me acuerdo de un rapero negro al que le hice el test en Nueva York y nos dijo algunas cosas desagradables porque el test había reflejado que sentía una preferencia por la gente blanca. Más adelante nos escribió y nos dijo: lo entiendo.
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El valor social del test es que crea la oportunidad para tener conciencia de estas cosas que suceden dentro de nosotros. A veces lo comparo con la presión sanguínea. Nadie puede saber cómo está, hay que medirla con una máquina. Si mides tus sesgos implícitos puedes evaluar tus decisiones, tratar a los demás de manera más justa y elegir el camino que desees.
De hecho, las corporaciones se empezaron a mostrar interesadas en estos estudios hace 25 años. Empecé a recibir llamadas de corporaciones financieras, firmas de contabilidad, pero también de varios departamentos del Gobierno: energía, trabajo, las Fuerzas Armadas…
P. ¿Los sesgos son, entonces, un mero reflejo de la cultura o se manifiestan también de manera natural, independientemente de cómo nos hayamos criado?
R. Por un lado, parece que todo es aprendido, porque uno no viene al mundo pensando, como demuestran los tests, que los asiático-americanos suelen ser percibidos como menos americanos que los americanos de raza blanca, aunque muchos lleven en EEUU más generaciones que los descendientes de alemanes, por ejemplo. Por otra parte, el mecanismo mental que posibilita el aprendizaje de un estereotipo es algo que viene en la naturaleza.
P. ¿Son los sesgos, en ocasiones, útiles para desenvolvernos en sociedad?
R. La mejor manera de responder a esta pregunta es con la analogía de nuestro cuerpo. Nuestros ancestros, hace muchos miles de años, necesitaban dos cosas para vivir: grasa y azúcar. Así que los cuerpos que evolucionaron para almacenar grasa y azúcar sobrevivieron, porque a lo mejor transcurrían seis días hasta encontrar más comida. Por eso heredamos esta predisposición genética al almacenamiento, pero el mundo ha cambiado. Y la abundancia actual de grasa y azúcar nos está matando.
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Con el sesgo implícito pasa lo mismo. Cuando nuestros ancestros se encontraban con alguien diferente a ellos, lo mejor era salir corriendo antes de que los mataran. Hoy aquí estamos los dos sentados, y somos diferentes en muchos aspectos, pero no tanto, ¿verdad? Estamos hablando en la misma lengua, nos comunicamos, y tú no me vas a matar y yo no te voy a matar. Si no nos hacemos amigos, no nos estamos adaptando. En el mundo actual, si no gestionamos la diferencia, seríamos estúpidos. Esto no va de si el sesgo es bueno o es malo, sino de qué es lo que va a funcionar. Los humanos modernos tenemos que cerciorarnos de que vamos a contratar a la mejor persona, no a la persona que resulta ser nuestro primo, como pasaba hace 100 años.
Piensa en la multinacional de productos de higiene Procter & Gamble. Nacieron en el Medio Oeste y la dirigen desde el Medio Oeste, pero ahora es un conglomerado global. Unos 5.000 millones de personas usan sus productos. ¿Podría haber crecido tanto de haber seguido contratando a gente en base a los sesgos de antes? Procter & Gamble es un buen ejemplo. He trabajado mucho con ellos.
P. Usted ha dicho que no le gusta que los seminarios de sensibilización sean obligatorios. ¿Por qué?
R. No me gusta la formación obligatoria en cuestiones de diversidad. Hay gente que usa mi trabajo en sus seminarios de DEI [acrónimo de diversidad, equidad e inclusión, uno de los baluartes de la ideología identitaria woke]. Cuando enseño, no hablo de DEI, simplemente hablo de contratación basada en el mérito. Mucha gente ha cogido la idea de sesgo implícito y la ha introducido en enseñanza no científica. Y eso no me alegra. Mucha de esta formación en DEI es un tanto confusa y sensiblona: sé una buena persona, no seas racista… No creo que sea la mejor manera de enseñar.
A las sesiones que doy las llamo sesiones educativas, nada más. Si acudes, lo haces voluntariamente. Algunas corporaciones lo hacen obligatorio. A veces me llega alguien, por lo general un hombre, que me dice: profesora, yo no quiero estar aquí. Me ha obligado el jefe. Y yo le digo, tranquilo, te sacaré a hurtadillas. No tienes que estar aquí, porque no estás preparado. Y me mira sorprendido. Le digo: tienes mucho trabajo por hacer antes de venir a recibir esta educación. Si fuera tú, me marcharía ahora mismo. Esta es una manera garantizada de hacer que se sienten en primera fila. Luego vienen y me dicen, ¡ha estado genial! No sabía que iba a ser así.
P. Estamos en un momento muy turbulento de la historia de Estados Unidos. Usted estudia los sesgos, los prejuicios, la manera también en que usamos las palabras. Cuando mira a su alrededor en esta atmósfera política, cuando escucha la manera en la que la Administración Trump habla de inmigración, ¿qué piensa?
R. Me entristece. Me entristece ver al país retroceder en el tiempo. A veces, en mi trabajo, le digo a la gente: no está lo suficientemente bien. Estás diciendo cosas positivas, pero no las estás aplicando en tu comportamiento. A lo mejor un médico está tratando a determinados pacientes de mala manera, o un abogado está tratando a los clientes pobres de manera diferente a como trata a los clientes ricos. Así que imagínate mi tristeza cuando incluso decir cosas positivas nos es arrebatado.
¿Tiene la retórica impacto en la sociedad? Sin ninguna duda. Lo hemos visto en los datos. Vimos, por ejemplo, que el sesgo anti-gay iba bajando, algo muy estimulante. En 14 años descendió un 64%. Pero sabemos que, cuando algo acontece en la cultura, las cosas cambias. Cuando un candidato, por ejemplo, se burla de una persona discapacitada, la actitud del país se vuelve más negativa hacia los discapacitados. Y no es algo consciente. Luego el sentimiento cambia de nuevo, porque la cultura avanza. Va a ser muy interesante ver qué reflejan los datos de 2024.
"Estoy avergonzada de mi país y estoy muy orgullosa de mi universidad"
En 2016 hablamos del "bulto de Trump" [por la visible subida de determinadas actitudes como consecuencia del comportamiento de Trump]. La actitud anti-negra iba cayendo, cuando, de repente, ¡bup! Sube justo con la Convención Nacional Republicana de 2016.
P. Su universidad, Harvard, está en el punto de mira de la Administración Trump, que está presionándola económicamente para imponer un control ideológico. ¿Le afectan directamente estos ataques?
R. Estoy avergonzada de mi país y estoy muy orgullosa de mi universidad. Alguien dijo que esta es una lucha de Goliath contra Goliath, porque Harvard es muy importante, pero yo no pienso de esta manera. No podemos subestimar el poder del Gobierno federal, que es uno de los más poderosos del mundo. Puede hacerle lo quiera a una institución, por muy noble y renombrada que sea. Harvard es unos 100 años más antigua que Estados Unidos. A nuestro presidente, Alan Garber, le preguntaron en la radio: ¿cree que Harvard sobrevivirá este ataque? Él respondió: no lo sé. Lo que sí sé es que no teníamos otra opción, porque, si no plantamos cara, no somos Harvard.
P. ¿Está sesgada la inteligencia artificial?
R. Tengo la esperanza de pasar los próximos cinco años estudiando cómo se introduce el sesgo en los grandes modelos lingüísticos, como GPT. Cuando miramos al acopio de 850.000 millones de palabras en internet, y vemos que las mismas cosas que están asociadas en nuestra mente están asociadas en internet, tenemos una evidencia aún mayor de que esto es real. Nosotros ponemos nuestras palabras en internet, internet nos las devuelve y el ciclo continúa.
Cuando salió el primer modelo de GPT, estaba con una estudiante en mi oficina, e hicimos una prueba. Ella abrió su ordenador y dijo: ¿qué te gustaría preguntar? Yo le respondí: GPT, ¿cuáles son tus sesgos implícitos? Tuvimos que sacar un pantallazo de la respuesta para poder enseñar después en charlas. GPT había respondido: soy un hombre blanco. Esto en 2021. Es una máquina. No tiene que tener ni raza ni género. Pero fue una respuesta muy sofisticada. No nos dijo que sus sesgos eran este, y el otro y el de más allá. Nos dio directamente su categoría social.
Un mes más tarde, le volví a preguntar a GPT. Y me dio una larga respuesta de por qué los sesgos no son buenos, pero que estos estaban en las personas, y, como su sistema, lo habían creado personas, entonces también mostraba sesgos, etcétera, Un mes. ¿Qué sucedió? A lo mejor cambiaron los datos o lo entrenaron, como cuando educas a un hijo. Es muy interesante el proceso de colocar guardarraíles o de afinar el modelo para alinearlo con nuestros valores. Pero la IA, que puede traer enormes ventajas, está sesgada. A veces más que los humanos. Tenemos que cazar estas cosas a tiempo.
El día más "transformador" de la vida profesional de Mahzarin Banaji, profesora de ética social Richard Clarke Cabot en la Facultad de Psicología de la Universidad de Harvard, fue cuando puso a prueba, con un test, sus propios sesgos implícitos. Corría el año 1994. Banaji y otros psicólogos buscaban la manera de medir nuestros reflejos subconscientes en la interacción con otras personas. La forma en la que, sin saberlo, prejuzgamos a los demás.