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Descifrando la 'sorpresa' rumana: humor y cinismo en el año en el que el país "jugó con cerillas"
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Descifrando la 'sorpresa' rumana: humor y cinismo en el año en el que el país "jugó con cerillas"

El cine rumano, en auge, utiliza el humor como resistencia social. Nae Caranfil desmenuza para El Confidencial el momento actual y su retrato en las pantallas

Foto: Una niña bajo una bandera rumana en una manifestación este mayo. (Reuters/Andreea Campeanu)
Una niña bajo una bandera rumana en una manifestación este mayo. (Reuters/Andreea Campeanu)

Hace unos 20 años, el cineasta rumano Nae Caranfil visitaba Estados Unidos, presentando, por primera vez para una audiencia estadounidense, su célebre película "Filantropica". "Estaba extasiado al escuchar la oleada de risas que surgían de cada rincón de la sala", rememora a El Confidencial. Sin embargo, recuerda que, al final del acto se acercó un caballero que le preguntó en rumano con tono de reproche:

– Señor Caranfil, ¿cómo puedo atreverme a recomendarle a alguien aquí, esta noche, que visite Rumanía, después de su cínica representación de nuestro país? ¿Acaso no tenemos nada más que mostrar en nuestras películas aparte de mendigos, perros callejeros y corrupción? ¿Por qué nadie muestra nuestras hermosas montañas, ríos, bosques y praderas, los monasterios medievales, las ruinas dacias, los maravillosos atletas y músicos de los que estamos tan orgullosos?

El cineasta recuerda que respondió:

– Señor, ¿ha visto usted El Padrino?, entonces, ¿cómo pudo decidir no solo visitar, sino vivir en un país donde, según la visión de Coppola, el crimen organizado, la violencia y la corrupción son los verdaderos pilares de la sociedad americana?

"Les dejo a ustedes sacar sus propias conclusiones", concluye Caranfil.

Foto: George Simion, candidato a la presidencia de Rumanía

Desde la cancelación de las elecciones presidenciales, en diciembre, y la repetición electoral, en la que un 41% de los rumanos votaron por la opción antisistema en la primera vuelta, el resto de Europa intenta descifrar, parafraseando a Vargas Llosa, ¿en qué momento se jodió Rumanía? Y no lo saben porque es un vecino al que apenas conocen. Aunque sea miembro de la UE desde hace casi dos décadas (2007) o hubiera un momento en el que casi un millón de rumanos vivían en España –el último dato del INE los cifra en 627.478, en 2022—. Porque en nuestras cabezas se ha simplificado.

Tras décadas de censura, con el fin del régimen de Nicolae Ceaușescu (1989), una nueva generación de cineastas empezó a retratar lo bonito y feo de la sociedad que les rodeaba, con una de las herramientas que mejor dominan los rumanos, el humor. Como dice uno de los personajes de Marfa şi banii (Masa y pasta, 2000) de Cristi Puiu: "Bromeo, pero debes saber que hablo muy en serio". Caranfil precede a la que después se denominaría la Nueva Ola del cine rumano.

Foto: Carteles electorales de los candidatos a presidir Rumanía. (EFE)

Así, en La muerte del Sr. Lazarescu (2005), el director Cristi Puiu desmenuzó con ingenio el saturado sistema sanitario de Bucarest. En California Dreamin' (2007), Cristian Nemescu se detuvo en un pequeño pueblo de Oltenia, cuando un tren con equipo estadounidense para la guerra de Kosovo se quedó retenido por falta de documentación aduanera. Más recientemente, en Blue Moon (2021), Alina Grigore, hizo un crudo retrato sobre la violencia patriarcal y en No esperes demasiado del fin del mundo (2023), Radu Jude criticó la precariedad laboral en la era de Internet, siguiendo a una ayudante de producción que conduce en busca de víctimas de accidentes laborales para un anuncio. En las salas rumanas, como el rey del cuento, un ojo ríe y el otro, llora.

El profesor Doru Pop, autor de ‘El humor negro y el imaginario de los nuevos cineastas rumanos’ explica que uno de los conceptos utilizados para explicar el "sentido del humor rumano" es la expresión "llorar y reír". Pone de ejemplo un antiguo cuento que narra la historia de "un rey, que tenía un ojo que reía y otro que lloraba". Hasta en la época comunista, la serie B.D. (Brigada Diverse) se sirvió del humor como instrumento de crítica social.

En "Don’t Lean Out the Window" (‘Es peligroso asomarse’), una película de Nae Caranfil, de 1993, ambientada en un pueblo, en los últimos años de Ceausescu, el director narra la misma vivencia desde tres puntos de vista distintos, el de una estudiante de instituto, un actor y un recluta. Si adaptásemos este trío a la actualidad, Caranfil, imagina que, hoy serían: una estudiante de secundaria que, sin querer, se convierte en una traficante de drogas; un candidato presidencial que hace campaña durante un par de días en ese pueblo; y un oficial del ejército de edad avanzada, infeliz en su matrimonio, que actúa como el ‘sugar-daddy’ de la joven.

Foto: Denis Podalydès (izq.) y Kad Merad en una escena de ‘El último suspiro’, la genial última película de Costa-Gavras (WANDA)

El chiste como resistencia social

La broma sirve de "resistencia social" hasta en los momentos más amargos. "En cualquier contexto crítico tenso, la naturaleza subversiva del humor negro ofrece una oportunidad para resistir la opresión social", elabora Pop, citando a estudios del tema.

Para comprender el caso específico de Rumanía, hay que mirar los cambios que acontecieron después de 1989. "De una vida cotidiana estática, extremadamente controlada, censurada y autocensurada, basada en el miedo, la gente se encontró repentinamente en un mundo libre pero extremadamente confuso", sostiene Laszlo Fulop, profesor de la Universidad de Nueva Orleans, en un trabajo sobre ‘El naturalismo divertido de la Nueva Ola rumana’.

Fulop explica que "la impotencia en una dictadura opresiva fue reemplazada por la impotencia en un mundo donde los acontecimientos parecían estar fuera de control". Y, en un abrir y cerrar de ojos, "el país se transformó de una sociedad oficialmente sin clases, con un uno por ciento rico y una masa de personas en dificultades".

placeholder Nae Caranfil. (Cedida)
Nae Caranfil. (Cedida)

En cifras, tras un período de inflación enorme en los 90, que alcanzó el 256% en 1993,según el Instituto Nacional de Estadísticas (INS) rumano—, en las siguientes dos décadas, el PIB per cápita de Rumanía se multiplicó, pasando de los 1.650 dólares (menos de 1.500 euros) en 2000 a 18.404 dólares (unos 16.500 euros) en 2023, según el Banco Mundial. No para todos. Uno de cada cinco rumanos (19,8%) carece de los medios materiales y sociales más básicos, según el INS (2023).

"Rumanía ha mejorado significativamente desde su incorporación a la Unión Europea y ha avanzado con bastante rapidez", admite a El Confidencial, Claudi Tiffus, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Bucarest. El problema, dice, es que esta mejora no ha sido equitativa: "Se ha dirigido principalmente a las personas con mayor nivel educativo que trabajan en sectores muy prósperos de la economía". Así, para muchos rumanos la única opción fue irse. Entre 2000 y 2018, la población de Rumanía se contrajo de 22,5 millones a 19,5 millones de personas, y la emigración fue responsable del 75% de este descenso, según el Banco Mundial. A los cientos de miles de niños rumanos que han crecido sin sus padres –un cuarto de los menores rumanos tienen al menos a un progenitor en el extranjero, según Save the Children— se les conoce con eurohuérfanos. Sus padres son parte de esa diáspora decepcionada.

"Algo no funciona en Rumania, y no solo en la clase alta política, y no solo de ayer, sino de anteayer. ¿Será una maldición?", cuestiona el escritor Andrei Pleșu en el prólogo del libro de Lucian Boia, "¿Por qué Rumania es diferente?". Para el autor, la ubicación en el territorio explica muchas cosas. Boia afirma que, independientemente del punto de vista del que se mire, el país ha tenido "una condición fronteriza", donde se encuentran, en un momento dado, los tres grandes imperios: el Imperio otomano, el Imperio Habsburgo y el Imperio ruso. Y esta condición de frontera, escribe Boia, tuvo una doble consecuencia, completamente contradictoria: "Un marcado aislamiento y una –igualmente marcada— apertura. El resultado fue, por una parte, una sociedad –sobre todo rural– conservadora y pero también la receptividad, al menos de una élite, a las influencias externas. "Aceptación y rechazo, rechazo y aceptación, en un juego sin fin", añade.

Mientras, las promesas de mejores carreteras, hospitales y escuelas hechas por los dos partidos que se han turnado en el poder se han diluido por el territorio. Las diferencias son abismales entre los grandes núcleos urbanos y los municipios medianos y pequeños. Más de un tercio de los niños rumanos (37%) de octavo (ESO) que asisten a escuelas rurales no obtuvieron la nota mínima para aprobar en 2021, frente al 11% en las escuelas urbanas. Y, si el 83,5% de los adolescentes de las ciudades va al instituto, en las zonas rurales apenas se matricula el 60%. Rumanía cuenta con el mayor porcentaje de niños de 14 años sin escolarizar de la Unión Europea (15,2%), edad de escolarización obligatoria. La tasa media de la UE a esa edad es 2,5%.

Y, toda esa gama de grises llega al cine. "Mis ejercicios diarios consisten en buscar la comedia en los aspectos más sombríos de la realidad en la que vivo", dice Nae Caranfil.

–¿Cuál de sus películas recomendaría para entender Rumanía?

–Quizá sea una sorpresa, pero The Rest Is Silence.

Se trata de una película de época, ambientada a comienzos del siglo XX, "y muestra al país en su momento más brillante". "Gloriosamente inconsciente del oscuro futuro que le esperaba —dos guerras mundiales y 45 años de dictadura comunista—, esa Rumanía de principios de siglo que intenté retratar en el film encapsula todas las nuevas energías, el entusiasmo desenfrenado y las infamias descaradas que se fusionaron en la construcción de una nación completamente nueva", explica.

–¿Y un título para el momento que vive Rumanía ahora?

Nae Caranfil dispara: "Divididos dentro de la rosa de los vientos" o "El año de jugar con cerillas". Después, añade: "Pero lamento decir que el título perfecto ya lo usó Kubrick: Eyes Wide Shut, ‘Ojos bien cerrados’".

Hace unos 20 años, el cineasta rumano Nae Caranfil visitaba Estados Unidos, presentando, por primera vez para una audiencia estadounidense, su célebre película "Filantropica". "Estaba extasiado al escuchar la oleada de risas que surgían de cada rincón de la sala", rememora a El Confidencial. Sin embargo, recuerda que, al final del acto se acercó un caballero que le preguntó en rumano con tono de reproche:

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