La técnica de preservación aplicada a Francisco (y que evitará un desastre como el de Pío XII)
El cuerpo de Bergoglio ha sido sometido a tanatopraxia para mantener su aspecto digno y sereno e impedir que pueda volver a ocurrir una catástrofe como la sucedida en 1958
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Miles y miles de personas desfilarán hasta el viernes a las 19.00 horas por la Basílica de San Pedro ante el ataúd del papa Francisco para poder despedirse de él. Verán al papa en un simple ataúd de madera con aspecto plácido, sosegado y, sobre todo, con dignidad y compostura. Para conseguirlo, el cuerpo de Francisco ha sido sometido a una práctica conocida como tanatopraxia, un procedimiento para mantener con aspecto digno y sereno su cadáver durante unos días, el tiempo necesario para permitir que el mundo se pueda despedir de él.
La tanatopraxia es una técnica de preservación corporal que se emplea sobre todo en capillas ardientes, para la exhibición pública de cadáveres. Es una evolución moderna del embalsamamiento y se diferencia de éste en que emplea productos menos invasivos y más respetuosos con el cuerpo humano. Se trata de un tratamiento higiénico-conservador que ralentiza los procesos de descomposición, permitiendo mantener el aspecto natural del difunto durante varios días, sin recurrir a congelaciones ni a métodos extremos.
En la práctica, consiste en la aplicación de inyecciones de conservantes, desinfección completa del cuerpo, maquillaje correctivo y ajuste de las manos y cara, todo ello para asegurar una apariencia tranquila y serena del difunto.
En el caso de Francisco, y como preparación para su exhibición pública desde hoy en la Basílica de San Pedro, el tratamiento se realizó siguiendo rigurosos protocolos y en cumplimiento de las normativas italianas y vaticanas, que restringen el uso de técnicas invasivas.
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La tanatopraxia evitará que se produzcan situaciones tan espantosas como la que en 1958 protagonizó el pobre Pío XII, el papa que llevó las riendas de la Iglesia durante la II Guerra Mundial, y quien tras su muerte fue penosamente embalsamado y tuvo un final trágicamente indecoroso.
Todo por culpa de un tal Riccardo Galeazzi-Lisi, un oftalmólogo conocido por su incompetencia y su charlatanería, por sus corruptelas y por sus innumerables deudas de juego. El pontífice confiaba sin embargo ciegamente en él, hasta el punto de que lo designó su médico personal.
La agonía de Pío XII comenzó en la noche del 5 de octubre de 1958 cuando, mientras se encontraba en Castel Gandolfo, sufrió un ataque de isquemia que lo dejó en estado de coma. Mientras el papa se encontraba inconsciente y entubado, Galeazzi-Lisi aprovechó para sacar varias fotografías de él con la ayuda de una pequeña cámara Polaroid que llevaba oculta. Las despiadadas imágenes, que mostraban a Pío XII agonizando, se las vendió a la revista francesa Paris Match.
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Sin embargo, y por increíble que parezca, al día siguiente, en la tarde del 6 de octubre, Pío XII salió del estado de coma, recuperó la consciencia y también la lucidez. Pero fue por un tiempo muy breve: el 8 de octubre volvió a ser víctima de una crisis cardio-circulatoria, falleciendo finalmente en la mañana del 9 de octubre.
Galeazzi-Lisi se encargó entonces de llevar a cabo en el cadáver de Pío XII ciertas técnicas de embalsamamiento ideadas por él mismo y con las que, siempre según su testimonio, el papa estaba de acuerdo. El oftalmólogo envolvió entonces el cuerpo en varias capas de celofán junto a una mezcla de hierbas aromáticas, especias y productos naturales, similares a los que, a su decir, se habrían utilizado para dar sepultura a Jesucristo.
Sin embargo, el procedimiento revolucionario aplicado por Galeazzi-Lisi no sólo no evitó la descomposición del cuerpo del papa, sino que la aceleró. De hecho, cuando el cuerpo de Pío XII fue expuesto en Castel Gandolfo, el rostro del pontífice estaba repleto de arrugas, pero lo peor aún estaba por venir…
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En apenas unos minutos, el cuerpo de Pío XII comenzó a descomponerse a toda prisa ante los ojos horrorizados de las personas que se encontraban presentes. Los gases liberados durante la descomposición acelerada provocaron que el abdomen del cadáver se hinchara, que el rostro del papa adquiriera un color gris y que de la nariz y sobre todo de la boca del difunto empezara a salir un líquido oscuro, todo ello acompañado de un olor nauseabundo. Dicen que tan insoportable y pestilente era el hedor que los guardias suizos encargados de velar el cadáver se veían obligados a turnarse cada poco tiempo, y aun así algunos de ellos no pudieron evitar desmayarse.
Después de todo eso, el cadáver de Pío XII fue trasladado a Roma para ser expuesto ante los fieles en la Basílica de San Pedro. Pero cuando el cuerpo era conducido en solemne cortejo fúnebre hasta el templo, ¡boom!, sucedió: los restos mortales del pontífice estallaron. La acumulación de gases en el cadáver llegó a tal punto que produjo una terrible y muy sonora explosión que provocó que el pecho del difunto se desgarrara. Los restos del pobre Pío XII adquirieron a partir de ese momento un aspecto cada vez más monstruoso: la piel se oscureció y los músculos faciales se retrajeron, dotando a su rostro de un aspecto espeluznante.
Durante la noche, deprisa y corriendo, se sometió al cuerpo de Pío XII a un segundo embalsamamiento, que sin embargo no pudo revertir los terribles daños causados por el procedimiento de Galeazzi-Lisi. El rostro del papa estaba tan desfigurado que fue necesario recurrir a una máscara de cera para ocultarlo de la vista de los fieles durante los nueve días que permaneció expuesto antes de ser antes de encontrar finalmente la paz en las Grutas Vaticanas.
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Tras aquel desastre, Galeazzi-Lisi fue despedido ipso facto y, tras saberse que había vendido unas fotografías del papa moribundo a medios de comunicación, el sucesor de Pío XII, Juan XXIII, le prohibió volver a poner el pie en el Vaticano durante el resto de su vida.
Miles y miles de personas desfilarán hasta el viernes a las 19.00 horas por la Basílica de San Pedro ante el ataúd del papa Francisco para poder despedirse de él. Verán al papa en un simple ataúd de madera con aspecto plácido, sosegado y, sobre todo, con dignidad y compostura. Para conseguirlo, el cuerpo de Francisco ha sido sometido a una práctica conocida como tanatopraxia, un procedimiento para mantener con aspecto digno y sereno su cadáver durante unos días, el tiempo necesario para permitir que el mundo se pueda despedir de él.