La rivalidad entre 'familias' geopolíticas que explica el caos de la política exterior de Trump
La gestión en la Casa Blanca de los portfolios de Ucrania, China y Oriente Medio muestra un rumbo errático y contradictorio. Las personalidades que los manejan y su nivel de acceso al presidente explican muchas cosas
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La excelente serie documental ‘Los pasillos del poder’ (Dror Moreh, 2022), disponible en la plataforma Filmin, muestra en detalle el proceso de toma de decisiones en la política exterior estadounidense: las reacciones ante las crisis, las dudas sobre si intervenir o no, la presentación de los pros y contras… Pero lo que la serie, que abarca desde el mandato de George Bush padre hasta la de Barack Obama, deja muy claro es que, en último término, la decisión final es siempre del presidente.
En el gobierno de Donald Trump, esto es todavía más acuciado. En administraciones anteriores podían existir visiones contrapuestas sobre adoptar uno u otro curso de acción, pero había líneas ideológicas claras a las que se adscribían todos los funcionarios y altos cargos. El marco general era transparente. Pero ante un presidente sin una verdadera ideología más allá de cuatro principios genéricos, pero que tiene claro que quiere cambiar cosas, el proceso es necesariamente más anárquico. Y en ese espacio en blanco, varias ‘familias’ compiten por imponer su visión sobre cómo debe ser la nueva política exterior estadounidense.
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Desde hace años, los expertos en Washington clasifican a las facciones geopolíticas dentro del Partido Republicano en tres grandes grupos: los ‘primacists’ (primacistas), los ‘prioritisers’ (priorizadores) y los ‘restrainers’ (restrictores o limitadores). Mientras los primeros —entre los que se contarían figuras del primer gobierno Trump, como John Bolton, Mike Pompeo o Nikki Haley— consideran que EEUU debe mantener a toda costa su hegemonía en todo el planeta, los segundos creen que el país carece de recursos suficientes como para seguir sosteniendo un enfoque global, y abogan por priorizar los que consideran las principales amenazas para el país, con China a la cabeza. Por último, los restrictores van aún más lejos, y promueven una retirada total de la presencia estadounidense en el mundo y un foco exclusivo en los problemas internos de la nación.
En la Administración Trump, los primacistas han sido totalmente barridos por las otras dos ‘tribus’ de la política exterior republicana. Por ejemplo, dos antiguos primacistas, el asesor de Seguridad Nacional Michael Waltz y el Secretario de Estado Marco Rubio, están ahora considerados como priorizadores reconvertidos.
China, ¿lo más importante?
Probablemente el ámbito en el que más claro se ve todo esto es en la propia gestión de las relaciones con China. No es ningún secreto que existe un amplio consenso bipartidista acerca del desafío que la nación asiática representa para el predominio estadounidense, aunque las estrategias para hacerle frente difieran. El ‘think tank’ con mayor influencia en la Administración Trump, el Instituto Hudson, se entronca claramente dentro de la corriente priorizadora, hasta el punto de que las nuevas líneas guía del Pentágono escritas por el Secretario de Defensa Pete Hegseth, que incluso mencionan Taiwán como el único escenario global considerado como prioritario, están sacadas casi directamente de un documento anterior creado por esa institución.
Pero según un reciente artículo de la publicación británica The Economist, los ‘halcones’ hacia China, ya no solo los primacistas sino también los priorizadores, están siendo totalmente desplazados por los aislacionistas. Las figuras más belicosas con el país asiático, como Mike Waltz o el mencionado Hegseth, están perdiendo influencia frente a restrictores como el hijo del presidente, Donald Trump Jr., o el vicepresidente JD Vance. Hegseth podría incluso salir pronto de la Administración por haber difundido información sobre los planes de guerra de EEUU en Yemen no en uno, sino en al menos dos chats no clasificados en la aplicación no segura Signal. Aunque por ahora Trump ha defendido públicamente a Hegseth, se rumorea que la Casa Blanca ya ha empezado a barajar nombres para sustituirle.
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Una de las personas que ha comprendido por dónde soplan los nuevos vientos es Elbridge Colby, el número 3 del Departamento de Defensa y un claro priorizador que, sin embargo, en las últimas semanas, parece haber matizado muchas de sus posiciones anteriores, por ejemplo declarando que Taiwán “no es un asunto existencial para EEUU”. Este cambio de postura, viniendo de una de las figuras anteriormente más combativas hacia China y que abogaba por dedicar todos los recursos a disposición estadounidense para hacerle frente, es enormemente significativo.
“Nada de todo esto decidirá en último término la estrategia del señor Trump hacia China. A juzgar por las pasadas semanas, eso dependerá en gran medida de sus propios impulsos, que pueden cambiar rápidamente”, señala The Economist. “Pero quién gestiona las relaciones y la política del día a día importa”.
Mejor no ataquemos a Irán
Las cosas se complican aún más al hablar de Irán. El ejemplo perfecto es la reciente crisis ante los avances del programa nuclear iraní, que llevó a Israel a plantear una operación militar esta misma primavera para retrasarlo al menos un año, según contó la semana pasada el diario The New York Times. De acuerdo con este rotativo, en los meses anteriores las autoridades israelíes planificaron una campaña de bombardeos -en algunos escenarios, combinada con una acción de comando sobre el terreno- para destruir las instalaciones nucleares subterráneas de Irán. El asesor de Seguridad Nacional Michael Waltz era partidario de apoyar la operación, que requeriría de apoyo estadounidense tanto en su ejecución como en su fase posterior, para ayudar a Israel a defenderse de las inevitables represalias iraníes.
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Sin embargo, los debates internos en el Despacho Oval acabaron tomando un rumbo totalmente diferente. Tulsi Gabbard, la Directora Nacional de Inteligencia, presentó una estimación de la comunidad de inteligencia que señalaba que la participación estadounidense corría el riesgo de desatar un conflicto mucho más amplio con Irán. JD Vance y Pete Hegseth, ambos de la escuela restrictora, también expresaron dudas sobre el ataque. Dado que estas objeciones coincidían con los instintos del propio Trump, que lo que prefiere en realidad es negociar un nuevo acuerdo nuclear “mejor que el de Obama”, esta es la visión que terminó imponiéndose.
Al final, la reacción de la Casa Blanca hacia Irán ha sido la de movilizar a su nuevo ‘hombre para todo’: Steve Witkoff.
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El hombre de confianza de Trump
La implicación de Steve Witkoff en la política exterior de EEUU empezó ya incluso antes de que Joe Biden abandonase el cargo. En enero de este año, Trump le envió a Israel para que presionase a los israelíes para que aceptasen un alto el fuego en Gaza, lo que, combinado con las amenazas públicas del futuro presidente, acabó surtiendo efecto. Este éxito animó a Trump a encargarle otra misión todavía más difícil: negociar directamente con los rusos un acuerdo de paz para Ucrania.
Witkoff es un promotor inmobiliario de Nueva York al que Trump conoce desde hace décadas y con el que juega frecuentemente al golf. A diferencia de otras figuras de esta administración, no parece tener intención de hacer dinero con su participación en el gobierno: no recibe ningún salario por este trabajo de mediación, y paga los frecuentes desplazamientos de su ‘diplomacia de lanzadera’ de su propio bolsillo y sin reembolso estatal. Y su cercanía con el presidente le permite entrar en el Despacho Oval casi a voluntad, algo que hace con una frecuencia casi diaria. Por eso ha ido acumulando cada vez más responsabilidades. Ahora, por ejemplo, está también al frente de las conversaciones con Irán.
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Su falta de experiencia es promovida como una fortaleza por sus defensores, que aseguran que así evita traer a la mesa de negociaciones ideas preconcebidas o prejuicios derivados del pensamiento grupal de muchos años previos. Y a priori Witkoff tampoco encajaría dentro de ninguna familia geopolítica, lo que le permitiría una mayor flexibilidad. Otros, sin embargo, lo ven como un lastre, como en el caso de Ucrania. “En el lado ruso [Witkoff] tiene delante a diplomáticos y operadores muy experimentados. La preocupación es que tengas a alguien superado por su contraparte, y esa no es una buena posición para estar”, ha declarado un veterano diplomático estadounidense a la CNN, que esta semana publicó un elaborado perfil de este enviado especial de Trump. “Witkoff parece muy susceptible a ciertas narrativas rusas, y eso es un verdadero problema”, añade el diplomático.
Y lo cierto es que tras sus reuniones con representantes rusos, hemos visto a Witkoff en varias ocasiones repitiendo las líneas principales de la propaganda del Kremlin sobre Ucrania o negando la mayor en los ataques con misiles contra ciudades ucranianas. La consecuencia de todo ello ha sido un proceso de paz vacío, en el que EEUU ha estado presionando a Ucrania a la vez que hacía cada vez más concesiones a una Rusia que no ha dado nada a cambio. El colofón ha sido el ultimátum de Trump para acabar con la guerra, presentado esta misma semana, y que no tiene la más mínima posibilidad de prosperar.
¿Qué diantres hace Marco Rubio?
Cuando poco después de su victoria Trump inició el carrusel de nombramientos de su nueva administración -que incluía figuras tan polémicas como Robert F. Kennedy Jr., Kash Patel o la ya mencionada Tulsi Gabbard-, la designación de Marco Rubio como Secretario de Estado fue recibida con alivio por muchos estadounidenses. El exsenador, al fin y al cabo, tenía una gran experiencia como miembro de múltiples comités del Congreso y parecía representar un estilo político más cercano al de los republicanos tradicionales. Rubio, se esperaba, iba a ser uno de los pocos ‘adultos en la sala’ dentro de un ejecutivo repleto de lunáticos y amateurs.
Sin embargo, Rubio no tardaría en sacarlos de su error. Su papel al frente de la diplomacia estadounidense hasta la fecha parece haberse limitado a ser el ejecutor o dar el sello de aprobación a políticas promovidas por otras figuras, como la demolición de la agencia de cooperación de EEUU (la USAID), la mutilación del Departamento de Estado, la revocación de visados de estudiantes extranjeros, o la defensa de las deportaciones masivas o de la encerrona al presidente ucraniano Volodimir Zelenski en el Despacho Oval.
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En algunos ámbitos, la decepción ha sido tan grande que esta misma semana uno de los comentaristas de la revista Foreign Policy le ha dedicado un devastador artículo en el que afirma: “Durante sus primeros meses en el cargo, Rubio ha aparecido más bien como una figura disminuida y un servil converso a la visión del mundo de Trump, aun cuando ésta contradice fuertemente su propio y extenso historial de posiciones en política exterior”. Tras describir las múltiples ocasiones en las que Rubio se ha “avergonzado a sí mismo” en sus “alabanzas rituales a Trump”, el artículo concluye: “Rubio es un hombre perdido y un contorsionista sin alma que no defiende ningún otro principio salvo el servir al hombre que le puso en el cargo”.
En ese sentido, Rubio parece ser el anti-Witkoff: alguien que ha entendido que la capacidad de influencia en el gobierno Trump depende del acceso a la oreja del líder, pero que a diferencia de aquel, carece de la confianza genuina del presidente. Por eso se deshace en halagos hacia este, pero sin que realmente haya logrado destacar en una corte ya de por sí llena de aduladores.
“Al final, la falta de coherencia en la política exterior de Trump significa que sus asesores de política exterior tienen un amplio espacio en el que desarrollar y determinar el alcance de América”, señalaba un análisis del European Council on Foreign Relations (ECFR) del pasado noviembre, en el que se examinaban las implicaciones de los primeros nombramientos de Trump. “Aunque los resultados probablemente serán confusos e inconsistentes, es crucial que los gobiernos de los países europeos se preparen para lidiar con la política exterior de un segundo mandato de Trump. No se va a parecer en nada a la primera”, concluía. No podía haber acertado más.
La excelente serie documental ‘Los pasillos del poder’ (Dror Moreh, 2022), disponible en la plataforma Filmin, muestra en detalle el proceso de toma de decisiones en la política exterior estadounidense: las reacciones ante las crisis, las dudas sobre si intervenir o no, la presentación de los pros y contras… Pero lo que la serie, que abarca desde el mandato de George Bush padre hasta la de Barack Obama, deja muy claro es que, en último término, la decisión final es siempre del presidente.