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El culebrón que amenaza con dinamitar las posibilidades de que un italiano sea el nuevo pontífice
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Conspiraciones vaticanistas

El culebrón que amenaza con dinamitar las posibilidades de que un italiano sea el nuevo pontífice

El escándalo protagonizado por el cardenal Becciu, condenado por malversación de fondos, defenestrado por Francisco y que aun así exige poder participar en el cónclave, puede volatilizar las opciones de los papables del país de la bota

Foto: El cardenal Angelo Becciu junto a otros cardenales. (EFE/Fabio Frustaci)
El cardenal Angelo Becciu junto a otros cardenales. (EFE/Fabio Frustaci)

Los pontífices italianos, ya se sabe, han acaparado históricamente el trono de San Pedro. De los 266 papas que ha habido en los dos milenios de existencia de la Iglesia católica, 213 han sido italianos. El último fue Albino Luciani, que tomó el nombre de Juan Pablo I y cuyo pontificado solo duró 33 días. Aquello fue hace ya 47 años y, desde entonces, nada. Ha habido un papa polaco, un papa alemán y un papa argentino, pero cero italianos.

Los italianos han llegado pisando muy fuerte al próximo cónclave, el que elegirá al sucesor de Francisco. Hay tres italianos que suenan con machacona fuerza en todas las quinielas de papables para suceder a Francisco: el cardenal Pietro Parolin, secretario de estado vaticano; el cardenal Matteo Maria Zuppi, arzobispo de Bolonia y presidente de Conferencia Episcopal Italiana; y Pierbattista Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén.

Sin embargo, un auténtico culebrón, una de esas intrigas vaticanas a lo Dan Brown, amenaza ahora con dinamitar las posibilidades de que un italiano se convierta en el próximo papa. Se trata de un complot con denominación de origen italiana, y que podría hacer saltar por los aires que el sucesor de Bergoglio sea alguien del país de la bota.

Empecemos por el principio. La historia tiene como protagonista a Angelo Becciu, un prelado en el que al principio el papa Francisco confiaba plenamente: le confirmó en el tercer cargo más importante dentro del organigrama vaticano, por detrás solo del propio pontífice y del cardenal Pietro Parolin, el secretario de Estado, y en 2018 le hizo además cardenal. Pero en 2020 estalló el escándalo. Fue cuando la revista L’Espresso reveló que Becciu se encontraba implicado en una oscura trama que había realizado varias sospechosas operaciones financieras, incluida la compra de un inmueble de lujo en pleno centro de Londres por 200 millones de euros. Esas operaciones habían acabado con gigantescas pérdidas económicas para la Iglesia… y con gigantescas ganancias para varios familiares de Becciu.

El Vaticano abrió una investigación y Francisco defenestró entonces a Becciu, obligándolo a dimitir de sus cargos y a renunciar a sus derechos cardenalicios. Se le permitió mantener el título de cardenal, sí, pero no las prerrogativas que conlleva ser príncipe de la Iglesia y entre las que destaca el poder participar en un cónclave si se tienen menos de 80 años. Becciu fue juzgado por un tribunal vaticano y en 2023 fue declarado culpable de malversación, corrupción, abuso de poder y de intentar presionar a testigos para que cambiasen su testimonio. Le cayeron cinco años y seis meses de prisión y la inhabilitación a perpetuidad para ejercer cargos públicos. Pero nuestro hombre, que siempre se ha declarado inocente y asegura ser víctima de una conspiración, ha recurrido la sentencia. También denunció a L’Espresso por haber mancillado su nombre y por acabado con sus posibilidades de ser papa (sic), exigiendo por ese motivo a la revista una indemnización de 10 millones de euros. Esa demanda también la ha perdido.

En esas estábamos cuando el pasado lunes, 21 de abril, Francisco falleció. Se empezó a hablar del cónclave y la oficina de prensa vaticana informó de los cardenales menores de 80 años que podían participar en las votaciones para la elección del nuevo papa. Obviamente, el nombre de Angelo Becciu, de 76 años, no se encontraba en el listado con los 135 purpurados con derecho a participar en el cónclave.

Con Francisco aun sin enterrar, el cardenal Becciu comenzó a maniobrar subterráneamente y a insistir con que sí que podía participar en el cónclave, con que Francisco le había indultado, con que no había ningún documento oficial con la firma del papa en el que se especificara que había sido despojado de sus derechos cardenalicios, con que participar en un cónclave no es un derecho sino el deber de un cardenal… Y algunos cardenales del ala más conservadora parecen dispuestos a apoyarle en su reivindicación de que tienen que dejarle sí o sí entrar en la Capilla Sixtina para participar en las votaciones que elegirán al sucesor de Francisco.

Foto: La basílica de San Pedro, este miércoles. (Reuters/Hannah McKay)

El caso es que este folletín está acaparando en buena medida las discusiones de las congregaciones generales, las reuniones que preceden al cónclave y en las que lo que se tendrían que estar debatiendo son los problemas que aquejan a la Iglesia actual y el perfil del hombre que debería guiarla en los próximos años. Pero no, de lo que se habla es del caso Becciu y de si éste puede participar o no en el cónclave.

Aunque los cardenales hacen un juramento por el que se comprometen a no desvelar aquello de lo que se habla en las congregaciones generales, es un secreto a voces que desde que el martes pasado se celebrara la primera de esas reuniones, la movida de Becciu ha salido varias veces a relucir.

Estupor entre los cardenales 'extranjeros'

El estupor de muchos cardenales, especialmente de aquellos que vienen de zonas periféricas y alejadas del Vaticano, es inmenso. No entienden que las discusiones previas al cónclave se estén viendo en buena medida monopolizadas por el affaire Becciu, un escándalo que en su opinión es netamente italiano, una de esas intrigas típicas de la curia vaticana y de quienes durante siglos han movido los hilos de la Santa Sede. Y nadie quiere volver a esos tiempos de conspiraciones y confabulaciones.

Foto: El cardenal Beniamino Stella (i) y el cardenal Claudio Gugerotti (c) abandonan la plaza de San Pedro tras la primera congregación general de cardenales tras la muerte del papa Francisco, en Ciudad del Vaticano. (EFE/Riccardo Antimiani)
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Es precisamente por eso por lo que cuanto más crece la bola del escándalo Becciu, más se esfuman las posibilidades de que el sucesor de Francisco sea un italiano.

Ya se vivió algo parecido en el cónclave anterior, el que se celebró en 2013 después de la dimisión histórica en Benedicto XVI. Ese cónclave estuvo marcado por el escándalo del Vatileaks —la filtración masiva de documentos del Papa tras ser robados por su mayordomo—, lo que desató un alud de críticas contra la curia vaticana, mayoritariamente italiana. El gran favorito entonces en las quinielas de papables era el cardenal Angelo Scola, pero el fuerte sentimiento de anti-italianidad que generó el Vatileaks cambió el sentido del voto de muchos cardenales. El elegido para ser pontífice acabó siendo el entonces arzobispo primado de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, quien no figuraba en las listas de los vaticanistas. Y esa situación podría volver a repetirse ahora.

Mientras tanto, la situación respecto a Becciu sigue siendo bastante confusa. Si no sale a la luz algún documento que demuestre que Francisco le despojó oficialmente de sus derechos como cardenal, todo apunta a que el cardenal Giovanni Battista Re, decano del Colegio Cardenalicio, podría estar a favor de que sea rehabilitado y participe en el próximo cónclave. El cardenal italiano Claudio Gugerrotti, por su parte, habría propuesto instituir una comisión de cinco cardenales -de la que formaría parte el propio Becciu- para decidir si se lo excluye o no de la elección del sucesor de Francisco.

Foto: Llegada del féretro del Papa Francisco I a la Basílica de San Pedro (Stefano Spaziani / Europa Press)

En un golpe de escena digno de telenovela, algunos medios de comunicación afirman ahora que habría dos cartas escritas a máquina y firmadas por el Pontífice con una F que excluyen expresamente a Becciu de participar en el cónclave: una de 2023 y la otra de marzo pasado, y que ambas le han sido mostradas a Becciu por el cardenal Parolin, el secretario de estado vaticano. Pero falta por ver si eso será suficiente para aplacarle y para hacerle desistir de su pretensión de participar en el cónclave. Parece difícil. Lo más probable es que haya culebrón para rato, mientras las posibilidades de los italianos se siguen haciendo añicos.

Los pontífices italianos, ya se sabe, han acaparado históricamente el trono de San Pedro. De los 266 papas que ha habido en los dos milenios de existencia de la Iglesia católica, 213 han sido italianos. El último fue Albino Luciani, que tomó el nombre de Juan Pablo I y cuyo pontificado solo duró 33 días. Aquello fue hace ya 47 años y, desde entonces, nada. Ha habido un papa polaco, un papa alemán y un papa argentino, pero cero italianos.

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