La América de Trump acoge calurosamente a refugiados africanos... siempre y cuando sean blancos
La población blanca en Sudáfrica ha caído a la mitad en tres décadas. Aunque se debe sobre todo a emigración económica provocada por leyes discriminatorias, la derecha habla de "genocidio" contra este grupo, y EEUU le abre sus puertas
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Otro tono en el color de piel de los que vienen y en las formas de los que les reciben. Del sonoro portazo que se ha dado al resto de refugiados del planeta, se ha pasado a una cálida bienvenida para un grupo específico. "Como aseguró el presidente Trump, los afrikáners que huyen de la persecución son bienvenidos en Estados Unidos. El gobierno sudafricano ha tratado a estas personas de forma terrible, amenazándolas con robarles sus tierras privadas y sometiéndolas a una vil discriminación racial. La administración Trump se enorgullece de ofrecerles refugio en nuestro gran país", ha dicho el secretario de estado americano, Marco Rubio, ante el revuelo social y mediático que ha generado la primera llegada de 50 refugiados sudafricanos al país. Según la Cámara de Comercio de Sudáfrica en EEUU, hay otros 70.000 que se han interesado por seguir sus pasos. Todos parecen bienvenidos.
El pasado 24 de enero, en una de las primeras decisiones que tomó el nuevo presidente Trump, se anunció que "la llegada de refugiados a Estados Unidos ha sido suspendida hasta nuevo aviso". Eso ha afectado a miles de personas, algunas con sus procesos de visado ya en marcha, y a algunas, incluso, haciendo las maletas bajo su ración diaria de misiles. Los ucranianos, por ejemplo, han visto suspendido el programa implementado por la Administración Biden llamado "Unidos por Ucrania". Desde entonces, los expedientes ya en curso para nuevas solicitudes de refugiados se detuvieron y no se ha vuelto a tratar una sola solicitud.
Tampoco ha habido indulgencia para afganos, congoleños, venezolanos, nicaragüenses, sudsudaneses, birmanos… Todos ellos envueltos en conflictos armados o en dictaduras opresoras que no han recibido la invitación que ha recibido este peculiar grupo de africanos. Peculiares porque como grupo son una "tribu" famosa o reconocible por tener la piel blanca en un continente de mayoritaria piel oscura, ser muy religiosos, trabajar tanto como para haber conseguido convertir en un vergel un desierto, y haber implementado en el pasado el terrorífico régimen racista del apartheid.
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Muchas voces creen que detrás de esta medida de gracia de Trump hay un evidente racismo que favorece a un grupo de blancos de fuertes convicciones cristianas. "Se cuestiona y detiene a los que no cumplen las características de una raza. Se cuestiona la inmigración de los países pobres de Latinoamérica, África, Haití… A todos aquellos que no somos blancos europeos que es lo que a ellos les interesa. Incluso, tan simple, que sí se le quiere dar amnistía o protección a todos los blancos sudafricanos (afrikáner)", denunciaba a El Confidencial, Ángelo Cabrera, director del Centro de Recursos e Investigación para Estudiantes Inmigrantes de la Universidad Municipal de Nueva York.
¿Por qué Trump acoge a estos refugiados y no a otros? El lunes 12, el día de la llegada de los 50 primeros afrikáners desde Johannesburgo, el propio Trump decía a los reporteros: "Es un genocidio que está ocurriendo y del que ustedes no quieren escribir (..) Es terrible lo que está ocurriendo y están matando a granjeros. Resulta que son blancos, pero que sean blancos o negros me da igual".
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Trump ha usado la palabra genocidio, un término que no ha querido aplicar a casos como el constante bombardeo de Palestina por parte de Israel, o ni siquiera al de Rusia de Ucrania.
¿Hay un genocidio de afrikáners?
El término se lleva zarandeando desde hace años por ciertos grupos de la extrema derecha sudafricana que pretenden forzar la intervención de la comunidad internacional para protegerlos y obligar a la posterior creación de su añorada República del Transvaal. Una tierra dentro de Sudáfrica en la que puedan vivir segregados de la población negra.
En 2010, en este periódico publicábamos una pieza tras el asesinato de un líder de la extrema derecha sudafricana, Eugene Terreblanche, y la prohibición por los tribunales sudafricanos de una canción, Kill the Boers (asesina a los Boers), sobre el conflicto racial infinito que vivía el país. 15 años después, la canción y los asesinatos siguen copando las portadas de los periódicos. "Kill the boer" es un himno que zarandea cada vez que puede el radical líder extremista negro Julius Malema, cabeza del partido Economic Freedom Fighters (EFF).
Recientemente, Malemavolvió a entonar la canción en un mitin ante el fervor de sus votantes, lo que provocó que el nacido sudafricano Elon Musk y él se enzarzaran en un intercambio de insultos en redes sociales. Trump y Rubio salieron a defender a Musk y a afianzar la idea de que hay un genocidio en ciernes a los blancos sudafricanos tan evidente que tiene hasta ritmo y estrofas. El presidente sudafricano Cyril Ramaphosa calificó el genocidio de "falsa narrativa".
Y la realidad es que no hay ningún dato o estadística que confirme que hay un genocidio de personas blancas en Sudáfrica. De hecho, ninguna ong independiente, estudio científico o tribunal les ha dado la razón sobre una constante denuncia que grupos como la ONG Afriforum plantean sobre este asunto.
Es verdad que mueren granjeros sudafricanos blancos en un contexto de alta violencia en todo el país, pero proporcionalmente mueren asesinadas más personas negras o mestizas. En febrero de 2025, la justicia sudafricana calificó como afirmación "no real e imaginada" la idea de que hubiera un genocidio de afrikáners en Sudáfrica. El tribunal bloqueó una donación de 2,1 millones de dólares en una herencia para luchar contra el extermino de los blancos sudafricanos.
Sudáfrica no ofrece estadísticas oficiales de las víctimas por razas, pero los estudios independientes apuntan a que un 2% de las víctimas mortales son blancas pese a que los blancos son casi un 8% de la población. La mayor parte de los asesinatos se producen entre la población negra y mestiza, pero esos constantes asesinatos tienen mucha menos repercusión en los medios de comunicación. Buena parte de los sudafricanos negros y mestizos siguen viviendo hacinados en bolsas de pobreza y violencia que no han cambiado apenas tras el fin del apartheid. Morir ahí a machetazos o tiros no es noticia.
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¿Racismo económico anti-blancos?
Hay dos razones por la que decenas de sudafricanos blancos pueden ir cargados de maletas al aeropuerto. La primera es que juegan sus venerados Springbook, la selección de rugby, en alguna otra ciudad sudafricana. La segunda es que se están marchando a vivir al extranjero, como llevan haciendo durante los últimos años, en una lenta diáspora que comenzó cuando se implantó la democracia en Sudáfrica en 1994. Entonces se acabó con un régimen legal que instauraba que toda la población que no era blanca tenía menos derechos.
Se calcula, aunque no hay datos concretos, que entre 600.000 y 800.000 blancos sudafricanos han dejado el país en estos 30 años. Cuando Nelson Mandela asumió el poder, los blancos representaban casi el 15% de la población, hoy apenas llegan al 7,5%.
En 2010 en Ciudad del Cabo, Etienne, un joven afrikáner, nos decía en un reportaje sobre el declive económico de los blancos en Sudáfrica: "Mi hermano perdió su empleo en la universidad porque necesitaban cubrir su puesto por un joven negro que no estaba cualificado. Ahora está en paro. Su idea es irse a trabajar fuera". En 2024, en otro reportaje publicado en este periódico, Henry, un veterano sudafricano blanco que luchó en la Guerra de Angola, decía: "Mis hijos se fueron a vivir fuera y yo, por desgracia, soy demasiado viejo para irme. Hasta la gente negra preparada y que tiene un buen nivel educativo huye. Este país lo tenía todo y lo han destruido".
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El lamento de la población blanca se basa primero en una ley, el Black Economic Empowerment (BEE), de 2004, que dejó en paro al hermano de Etiene. El primer Gobierno del Congreso Nacional Africano optó por una vía distinta a la de sus países limítrofes. Cuando en abril de 1994, Mandela es elegido el primer presidente de la Sudáfrica democrática, lo que encuentra un país muy próspero lleno de gente muy pobre. Mandela, con otras convicciones y con otra experiencia, ya había visto colapsar a otros estados africanos limítrofes como Zimbabue y Mozambique tras sus independencias. El líder del Congreso Nacional Africano entendió que uno de los factores de esa total quiebra fue la precipitada expulsión de la población blanca. Eso provocó el colapso de los sistemas productivos, la caída de las inversiones y una total fuga de cerebros de países donde a la población negra las autoridades le daban una educación muy básica. En Sudáfrica se llegó a restringir que se les diera matemáticas o inglés, porque se consideró que para ellos era inservible, lo que provocó el famoso Levantamiento de Soweto en 1976.
Mandela, sin embargo, decidió no tocar las tierras y recursos naturales en manos de los blancos, adquiridos por ellos durante décadas de explotación sistémica, y apostó por una nación arcoíris en el que todos vivieran en paz y la prosperidad llegara a los ciudadanos no blancos con el incentivo del Gobierno. En 2004, su sucesor, Thabo Mbeki, para acelerar el proceso y rebajar el ya creciente descontento de diez años sin cambios aparentes, implementó el BEE, una ley considerada racista y discriminatoria por muchos colectivos afrikáners y que se ha ido ampliando en los últimos años para rendirla más eficaz.
Democraticación de la carestía
La ley, básicamente, es un sistema que incentiva desde los fondos públicos a las empresas que tienen mano de obra negra y mestiza. Contratar a personas negras o mestizas da más puntos BEE, lo que se tiene en cuenta para la contratación de obra pública por parte del estado y para recibir ayudas públicas. "Es discriminatorio, un apartheid invertido", llevan repitiendo 20 años muchos blancos que se ven forzados a dejar el país por la falta de perspectiva laboral.
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Sin embargo, esa realidad no se ve aún en las calles de Sudáfrica. Los mejores barrios del país siguen siendo guetos de blancos y la mayor parte de la tierra, hasta el 75%, aún les pertenece, según Review of Political Economy. "El 65% de los altos ejecutivos del país son blancos", afirmó un estudio publicado en 2021. El entonces ministro de Trabajo, Thulas Nxesi, calificó esos datos de "inaceptables" y habló de dar "una respuesta urgente".
El problema ha sido para los blancos que no formaban parte de esas familias ricas dueñas de grandes fincas y minas. Con el apartheid ellos estaban protegidos por un estado que les arropaba por su color de piel y que ahora les da la espalda por el mismo motivo. Y eso es una nueva realidad a la que no estaban acostumbrados.
En la ciudad de Nelspruit y en Pretoria, en 2010, se contemplaba a blancos sudafricanos pidiendo en semáforos o viviendo en campamentos de muy humildes caravanas o tiendas. Por entonces, con el Mundial de Fútbol a las puertas, se produjo una significativa visita. El entonces presidente, el polémico Jacob Zuma, visitó un comedor para blancos pobres en Pretoria. Muchos medios abrieron con esa simbólica escena en primera plana que reflejaba que el país en 15 años había democratizado el hambre.
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No es que durante al apartheid no hubiera blancos pobres, es que eso era un tabú del que no se hablaba. "Mi padre se dedicaba a trabajar construyendo carreteras. No teníamos dinero, éramos pobres, pero eso nunca se decía. Los blancos no éramos pobres, no se hablaba de eso", nos dijo en 2011, en su granja del pequeño Karoo, Crhistine Barkhuizen, una de las pocas escritoras que aún escribía novelas en idioma afrikáner.
Asignaturas pendientes
Ese mismo sudafricano blanco que era su padre, hoy no accedería a un trabajo similar. Sin salida laboral, solo les queda emigrar, como han hecho estos últimos años, sabedores de que las leyes de su país los discriminan por su color de piel. "Yo soy sudafricano. Aquí somos muchos taxistas sudafricanos. Nos tuvimos que ir de nuestro país para poder dar de comer a nuestras familias. Allí nos discriminan, pero eso no le importa a nadie", se quejaba un taxista blanco en Melbourne en 2019.
"Si bien la decisión de reconciliar la nación fue correcta, el error fue mantener el status quo con los blancos controlando la economía del país mientras los negros controlan la política. Políticas como el BEE estaban destinadas a cerrar la brecha entre blancos y negros. Lamentablemente, sólo las élites negras han ascendido en la escala", explicaba este periódico el año pasado Bheki Mngomezulu, director del Centro para el Avance del no racismo y la democracia de la Universidad Nelson Mandela.
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¿Y qué se podía haber hecho distinto? ¿Hubiera aceptado una mayoría de esa población a la que se sometió cruelmente que se hiciera un simple paso de página sin modificar nada? Parece difícil. Incluso hay mucha gente joven negra en el país, los votantes de Malema, que reclama que se haga hoy la revolución que no se hizo entonces y se confisquen tierras y riquezas de los blancos.
Las dos Sudáfricas siguen tambaleándose y separadas. Una, la negra y mestiza, es mucho más pobre y está más afectada por una violencia que desangra a sus comunidades. La otra, la blanca, se enfrenta al reto de una legislación discriminatoria y una miseria para algunos incipiente. Trump sólo ha ofrecido asilo a la segunda.
Otro tono en el color de piel de los que vienen y en las formas de los que les reciben. Del sonoro portazo que se ha dado al resto de refugiados del planeta, se ha pasado a una cálida bienvenida para un grupo específico. "Como aseguró el presidente Trump, los afrikáners que huyen de la persecución son bienvenidos en Estados Unidos. El gobierno sudafricano ha tratado a estas personas de forma terrible, amenazándolas con robarles sus tierras privadas y sometiéndolas a una vil discriminación racial. La administración Trump se enorgullece de ofrecerles refugio en nuestro gran país", ha dicho el secretario de estado americano, Marco Rubio, ante el revuelo social y mediático que ha generado la primera llegada de 50 refugiados sudafricanos al país. Según la Cámara de Comercio de Sudáfrica en EEUU, hay otros 70.000 que se han interesado por seguir sus pasos. Todos parecen bienvenidos.