Este país ha hecho todo para que la inmigración no sea un problema. No ha funcionado
Portugal ha intentado asumir de la mejor manera la llegada de inmigrantes, tanto refugiados como extranjeros, pero ninguna de las medidas ha conseguido arreglar los problemas
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Alex B., un joven portugués con presencia en redes sociales, criticaba recientemente las "interminables" filas de inmigrantes que hacían cola frente a la Agencia para la Integración, Migración y Asilo de Lisboa. "Un gobierno corrupto, ahora sumido en un escándalo, aprobó automáticamente a 400.000 de ellos antes de caer. Este es el caos que nos dejaron", escribía. Y, ante una situación que definía como "caos migratorio", una solución: "André Ventura, líder de Chega! es la última resistencia de Portugal contra esta invasión. Hagamos que Europa vuelva a ser grande".
El Gobierno al que el joven hace referencia es el del socialista António Costa, que protagonizó algunas de las medidas más importantes de 'puertas abiertas' para los migrantes. Y las colas "interminables" tienen lugar en la oficina que está frente al Parque Eduardo VII de la capital portuguesa, y cerca de uno de los barrios con mayor aumento del número de migrantes en los últimos años.
Uno de ellos es Hari, que trabaja como cocinero en un restaurante del centro de la ciudad y lleva cinco años en el país. Llegó en medio de la pandemia del covid, después de salir de su Nepal natal, y fue una de las personas que dejó atrás su sueño de vivir en países como Francia y Alemania para decidir instalarse en Portugal. "Vine con un grupo de gente que venía a hacer trabajos agrícolas, ellos se quedaron en el sur y yo me vine con un amigo a Lisboa para tener otro tipo de trabajo", explica.
El ciudadano nepalí representa la apertura de Portugal a los inmigrantes durante décadas. Especialmente desde 2015. Cuando Europa intentaba encontrar soluciones para la crisis de refugiados, el país luso se posicionó como uno de los socios de la UE más abiertos a la llegada de inmigrantes. Algunos de los capítulos más recordados fue la ley de extranjería aprobada por el Gobierno de António Costa, que permitía la regularización de aquellas personas llegadas sin permiso de trabajo con la simple presentación de una declaración de interés. Y, durante la pandemia, la regularización exprés de todos los inmigrantes que tenían pendiente la autorización de residencia.
Años después, esa Portugal de ‘puertas abiertas’ ha empezado a cerrarse. El país europeo tiene 1,6 millones de extranjeros que representan el 15% de la población, un fuerte aumento respecto de apenas el 4% en 2017. Estas cifras, sin embargo, responden también a un alto crecimiento de la llegada de extranjeros, muchos de ellos 'nómadas digitales' y procedentes de otros países de la UE.
Las políticas que favorecían la llegada de este tipo de extranjeros ha provocado, de manera paulatina, una crisis de la vivienda que ha convertido a ciudades como Lisboa en un lugar impagable para sus ciudadanos. Uno de los síntomas de las medidas con las que el Gobierno luso quería responder al fenómeno migratorio en Europa. Pero a cada solución, ha aparecido un nuevo problema.
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La extrema derecha portuguesa, personificada en André Ventura y en su partido Chega!, ha aprovechado la coyuntura para atraer a miles de votantes con un discurso antimigratorio no tan centrado en los extranjeros 'nómadas digitales', sino en los migrantes procedentes de países de África y Asia. El primer ministro, Luís Montenegro, ha intentado responder a esta estrategia política con otra centrada en convencer a los portugueses de que se puede limitar los problemas relacionados con ese fenómeno sin recurrir a la extrema derecha.
El año pasado decidió endurecer la política migratoria para, según dijo, "acabar con algunos mecanismos que se han transformado en un abuso excesivo de nuestra capacidad para acoger inmigrantes". El premier aclaró que esta medida no era un primer paso para convertir a Portugal en un lugar de "puertas cerradas" para los que buscan oportunidades, pero que sí buscaba un mecanismo para no llegar al extremo de abrir las puertas sin control. Durante la campaña de las elecciones del pasado 18 de mayo, Montenegro calentó el debate público con el anuncio de que notificaría a 18.000 extranjeros que residen de forma irregular en el país que están obligados a abandonarlo en un plazo de 20 días.
Portugal no estaba preparada
Sin embargo, la retórica de Montenegro, aunque más dura que la del socialista Costa, sigue estando muy alejada de la de André Ventura. El político ultraderechista y su partido Chega! consiguió un aumento significativo de los votos en las elecciones del pasado 17 de mayo, donde estuvo a punto de convertirse en la segunda fuerza después de la Alianza Democrática de Luís Montenegro. "Ha conseguido poner la inmigración en el centro del debate, con discursos de otros partidos de extrema derecha que se mimetizan con los de otros países como España, Francia, Italia o Alemania", explica Pedro Gois, director científico del Observatorio de Migraciones y catedrático de la Universidad de Coimbra, en entrevista con El Confidencial.
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Gois reconoce, no obstante, los retos que han provocado el fenómeno migratorio en el país. "El número de migrantes se ha cuadriplicado de forma muy rápida y el problema es que las estructuras del Estado y la sociedad no estaban preparadas para eso. También ha cambiado que antes la inmigración se centraba en dos o tres regiones de Portugal y ahora están por todo el territorio", sostiene.
Es un escenario que no vieron venir los líderes del país en el punto más alto de la crisis de refugiados. En ese momento, Portugal quiso posicionarse como el lugar ideal en el que los refugiados pudieran regularizarse en Europa, independientemente de que ese fuera o no su destino final. João Carvalho, politólogo de la Universidad de Lisboa, describió la estrategia hace tres años, en una entrevista con Foreign Policy: "La inmigración a Europa es una industria. Y el papel de Portugal en esta industria es utilizar la mano de obra durante cinco a siete años, proporcionar pasaportes, y luego alguien más la obtendrá", dijo.
Este planteamiento ha sido especialmente importante para sectores como la construcción y la agricultura, en los que los portugueses dejaron progresivamente de participar porque se mudaban a países con salarios más altos o, en el caso de los jóvenes, porque optaban por una carrera universitaria. Los inmigrantes fueron la solución para responder a la demanda de esos sectores, y el Gobierno permitió que los indocumentados solicitaran empleo libremente —aunque su situación no estuviera regularizada— y facilitaron que los hijos de los inmigrantes adquirieran la ciudadanía si sus padres habían vivido legalmente en el país durante al menos un año. En países como Alemania, este proceso duraba ocho años.
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"Eso ha derivado en una llegada masiva de personas y también que, por ejemplo, se ha saturado más el sistema de salud pública y la vivienda", sostiene Pedro Gois a este periódico. "Y se ha juntado con ese cambio de la percepción de los migrantes que ha influido en que han llegado muchas personas de países asiáticos. Podríamos decir que otras nacionalidades como la brasileña están muy aceptadas en la sociedad, pero ahora todos los ojos están puestos en otras como la pakistaní, india o esrilanquesa", asevera.
Para Hari, natural de Nepal, esta es una realidad con la que lucha todos los días. "No he sufrido ningún episodio violento, pero son cosas que se notan. Y por eso también me junto mucho más con gente de mi misma nacionalidad. No sé, es una sensación de que no eres bienvenido, aunque llegamos aquí pensando todo lo contrario", dice a El Confidencial. "Aquí hay mucha gente de fuera, pero el aumento del precio de la vivienda no es culpa nuestra. Al menos no solamente".
La ¿solución? para la economía lusa
El nepalí hace una referencia indirecta a los miles de extranjeros que se han mudado al país desde otros países europeos. Teletrabajan en ciudades como Lisboa y se sienten atraídos por el buen clima y la comida. El Gobierno llevó a cabo varias medidas para atraer a este tipo de trabajadores al país, como una visa especial para nómadas digitales o unos impuestos más bajos para extranjeros.
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Eran acciones políticas para acabar con fenómenos como la fuga de cerebros por los bajos salarios en el país y para reactivar una economía dañada por la crisis de 2008. "Desde un punto de vista económico, el aumento de la población y la atracción de algunos trabajadores bien cualificados es ciertamente positivo, sobre todo en un país como Portugal", dijo Ricardo Amaro, economista portugués que trabaja en Oxford Economics, a Telegraph.
El aumento progresivo del número de migrantes consiguió estabilizar por un momento la salida de muchos trabajadores. "Esto contribuye al sólido crecimiento demográfico, lo cual resulta bastante sorprendente en el caso de Portugal, dado el envejecimiento de su población", añadió Amaro.
Pero años después, esos mismos extranjeros que pudieron favorecer a la economía portuguesa se convirtieron en el foco de uno de sus principales retos. El costo de la vida y la vivienda ha registrado un aumento rampante, especialmente en la última década. Según datos del portal Idealista, el precio mediano del alquiler pasó de 4,3 €/m² en 2015 a 15,8 €/m² en 2024, lo que representa un aumento de aproximadamente 267% en nueve años. En los últimos cinco años, el aumento fue de cerca del 41%. Y la situación es especialmente grave en la capital, donde los precios no dejan de subir y en 2024 se registró una subida de los alquileres del 28% respecto al año anterior. Los salarios, sin embargo, no han evolucionado al mismo nivel.
En 2023, lo que en su momento fue el paraíso portugués para muchos extranjeros dejó, poco a poco, de serlo. El entonces primer ministro António Costa anunció el fin del régimen especial para los residentes no habituales, que incluía una fiscalidad laxa. Costa reconoció que era una medida injusta para los ciudadanos portugueses y que, además, fomentaba la desigualdad. Un año después, en 2024, el Gobierno luso acabó también con las ventajas fiscales para los nómadas fiscales.
Y luego llegaron las famosas golden visa, que concedían la residencia a cambio de inversiones, y que fueron revocadas dentro de un plan de choque contra el también aumento de los precios de compra de las viviendas. El programa, nacido en 2012, llegó a conceder 11.535 autorizaciones de residencia, que supusieron una inversión de 6.754 millones de euros para la economía lusa. Dentro de este plan se incluyó también la limitación de los pisos turísticos por el auge del turismo en Lisboa o en Oporto.
Pero, al final, ninguna de estas medidas ha conseguido poner fin a los problemas que lleva sufriendo Portugal desde hace años. Todos los tipos de inmigración y todos los problemas derivados de ellos han sido un tema a tratar por parte del Gobierno luso. Aunque para cada solución, ha acabado apareciendo otro problema. Desde el céntrico barrio de Graça, Rita, residente en este barrio dese hace más de 20 años, afirma que la población local está siendo "engullida". Por los migrantes, los nómadas digitales y el turismo. "Vivir aquí es un acto de resistencia", sostiene.
Alex B., un joven portugués con presencia en redes sociales, criticaba recientemente las "interminables" filas de inmigrantes que hacían cola frente a la Agencia para la Integración, Migración y Asilo de Lisboa. "Un gobierno corrupto, ahora sumido en un escándalo, aprobó automáticamente a 400.000 de ellos antes de caer. Este es el caos que nos dejaron", escribía. Y, ante una situación que definía como "caos migratorio", una solución: "André Ventura, líder de Chega! es la última resistencia de Portugal contra esta invasión. Hagamos que Europa vuelva a ser grande".